Por
Juan Cruz
Acababa
de caer la democracia chilena y estaba en el poder ya Augusto
Pinochet; las expectativas de la izquierda aún tenían
sus complacencias en la revolución cubana, a pesar de que
había muchos signos de que el idilio entre los intelectuales
y Fidel Castro deshacía sus costuras. En ese momento, diciembre
de 1973, Jorge Edwards, diplomático chileno que había
recibido el encargo de Allende de ser quien abriera la embajada
de su país en La Habana, tras años de ruptura, se
decidió a escribir Persona non grata, sobre su ingrata
experiencia con el régimen que le recibió. El libro
fue publicado por Carlos Barral y recibido con una indiferencia
gélida que poco después rompieron Octavio Paz y
Mario Vargas Llosa, que llamó a Edwards, por este libro,
"el francotirador tranquilo". Pablo Neruda (su jefe
en París) le dijo que lo escribiera, "pero no lo publiques
todavía, no seas ingenuo". Lo publicó y ya
había muerto, entristecido, el gran poeta. En esta conversación,
el autor de El inútil de la familia y premio Cervantes
de Literatura, habla de su experiencia en Cuba.
Pregunta.
¿Fue usted un ingenuo?
Respuesta.
Me parece que sí, que había una dosis de ingenuidad
en mí cuando fui a Cuba.
P.
¿En qué consistía?
R.
Yo no conocía por dentro ese fenómeno que se llama
el socialismo real y que tiene estructuras que se repiten en todas
partes con diferentes matices.
P.
Escribió su libro presa del desencanto. ¿Cuándo
se produjo?
R.
Antes de ir, ésa es la verdad. Yo era en Chile director
de un grupo que se dedicaba a analizar las relaciones con todo
el bloque comunista, y eso me hizo vivir la invasión de
Checoslovaquia, en agosto de 1968. En los días de la invasión,
yo hablaba mucho con el embajador checo, que lloraba por lo que
estaba pasando. Y lo vi luego y me asombraba cómo defendía
la invasión. Fidel aprobó la invasión, y
yo me dije: "Pues vamos mal". Cuando me ofrecieron el
cargo de encargado de negocios en Cuba, a principios de 1970,
partí con un gusto un poco dubitativo.
P.
¿Había percibido usted en el 68 las circunstancias
que luego complicaron su propia estancia en Cuba?
R.
Sí. Yo era muy amigo del poeta Enrique Lihn. Me invitó
a su casa, a una fiesta, y cuando quise hacer algún comentario
me llevó a un lugar discreto. "Habla bajo". "¡Pero
si es una fiesta en tu casa!". "¡La policía
se mete en todo!". Las cosas que decían [el poeta]
Heberto Padilla y [el novelista, autor de Paradiso] José
Lezama Lima no eran tan dramáticas entonces, pero en 1970,
cuando yo llegué, el clima ya estaba creado. Se había
celebrado un congreso cultural, y algunos escritores lo habían
dicho en voz alta: "Tenemos miedo".
P.
Y ya estaba en marcha el caso Padilla. Usted dice en el libro
que Padilla no era muy prudente... ¿Piensa lo mismo hoy?
R.
Padilla era muy temperamental, tendía a ser escandaloso.
Fidel me dijo que Padilla tenía "ciertas ambiciones...".
Hablaba de ambiciones políticas. Padilla tenía ciertas
ideas políticas, pero en el fondo era un poeta suelto,
no formaba parte de ningún grupo. No era un disidente como
los que hay ahora. Era una persona deslenguada, imprudente, muy
divertido, y era un ser absolutamente solitario e inofensivo.
P.
¿Y fue usted un ingenuo al escribir el libro?
R.
No tanto. Yo creí que perdí en esos tres meses y
medio que estuve en Cuba mucho de la ingenuidad inicial; entendí
muchos de los mecanismos y comprendí cosas que me dijo
Neruda: cosas del movimiento comunista, en el que nunca milité,
aunque estuve cerca... Neruda, por ejemplo, me dijo: "Mira,
está muy bien estar en un hotel de Moscú, tomar
copas. ¡Pero no hables, es muy peligroso!".
P.
Nada más llegar se encontró usted con Castro.
R.
