Por
Jesus Hernandez
En
Cuba, el poder total parece estar más que nunca al alcance
de Raúl Castro. Así lo consideran muchos expertos
que están leyendo entre líneas los mensajes del
diario oficial Granma y la televisión estatal cubana.
Todo
indica que aun si Fidel Castro sobreviviera a la enfermedad que
sufre, con sus 80 años de edad y la evidente fragilidad
de su salud, el poder político quedará, si no ha
quedado ya, en manos del general de ejército Raúl
Castro, segundo secretario del Partido Comunista, primer vicepresidente
de los consejos de Estado y de Ministros y ministro de las Fuerzas
Armadas. En lo adelante, además, comandante en jefe.
El
segundo Castro, de 75 años de edad, ha dedicado estos 47
años a ser la sombra leal de su carismático y testarudo
hermano. Raúl ha sido acusado por la oposición histórica
de numerosos crímenes desde los días de la guerrilla
en las montañas orientales de Cuba, y de orquestar desapariciones
de propios y extraños, desde la muerte del juvenil comandante
revolucionario Camilo Cienfuegos en el mismo año 1959 hasta
los fusilamientos del general Arnaldo Ochoa, comandante en Angola,
y el coronel Tony de la Guardia, un verdadero James Bond cubano,
en 1989. Pero también ha sido elogiado por su capacidad
para la organización, su pragmatismo político siempre
al servicio de Fidel y su jovialidad con la tropa. No es un hombre
de tribunas ni mesas redondas. Su feudo personal, que son las
fuerzas armadas y los aparatos de inteligencia y seguridad, es
lo único que funciona con cierta eficiencia dentro de Cuba.
Ahora,
se abren ante Raúl Castro tres alternativas para conservar
el poder. La primera de ellas es mantener todo como está,
es decir, partido único, sociedad cerrada, economía
colectivista en manos del estado y confrontación permanente
con Estados Unidos. La segunda es copiar al calco algo que admira
muchísimo, el modelo chino de poder absoluto en manos del
Partido Comunista y economía capitalista de mercado casi
totalmente abierta a la inversión nacional y extranjera,
con buenas relaciones con Washington. La tercera y menos probable,
es una transición a la democracia pluripartidista, también
con economía de mercado, al estilo chileno o nicaragüense.
Mantener
todo como está, con un pueblo que vive con 40 centavos
de dólar al día agobiado por las penurias económicas
y muerto de miedo por la permanente represión política,
es posiblemente un modelo que sólo Fidel Castro pudo sostener.
Raúl Castro no es un hombre agraciado con la cualidad de
la seducción ni el talento conspirativo constante y febril
de Fidel, para mantener vigente ese modelo arcaico y sujeto a
permanentes condenas de las organizaciones internacionales de
derechos humanos y de los gobiernos democráticos.
Pero
la alternativa china es algo que seguramente el anciano general
ha estado considerando muy en serio desde los días de la
caída del Muro de Berlín y la desintegración
de la Unión Soviética. Es a Raúl Castro a
quien se atribuyen las tímidas reformas para la supervivencia
que el régimen cubano adoptó en la década
de los 90, y que Fidel Castro ha eliminado casi totalmente desde
que Hugo Chávez le prometió ayuda y petróleo.
El general Castro sabe que China es el país que más
rápidamente está haciendo desaparecer la pobreza
en todo el mundo, y lo está haciendo gracias a las fórmulas
capitalistas de economía de mercado, no por la ideología
política comunista, mucho menos maoista. A diferencia de
Fidel, Raúl entiende muy bien que los dictadores occidentales
nunca fueron dueños de todos los medios de producción
y servicios de un país, y muchos de ellos conservaron el
poder durante décadas. Que la economía capitalista
no fue un obstáculo para que el dominicano Leónidas
Trujillo y el paraguayo Alfredo Stroessner mantuvieran la riendas
de sus naciones por más de 30 años. Pero la alternativa
china es la que más se apega a sus posibilidades como gobernante
y, sin duda alguna, garantizaría lo que más necesita
el pueblo cubano ahora mismo: desayuno, almuerzo, comida y una
falsa sensación de libertad.
Los
modelos chileno y nicaragüense de pactar con las fuerzas
democráticas para permitir elecciones libres y multipartidistas,
siempre que la cúpula dictatorial no fuese víctima
de las nuevas leyes de la sociedad civil, sería lo más
progresista dentro de lo reaccionario. Pero el general no correrá
ese riesgo. No sabe cómo manejar un modelo así,
no sabe cuánto va a vivir y no quiere verse en la situación
en que está el general Augusto Pinochet. Los colaboradores
históricos de los hermanos Castro piensan como ellos en
este punto, pero los más jóvenes, sobre todo los
que no han sido parte del aparato represivo, tal vez apoyarían
este modelo latinoamericano porque ellos podrían vivir
muchos años más y necesitan garantizar su participación
política en una Cuba democrática, como lo han hecho
Daniel Ortega y sus colaboradores en Nicaragua.
¿Cuál
alternativa tomará Raúl Castro? Los que lo conocen
apuestan por la preferencia del general hacia el modelo chino.
Y esto, claro está, es también malo para Cuba.
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