Por
Luis Puente
¿Quién sepultó buena parte de las salas
del séptimo arte cubano? ¿Qué fueron
de los más de cien cines que había en La Habana?
Ningún
entretenimiento unió más al criollo en la
República que la llegada del cine. Fue en el hotel
Telégrafo donde sus creadores y hermanos Lumiére,
en 1898, exhibieron el primer celuloide. Lo cierto es que
el cubano aceptó con beneplácito ese ingenio
humano del esparcimiento justo cuando el cine avanzaba de
embajador cultural en lugarejos rincones del planeta.
En
La Habana, particularmente, centro económico y núcleo
de las distracciones tuvo antes del 59 unos 135 cines para
un aproximado de 400 salas a lo largo de la isla.
Ni
siquiera la presencia de siete canales de televisión
logró hacerle sombra a la vertiginosa competencia
del cinemascope con su amplia pantalla. Era por lo barato,
el confort y opciones lo que complacía al exigente
cinéfilo. Filmes de terror, ficción, amor...
guerra o policíacos se proyectaban simultáneos.
La variedad de géneros llenaba, día por día,
los asientos de los grandes circuitos habaneros.
Pero
vendría luego la revolución, o más
bien, la paradoja. Llega con reformas y contrarreformas;
la primera intervenir los cines de dueños capitalistas
para pasar a manos del gobierno de barbudos.
El
Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos
(ICAIC) se convierte en el propietario estatal de los cines,
autocines y salas de exhibición. A buena hora, se
desmantela la más costosa ilusión.
De
hecho se prohiben filmes norteamericanos. El aparato censor
entierra y bien hondo, los matices que nos dejó el
"salvaje" capitalismo. En su lugar se programan
películas, rusas, algunas checas y españolas,
una cada tres días. Se había liquidado el
viejo sistema de dos filmes diarios so pretexto de "aburrir".
La falta de películas determina un cierre esporádico
e intermitente de sus salas.
Una
reiteración de filmes socialistas durante dos decenios
aburren al espectador. A veces entran al país una
película taquillera. Recuerdo de mi niñez
me dejó la cinta española "La vida sigue
igual". Más tarde "El fantasma sin cabeza"
y "El Zorro" de factura francesa llegan cuando
termina nuestra agobiada adolescencia.
Mientras
esto ocurre, en bóvedas empolvadas se encierran con
celo, kilómetros de cintas norteamericanas prohibidas.
Miles de copia, equipos de proyectores Century o Warner
desmantelados de los cines habaneros permanecieron abandonados
en almacenes. El de Corrales del Cerro, era el más
importante distribuidor del país. Las cintas eran
tantas como para ofrecer dos películas en dos tandas
al día Y abundante que podía satisfacer las
salas por una década sin repetirse.
Pero,
los tiempos cambian. El tenso entorno político y
la censura ceden al comprobarse que el cine es arte, no,
un arma ideológica. El hecho viene con la Comunidad
cubana del exilio en 1978, quien levanta el oscuro telón
que nos ocultó, y nos muestra un nuevo mundo avanzado
con películas que superaban los veinte millones de
dólares.
De
hecho comienzan a rodarse en las salas filmes europeos y
norteamericanas, pero controlados. El plato fuerte no deja
de ser las belicosas y aburridas cintas rusas.
Ya
para entonces, las copias del exterior como las almacenas
en bóvedas no tienen la calidad esperada. Las que
vienen para cien exhibiciones sólo dura diez. La
inapetencia del público se nota. Corren tiempos modernos
donde se sigue a la antigua. El bombardeo de viejas películas
traen un rechazo el espectador. El cine no tardaría
de convertirse en un habitáculo desértico
donde se exponen viejas y malas películas.
Así
llegaron los noventa, la difícil década económica.
Muchas salas cierran por falta de filmes lo que marca con
claridad la segunda decadencia al acceso del séptimo
arte. No obstante, la llegada del vídeo en casete
a los hogares hace más cómodo al espectador.
Ni
siquiera los filmes cubanos producidos no pasaban de uno
por año. Y a veces ni eso. Faltaba el recurso monetario
que movía tan costosa empresa.
El
sistema ideológico criollo anquilosado por cuatro
decenios no da esperanza de recuperación sólo
a largo plazo. El destino del cine se hacía tan oscura
como la noche sin luna. Entre tanto se hundía más
y más al pantano.
Por
décadas el cine carece de mantenimiento, los equipos
dejan tener asistencia técnica y las roturas se unirán
al deterioro de las salas. Por pedazo, de municipio en municipio
el cine se derrumba al largo abandono estatal.
Si
una tercera parte de los 135 cines habían desaparecido
al triunfo de la revolución otra tercera parte más
lo haría ahora.
Al
desaparecer el capitalismo, se esfuman, además, los
autocines. La novia del medio día, Vento y Tarará
pasaron a mejor vida. Queda entre la mala hierba la caseta
de proyecciones de Vento. Tarará, único sobreviviente
de los primeros furiosos años revolucionarios, quedó
sepultado en la maleza verde.
Hoy,
en la capital hay más cines cerrados (27) o destruidos
(19) que los que permanecen abiertos (15). Los municipios
Centro Habana, Habana Vieja y Cerro son los más afectados
por el cierre de estos. Excepto Cerro, los dos anteriores
se sitúan en los más destruidos. El Vedado
goza de poseer el mayor número de cines en función.
La
realidad actual del cinematógrafo habanero es la
siguiente. El cine Cuatro Caminos, es un placer. Infanta,
se incendió. Astral, convertido en teatro de la UJC.
Rialto, tienda de equipos de audio. El Jigüe, la Casa
de la Música, Majestic, un almacén. Rex y
Dúplex, hundidos en aguas albañales y peligroso
criadero de Aedes aegypti de La Habana.
El
cine Reina, sirve de teatro español. Capitolio, almacén
de construcción. El Campoamor, parqueo de bicicletas.
Regil, basurero primero, luego almacén automotor.
Cerro Garden, un taller de mecánica. Shanghai, parqueo
a un extremo, pescadería al otro. Fausto, un teatro.
Manzanares se derrumbaron sus techos... Hay muchos más.
Mejor dejémoslo aquí.
En
los años sesenta, prestigiosas compañías
norteamericanas establecidas abandonan la isla. Columbia,
Warner Bros, Metro Golden Mayer, Twuenty Century Fox y otras
—en total nueve—, regresan a sus destinos. Cuba perdía
el primer socio comercial; el emporio que por medio siglo
animó a millones de cubanos con cintas de todo el
mundo. El que veló y garantizó la técnica
del cine con absoluta formalidad y disciplina. Creó
talleres, escuelas, adiestró a decenas de técnicos
se despedía de la revolución optimista y triunfadora.
Lo
que pudieron irse con aquellas compañías tuvieron
sus razones. Los que se quedaron, vieron romper la butaca,
ver caer el muro, derrumbarse un techo, quebrase el cine.
La culpa tiene nombres y apellidos y no siempre se asoman
a la palestra.
Pobre
Juan, uno de aquellos técnicos que se quedó
adentro. Arrastrado por la argucia de la demagogia trató
de salvar lo insalvable.
Un
día eterno, perdió la razón. La vida
también.
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