Sí, un hombre con mucho sentido del humor, de reacciones
muy rápidas, con mucho ingenio, mucha vivacidad. Pero me
dio la impresión de que tenía una visión
muy escéptica sobre el proceso chileno y sobre los chilenos.
Me dijo: "Si yo fuera ustedes, nacionalizaría el cobre,
pero el socialismo lo dejaría para después".
Y después me dijo, pensando que lo nuestro pudiera desembocar
en una contienda civil: "Si ustedes tienen problemas, pídanme
ayuda; nosotros seremos malos para producir, pero para pelear
sí que somos buenos".
P.
¿Cómo fue evolucionando su relación con Castro
durante esos tres meses?
R.
Comenzó con esa reunión que tuve con él después
de un discurso suyo. Fue una relación simpática,
divertida; al terminar le dijo a alguien que tenía al lado,
del servicio de protocolo: "Consíguele la mejor casa".
Pero las cosas se fueron complicando, con él o sin él.
Porque yo hablaba con gente de todos los lados. Y cuando llega
a La Habana el buque Esmeralda, de nuestra Armada, ya la relación
era bastante molesta.
P.
¿Qué pasó en el barco?
R.
Me llamaron para decir que Fidel quería ir a la recepción
que daba el capitán a las autoridades cubanas, y que para
ello tenían que inspeccionar el barco. El capitán
se negó; el barco es territorio chileno, él es la
máxima autoridad, que inspeccionen el muelle si quieren,
el muelle es cubano... Puede ir Fidel con su gente, pero no pueden
ir armados. Y Fidel acude con 10 tipos que llevan unos pistolones
impresionantes. Y entran. Cuando pasan por el guardarropa, un
marinero le pide a Fidel la gorra. "Su gorra, comandante",
y Fidel le entrega la gorra, y el chico le da un número.
Fidel nos mira, sonriente: "Me tocó el 83", y
nos muestra el número. La situación era muy tensa.
Luego, Fidel fue al camarote del capitán, y éste
impidió la entrada de la escolta de los pistolones.
P.
Y tuvo usted luego la última conversación con Castro,
la despedida...
R.
No fue una conversación, fue un reproche. Fidel me acusó
de haber sido hostil a la revolución. Yo le expliqué
mi postura: muchos en Chile piensan que la solución para
mi país es esto. Y yo creo que no: Chile tiene una tradición
política en la que no casa lo que sucede en Cuba. Eso no
le gustó nada. Y al final, cuando se cerraba la puerta,
yo le veía la cara aún, y entonces se levantó,
se acercó y me dijo: "¿Sabe lo que me ha sorprendido
de esta conversación?". "¿Qué cosa,
primer ministro?". "Su tranquilidad". Y cerró
la puerta.
P.
Él esperaba que usted estuviera asustado.
R.
Él esperaba que yo me cagara entero. Cuando le conté
eso a Luis Corvalán, el secretario general del Partido
Comunista chileno, me dijo: "Ésa es la flema chilena".
Y me contó historias de militantes comunistas que fueron
contratados como economistas en los comienzos de la revolución...
Tuvieron problemas con Fidel. Uno le dijo que su sistema agrícola
y su política ganadera eran malos; Fidel lo paseaba por
el campo, y aún así el economista seguía
en sus trece, y Castro lo echó de mala manera...
P.
¿En qué se basó para declararle persona non
grata?
R.
Es una metáfora, él nunca hizo esa declaración;
es cierto que en una reunión en Casa de las Américas
se evocó ese término, en mi contra... Lo que él
me reprochó fue que fuera amigo de los escritores disidentes
que según él eran enemigos suyos. Me acusaba de
haberme acercado a un foco de disidencia. Pero él mismo
dice: "Pero también a los otros". Porque yo,
en efecto, me reunía con Nicolás Guillén,
con Roberto Fernández Retamar...
P.
¿Qué decían los escritores?
R.
Hablaban de la megalomanía de Fidel. Cuando hablaban de
él, nunca decían su nombre. Se tocaban la barba.
En una fiesta, cuando ya me estoy despidiendo, en el cumpleaños
de Pablo Armando Fernández, Lezama se inclina a mi oído
y me dice: "¿Usted ya se ha dado cuenta de lo que
pasa aquí?". Le dije que sí. "¿Y
se da cuenta de que nos morimos de hambre?". El hambre de
Lezama era una cosa pantagruélica... Me dijo: "Es
de esperar que ustedes en Chile sean más prudentes".
