Por
Selman Vallejo
La
tercera edad en Cuba —suena tan hermoso. La vimos todos en la
película Buena Vista Social Club. Estos joviales y cariñosos
viejos señores que, en el medio de la pobreza tan pintoresca
de La Habana, tararean nostálgicamente las notas de sones
y boleros. Son los mimados del estudio EGREM, su gobierno los
promueve, viajan al extranjero, admiran los rascacielos de Manhattan
y son ovacionados por su actuación en el Carnegie Hall
de Nueva York.
Después de haber visto esta película, uno casi desea
ser una persona anciana en Cuba. Todo parece tan romántico,
tan tropical, tan macho y sin embargo tan tierno.
El que estropea el cuadro es Adolfo Fernández Sainz, un
traductor del Estado devenido periodista disidente, quien al estrenarse
la película, mientras los otros la reseñaban por
sus valores musicales, escribió en un despacho para Reporteros
sin Fronteras: "Cuando el guitarrista estadounidense Ry
Cooder se topó con estos ancianos totalmente olvidados
[...] sus vidas transcurrían en la miseria, pasando hambre,
limpiando zapatos, pidiendo limosna y ahogando en alcohol barato
sus nostalgias de mejores épocas."
¿Miseria? ¿Hambre? Ésas no
son palabras que el gobierno cubano usa cuando se vanagloria del
cuidado de los ancianos.
El régimen niega que la pobreza y el hambre existan en
Cuba y que aflijan a los ancianos. Dice la propaganda: "La
vejez en Cuba es digna y segura."
Pero
eso es mentira: La vejez en Cuba ni es digna ni segura.
"Trabajé toda mi vida en los muelles de la Habana
para ganar ahora una basura de retiro. Estoy obligado a vender
el café y los cigarros que me tocan por la libreta de racionamiento
para poder comer. Los policías nos acosan constantemente,
pero no pueden con nosotros, la necesidad es mucha
y el hambre es mala consejera", le dijo un hombre de 72 años
de edad al periodista independiente Julio César Gálvez.
En el 2001, Jorge Olivera, quien una vez trabajara en los medios
de prensa del Estado, después de mirar un programa de televisión
alabando el cuidado de los ancianos, comparó este cuadro
idílico con la realidad diaria: "...y observar
al siguiente día al ejército de viejos desamparados
que tienen que vender sus exiguas cuotas alimenticias para poder
sobrevivir."
José Izquierdo, otro periodista independiente, escribió
en 2003: "Internados en el hogar de ancianos 'Mario Muñoz
Monroy', ubicado en el municipio Güines de provincia La Habana,
denuncian los maltratos que les infligen en esa instalación..."
Pero ¿por qué se quedan? Izquierdo explicó:
"por lo general no van a sus hogares debido a que las pensiones
que cobran no les permiten costear sus gastos básicos."
Es cierto: los salarios en Cuba son tan bajos que hacen matemáticamente
imposible adquirir suficientes productos para alimentarse. Son
el equivalente de ocho dólares al mes, costando una botella
de aceite o un litro de leche dos dólares cada uno y disponibles
solamente en las tiendas que venden en dólares.
Para poder sobrevivir los ancianos tienen que arreglárselas
solos y como puedan. Vendiendo lo poquito que tienen. Muchos ya
tienen dentaduras postizas, lo que resulta una bendición
porque así venden su cuota de pasta de dientes.
Y si padecen de
hipertensión pueden revender la de café también.
La gran mayoría de los ancianos en Cuba no
tiene ayuda de familiares en el exterior y si no pueden contar
con la Iglesia —cuya obra caritativa está constantemente
trabada por el Estado— se quedan sin alternativa, dado que el
Estado es también incapaz de proveerla.
Víctor Rolando Arroyo, un activista de la oposición
de Pinar del Río, habló de este fenómeno
hace dos años: "se evidencia la hostilidad del régimen
hacia algunas instituciones religiosas que intentan facilitar
alimentos, reparar viviendas o prestar algunos otros servicios
básicos al creciente y necesitado segmento social de los
ancianos pinareños." Edel José García,
un periodista de la agencia independiente Centro Norte Press,
describe las condiciones en un asilo de ancianos en Villa Clara:
"los baños permanecen sucios y la pestilencia contamina
el ambiente, la ropa de cama no se lava debidamente y cucarachas,
ratones, moscas y mosquitos pueden observarse en el lugar lo mismo
en horas diurnas que nocturnas".
