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| El Veraz. | San Juan, Puerto Rico |

Memorias de los Sucesos de La Embajada del Perú en La Habana Parte I

Por Jay Martínez

Hace 24 años ocurrió en Cuba un hecho único que llamo la atención del mundo. Más de 10,000 cubanos ingresaron en el curso de tres dias al local de la Embajada del Perú en La Habana buscando asilo para salir de su país. El que escribe es uno de los protagonistas de aquella crisis que provocó el régimen cubano y que puso de manifiesto al mundo que la supuesta Revolución Cubana, que cumplía sus XX años, no era el paraíso que muchos pensaban. El error político de Fidel Castro fue dejar la Embajada del Perú sin protección militar.

Los antecedentes podíamos ubicarlos en el año 1978 cuando aquellos llamados “gusanos”, los cubanos que se fueron en la década del sesenta, al inicio de la Revolución de Fidel Castro, empiezan a visitar Cuba. Era el curso de una primavera diplomática con la Administración del Presidente Jimmy Carter que incluyó un intercambio de Oficinas comerciales con los Estados Unidos.

La mayoría de los visitantes vivían en los Estados Unidos y entonces, casi 20 años después, regresaban a Cuba convertidos en mariposas cargados de regalos, ropa, golosinas, perfumes y muchos dólares; demostrando así que fuera de Cuba se podía prosperar en todos los sentidos.

Esta exposición a la abundancia material provocaba sin dudas un cambio en la mentalidad del cubano. Una oleada de impaciencia e irritación se percibía en algunos sectores de la población. En el transcurso de 1979 se dio una epidemia de casos de cubanos intentando ingresar en Embajadas en La Habana con el fin de solicitar asilo político. Ninguna de estas situaciones era difundida por la prensa oficialista. Sin dudas, era embarazoso para el régimen reconocer ante el mundo que los cubanos estaban huyendo del “Paraíso Socialista”.

A fines de 1979 la Embajada del Perú recibió a su primer asilado, Angel Galvez, un policía de tránsito que había hecho amistad con los policías que custodiaban la Embajada. En varias ocasiones se le había visto llegar de uniforme, con su moto. Una de las veces se puso a conversar con los guardias y de buenas a primeras brincó la cerca y pidió asilo político con uniforme y pistola. Eso fue algo que todo el mundo supo en Cuba pero que al principio no lo difundieron.

También cuentan que en la Embajada de Venezuela todos los dias pasaba frente a la sede diplomática un deportista corriendo todas las mañanas con una garrocha de salto alto en la mano y saludaba a los guardias de la custodia. Un buen dia que los guardias aparentemente cambiaban de posta el ágil corredor afincó su vara en la acera y de un salto voló la cerca de 12 pies de alto y entró en la sede de Venezuela al estilo Power Rangers.

Ya con Gálvez dentro y a eso de las 8.30 de la noche del 17 de enero 1980 ocurrió el primer ingreso violento. Era una guagua Leyland de la ruta 32 que salía de la Playa de Marianao. Se metió violentamente contra el portón de la embajada del Perú rompiendo la estructura de cemento y acero y logrando entrar con 12 personas a bordo, cuatro hombres, tres mujeres y cinco niños. La noticia corrió como pólvora en toda Cuba a través de “radio bemba” y recuerdo que nosotros fuimos hasta la Embajada dias después para comprobar la noticia y efectivamente la verja y el muro estaban destruidos y comenzaban a reconstruirlo. Cinco dias más tarde Edgardo de Habich Rospigliosi, entonces embajador del Perú en la Habana llegó a un acuerdo con el régimen y permitió que fuerzas especiales cubanas ingresaran armadas a la embajada y sacaran al grupo de sus predios supuestamente para que tramitaran su salida del pais desde sus casas. Eso le costó el puesto de Embajador al Sr. Habich ya que el acuerdo se habia efectuado sin la aprobación del gobierno del Perú. El Sr. Belaum de Terry, Presidente del Perú en aquella época inmediatamente le dio órdenes al Ministerio de Relaciones Exteriores y designó al Sr. Arturo García, entonces Ministro de su Gobierno para que se devolvieran a la embajada a todos los asilados cubanos. Este reingreso se produjo en la madrugada del 23 de enero de 1980 para que el gobierno cubano no se enterara. La mayoría eran familiares lo que hizo más fácil el operativo que se realizó con vehículos diplomáticos. El Sr de Habich mientras tanto fue retirado de la embajada. A finales de enero llegó el Sr. Ernesto Pinto Basurco a la embajada del Perú en la Habana como Encargado de Negocios. Gustavo Gutiérrez permanecía como Cónsul General.

