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| El Veraz. | San Juan, Puerto Rico |
El Problema Racial en Cuba

Por Jesús Guanche Pérez

Los estudios sobre relaciones raciales en Cuba cuentan con una abundante bibliografía que permite conocer el desarrollo histórico de esta temática, los vínculos biológicos y culturales entre diferentes grupos humanos procedentes de diversas latitudes; así como la intensa y creciente mezcla que se efectúa entre la propia población nacida y multiplicada durante decenas de generaciones en la isla, independientemente de sus características morfológicas externas.

No obstante los esfuerzos realizados por cientos de antropólogos físicos y socioculturales de todo el orbe, todavía se confunde —tanto en los medios decomunicación masiva de Cuba como a nivel de las instituciones del Estado— la sustancial diferencia entre lo étnico y lo racial

De manera sintética, las diferencias esenciales entre lo étnico y lo racial están dadas por las cualidades específicas de la cultura y la natura, respectivamente; pero esta definición simple no es una camisa de fuerza, ya que también se efectúa una permanente interacción entre las características culturales de cualquier etnos y las capacidades de adaptabilidad y mutabilidad de las personas que a él pertenecen.

El presente trabajo tiene como principal propósito valorar cuestiones generales de la racialidad —en este caso como construcción cultural— en la sociedad cubana de los años noventa.

El hábil engaño de las «razas»

La racialidad es una noción que ha conducido a engaño, por el lastre conceptual y activo del racismo y los prejuicios raciales, ya que lejos de valorar lo estrictamente biológico, posee una marcada connotación sociocultural y clasista.

Por ello, determinados autores prefieren hablar de «raza social»3 y asumirlo como una construcción cultural 4 debido a sus múltiples implicaciones en las relaciones sociales.

En este sentido, Cuba heredó un profundo estigma en la discriminación y los prejuicios raciales, derivados de la etapa colonial por el impacto, tanto de la esclavitud de los africanos y sus descendientes, como en las relaciones globales de dominación respecto del grueso de la población más humilde —con independencia de sus rasgos externos—, principalmente debido a sus condiciones sociales.

La etapa neocolonial también acrecentó el racismo estamentador de grupos sociales según la cantidad de melanina en la piel, lo que representó una forma externa de influir negativamente en la unidad nacional, a la vez que generó un fuerte movimiento social antirracista de proyección democrático popular, liderado por destacados intelectuales con el apoyo del movimiento obrero y estudiantil.

En 1959 una parte del programa de transformaciones estuvo encaminado a erradicar este enraizado lastre social.

Se pensó ingenuamente que si se eliminaban las vías institucionales que propiciaban la práctica de la discriminación racial y se enfatizaba en la educación y en la convivencia cotidiana, automáticamente se podían barrer las raíces del racismo y de los prejuicios raciales. En este sentido, algunos autores llegaron a afirmar categóricamente que el problema había sido resuelto y que ya era cosa del pasado

Efectivamente, la apertura del acceso de la población epitelialmente clasificada de «negra» y «mulata» a los lugares públicos que les eran vedados (playas, casinos, clubes, hoteles y otros), la posibilidad de acceder libre y gratuitamente a la enseñanza en todos los niveles, a los servicios de salud, deportivos y culturales, así como a diversos puestos de trabajo y cargos de dirección, contribuyeron a romper una primera barrera, la del nivel vertical (institucional); pero dejaba sin revolucionar otra más profunda y diversa, que se reproduce y se multiplica a nivel horizontal; desde la autoestima personal, los complejos psicológicos heredados y transmitidos, que condicionan la autoimagen sobre la supuesta «pertenencia racial», los gustos estéticos para la elección de pareja, los vínculos de la pareja antes y después del matrimonio, las relaciones familiares y vecinales, así como entre los diversos grupos socioocupacionales, entre muchos aspectos.

Los fenotipos populares

Aunque varios autores afirman con razón que la clasificación racial está fuera de lugar en biología7, debido a los múltiples problemas para agrupar a pueblos específicos en «hipotéticas» unidades raciales aisladas y distintas; tal como señala Wenda Trevathan: «Evitar la raza, tratarla como si no existiese como concepto, válido o no, en antropología física, es adoptar la posición del avestruz en el mejor de los casos, una posición no ética en el peor»8. En algunos países como Brasil las formas de denominar los tipos humanos o fenotipos son menos excluyentes y flexibles, la noción de «raza» puede cambiarse con la mejoría del status social; y determinados autores han compilado más de 500 «etiquetas raciales».