Normando Hernández habló con algunos internados
de un asilo en el poblado Céspedes, provincia de Camagüey:
"Me estoy muriendo de hambre. Esto está muy malo.
Ni siquiera hay un poco de azúcar para tomársela
con agua", declaró un anciano de 89 años. "Los
viejitos asilados se ven mugrientos, el hogar huele a orines y
heces fecales en todas partes" dijo a Normando otro residente
de esta institución.
Si esta es la situación real, ¿por qué la
opinión pública mundial considera que Cuba es un
brillante ejemplo del cuidado de sus ancianos? ¿Por qué
este cuadro sombrío es tan desconocido?
La respuesta es simple. Fidel Castro no quiere que esto se conozca,
por eso mandó a detener a los periodistas antes mencionados
y los echó en la cárcel después de juicios
sumarios que nada tienen que ver con la justicia: Adolfo y Julio
César por quince años cada uno, Jorge y José
por dieciocho años, Víctor Rolando por veintiséis
años (es periodista y activista, por eso en la torcida
mente de las autoridades cubanas se merece mayor castigo), Edel
por quince años y Normando por veinticinco años.
Pero otros que permanecen libres (bueno, relativamente libres)
continúan escribiendo y preparando documentación
fotográfica sobre la situación de los ancianos en
Cuba. Entre los valientes autores de las crónicas están
Adela Soto Álvarez y el fotógrafo Luís Alberto
Pacheco Mendoza, ambos de Pinar del Río. Luís Alberto,
quien tomó esta fotografía, explicó por qué
quería que su nombre sea publicado: "Alguien tiene
que hacerlo, alguien tiene que sacar estos abusos a la luz. No
soy un héroe, no me gusta el peligro y no quiero ir a prisión,
pero lo estoy haciendo por mi familia, por mi hijita y por mi
país." Y agregó: "Lo que sucede en esos
lugares es homicidio a largo plazo. De estos oscuros rincones
de la vida en Cuba nadie sabe, ni siquiera la mayoría de
los cubanos. Y lo que ustedes ven es sólo una parte; lástima
que las fotografías no puedan traer los sonidos y especialmente
los olores."
Su colega Adela describió las condiciones en la institución
de la foto del encabezado:
"El panorama del asilo de ancianos de Pinar del Río
no solamente presenta dificultades constructivas, de mobiliario
y hacinamiento, entre otros descalabros dentro de las violaciones
sanitarias y humanas. En él se destacan, entre los mugres
llamados sábanas, la fetidez que provocan las orinas y
las heces fecales que permanecen en los pisos, paredes y camas,
al libre albedrío de los infelices ancianos seniles. Los
encamados
permanecen sobre pedazos de nylon, sin otra tela que les resguarde
en cuerpo, lo que agudiza las afecciones dermatológicas
y las escaras en glúteos y caderas."
En el hagiográfico filme Comandante, Oliver Stone muestra
a Fidel Castro sometiéndose de manera "espontánea"
a un electrocardiograma y diciendo "casualmente" que
puede vivir cien años. Esta es una mala noticia para la
mayoría de los cubanos, quienes se dan cuenta de que los
tan esperados cambios en Cuba se producirán sólo
cuando el "hecho biológico" (la muerte de Castro)
finalmente ocurra, y mientras más demore mayor será
el sufrimiento que éste inflija a sus súbditos.
La mayoría de la gente de la isla desea que el "factor"
llegue pronto. Algunos, sin embargo, secretamente desean que Castro
viva una larga, muy larga vida, pero fuera del poder y fuera de
los privilegios —si es posible, en una de esas instituciones—,
para que sienta en su propio pellejo en qué se han convertido
"dignidad y seguridad" en Cuba bajo su dominio. -
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