Por
Marifeli Pérez Stable
"Todos
debemos retirarnos relativamente jóvenes", dijera
Fidel Castro al periodista Lee Lockwood en 1965. A Cuba le ha
costado muy caro la incapacidad del Comandante de regirse por
lo que afirmaba entonces, pero también a su legado. La
Historia probablemente no lo absolverá.
El
traspaso temporal de sus responsabilidades pone de manifiesto
que Fidel seguía metido en todo. Raúl Castro y ocho
individuos más ahora desempeñan sus labores en el
Partido, las Fuerzas Armadas, el Estado, la salud, la educación
y las finanzas. Asimismo, en la proclama de relevo salta a la
vista la ausencia de la economía. A Fidel siempre le han
importado más las batallas contra el imperialismo que los
cubanos de a pie y sus aspiraciones mundanas.
La
era de Fidel se está apagando. Sin él, a los cubanos
se nos presenta la oportunidad de suplir a nuestra política
de un amplio y fuerte centro donde normalmente se dialoga y se
llegan a acuerdos. La polarización es perversamente fácil
de mantener: no exige que nos veamos abocados a tomar decisiones
difíciles. Para convivir en paz, hay que abandonar las
barricadas.
Sólo
la democracia podrá abarcar y encauzar la diversidad y
el pluralismo entre nosotros. Sin embargo, si el traspaso se tornara
permanente, Raúl y los sucesores podrían emprender
reformas económicas que disminuyan las tensiones materiales
de la vida cotidiana. Sólo así lograrían
un respiro para estabilizarse y le devolverían al país
una cierta normalidad. Aunque no sería un Estado de derecho
pleno, le reconocería a los cubanos derechos económicos
nada despreciables.
La
escasez no es, por supuesto, el único mal que atormenta
a Cuba. Fidel se ha aferrado al poder sin tregua y, por tanto,
su forma de hacer política nada entiende de diálogo
ni de escuchar ni de ceder. Su círculo político
más íntimo se ha formado a la sombra omnímoda
de la prepotencia y pronto quizás se encontrará
desvalido ante el escenario inédito de la sucesión.
Por el contrario, Raúl —si bien desde el polo opuesto a
la democracia— ha sido un hombre de instituciones. El Ejército
cubano es obra suya. En los últimos meses, ha producido
cambios importantes en el Partido Comunista al cual declaró
el verdadero sucesor de Fidel
Estados
Unidos y Cuba llevan enfrentados hace casi medio siglo. Una Cuba
sin Fidel le ofrecería posibilidades a ambos para ir rompiendo
el círculo vicioso. Hace poco, la administración
Bush presentó su segundo informe sobre la transición
en Cuba. Si bien mejorado de tono, aún manifiesta una necesidad
compulsiva de pronunciarse sobre los más mínimos
detalles. Me eriza pensar que la administración responsable
de Irak pretenda asesorar a una Cuba democrática.
Los
sucesores también intentarían mantenerse en sus
trece. Ellos, sin embargo, se verían forzados a actuar
rápidamente en el frente económico y así
ensayarían el escenario que Fidel truncó a principios
de los 90 y que apostaba por una distensión con EE.UU.
Una Cuba que abrazara reformas económicas como las de China
y Vietnam sería apoyada por la UE, Canadá y Latinoamérica.
¿Se empecinaría Washington con negar la sucesión
si es un hecho establecido? Posiblemente, pero, a regañadientes,
tantearía otro camino y entonces Cuba tendría que
responder.
Hoy
prefiero no ahondar en los escenarios catastróficos que
Cuba podría enfrentar. Impedirlos requiere que todos —en
la isla, la diáspora, Washington y otras capitales— actuemos
con una fina inteligencia política que no ha abundando
hasta ahora. Nos compete a los cubanos y a nadie más desatar
los enredadísimos nudos de las últimas cinco décadas.
Sobre el Miami cubano recae la responsabilidad de convertirse
en una contundente fuerza disuasoria ante Washington. Aunque no
es lo que ha primado, quizás crezcamos ante la coyuntura
histórica que se aproxima. De ser así, aseguraríamos
nuestro lugar en el futuro de Cuba con peso propio y no ajeno.
Los
cubanos siempre nos hemos referido a Cuba en términos desmedidos
que no guardan proporción con lo que es nuestro país.
Nos queda asumir a Cuba en minúscula. La lograríamos
si nos serenáramos. Debemos prepararnos porque lo imprevisto
puede pasar y entonces tendremos que concertar alianzas inimaginables
hoy. Hay que dialogar y pactar lo posible sin nunca perder el
horizonte de una Cuba democrática. Ojalá que los
cubanos sepamos movilizar la sabiduría y la generosidad
necesarias para, al fin, reconciliarnos amparados por la libertad.
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