Por
Carlos Wotzkow
"War is an ugly thing, but not the ugliest of things; the
decayed and degraded state of moral and patriotic feeling which
thinks nothing worth a war, is worse. A man who has nothing which
he cares more about than he does about his personal safety is
a miserable creature who has no chance at being free, unless made
and kept so by the exertions of better men than himself."
John
Stuart Mill
Uno
de los problemas más palpables que enfrenta el cubano en
el ámbito informativo, es la falta de expertos y profesionales
que puedan dar una idea de la sociedad que actualmente habita
el archipiélago. Conocer la sociedad que se intenta
reformar es imperativo y hasta ahora, nadie se ha ocupado seriamente
del asunto. Los mal llamados ubanólogos, generalmente entrevistados
en la televisión y la radio del exilio, no son otra cosa
que individuos, la mayoría de las veces, magistralmente
desinformados. El espectáculo que dan es tan ridículo,
que diera risa si no fuera por lo delicado del asunto. En Cuba
por su parte, van Cardenales y fariseos (gobierno y disidentes)
a la par, todos implorando el perdón y confiando en la
civilidad ciudadana.
Por
un lado, tenemos a estos politólogos expertos en tomaduras
de pelo que salieron de Cuba hace tantos años que casi
podríamos considerarles como “extranjeros”. Son gente literalmente
culta, medida, demócrata y políticamente correcta,
pero que ignoran la involución moral que a afectado a nuestra
población durante los últimos 47 años de
totalitarismo marxista. Sin embargo, por mucho que le cuenten
los recién llegados, no vale como el haberla vivido en
carne propia y a nivel del pueblo. Por el otro, están los
quedaditos recién llegados, casi todos altos miembros de
la nomenclatura estalinista y que, por enviciamiento político,
creen que el pueblo es una masa de cobardes lobotomizados que
continuará obedeciendo órdenes, aún después
de la muerte de Castro.
Aquellos
que hemos vivido en Cuba durante los primeros 30 años de
la revolución, y en contacto continuo con el pueblo y sus
necesidades vitales, contamos con un antecedente nada despreciable
que los anteriores ni siquiera reconocen: crecimos en la doble
moral junto a los que allá todavía viven y, aunque
el sistema económico en el exilio nos la ha desactivado,
somos capaces de comprender a los que en Cuba se han quedado.
Si Iván Karamasov (de Dostoevsky) hubiera aprendido de
las atrocidades sociales cometidas por el régimen de Castro
en todo el mundo, jamás habría pensado en el ser
humano como un animal “artísticamente cruel”. Creo más
bien, que hubiese pensado en el sadismo de los cubanos para catalogar
las atrocidades de los turcos en Bulgaria.
De
acuerdo a una fuente de toda mi confianza dentro del MINSAP, un
11 % de los hombres jóvenes del país son los responsables
de casi un 89 % de los actos violentos reportados a la policía.
“Hombres jóvenes” son aquí, todos aquellos que tengan
entre 15 y 30 años de edad. Según esta misma fuente,
Cuba ha perdido más de 100’000 personas en homicidios (datos
no publicados) en los últimos 47 años. La causa
-me explica este psiquiatra- se debe a que la gente trataba de
sobrevivir a expensas incluso, de hacerle daño al vecino
más cercano. Más de un 80% de los jóvenes
cubanos (incluyendo ambos sexos) han fantaseado alguna vez con
matar a gente que ellos detestan. La lista es encabezada de manera
invariable por Fidel Castro y luego, por aquellos que les han
humillado en público, miembros los del CDR y las brigadas
de respuesta rápida, y al final por sus rivales amorosos.
La
trágica experiencia de Angola es uno de los ejemplos que
permiten explicar cómo la revolución inculcó
al pueblo que el genocidio humano es moralmente más tolerable
que un asesinato pasional. El boxeador Stevenson (héroe
deportivo de Castro, pero impotente en su intimidad después
de un errado tratamiento de hormonas) llegó a poner una
bomba debajo del carro del amante de su esposa sin que el gobierno
tomara represalias contra él. Personas intentando abandonar
Cuba en una embarcación robada fueron fusiladas sin piedad,
mientras que los sádicos de las campañas africanas
eran condecorados y elevados a la categoría de héroes.
Recordemos a los 3 negritos y a los felizmente defenestrados hermanos
de la Guardia.