En Cuba también existen clasificaciones «raciales» de tipo popular, que prestan atención —como en otros países de América Latina y el Caribe hispanohablante— a las características evidentes del color de la piel, la forma y el color del cabello y el color de los ojos. De las denominaciones populares recogidas a manera de ejemplos, sólo una incluye, como veremos, la forma del cráneo.

Si ordenamos los fenotipos populares cubanos según la intensidad de la coloración epitelial, éstos son:

1. negro-azul: piel muy morena y mate; pelo muy rizado y negro; ojos negros;

2. negro color teléfono: piel muy morena y brillosa; pelo muy rizado y negro; ojos negros;

3. negro coco timba: piel morena o muy morena; pelo muy rizado, negro, en forma de granos de pimienta y separados entre sí; ojos negros;

4. negro cabeza de puntilla: piel morena o muy morena, pelo muy rizado y negro; ojos negros y prominente dolicocefalia;

5. negro: piel morena de diversos matices; pelo muy rizado y negro; ojos negros o castaño oscuro;

6. moro: piel morena, pelo poco rizado y negro; ojos negros;

7. mulato: piel canela de variada intensidad; pelo rizado y negro; ojos castaño oscuros o negros;

8. indio: piel canela o bronceada; pelo lacio muy negro y brillante; ojos negros ycon frecuencia rasgados por el pliegue epicántico;

9. mulato chino: piel canela o canela clara; pelo algo rizado; ojos negros rasgados por el pliegue epicántico;

10. mulato color cartucho: piel canela clara; pelo ligeramente rizado y castaño oscuro o negro; ojos castaño oscuros o negros;

12. trigueño: piel bronceada; pelo algo rizado y negro; ojos negros;

13. jabao: piel canela clara u ocre; pelo rizado y amarillo oscuro; ojos castaño claros o verde claros;

14. colorao: piel rojiza y regularmente pecosa; pelo rizado u ondulado y rojizo; ojos castaños o castaño claros;

15. chino: piel clara amarillenta; pelo muy lacio y negro; ojos negros y rasgados por el pliegue epicántico;

16. blanco: piel clara, pelo lacio u ondulado y castaño o negro; ojos castaños o negros;

17. rubio:
piel clara; pelo lacio u ondulado y amarillo claro u oscuro; ojos verdes, azules o castaño claros;

18. blanco orillero: puede tener una aceptación social como sinónimo de marginal o una acepción biológica como sinónimo de mezcla racial; posee piel clara pero muy resistente al sol del trópico; pelo ondulado o rizado y negro; ojos castaño oscuros o negros;

19. blanco lechoso: piel muy clara y regularmente pecosa; pelo lacio u ondulado, castaño claro; ojos castaños o negros;

20. albino: piel despigmentada; pelo rizado o muy rizado y amarillo claro; ojos claros.

Todas estas denominaciones pueden tener, de acuerdo con el contexto, una connotación afectiva o despectiva. Un término muy usado como «mi negro(a)» puede ser sinónimo de «mi niño(a)» o de «mi socio(a)» y emplearse para designar personas de las más variadas pigmentaciones. De igual manera, el uso de diminutivos (ito-ita/ico-ica) sirven para suavizar las denominaciones interpersonales con una implicación afectiva o simplemente indicativa. Muchos prefieren decir «negrito(a)», «prietecito(a)», «mulatico(a)», «blanquito(a)» y no emplean el sustantivo como tal por la histórica implicación despectiva o de dominación que ha tenido o que aún tiene en determinados medios familiares y sociales. En este caso, los diminutivos se emplean independientemente de la edad de las personas a las que se refieren.

