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| El Veraz. | San Juan, Puerto Rico |
La Marga: Una Isla en su Pintura

Por Carlos Wotzkow

“Car Je suis obligée à m'exposer dans le bars… Car je ne vends pas cher aux clients réguliers, car je fais la pute avec le galeristes, car je dois me mêler aux putes pour être un artiste contemporaine, car je dois avoir la langue de pute pour être dans la Biennal… Ufffff je fais la pute ce soir comme je le ferais demain car je suis la pute de l'art ! Profitez de mon bordel”

Las artes plásticas en Cuba están en problemas. Al menos para los artistas que en Cuba viven y quieren vivir de su arte. La posibilidad de mantener niveles de cultura elevados en un antro totalitario se hace un problema palpable. Un estado donde los libros, la música culta, o popular, las exposiciones de pintura, y los triunfos artísticos de una supuesta “vanguardia” cultural ignoran la diversidad y el impacto cultural de su exilio, es, cuando menos, un país en donde las artes agonizan.

¿Cómo se puede hablar seriamente de cultura en una isla que no reconoce la virtuosidad de sus músicos, pintores y artistas exiliados? ¿Cómo se puede ser culto en un país donde un poema se escribe para intentar llevar un plato (o una botella de alcohol) a la mesa? ¿Cómo se logra un estilo propio en Cuba, si la ejecución de las artes no obedece más que a satisfacer reglas ideológicas? (Cuba, Monde Cubain) ¿Cómo se puede hablar de vanguardia allí donde la valoración del observador queda excluida del trabajo artístico.

Una mujer y una isla, un poema y una isla, o una isla y un poema hecho pintura

La espuma, el verde de los árboles
y su miedo, su hambre en el vientre.
Rudos días donde entra
al paisaje,
al vértigo
de isla perdida entre las olas.

Mi terrible hija
mi mujer abandonada,
mi isla de insomnios, despeinada
zozobra entre bestias
que horadan su vientre
en la inerte laguna.

En el ojo negro de la tempestad
la palma real roza
la nube asustada, huérfana,
que viene de lejos,
buscando protección.

Recientemente he tenido el privilegio de toparme con una poetiza cubana que se cansó de escribir poemas y se dedicó a pintarlos. Y sí, soy un afortunado de conocer a esta Chagall cubana (Pájaros que no conocerán la primavera, L'ânge de la mort) con importantes excepciones, como lo constituye el dolor de su pintura en el exilio y el trabajo artístico que plasma sus experiencias en un mundo impuesto (Esta herida del destierro, Cartas a Yovani Bauta). Hasta la fecha, aparte de la fotografía y las técnicas mixtas de mi amigo Gori (Miami), no me había topado con otro artista que lograra atarme a un mundo hipotético tan diferente al de mi imaginación.

Entonces me tropecé con la pintura de Margarita García Alonso, una artista madura en la poesía y que en mi modesta opinión ganaría cualquier premio gracias a su neo-figuración sensual del micro mundo humano. Mi primera impresión al ver la gran versatilidad de su obra fue sentir el juego magnífico que sólo ella logra con sus colores primarios. No puedo recordar cuando sentí por primera vez esa sed saturada de colores dentro de una obra monumental y a la vez minimalista que, conectada de alguna manera a mis sentidos, estimularan tanta pasión.

Cuando choqué con sus trabajos “Dibujito” y “Monde Cubain”, no creo recordar que alguien haya podido plasmar (y decir) a Cuba mejor. Margarita es parte del drama cubano estructurado en atmósferas y que para algunos allá, en Francia, puede resultar onírico. Para mí, su pintura es realidad factual, es como si nos dijera que los principios generales del gusto humano no pueden ser uniformes. No, su héroe no es el mismo que complace a isleños y a desterrados. ¡Y no!, no son esas mujeres de nuestra artista exiliada las mismas que complacen a los creadores de la isla. Aquellos más bien, las crean para procrear.