Si
uno crece en un país en el que los nuevos vecinos son impuestos
por el gobierno en el vecindario, ninguno nos resultará
atractivo y mucho menos simpático. Si uno va a una escuela
donde el maestro es manipulador y autoritario, uno se desarrollará
como un estudiante chulo y oportunista. Y si usted crece y cuenta
con la evidencia de que robar es la única manera de sobrevivir,
usted terminará siendo un ladrón elogiado por su
propia familia. Y si usted rechaza el sometimiento, cada vez le
resultará más difícil y peligroso continuar
en libertad. En fin, si usted llega a darse cuenta de la porquería
en la que vive, cada día estará más decidido
a no producir en beneficio de esa sociedad que le delata. Por
ende, el cubano no ha desarrollado ningún nivel de ética
y su generosidad dista mucho de ser un regalo de moralidad adquirida.
Sobrevivir
es más importante que gozar y el cubano ha devenido un
experto en percatarse que una semana puede pasarse sin disfrutar
del sexo, más no sin un plato de comida. A la misma vez,
el autoengaño (practicado por un temor bien fundado durante
más de 4 décadas) es otra de las razones que ha
hecho que la moralidad sea cada día menos atractiva, o
haga ocasionalmente más daño que beneficio. Casi
50 años ha estado Castro echando a pelear a los cubanos
entre sí. ¿Cuántos hermanos como Caín
y Abel conoce usted? Yo conozco miles, más imagino que
los cubanólogos de Radio y TV Martí no. Y no sólo
sé de Caínes y Abeles, sino de Jacobos y Esaus,
de Oedipus y Laius, de Michaeles y Fredos, de Frasiers y Niles,
de Josephs y sus hermanos, de Lears y sus hermanas, o Hannahs
y sus hijas, todos cubanos.
Como
si se tratara de un catálogo humano de odio y drama es
posible mirar hoy al pueblo de Cuba sin temor a equivocarnos.
Y no sólo de odio nacional, sino de odio provincial, de
odio municipal, de odio comunal, de odio vecinal, y hasta de odio
familiar. A qué punto llegó el desdén y la
desidia, que aquellos fantoches que llamaban a Camagüey “república
camagüeyana” fueron los primeros en aceptar dividirla a cambio
de una parcela de poder y muchos de ellos aún están
en el Partido. ¿Y que me dicen de los de Oriente, o los
de la otrora inmensa y hoy menguada provincia de Las Villas? Lo
mismo ocurrió con nuestra familia y con nuestros mejores
amigos. Sin una verdadera posibilidad de considerarlos un tesoro
personal frente a las autoridades del dogma, nos quedamos hasta
sin la dicha de su compañía.
Si
sólo una perrita en Suiza fuese privada de sus cachorros
antes del tiempo que establece la ley helvética, una multa
insoportable para el salario caerá sobre el criador de
la maltratada criatura. Pero cuando cientos de miles de mujeres
son privadas en Cuba de los fetos que portan en sus úteros,
y cuando esto se hace por decreto estatal, en vez de multiplicar
en cientos de miles la indemnización a las víctimas,
los observadores lo consideran un “logro social”. Así es
que ha devenido “normal” y ha llegado a ser incluso defendido
el aborto en la Cuba de hoy. Peor, algunos abogan en la actualidad
por la libertad de una macabra doctora que si mal no recuerdo
fue en su día parte de aquella inhumana política.
Se llama Hilda Molina, pero en Argentina alguien la llama ahora
“abuelita” y el exilio se estremece de ternura.
Y
es el que el pueblo de Cuba lleva 47 años siendo maltratado
de esa manera y cuando usted se burla de un pueblo y lo humilla,
lo explota, o lo obliga a vivir en las condiciones más
miserables, puede que haya quién perdone, pero siempre
habrá alguno que no. Sólo la gente que no padece
las ofensas termina por evaporar su compasión, más
eso no quiere decir que logren evaporar el deseo de revancha popular.
En el exilio por el contrario, todos tenemos la fortuna de vivir
en una sociedad que más bien que mal funciona, y en la
que nadie quiere pasarse el derecho ajeno por los forros porque,
como en Suiza, la mayoría del pueblo vive armado y tratar
de cambiar las cosas por capricho social, pudiera llevar al reformista
a un feo atolladero.
Entonces,
¿qué pasa si de pronto el pueblo de Cuba se ve un
día sin Castro? ¿Seguirá la clase de oficiales
medios (entre Capitán y Teniente Coronel), las órdenes
de sus odiados Generales? ¿Se sumará el pueblo,
de manera puntual a posibles alzamientos locales en las casernas?
