Por
Bohemio
“Un
mundo mejor es posible” reza una de las tantas vallas propagandísticas
del régimen Socialista que no cesan de recordarnos que
hemos llegado a La Habana, Cuba.
Hizo
frío a la llegada a esta auténtica cápsula
del tiempo que unas veces me confundía, otras me angustiaba
pero las más, me emocionaba. El hotel “La habana libre”
nos esperaba, “que ironía” nos diría más
tarde Humberto Iglesias, homosexual estudiado en teatro y locución,
levantando su vaso de cerveza y sonriendo con ese cinismo maestro,
el más hermoso de todos los cinismos del mundo, mientras
departíamos en el bar “Arcada”, un lugar que los homosexuales
se lo han tomado “casi a la fuerza” según nos contaron.
La gente en La Habana parece tranquila o tal vez resignada, no
obstante se respira cierta apatía que bordea el hastío.
Intento comprenderlas -sin que me lo hayan pedido obviamente -
imaginándome como será crecer viendo el mismo color
de las casas, el mismo parque automotor, el mismo diario “gramma”,
un único nombre, una única verdad.
Ojalá
por lo menos que me lleve la muerte / para no verte tanto / para
no verte siempre / en todos los segundos / en todas las visiones
Ah
pero lo mejor es la música, boleritos por doquiera e interpretados
por gente profesional, bien vestida y con voces que solo se pueden
encontrar en la cuna del bolero. Medio motivo del viaje era ese.
Estar a las tres de la tarde en “La bodegita del medio” tomando
un mojito cubano y picando unos bocaditos mientras un grupo bolerista
recorría cada sector del sitio, es uno de los tantos momentos
memorables de mi estancia. Otro lo fue el de la noche en “Dos
Gardenias”. Seis artistas, que llevan el bolero en su sangre,
cantantes de temperamento y estilo único. Hasta cuando
fuimos a conocer el Hotel Nacional apareció el clásico
trio que te ofrece unas cuantas canciones a cambio de propina.
Cuando
se quiere de verás como te quiero yo a ti, es imposible
mi cielo tan separados vivir
La
bohemia y el sexo
A
dos palabras se reducen los atractivos turísticos en La
Habana: la bohemia y el sexo. Ambos los puedes respirar en las
calles. Como la primera tarde cuando luego de bebernos media botella
de Wiskhy salimos a recorrer los alrededores del hotel. No recuerdo
bien si se nos acercaron o fuimos nosotros , lo cierto es que
nos acompañaron en el camino para de inmediato arrinconarnos
debajo de un árbol, o algún portal oscuro para besarnos
con pasión.
Lo que pasó después puede parecer denigrante pero
como experiencia distinta en un país exótico, casi
todo vale. Salimos ilesos , es lo que importa y por suerte un
ángel de nombre Isidro nos guío de regreso al hotel.
Un inexacto recuerdo tengo de las horas detrás del malecón.
En un momento tuve una guitarra en mis manos y entonè lo
poco que me acordaba en ese momento. Cuando nos acostamos a las
cinco de la mañana en el hotel, recien sentì todo
el cansancio del viaje e intentè asimilar nuestro callejero
estreno en la madrugada habanera.
El
mundo Gay
Sin
lugares oficiales, el ambiente existe: es toda la calle, principamente
la Rampa, desde la esquina del cine Yara hacia el malecón.
Aquí es difícil por no decir imposible distinguir
los límites que separan al gay común y al cachero
o como dicen allá: al maricón y al bugarrón.
Los bugarrones no solo ofrecen genitalidad: te besan, te acompañan,
te hacen de guía, organizan tu estadía, te secuestran
para ellos y a veces hasta te arman una historia de amor.
EL movimiento alrededor del cine Yara, frente al hotel La Habana
Libre es constante pero el sábado en la noche llega a su
clímax con cientos de chicos deambulando a la espera de
que los lleven a “la fiesta”. Los taxis también esperan
clientes y se escucha constantemente: “taxi para la fiesta, taxi
para la fiesta”. Hay dos policias en cada cuadra y saben de lo
que es la movida pero no molestan mayormente a menos que detecten
a un cubano de provincia. El sábado en la tarde mientras
caminábamos alrededor del cine vimos que detuvieron y se
llevaron a un muchacho de provincia que no tenía justificación
para estar en la capital. Minutos antes le habían pedido
documentación a un muchacho que elegantemente vestido permanecía
sentado unos cuantos metros de nosotros. Cuando se fue la policía
le preguntamos porque no se lo llevaron a él y nos explicó
que siempre y cuando sean de La Habana pueden estar ahí.
