Por
Magda Resik
A los Reyes Magos a los siete años le pidió un violín
de verdad, pero su padre, tabaquero de oficio, sólo pudo
ofrecerle uno de juguete. Al ponerlo en sus manos, no le pidió
que fuera un virtuoso del violín, sino que tuviera paciencia:
Rafael Lay tuvo que esperar algún tiempo antes de arrancarle
sonidos a un violín real.
Cuando
ya pudo hacerlo, su virtuosismo apuntó de tal manera que
su profesora de música insistió en seguir dándole
clases aunque sus padres no pudieran pagarle. Y fue tanta su precocidad,
que a los 12 años ya era contratado por la Aragón.
La
orquesta animaba bailes públicos hasta el amanecer y no
pocas veces el muchacho se quedó dormido mientras dejaba
correr el arco sobre las cuerdas. Por esa época cursaba
el tercer año del instrumento al mismo tiempo que el bachillerato.
Más
tarde, practicar la odontología le sacó temporalmente
las castañas del fuego, pues la música no daba para
vivir. Durante años, Rafael Lay mantuvo con cierta fama
un taller de mecánica dental en Cienfuegos, esa bellísima
ciudad del centro-sur de Cuba donde había nacido un 17
de agosto de 1927. De su buen servicio dieron fe hasta sus colegas
de la orquesta, que quizás no por casualidad aconsejaban
en una de sus canciones: "Sácate la muela, antes que
te duela…"
La
lucha por la supervivencia no apagó la vocación
del joven músico. La Aragón, típica orquesta
de charanga francesa fundada en 1939 por el contrabajista Orestes
Aragón, fue testigo de la perseverancia de Lay, quien pese
a ser el más joven del grupo pronto asumió las funciones
de primer violín y poco más tarde (1948), al enfermar
Orestes, las de director.
Fue
precisamente Lay quien introdujo el cha cha chá en el repertorio
de la Aragón, con la inestimable ayuda del creador de ese
ritmo, Enrique Jorrín. Lay, quien lo admiraba muchísimo,
contaba que un día fue a La Habana a solicitarle alguna
de sus composiciones. "Cuando le planteé que me diera
una mano, no vaciló en dármela. Cogió el
repertorio y me lo entregó para que lo copiara: 35 danzones
y cha cha chás… ¡Todavía tengo un callo en
el dedo!".
Bailes,
programas de radio y televisión e incontables presentaciones
públicas con el nuevo repertorio, catapultaron a los Aragones
a la fama. Durante la década del 50, y en buena medida
gracias a la cubanísima música de la Aragón,
la RCA Victor desplazó a la PANART en sus ventas para América.
A partir de entonces "los prietos" de Rafael Lay, como
él los llamaba, no cesaron de ganar puntos en popularidad.
Figuras como Benny Moré, que ya por ese tiempo era un consagrado,
tenían a bien presentarse junto a ellos en los cabarets
más importantes de La Habana como el Montmartre, el Sans
Souci y Tropicana.
De
Lay, quien también fuera autor de más de 40 obras,
especialmente cha cha chás, boleros y danzones, llegó
a decirse tras su muerte en un accidente
automovilístico en 1985: "Su vida era un pedazo de
la Aragón; la Aragón era su vida".
La
orquesta se resintió sensiblemente con su pérdida,
pero siguió adelante con un rigor y una consagración
paradigmáticas. No por gusto en Cuba y otras partes del
mundo sus discos siguen vendiéndose al por mayor, mientras
lo mismo en Nueva York que en Bogotá, igual en San Juan
que en La Habana, los grupos salseros no dudan a la hora de hurgar
en su música para encontrar las bases más auténticas
de las sonoridades contemporáneas. Y detrás de esos
y cada nuevo triunfo de la Aragón, vibra la figura inmensa
de Rafael Lay.
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