Por
Rafael Ernesto Avila Pérez
La
nación cubana tiene un fuerte componente religioso como
parte de su fundamento cultural. Catolicismo y cultos africanos
en la época colonial se mezclaron con denominaciones protestantes
a partir de fines del siglo XIX y principios del XX
Existía un denominador común: la tolerancia. A pesar
de algunos perjuicios los cubanos no eran censurados por sus ideas
religiosas, al contrario en la formación de las familias
y la sociedad en general primaba los valores morales y espirituales
del cristianismo.
Por eso la proclamación del ateísmo en 1961 unido
a una tenaz persecución de sacerdotes, pastores y laicos
conmocionaron a toda la sociedad. El régimen marxista instaurado
en 1959 utilizó todos sus recursos para eliminar el componente
religioso de nuestro pueblo. Se cerraron las iglesias y escuelas
que atendían las mismas, de forma paralela se encarcelaba
y se censuraba a quienes proclaman de forma abierta su militancia
como creyentes.
Es difícil calcular todo el daño que ha causado
a las nuevas generaciones la importación de filosofías
ateas que durante tres décadas primaron en los medios educativos
y de comunicación del país. Se trastocaron valores
que formaban la espina dorsal de nuestra nacionalidad, se exacerbó
la intolerancia y la tiranía intentó formar al “nuevo
hombre”, ciego y obediente a las órdenes de la nomenclatura
comunista.
Las iglesias y sus miembros sobrevivieron a duras penas, se les
cercenaron sus derechos y se les intentó presentar como
rezagos de un pasado ignorante y capitalista al que no se regresaría.
No fue hasta la caída del campo socialista y la destrucción
del mito de la revolución comunista mundial, que hubo un
resurgir de la fe en nuestro pueblo, ante el vacío de las
promesas del castro-comunismo el pueblo miró a Dios como
único refugio ante las calamidades que se avecinaban.
Incluso las autoridades comunistas tuvieron que ingeniárseles
para detener el éxodo de sus miembros, llegaron hasta cambiar
el carácter del estado de ateo a laico en un intento de
mostrar una nueva cara hacia los creyentes.
Las iglesias comenzaron a llenarse nuevamente y empezaron a introducirse
en la isla nuevos cultos evangélicos, por otro lado, los
creyentes de cultos afrocubanos comenzaron a utilizar sus símbolos
en las calles. También surgieron creencias inspiradas en
las enseñanzas de La Nueva Era o en antiguos credos como
el confucionismo y el budismo. A pesar de las limitaciones que
todavía imponen las autoridades nuevamente empezaron a
realizarse procesiones y se construyen templos por toda a isla.
Tanto tiempo de aislamiento y represión ha hecho que los
líderes cristianos y religiosos intenten mantenerse al
margen de los cambios políticos que urgentemente necesita
nuestra nación. Argumentan que la iglesia no tiene que
meterse en política, en los derechos humanos; y la situación
de los cientos de presos políticos y de conciencia no son
tratados de forma pública, salvo por los católicos
que han publicado documentos en los cuales instan al régimen
castrista a modificar el actual estatus de la nación mediante
el consenso y el diálogo con todos los actores de la sociedad
incluyendo a los miles de exiliados y a la oposición política.
Los cristianos no podemos olvidar que Dios nos ha hecho libres,
esta es una cualidad inalienable a toda persona y sin ella no
podemos realizarnos como personas. Por lo tanto la libertad no
es solamente un estado que se alcanza de forma espiritual, es
una condición necesaria para toda persona o grupo humano,
la que no debe confundirse con libertinaje sino con una tarea
encaminada a alcanzar la dignidad plena para cada ser humano.
Cristo trajo salvación a nuestras almas, pero también
nos mostró que cada creyente debe ser compasivo y solidario
con toda persona. En su Palabra nos insta a tomar parte activa
en la sociedad, a llevar esperanza y amor, pero esto sólo
es posible si nos involucramos de forma tal que podamos conformar
una sociedad inspirada en los valores de humanismo cristiano y
para esto debemos participar activamente en la vida política
de la nación.
Debemos aspirar a que las autoridades de la nación se conduzcan
por los principios cristianos, y para lograrlo debemos rescatar
el sentido de la política como un servicio público
que vele por los deberes y derechos del pueblo cubano.
El cristianismo y la política no son opuestos, lo ideal
sería que en la Cuba del mañana los guías
cristianos sean los líderes de la nación, la iglesia
debe abrir espacios al diálogo sobre las carencias de la
sociedad cubana, materiales y espirituales y buscar vías
para su solución.
Hoy existen movimientos cívicos y políticos que
se inspiran en la Declaración Universal de los Derechos
Humanos y en los principios de la democracia cristiana, los líderes
y el pueblo cubano deben prestarle todo su apoyo a estos activistas
prodemocráticos, pues reclaman también sus derechos.
En una sociedad con una severa crisis social y moral, es imprescindible
llevar la esperanza del evangelio y mostrar el amor de Dios con
nuestros ejemplos, organizados y participando activamente en la
política podremos brindar un nuevo destino a un pueblo
que clama por una esperanza, esperanza que sólo está
en la salvación que Dios nos ofrece.
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