Aunque los matrimonios epitelialmente mixtos y estables han tendido a crecer en los últimos treinta y cinco años, sean estos consensuales o legitimados por la ley o ante determinado credo religioso, todavía se observan criterios propios del lenguaje popular que trascienden al nivel intergeneracional (lo que se conoce técnicamente como la endoculturación) sobre la aspiración de una joven de piel morena y pelo rizado de tener un hijo de piel clara y pelo lacio con el objetivo de «mejorar la raza», como evidente reflejo de los prejuicios raciales respecto de sí misma. En el sentido estrictamente biológico, este criterio pudiera ser válido si la joven viviera en un país nórdico; pero en el trópico, la piel morena y el pelo rizado son, sin duda, mucho mejores para resistir los rayos solares, evitar el cáncer de piel y propiciar una mejor transpiración.

Confusión de «racial» por lo «étnico»

A mediados de la década de los ochenta, debido al indiscutible peso de la participación femenina10 y de la población más joven en el desarrollo socioeconómico del país y la necesidad de su promoción y apoyo, también se introdujo el tema de una falsa «composición étnica» limitada a lo epitelial, como otro posible indicador que, lejos de contribuir a resolver la raíz sociocultural de este problema, volvió a sacar a la superficie una cuestión más compleja cuya solución depende del desarrollo socioeconómico sostenible y de una mejor equidad en cuanto a derechos y deberes de cada uno de los miembros de la sociedad. Esta concepción estuvo cargada, en esa ocasión, de un sutil paternalismo con nuevos matices de discriminación en el sentido positivo.

En el censo de 1981 que —a diferencia de las múltiples denominaciones fenotípicas populares señaladas— sólo incluyó la habitual clasificación de «blancos, negros, asiáticos y mestizos» (tabla 1).

La información obtenida fue de hecho falsa por diversas razones: el instrumento de observación —la encuesta nacional— autolimitaba los índices a 10. En ese momento las mujeres constituían el 37,3% de la fuerza laboral activa en el sector estatal civil y el 55,4% de la fuerza técnica (profesionales de nivel medio y superior), con evidente tendencia a crecer en cerca del 1% anual.

Tabla 1. Composición de la población de Cuba según el color de la piel, por sexos
Color de la piel
Blancos
Negros
Asiáticos
Mestizos
Total
Varones
(en miles)

3.239,8
603,3
8,4
1.063,4
4.914,9
%
65,9
12,3
0,2
21,6
Hembras
(en miles)

3.175,7
565,4
5,6
1.062
4.808,7
%
66
11,8
0,1
22,1
Total
(en miles)

6.415,5
1.168,7
14
2.125,4
9.723,6
%
66
12
0,1
21,9

Las clasificaciones epiteliales, así como la congruencia taxonómica de sus denominaciones, ya que los de piel amarilla y sus tonalidades no eran necesariamente «asiáticos», dos denominaciones aludían al color («blanco» o «negro»), una a un continente («asiáticos»), lo que introduce un criterio geográfico, y otra («mestizos») a la mezcla de los anteriores, pero sin color ni referencia geográfica determinada; los entrevistadores o aplicadores de la encuesta no tenían una preparación en antropología física como para discernir entre unos y otros fenotipos; y la clasificación de los fenotipos dependía de la autoimagen del entrevistado, de modo que en un mismo núcleo familiar podía haber «blancos, mestizos y negros» según la consideración de cada quien.

Según se puede observar en la tabla 2, quizá uno de los casos más simpáticos es el de la provincia de Guantánamo, donde aparece nada menos que el 0,4% de población asiática, cuando históricamente esa es un área del país casi no poblada por chinos ni descendientes. Como puede observarse, es la mayor cifra relativa de todo el país. Los que hemos estudiado la historia étnica de Cuba sabemos bien que el grueso del poblamiento chino se asentó en las provincias occidentales (más del 80%), sobre todo en La Habana y Matanzas. La presencia china propiamente dicha en la antigua provincia de Oriente, según el censo de 1970, fue de 15,92% respecto del resto de la isla. Sin embargo, como los entrevistados observaron una relativa profusión del pliegue epicántico en la población cubana de esa parte del país, muchos de ellos descendientes de los antiguos aruacos y sus disímiles mezclas, y como no tenían otra clasificación posible —que la población denomina «indio» y «mulato chino»—, no les quedó otra alternativa que registrarlos como si fueran «asiáticos».

