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| El Veraz. | San Juan, Puerto Rico |
La Democracia no Ignora sus Errores

(No hay sustituto para la Verdad.)

Por José Vilasuso

A Miriam Leyva.


No hace mucho don Ricardo Alarcón, creo que también el acere Pérez Roque, y por supuesto desde antaño, allá por los sesenta el Gran Chef estelar, barbado y bien uniformado. Han sostenido que la democracia es asunto conocido en el pasado cubano.

Presumo que se refieren al período anterior al 59 renegando de todo adelanto socioeconómico y en su lugar exagerando los acontecimientos de signo opuesto registrados hasta aquel instante.

La repetición de tan apretado compendio de la historiografía nacional viene como anillo al dedo gordo del pie de cualquier internacionalista ?experto? en nuestra tierra, después de haberse grabado tres o cuatro discursos o el mismo, el mismo número de veces voceado por ese personaje que todos conocemos. Quienquiera que desee aplaudir y aceptar por verídico todo lo que le digan, y si lo dicho consiste en cacarear que éramos un país de prostitutas, para diversión de los americanos y unos cuantos ladrones en el poder, todavía se le reduce más y mejor que mejor la cosa. No le hace falta revisar un libro de un Ramiro Guerra, Emeterio Santovenia, Calixto Masó o Levi Marrero. Los borran del mapa. Cuando la intención de mala leche impera, toda calumnia se digiere como la fibra de la medicina verde.

La gravedad de estas aseveraciones se remonta y profundiza en el rescoldo subterráneo que buena parte de la especie esconde y si viene al caso o no, en cualquier momento lo vomita sin empacho en plena plaza pública. Ese lenguaje no fundamentado sigue calando aunque en muy disminuyentes intelectuales, artistas y otras personalidades foráneas del momento.

Pero alto ahí, que la trayectoria de ningún pueblo es tan esquemática. Nunca lo ha sido. Remitidos al interregno 1944 ? 52 ya referido en material anterior, es la premisa indispensable para describir el peso de la vida republicana con cierta objetividad y hacerse merecedor del crédito general. No dudamos que la actuación de los gobernantes de aquel período en ningún momento fue perfecta. Es que tampoco conozco un sólo caso de conducta colectiva químicamente pura desde la época de los Siete Sabios de Grecia, y sin olvidar al gran Pericles. Ahora bien, el entresuelo que escapa y se desliza por la retícula de referencia proyecta adagios que no deben dejarse sin descascarar. Es que los errores y defectos no sólo hay que reconocerlos, sino que pasan así a integrar el acervo premiado por la experiencia. Si ocultáramos nuestras lagunas y vergüenzas gravitantes del pasado desperdiciaríamos un imprescindible yacimiento de formación y comprensión de la dinámica que las genera. Es otro de los privilegios aprovechables de todo proceder entero y a toda voz. Ventaja del sistema democrático que lejos de encubrir o distorsionar la verdad, la arropa como parte de sus obligaciones difundiéndola sin ambages. Puede hacerlo porque el mismo así se consolida y gana puntos con aquélla por amarga y deprimente que resulte.

La cuestión que nuestras no tan malqueridos autoridades y no amigos no parecen haber capturado, es que la médula de la conducta humana, incluyendo la política, no se enquicia en lo que estimo o tal vez me convenga - a corto plazo - exponer. A la reversa, toda actuación debe afincarse en la búsqueda incansable de lo cierto, lógico y transparente. Ninguna otra meta la superará, pues su tecla traba la sintonía entre los hechos y las descripciones correspondientes. Entre lo que sucedió y lo que se cuenta. Porque hay que tener en cuenta que la opinión pública sólo acuña lo dictado por su juicio libre y propia cuenta. Las consecuencias entonces devienen en lo esperado, lo comprensible o la sorpresa; ya que no hay vida pública o privada verdadera sin azar, riesgo inseparable de la libertad.

Demás está añadir que este concepto arranca con Sócrates, permanece fresco y se cuece en las mejores conciencias de la especie hasta nuestros días. Basta abrir al vuelo internet o un periódico de cualquier país de América menos Cuba, y se comprobarán las noticias referentes a escándalos financieros, lavados de dinero, crímenes, etc, sin cuya disponibilidad no estaríamos al día e inmersos de manera meridiana en el acontecer mundial. Todo quehacer humano contiene sustancias medulares - dulces y agrias - hasta cuyas raíces profundas tenemos que escudriñar con ahínco si seriamente se desea superar las lagunas, descubrir los misterios y explicarse sus estropicios.

La política demagógica ? en cambio ? suele aquilatarse bajo signo incompleto. No persigue el encuentro con la espina dorsal de la musculatura popular, sino que más bien se queda a nivel de superficie. Se detiene en el mando; en otras palabras en mitad del camino o a la puerta de la casa, el resto se oculta.

Ahora bien, el político veraz no tiene por esto que desesperar dado que posee su áncora de salvación, consistente en servirse de otros hombres e instituciones aptas para descubrir y postular la verdad en todos los campos aledaños a los predios de la palestra ciudadana.