Era guapo el muchacho, bastante varonil que daba gusto.
La noche del Jueves nos llevaron donde “Rogelio Conde”, un barcito
donde entre otras cosas presentan shows de travestis, la presentadora,
una travesti gordita y divertida comparte constantemente con el
público e improvisa frases que provocan la risa general
como aquella que “no mi amor, las putas no mueren, a las putas
nos matan”. Las divas doblan canciones en español,de cantantes
temperamentales que se prestan para el asunto. La más histriónica
se dio el lujo de dejar boquiabierta a los asistentes al doblar
la canción “muera el amor” de rocío Jurado sin peluca
y sin zapatos, haciendo todo el show con los ojos y las manos.
Volviendo a lo de “la fiesta”, que se realiza de jueves a sábado
en distinto lugar, ese sábado nos tocó un lugar
insólito. Aunque fuimos con un amigo cubano de confianza,
nos preguntamos en el camino donde diablo nos llevan. Un sitio
al aire libre en la carretera, en un terreno adyacente a alguna
Universidad con pensionado, junto a la vegetación, rodeado
por dos paredes hechas con tablas maltrechas, la tierra y el cascajo
era el piso , un reflector amarillo y para de contar. Pero la
gente parecía indiferente a las carencias del lugar. La
costumbre de la carencia, toda una forma quizá inteligente
de vivir. A nadie oí quejarse, pensé en mi tierra
y lo que dirían algunos con un lugar así, no cesarían
de quejarse. Baño no había, uno debía ir
cerca de las plantaciones sin problema . Ni los europeos que habían
parecían inconformes, a lo mejor estaban felices de estar
en semejante exótica fiesta. Una hora y media fue suficiente
La
casa de amor y la amistad
Domingo,
Dos de la tarde. Llegamos en un “coco-taxi”, pequeñas motonetas
en forma de coco donde caben solo dos personas y el chofer que
conduce a la intemperie. Las casas en el barrio El Vedado son
como aquellas guapas señoras cincuentonas que no es necesario
que se maquillen para mostrar su belleza y elegancia. Balcones
con enormes balaustres, puertas altas, paredes que aun carentes
de una mano fresca de pintura exhiben orgullosas sus evidentes
grietas. “Bienvenidos a esta casa llena de amor y amistad” dijo
la maestra de canto de Felix quien hace treinta o más años
fue una institución del canto lírico en la isla.
Estoy seguro que nadie que no los conociera pudiera adivinar quien
es el dueño de la casa. Felix, el cantante es el dueño,
las dos mujeres son vecinas y las dos maestras están de
visita. El sol cae tenue sobre el patiecito rodeado de plantas,
la música es la vida de toda esta gente, cada inflexión,
cada nota y cada armonía se la viven con devoción.
Setenta y siete años ha atravesado “la Menéndez”
como la conocen a la maestra quien dice que el único secreto
es “la alegría de vivir”. Penas ha tenido pero las esconde,
solo deja escapar una nostalgia: “alegría de vivir aun
cuando hace veinticinco años me arrancaron la vida pero
pude seguir”. No sé si vive la música o la música
la vive a ella, “escucha eso, que cosa más rica” y cierra
los ojos mientras Félix, su alumno consentido canta. Me
habla de las virtudes del color de mi voz que apenas es un eco
de lo que fue alguna vez mientras libro batallas con una desafinada
y casi virgen guitarra y es Elena, la simpática señora
de la sonrisa amorosa que vive en el departamento de arriba quien
se conmueve con la letra de los pasillos al recordar a su hija
que se le fue del país.
Los buenos momentos hay que buscarlos porque los malos vienen
por sí solos, había leído hace poco y momentos
como ese han sido difíciles de describir porque tienen
que ver con la única sucedánea de mi felicidad posible:
la música.
EL viernes en la noche aún con mi malestar gripal, estuvimos
en el templo mundial del bolero, un sitio donde yo no podía
morir sin antes conocerlo: “Dos gardenias”. Venir desde lejos
a entonar un par de canciones en la casa de la amistad y el amor
y a disfrutar ocho horas de compartir con gente sencillísima
pero llena de arte y de luz, cosa harto difícil y extraña
de encontrar en mi entorno local, está más allá
de cualquier metáfora. Por eso, cuando me aparté
un momento y me quedé a solas en la sala, una dicha inconmensurable
me embargó, el corazón se me iba a la infectada
garganta y a los tiempos, de pura alegría, me dieron ganas
de llorar.