Tabla 2. Composición de la población de Cuba según el color de la piel, por provincias, en % (1981)
Provincias
Blancos
Negros
Asiáticos
Mestizos
Pinar del Río
La Habana
C. de La Habana
Matanzas
Villa Clara
Cienfuegos
Sancti Spiritus
Ciego de Ávila
Camagüey
Las Tunas
Holguín
Granma
Santiago de Cuba
Guantánamo
Isla de la Juventud
Cuba
78,3
82,2
63
76
82,5
76,6
84,1
80,8
77
74,4
78,8
42,7
30,2
26,3
66,8
66
14,3
9,5
16,4
12,7
6,9
9,6
7,4
9,5
11
7,2
6,1
4,4
22,2
18,8
10,9
12
0
0,1
0,2
0,1
0,1
0,1
0,0
0,1
0,1
0,1
0,2
0,2
0,3
0,4
0,2
0,1
7,4
8,2
20,4
11,2
10,5
13,7
8,5
9,6
11,9
18,3
14,9
52,7
47,3
54,5
22,1
21,9

La autoimagen racial del cubano

Lo que sí permitió medir el censo desde el punto de vista estadístico, según puede compararse en la tabla 3, es el sentido subjetivo de la autoimagen del cubano. La tendencia al reconocimiento del mestizaje, al hecho de considerarse «mulato» sin una connotación despectiva (no «mestizo» como aparece en los datos —aunque sumamente baja respecto de la realidad—), conocer el proceso de decrecimiento de la autoimagen del «blanco» y del «negro», respecto de los censos de la primera mitad del presente siglo.

Los esfuerzos realizados en sólo algo más de tres décadas no pueden ser suficientes para superar más de cuatro siglos de dependencia estructural y mental.

Las diversas vías de participación sociocultural de la población tampoco pueden medirse por el esquema rígido y prejuiciado de la coloración epitelial en un país donde predominan las mezclas crecientes de toda índole.

Es un hecho evidente que la inmensa mayoría de los equipos deportivos nacionales de alto rendimiento están compuestos por jóvenes «negros» y «mulatos» —según la clasificación popular—, debido al fuerte nivel de prioridad estatal que se le ha dado al deporte, lo mismo sucede con las agrupaciones de la música popular profesional,

Tabla 3. Composición de la población de Cuba según el color de la piel (1931-1981)*
Color de la piel 1931 1943 1953 1981
Blancos 72,1 74,3 72,8 66
Negros 11 9,7 12,4 12
Asiáticos 0,7 0,4 0,3 0,1
Mestizos 16,2 15,6 14,5 21,9
* El censo de 1970 no recogió este dato.
Fuente: COMITÉ ESTATAL DE ESTADÍSTICAS. Oficina Nacional del Censo. Censo de Población y
Viviendas de 1981, tomo XVI.
La cuestión «racial» en Cuba actual: algunas consideraciones Papers 52, 1997 65

En el caso de la población «negra» y «mulata» no es lo mismo la parte descendiente de hombres y mujeres libres por varias generaciones, portadora de una rica tradición laboral, poseedora de los principales oficios y algunas profesiones de prestigio12; que la parte descendiente de la población esclava, hace sólo tres o cuatro generaciones, quienes han padecido el desempleo y el subempleo crónicos, que han vivido en condiciones de promiscuidad y hacinamiento y en la que se ha enraizado una marginalidad no sólo espacial —en cuanto asentamiento habitacional— sino también psicológica.

En el caso de la población autodenominada «blanca», tampoco es lo mismo la parte descendiente por muchas generaciones de pobladores urbanos y rurales con recursos económicos y con posibilidades de abrirse paso en la sociedad, que la parte descendiente —en su inmensa mayoría— de hombres y mujeres humildes, que han constituido el proletariado, el campesinado y otros grupos y capas sociales, muchos de los cuales también han vivido en condiciones infrahumanas.

La base real del problema, para glosar términos anatómicos, no es epitelial, es decir, «superficial», sino medular, o sea, «mucho más profunda». Se encuentra en la conocida división de la sociedad en clases, grupos y capas, en las relaciones de propiedad, generadoras de múltiples nexos sociales, condicionadorade la estructura y la jerarquía familiar, en la propia psicología individual y social, en las posibilidades del desarrollo pleno de las capacidades y en la diversificación de aspiraciones y oportunidades.


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