Por ello en los tiempos en que rigió la Constitución de 1940 el gobierno no protagonizaba de forma monopólica el diario acontecer cotidiano; puesto que el derecho a la libre expresión garantizaba a opositores, periodistas, colegios profesionales, sindicatos, amas de casa, universidades, etc, su objeción, consejo, participación, disentimiento y en suma protestar, probando el sentir general del país en el caleidoscopio de sus componentes, y dando paso al flujo y reflujo de las ideas en perenne renovación.

Si escarbamos en la memoria de los hombres más ancianos residentes en Caimito del Guayabal, se traerá a colación que ese perfil tan apretado y simplón de nuestro pasado, que unos extranjeros - sin eufemismo - alegremente repiten, es sólo parte de las imperfecciones y calamidades que se combatieron denodadamente en los discursos orales o escritos, por ejemplo de, Roberto Agramonte, Pepe Pardo Llada, Agustín Tamargo, Carlos Márquez Sterling, Andrés Valdespino, Miguel Angel Quevedo, Mario Rivadulla y tantos otros correligionarios. Con la particularidad de que ninguno de aquellos denunciantes de los malos manejos públicos ceñían su dialéctica a módulos estrechos y sabían cuidar su prestigio. Medían sus pasos Entre otras razones, porque la contrapartida oficial podía dar al traste y hacer trizas cualquier argumento no debidamente documentado y formulado. Ellos echaban un pulso de igual a igual.

Lo susodicho acontecía en un régimen pluralista, diverso y a la postre los participantes estaban obligados a proclamar lo verídico. La pelea de entonces la ganaba el que pudiera probar y convencer a la audiencia de estar en lo correcto o al menos en lo más correcto. En su sufragio figura el sacrificio de Eduardo Chibás ante las cámaras de T.V en 1951 al no poder demostrar sus acusaciones contra el ministro de Educación doctor Aureliano Sánchez Arango.

El desenlace doloroso de aquel aldabonazo quedó a disposición del pueblo para quien nada permaneció oculto ni en las dudas. Valioso recuerdo para quien lo haya sabido conservar. Aquella vez la parcialidad de una información resultó compensada con la contraparte demoledora e irrebatible. El derecho como la justicia tienen una venda en los ojos.

La búsqueda incansable de la certeza envuelve la comprensibilidad de todo acontecimiento humano, sin excepción, y la veta política no puede escapar a su dialéctica. Es problema de continente y contenido. No es para romperse el morrocoyo ensayando sustitutos que desde los tiempos de Los Treinta Tiranos de Atenas hasta la Convención en la Revolución Francesa terminaron en el fracaso. A todo payaso más temprano que tarde se le cae la careta y despinta la caricatura. La riqueza superior y gobernabilidad más fructuosa consisten en prometer lo posible, emprenderlo y reconocer errores. Lo contrario es ilusorio y los cubanos hemos mamado demasiadas utopías, mesianismos, hombres providenciales, carismáticos, y discursos gradielocuentes con cifras que no permiten descuentos.

Hoy aun vivimos con un pie en la retranca, pero que resbala y acabará por desprenderse. La inclinación irremisible al cambio va agudizándose por momentos, por minutos, por segundos. Y su dinámica responde a que el régimen desde su surgimiento cuando contaba con la mayoría de la opinión pública, se afincó en el engaño, el compromiso incumplible y se alejó de la realidad deslumbrando a los incautos con imposibles. Con razón las armas defensivas de aquella altisonancia vacua se llaman calumnias, subterfugios, efectismos e hipocresías hasta romper la balanza. Es que se sirvieron de un lenguaje de grueso calibre para asuntos más sencillos. La tragedia griega interpretada por Chicharito y Sopeira.

Para comprobarlo hagamos un ejercicio de memoria. Cito: ?vamos a producir más leche y más mantequilla que Holanda, vamos a pagar mejores salarios que en los Estados Unidos, produciremos la mejor mayonesa del mundo, vamos a criar millones de cerdos y produciremos manteca para todo el tercer mundo?? No es necesario citar al autor de tan exagerados, prolongados y despampanantes discursos. Y este otro más concreto y circunspecto: ?todos los cubanos van a tener una casa, un carro y diez mil pesos en el banco,? era el acento del Che Guevara.

La viabilidad de charlatanería y verborrea tales nos condujo de la mano a las evidencias del presente; puesto que el gobierno cubano desde su asentamiento en el poder, desconocía las funciones correspondientes al resto de las instituciones, personas y conglomerado social. Creyéronse abarcadores y única voz de un tejido plural. Ese gobierno nunca buscó la verdad. No quiso escuchar a nadie con conciencia propia. Desconoció el encuentro consigo mismo y al atribuirse el criterio de la totalidad de la nación tergiversaba de manera fatal, maléfica, desastrosa la verdad. Había convertido el medio en fin. Su único fin, perpetuar el poder.


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