Edanis
“Es
una làstima que te me vayas” me decía Edanis tratando
de quebrar mi inexpugnable indiferencia mientras registraba mi
salida del hotel. Cuando el viejo pero bien conservado Mercedes
Benz iniciaba su marcha desde la puerta del hotel “La habana libre”
hacia el aeropuerto José Martì, Edanis lanzó
por ultima vez su lánguida mirada y al mismo tiempo y con
cierta dificultad un beso volado. Tenía sus manos ocupadas
con la funda que le dejé. Parecía feliz y lo último
que le alcance a escuchar es “esta noche me voy a emborrachar”
mientras señalaba la media botella de Wiskhy que me había
sobrado.
Nos
habíamos conocido la noche del sábado. Caminábamos
rumbo al hotel cuando a mi amigo lo llamaron desde un Balcón.
Era Isidro el carismático que bajò raudo a abrirnos
la puerta y nos hizo subir. Estaba con él Edanis, junto
con un negrito de mirada inquisidora. Dijo que deseaba que yo
sea “su compromiso”, es decir su relación estable lo cual
me causo una sonora risa. Mientras esperábamos a que se
desocupe la habitación, Edanis me contó su afición
por el tarot que heredó de su madre. No le presté
mucha atención al asunto hasta que el negrito que estaba
sentado casi a mis espaldas, irrumpió en la charla. Me
dijo cosas que eran ciertas dejandome con la boca abierta. A esa
altura ya estaba yo arropado con una toalla y con un termómetro
en la boca.
El domingo salí solo por primera vez a caminar. Era la
media noche y fui a despedirme del mar. Me senté en medio
de toda la gente que se reúne en el mustio y casi sórdido
malecón de La Habana. Una vez más envidié
esa libertad que gozan, beben ron, cantan o simplemente tal vez
sueñan algún día que esas aguas los lleven
a ese cercano y “mejor mundo posible”. Era la una de la mañana
cuando encontré a Edanis en el lobby del hotel. “Es en
serio lo que te dije” fue lo primero que le escuché y yo
no le entendía pero se refería a lo de ser “su compromiso”.
Fiel a mis durezas le dije que estaba delirando, que mañana
me iba y vi que sonrió, es parte de su teatro, de aquel
cinismo maravilloso. Quien sabe si es verdad que lo aprendieron
a hacer por necesidad más que por placer. La necesidad
es evidente, ellos viven con ella, la diversión y la novedad
la venimos a buscar nosotros y en medio está lo que me
respondió cuando casi groseramente le pregunte por el precio
ante su insistencia de ir a alquilar un cuarto para estar juntos:
“mira, tienes que ver que lo haces por ayudar a alguien con necesidades”.
Como fui determinante, se resignó a mi invitación
de tomar un café nada más. Devoró un plato
de spaghetti, yo bebí un vaso de leche caliente.
“Ahora es cuando voy a cenar eh” dijo al mismo tiempo que se le
caía la botella de ketchup en el plato debido a su desesperación
por comer. Hasta me propuso negocios: que le envíe un “gusano”,
es decir una maleta de jeans para compartir las ganancias, también
peticiones: “me puedes mandar cualquier cosa eh, menos dvd, vcd
o cualquier cosa de esas, están prohibidas por Fidel Castro
Ruz”, dijo levantando solemnemente el dedo índice manchado
con salsa de tomate. Fidel no quiere que la juventud vea películas
“no adecuadas”, acotó.
El día siguiente se apareció a las once en punto
de la mañana y parecía esconderse detrás
de un gran pilar. Le di una funda con cosas que nos habían
sobrado del viaje y no tuvo empacho en ver que había en
ella. Cuando ayudó al botones a subir nuestras maletas
le eché una mirada parecida a la compasión. “no
les queda otra, no les queda otra” me repetí a mi mismo
para no ser duro.
Eran los últimos momentos y mentalmente me despedí
del cine Yara y la testosterona que le rodea, de la habana vieja
de la soledad, de los árboles que parecen llorar el tiempo,
de la tenebrosa quietud de las noches, de la serenata improvisada
en el malecón, de la casita de amor y amistad con la maestra
Menéndez, de “Pura” la pianista peregrina, del asalto a
besos en una vereda cualquiera, del templo mundial del bolero
y principalmente de la tregua que el tiempo le da a uno cuando
pisa la vieja Habana para luego devolvernos a la brutal violencia
de las horas de nuestro mítico bienestar y de nuestra pìrrica
libertad.
Otra vez apareció en el paisaje la frase “Un mundo mejor
es posible”. Esta vez me atreví a hacerle una lectura irónica.
Yo de Fidel lo mandaría a quitar.
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