Y sí las cosas se van de las manos, ¿cuántos
arsenales hay en Cuba a la disposición del pueblo? ¿No
estaban ahí listos para garantizar “la guerra de todo el
pueblo”? Si se fijan, no he cuestionado sobre la tendencia a la
agresividad social, porque creo que se trata de una ciudadanía
cuya mitad está harta de las denuncias y los abusos que
le ha inflingido la otra mitad y los problemas de Cuba, no son
de testosterona (eso son sólo problemas de algunos cubanos
en Suecia), sino de discriminación, y extrema pobreza.
Yo
sé que los cubanólogos más autorizados sueñan
con una transición a la española, pero el pueblo
cubano no es un pueblo ignorante y por ello, lo doy por descartado.
Sé que los recién llegados sueñan con una
sumisión popular infinita, pero tampoco, porque no creo
que al cubano, llegado el momento, le resulte placentero que se
rían en su cara. El marxismo es un dogma definitivamente
agotado en Cuba y por tanto, descarto al 90% de su mal llamada
disidencia. El país próspero que una vez fue nuestra
patria lo adoptó y quebró, y la ambición
de sus líderes los hizo déspotas totalitarios y
asesinos en masa. ¿Va el pueblo a aceptar que liberales
del exilio se pongan en contubernio con los ex-comunistas reciclados?
Mi opinión es que no.
La
creencia de que la democracia es fácilmente entronizable
en Cuba es una utopía repetida hasta la saciedad por ambos
tipos de cubanólogos y “expertos”. La triste realidad es
que, a pesar de las “garantías” de que “sólo ellos
saben los métodos que nos puedan conducir a una democracia
sin violencia”, la realidad es que no tienen ni p… idea de lo
que están diciendo. Cuba está llena de armas y el
pueblo cubano sabe cómo usarlas. Con el odio que existe
en Cuba y con las armas que de pronto pueden caer en manos de
ese pueblo, no hace falta ni el empujoncito malintencionado de
una cizaña. Estoy seguro que comenzar a matar y empezar
a construir balsas será un ejemplo de sincronización
humana científicamente desconocido.
El
pueblo cubano lleva casi 5 décadas exhibiendo una agresividad
selectiva (censurada) nunca antes vista en nuestra historia republicana.
Negarlo, sería negar que en la Cuba comunista no hayan
existido actos de repudio, encarcelamientos arbitrarios, abuso
de poder a todos los niveles, robos a mano armada por parte de
la propia policía, violaciones repetidas y seducciones
miserables a mujeres de opositores políticos, crimines
de guerra fuera de nuestras fronteras, abusos estatales contra
los particulares, asesinatos de toda índole, interrupciones
de embarazo por intereses económicos, y desapariciones
por causas políticas. Los niños de las escuelas
cubanas no necesitan de ningún video-juego agresivo para
violar a sus profesoras, necesitan, como cualquier otro individuo
de aquella población, sólo una dosis más
de frustración.
En
un e-mail de intercambio con el hijo de Huber Matos yo le explicaba
que en Cuba es imposible predecir con certitud nada, pues una
encuesta es inviable. En cambio, si creo posible hacer alguna
predicción semi-estadística. Supongamos que yo quiera
predecir el nivel de agresividad del cubano y que para ello base
mi predicción en el grado de descontento y frustración
individual que experimenta su población actual. Entonces
veo que hay un 80% que fantasea alguna que otra vez con matar
a alguien, y un 11% que se ha encargado de cubrir el 90% de la
criminalidad nacional. ¿Qué queda? Un 9% de gente
que yo dividiré entre hombres (3.5%) y mujeres (5.5%) sin
potencial violento, pero la mayoría, son ya mayores de
edad.
Si
yo predigo que el cubano potencialmente agresivo habita en el
cuerpo de un 91% de una población capaz de apretar un gatillo
y trato de entrevistarles tantas veces como guste y de manera
aleatoria, lo más seguro es que me tropiece con un 91%
de casos que me den la razón. Entonces, estamos hablando
de un error del 9% en el nivel de credibilidad para cuando la
figura agresivo-paralizante de Castro haya desaparecido. Si a
esto agregamos que yo me crié 31 años en aquella
barbarie, y no que soy un oportunista tratando de convencer a
alguien para que de fondos económicos a mi cruzada política,
entonces no estaré muy lejos de la realidad. La pregunta
adecuada sin embargo no es la que yo he propuesto en el título,
porque no se trata de saber si habrá o no agresividad tras
la muerte de Castro, sino cómo haremos para detenerla.
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