A mediados de febrero entraron tres cubanos más, caminando por la acera, dos mujeres y un hombre; el 28 de marzo un segundo ómnibus con tres personas a bordo irrumpió en la sede. Pero fue el incidente del 1ro de abril el que desató la crisis en Cuba.

Era la mañana del 2 de abril de 1980. Sábado. En la Playa de Santa Fe, al norte de La Habana, donde yo nací, amanecía con mucha tranquilidad como era de costumbre. Pero ese día el ambiente tenía algo diferente. Se rumoraba que muchas personas habían abandonado sus casas. Familias completas y habían entrado en la Embajada del Perú en la Habana.

Yo me encontraba es mañana en una cafetería que se llamaba Vista Alegre y el rumor de los que allí se reunían para tomar café, acabado de colar, era que mucha gente estaba entrando en la Embajada del Perú porque el gobierno había retirado la custodia de la sede diplomática. Pasó todo el día y el rumor crecía y más personas abandonaban sus casas. A las 8.30 PM de la noche del sábado me fui para la fiesta de quince de una vecina. Sus padres me habían escogido para ser el compañero de baile de Olga Lidia, así se llamaba, y tomarme las fotos con ella no por que yo fuera el más bonito sino porque era el único que tenia un traje en todo el barrio y podía usarlo para las fotos. Este traje me lo había llevado mi hermana Connie, que vivía en los Estados Unidos, en un viaje que dio a Cuba en 1979 con la Comunidad.

Las fotos se tomaron en mi casa de Santa Fe. La sala, aunque humilde, era muy bonita y mi mamá la tenia decorada con cortinas y cojines de colores en los muebles. Ella misma los confeccionaba ya que mi madre había estudiado en la Escuela del Hogar en Santa Clara cuando niña y había aprendido decoración. Nos tomamos las fotos protocolares simulando que bailábamos y que su papá me la entregaba en el baile, entre otras poses. Estando parado en el portal de mi casa llegó un amigo y vecino, Omar Ravelo, él tenia 24 años y yo 16. Me comentó lo de la Embajada y me dijo: “Jay, mis abuelos escucharon por La voz de las Américas que aquello está lleno y que ya es un conflicto internacional y que hasta el Papa piensa intervenir a favor de los exilados, vámonos para allá”. Yo no lo pensé ni un segundo y le dije: “Omar, déjame cambiarme de ropa y decírselo a mi mamá”. Entré en la casa me cambié de ropa y le dije a mi madre: “Me voy para la Embajada, esta es la oportunidad de mi vida, siento que ahora sí me gané la salida, hay miles de gente allí dentro y no pueden meter tanta gente presa”. Ella me preguntó si yo estaba seguro y le conté lo que dijo el abuelo de Omar quién había escuchado la noticia por la radio de onda corta. Mi madre con lágrimas en los ojos y muy asustada me dio el último consejo: “Mi´jo tu ve y mira bien primero todo, no entres a lo loco, verifica y si ves que es seguro entonces entra”. Me dio un beso en la frente y me bendijo.

Partimos en guagua hacia la Playa de Marianao y en el trayecto se nos unieron los hermanos Joel Díaz la Rosa y Roberto, el primero de 15 años y el segundo de 20. Tomar aquella decisión no era nada fácil sí tenemos en cuenta que el régimen de Fidel Castro se encontraba en su mejor momento económico, político y contaba con el apoyo incondicional de la Unión Soviética, una super potencia cuyas relaciones con el tirano estaban en todo su apogeo. La represión de aquellos tiempos era muy fuerte y en aquella época hasta por llevar el pelo largo y por escuchar música americana o reunirse en las esquinas en grupos te arrestaban. Existían dos leyes, una era la Ley de Peligrosidad y la otra, la famosa Ley del Vago y ambas se aplicaban sin contemplaciones. Eran de 2 a 10 años de cárcel sólo por ser sospechoso o por no tener trabajo.

