Antonio
Gumersindo Garay y García nació el 12 de abril de
1869, en Santiago de Cuba. En su casa, muy pobre, nunca faltó
sin embargo el encanto de la música. "En mi casa
siempre había una, dos y hasta tres guitarras, sin contar
las de mamá y papá". Incluso recuerda el trovador
que su madre lo dormía de niño cantándole
La Bayamesa, de Céspedes, Castillo y Fornaris. Años
después, en 1918, Sindo legaría a nuestra historia
musical su propia Mujer Bayamesa
En sus años de infancia, en pleno apogeo de la primera
guerra contra el coloniaje español, más de una vez
llevó importantes mensajes de los patriotas cubanos. Es
famosa la anécdota de que siendo un adolescente cruzó
varias veces la bahía de Santiago de Cuba, una de las más
amplias del país, con órdenes y documentos de los
laborantes cubanos contra España.
Un día se atrevió a tomar la guitarra de uno de
los habituales asistentes a las descargas troveras de su hogar
y comenzó a intentar imitar lo que veía hacer a
sus mayores. Un par de regaños y un par de intentos hasta
que un golpe en la puerta lo interrumpe. Era justamente el dueño
de la guitarra, nada más y nada menos que Pepe Sánchez,
quien enterado enseguida del "robo", quiso escuchar
los descubrimientos del niño. Aquellos mínimos acordes
despertaron su emoción y un abrazo selló la certeza
de que había nacido un artista. "¡Con lo grande
que fue Pepe Sánchez, y yo, un vejigo, pude tocar las fibras
de su sensibilidad! Él fue el único maestro que
tuve en mi vida (...) tiene que figurar como precursor de la trova
cubana". Los años han dado la razón a tal ubicación.
A los 16 años llegaría la primera guitarra, regalada
por su hermano. Con esa misma edad comenzaría a autoalfabetizarse
al no poder contestar una carta de amor de una muchacha. Las canciones
ya había aparecido; con solo 12 años, a orillas
del río Guaso nació la primera "sindada":
una cuarteta musicalizada
para recordar a una mujer. Sobre su vida vale decir que Sindo
aprendió toda suerte de acrobacias circenses y que más
de una vez se ganó el sustento con ese trabajo. Por otro
lado jamás aprendió una nota musical, sin embargo
sus obras han sido consideradas por prestigiosos como lecciones de armonía y composición y recibió y recibe
numerosos elogios por su increíble capacidad como creador.
En broma, el trovador decía que su nombre era muestra de
su ignorancia musical: Sin-Do, y que sin Do componía. Como
ha demostrado la historia realmente no le hizo mucha falta saber.
Una
vida tan larga como la que tuvo este hombre, 101 años a
pesar del ron y la fuma, deja gratas memorias. Sindo Garay conoció
a muchas importantes personalidades. De muy niño Guillermón
Moncada lo sentaba en sus
piernas para oírlo cantar junto a su hermana, muy niña
también. Y a lo largo de su vida conoció entre otros
al gran violinista Brindis de Salas, al tenor Caruso y tuvo la oportunidad de estrechar las manos de José
Martí.
De
sus muchas creaciones valdría dejar un par de apuntes en
algunas de ellas. La Bayamesa, título muy utilizado por
diversos autores cubanos en innumerables obras, es quizás
su canción más conocida. Cuenta Sindo que luego
de una noche de serenata, al despertar en casa de un amigo, en
cuyo patio había un paredón aún ennegrecido
por el incendio de Bayamo, lo asaltó la inspiración
y allí mismo, en un simple papel cartucho anotó
los versos de su inmortal obra. Guitarra mediante llegaría
después la melodía. Paradójicamente, el estreno
de esta canción fue para la taquillera y el pianista del
cine- teatro Bayamo, únicos asistentes esa noche.
En julio de 1968, exactamente el día 17, moría a
la edad de 101 años el más grande trovador de esta
tierra de juglares. El festival de la trova de
ese año se le dedicó a su memoria y su Bayamesa
resonó en repetidas ocasiones en las voces de muy diversos
trovadores. En su impresionantes funeral y se encendieron tabacos
y cigarros porque así lo había pedido Sindo.
Nada hay como alimentar la memoria de aquellos que dejaron bien
hecha la obra de la vida. No son necesarios los homenajes y calendarios
para dejar salir a flote el respeto y recordar a quienes sembraron
de sí nuestra historia y cultura. Sindo Garay debe andar
ron en mano y canción en ristre paseando serenatas en cualquier
lugar de los tiempos. Gracias a su obra tenemos un escalón
más desde el cual seguir inventando melodías, una
luz que no deja de arder en muchos ojos. Y desde entonces, cada
vez que suena una guitarra con poesía entre sus cuerdas,
alguna pícara sonrisa de trovador se enciende tras del
aire y se da un trago a la salud de la trova.
|