P.
Muchos se han ido, otros han vuelto.
R.
Se fue César Leante, que era castrista cuando estaba allí...
Se murió Lezama Lima, se fue Padilla, y después
se murió. Yo creo que Padilla se fue muy quebrado por dentro,
era un tipo angustiado, bebía mucho; se quedó Pablo
Armando; se murió allí Pepe Rodríguez Feo,
se quedó Miguel Barnett..., se fue y volvió Lisandro
Otero, que era el oponente de Padilla. El ambiente entre lo que
podríamos llamar escritores oficiales y no oficiales era
pésimo, se trataban mal, se insultaban, no se querían
nada... Y el ambiente entre los disidentes era muy bueno, eran
muy amigos. Algunos cambiaron, y algunos de los que eran disidentes
se hicieron oficialistas, y se fueron y volvieron... Guillermo
Cabrera Infante, a quien yo quise mucho, se fue mucho antes; por
él y por muchos como él me alegré de haber
escrito este libro.
P.
Qué mundo aquél.
R.
Ahora bien, qué divertido también. Gente muy ingeniosa,
muy fina, con una cultura estética bien refinada.
P.
Así que también lo pasó bien.
R.
Mucho. Neruda me hizo conocer a Enrique Labrador Ruiz, un poeta
que no había firmado una carta en la que, en 1966, muchos
escritores cubanos lo habían repudiado por haber ido a
un congreso del Pen Club en Nueva York... A Labrador lo tenían
por reaccionario; nos reíamos mucho, siempre tenía
gente extraña en su casa. Un día llevé dos
botellas de whisky y nos las tomamos entre tres, y luego le llevé
tres, y también nos las acabamos entre tres...
P.
¿Cómo fue el último día?
R.
Muy tenso. Me habían llevado a pasear, con mis maletas;
me tenían que mostrar algo importante, y lo que en realidad
me mostraron fue un balneario absurdo lleno de caimanes, y me
hicieron navegar entre ellos. ¡Pensé si me querían
tirar a los caimanes! Después volvimos a La Habana a doscientos
kilómetros por hora... Yo había estado hablando
días antes con Heberto Padilla, y ya Heberto estaba preso,
y ese paseo entre los caimanes se produce con Heberto ya en la
cárcel. Cuando estoy en el hotel es cuando me llaman y
me llevan a un lugar donde hay un montón de soldados con
metralleta. Fidel me esperaba. Ahí se produce la conversación
final, la despedida.
P.
Neruda le dijo que no lo publicara. ¿Por qué lo
hizo?
R.
Creía que se iba a armar la gorda en Chile, pero pensé
que era bueno que se supieran estas cosas... Luego sucedió
lo que sucedió, cayó Allende. Yo quería que
el libro saliera con la Unidad Popular en el poder, y lo había
entregado en mayo de 1973 a Carlos Barral. Cuando salió
a finales de año, le añadí un prólogo,
que era un ataque a Pinochet. El libro iba a quedar censurado
por los dos lados. Un escritor tiene derecho a publicar sus libros.
P.
¿Con qué ánimo lo ve ahora?
R.
El pasado, la historia. En el libro hay tres países: Cuba,
Chile y España. España ha cambiado de manera espectacular.
Como Chile, Cuba no ha cambiado. Es la máquina del tiempo.
P.
¿Se escribiría hoy igual Persona non grata en ese
país que no cambia?
R.
Parecido, quizá. Lo escribí por solidaridad con
muchos que se quedaron, que se fueron, que han muerto. Calificar
de gusano a la mitad de la población sólo porque
no se esté de acuerdo contigo es muy duro; es una aberración
política, y eso es lo que sigo diciendo... Dicen que aún
es el libro más detestado por Fidel. ¡Treinta años
detestando un libro! El segundo es Los guerrilleros del poder,
de K. S. Karol. Todo según un periodista norteamericano.
P.
¿Fidel es para usted pasado?
R.
Para mí es pasado, y para él también. Pero
se aferrará al poder hasta que pueda.
P.
¿Qué tal se portó Allende?
R.
Se portó mal porque no quiso escucharme, y quería
sancionarme por haberme peleado con Fidel... Era un apasionado
de Fidel; no quería llegar a tanto como Fidel, pero quería
llevarse bien con él.
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