Eran ya alrededor de las 10 PM de esa noche de sábado de Gloria. Tomamos la guagua en la esquina de la Cafetería Vista Alegre. La ruta 191 nos llevo hasta la Playa de Marianao y posteriormente la ruta 132 nos dejo cerca de la Embajada del Perú.

Tuvimos que bajarnos como a cuatro cuadras de la sede diplomática porque la policía se encontraba en la calle y tenían desviada todas las guaguas que pasaban por la Quinta Avenida.

En el ómnibus en el cual nos dirigíamos a la Embajada viajábamos alrededor de 40 personas y todas se dirigían hacia el mismo lugar. Recuerdo que había en la calle mucha presencia militar y policíaca, armada y con perros, y hasta montada en caballos, aspecto que acaparo enseguida mi atención.

A la vez que nos íbamos acercando a la sede escuchábamos un murmullo que me recordaba cuando visitaba el Estadio del Cerro a ver algún juego de pelota. Mientras caminábamos se veían mas personas dirigiéndose hacia la misma dirección.

Llegamos a los alrededores de la Embajada. El jardín del frente estaba ya completamente lleno. Entramos por un costado de la casa y caminamos hacia el patio el cual estaba protegido por un cerca de alambre de 12 pies de alto. Por una de las esquinas la cerca estaba doblada hasta el piso y por ahí la gente estaba entrando.

Había alrededor de ocho mil personas. Los rostros de las personas se veían muy felices. Eso me dio mucha confianza en mi mismo y me hizo recordar el consejo de mi madre que mirara bien primero y que si me sentía seguro entonces entrara.

El primero de nosotros en entrar fue Joel con solo 15 anos de edad. Después le siguió su hermano Roberto y mas atrás entro Omar. Yo fui el último. Les tengo que confesar que a mi lado había un señor que decía que nos iban a coger a todos presos y que aquello era una trampa del gobierno.

Joel me llamaba y me decía que entrara y yo no me decidía. 20 minutos después se comenzaron a sentir disparos al aire y la gente comenzó a correr hacia donde yo me encontraba parado. Eran miles de personas corriendo y todos tratando de brincar la cerca al mismo tiempo. Cuando mire hacia atrás vi que se acercaba un cordón de policías fuertemente armados hacia donde yo estaba. Entonces me decidí y di el salto. Una vez dentro nos abrazamos los cuatros y en ese momento hicimos un pacto: entramos juntos y saldremos todos juntos.

Estábamos dentro de la Embajada. No había paso atrás. La Policía había tirado un cerco alrededor de la sede y empezaron a arrestar a todos los que se quedaron fuera.

Esa noche siguieron llegando gente de todas partes de La Habana. La noticia había corrido como pólvora pero ya era tarde. Todo el que se encontraba merodeando por los alrededores lo arrestaban. Las primeras horas pasaron rápidamente. Como a las tres de la madrugada el sueño comenzó a rendirnos. Entonces el problema era donde nos íbamos a acomodar. Estaba todo completamente lleno. Logramos un huequito debajo de una mata de mango donde apenas podíamos sentarnos. Pusimos espaldas con espaldas. Descansamos uno apoyado en el otro hasta el día siguiente.

De momento se escuchó una gritería. Se veía personal de la Embajada que bajaba hacia el patio. Un niño, aparentemente recién nacido, lo llevaban envuelto en una sábana llena de sangre hacia dentro de la casa. Se comentaba que la madre había dado a luz en el patio y entonces el niño era peruano. Según las leyes internacionales había que sacarlo de Cuba y enviarlo al Perú inmediatamente. Fue el comentario del día. Pero los funcionarios de la Embajada consiguieron un médico y éste certificó que el niño había nacido el día antes. Y en efecto, luego su madre confesó que se había fugado del Hospital con el bebé de horas de nacido y había entrado en la Sede con él en brazos.

CONTINUA


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