Con Lamarga me he percatado, una vez más, de lo bien que viaja la buena cultura cubana fuera de nuestra tierra. Paquito d'Rivera es tan amado en Berna como lo es en Nueva York y la pintura de esta cubana en Normandía, fascina lo mismo en la Gran Manzana como lo hace en tierras helvéticas. Sus desnudos (Mi tiempo, Sirene, Viaje, Exilio 4, Ma vie sexuelle) aparecen como entidades extrañas al ojo lúdico cubano hasta que, de repente, pensamos en ellos con el pulso y la aceleración rítmica de un Lecuona interpretado por Bebo Valdés. Y sí, repetición, variación y sorpresas nos dispensa, hasta que la modulación nos deja ver la divina melodía en forma de siluetas y dibujos… ¿infantiles?

Si el gusto artístico es arbitrario a cualquier intelectual ello se debe quizás, a que posee una voracidad ecléctica y… quién puede mostrárnoslo mejor que la obra de Lamarga. Sus cuadros se apropian de los mensajes de la poesía y qué cultura, por lejana que esta sea, no ama los poemas. Un ejemplo de ese eclecticismo lo notamos en sus óleos “Sensualidad” y “Humanite”, que se me antojan como una de las vertientes culturales cubanas más reconocidas: una mezcla de melodía folclórica y clásica fragilidad que, a pesar de estar limitadas en un territorio silente, parecen poseer un ritmo incorporado.

Fue Heisenberg quien nos enseñó que la posición y el momento de un objeto son inherentemente inciertos porque ambos están sujetos al acto de la observación. Y la pintura de Lamarga es un arte extraño y perturbador (Pequeños formatos e historias de exilio 1, La plus vieille machine du monde, La fureur de vivre), porque está hecho para recordarle al observador que ha sido concebido en un mundo extraño y en un lugar molesto: el exilio. El cuerpo femenino que Margarita García Alonso (Proceso de Creación, Voyage sans retour) nos propone es un lugar saturado de deseos encontrados: una red tejida por la tristeza el sexo y la necesidad humana.

Muy duros deben haber sido los primeros años del exilio en Francia cuando una poeta sale de un país con tendencia forzada de postmodernismo y descubre en la pintura otra característica en la naturaleza humana: el hambre por la libre expresión, especialmente, el hambre propia por una identidad propia, no colectiva. En mi opinión la psicología del arte está liada a la psicología de la autoestima y en la obra de Lamarga (con sus diseños complicados, virtuosos, y en ocasiones deslumbrantes), se observan épocas que semejan desesperadas bocanadas de aire tras largos periodos de asfixia psicológica.

Si lo que usted busca es la belleza publicitaria en el arte de Margarita García Alonso, visite mejor un Carrefour y cómprense un par de afiches baratos a su gusto. La belleza “tradicional” no ocupa espacios en el arte de esta cubana, porque su arte está afincado en la experiencia de la tristeza y el sufrimiento humanos (Santa Tierra [con la saya sucia de sangre]). Lo que yo aprecio en la pintura de Lamarga no son los cuerpos perfectos de sus modelos, sino la emoción que me produce mirar la buena poesía hecha a base de contrastes de color. ¿Hay acaso buena poesía que no sea triste, colorida, desesperada?

Margarita García Alonso es hoy libre del postmodernismo cubano (Instalación la puta esta noche en pintura), más no ajena a los obstáculos de su ambiente francés. La dureza y la soledad de su exilio en Francia la han moldeado como la verdadera artista que es hoy. La parodia cultural de Cuba ya ha quedado prohibida en un atelier aislado en otro país en donde la auto-parodia es también común. Francia es otro antro posmodernista y las enseñanzas morales y políticas del postmodernismo francés dejan un record nulo de valor artístico. El postmodernismo no implica progreso, sino una negación de la realidad objetiva y este ha sido el enemigo número uno del progreso artístico cubano.

La poesía y la pintura de Margarita García Alonso son a mi juicio expresiones obsesionadas con la verdad. Es como si la artista exiliada no transara con las utopías. Al menos, no de una manera complaciente y jamás, relajando su pulso ante los conflictos cubanos que tanto le atañen y afectan. Imposible que Lamarga borre de un pincelazo la perversidad que le rodea. Imposible verla perdiendo sus colores, cerrando más ojos que los de sus dos “Mujercitas” durmientes, o a sus anhelos mimetizados en el trasfondo de sus más impresionantes telas.

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