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| El Veraz. | San Juan, Puerto Rico |
Ella y El

Por Eugenio Hernández Espinosa

A través de la penumbra se observa el desorden de una sala de apartamento moderno: libros, periódicos, botellas de ron vacías, vasos. En el fondo, al centro, un butacón giratorio que semeja un trono, por lo ostensible y el espacio que ocupa. Sentado, desmadejado, más bien tirado, está Él; en una de sus manos que cuelgan sostiene una pistola. Da la impresión de haberse suicidado. Viste pijama. La escena la envuelve una enrarecida penumbra. De la grabadora de un equipo compacto se escucha una música de Handel. Concluye la música. Silencio. Un ronquido imperioso, violento, escapa de su garganta. A ése le suceden varios de la misma naturaleza. Suena incesantemente el timbre del teléfono. Él, sobresaltado, sale de su estado. Se incorpora. Con rapidez vertiginosa, como si temiera no llegar justo a tiempo, se precipita sobre el teléfono, como el náufrago a un madero.

ÉL. (Descuelga muy angustiado.) ¡Oigo! (Finge estar sereno, seguro de sí mismo.) ¡Oigo! (Violento, grita.) ¡NO! ¡Estás equivocado, cojones! (Cuelga violentamente el auricular.) ¡Maricón de mierda, no sabe dónde meter el dedo! (Sufre intensamente. La decepción lo arrastra a un estado de incontrolable angustia; con ambas manos empuña la pistola y apunta al teléfono; con la boca, pueril.) ¡Pum! ¡Pum! ¡Pum! (Abatido, guarda la pistola en un baúl. Se da un trago largo. Anda por toda la habitación como una fiera enjaulada que busca una salida para escapar. En una de sus vueltas imprecisas se detiene. Coge uno de los periódicos que están en el suelo: periódicos repetidos. Busca la noticia. Lee con la vista; con un rapto de cólera lo estruja hasta convertirlo en una pelota de papel; con furia los recoge todos y los estruja. Da un grito estentóreo.) ¡Me cago en mi puta vida, carajo! (Grita por toda la habitación, como desahogo psicoterapéutico.) ¡Carajo, Carajo, Carajo! (Histérico, se da golpes a diestra y siniestra.) ¡Carajo, carajo, carajito...! No carajo ni carajón... ¡Carajito!... (Se pone a hacer ejercicios violentos.) Voy a carajearte todo, maricón. (Le sobreviene el cansancio; se lleva las manos al corazón. Se desploma en el suelo y queda boca arriba, con las piernas y los brazos abiertos y la mirada clavada en el techo.)

Ella está sentada entre el público y se levanta ruidosamente: ruidosamente se abre paso entre los espectadores. Sube a proscenio. Toca el timbre de la puerta. Él se incorpora, cree que es el teléfono. Cuando se percata de que es la puerta, trata de recoger y arreglar la habitación.

ÉL. (Sin dejar de recoger.) ¡Va...! (Se arregla su desaliño, se aromatiza el aliento, y con un aparatico que apenas cabe en la mano abre la puerta.)

Ella aparece ante Él enigmática e implacable. Se observan en silencio.

ÉL. (Se desplaza corriendo por toda la escena, después corre violentamente en el mismo lugar; le sobreviene el cansancio. Jadea.) Hace casi media hora que estoy corriendo. Crea excelente estado de ánimo y acaba con los estrés. Por eso hago todos los días marchas rápidas y prolongadas. Me produce un agradable cansancio, buen humor y apetito saludable. Si después de la marcha el hombre se siente molido y excesivamente extenuado, tal vez se deba a que el esfuerzo no concuerde con sus posibilidades actuales o que durante el paseo se hayan apoderado de él pensamientos sombríos. Hoy me siento cansado. Tendré muchos pensamientos sombríos y por eso no segregué en la sangre endorfinas.
ELLA. ¿Endor qué?
ÉL. No se avergüence de una ignorancia que comparte con la mayoría de los ciudadanos de este país. Son hormonas especiales de acción tranquilizante, semejante a la de la morfina.
ELLA. ¡Que los narcotraficantes ni se enteren!...
ÉL. Como las produce el mismo organismo son absolutamente inocuas. (Pausa.) Tú que vienes de lo más profundo de la ciudad, ¿ha cambiado su fisonomía?
ELLA. Un poco cachicambeá, pero en las mismas.
ÉL. ¿Los transeúntes?...
ELLA. Conscientes de su deber cívico.
ÉL. ¿Sí...?
ELLA. ¿Lo duda?
ÉL. ¿Los comercios...?
ELLA. Variando las formas y tratando de adecuarse a los nuevos tiempos.
ÉL. ¿Los coches de alquiler...?
ELLA. Incapturables como siempre.
ÉL. El mal estado de ánimo de los pasajeros se transmite a los choferes y los choferes a los pasajeros y así... (Ensimismado en sus pensamientos.) Todavía hay nevascas, pero pronto comenzará el deshielo.
ELLA. ¿Qué deshielo...?
ÉL. ¿Cómo están los abedules?
ELLA. ¿Abedules...? ¡Ay, no sé... Yo soy... un poco despistada...! Creo que todavía no los han sembrado, pero a mí no me hagas caso, yo soy esquizofrénica y he perdido contacto con la realidad.
ÉL. ¿Qué día es hoy?
ELLA. 22 de junio.
ÉL. Un día como hoy, Alemania fascista invadió la URSS. ¿Sabes lo que dijo Truman, cuando era senador, sobre la guerra germano-soviética? Si vemos que está ganando Alemania debemos ayudar a Rusia y si es Rusia la que va ganando debemos ayudar a Alemania y, de esa manera, que se maten una a otra lo más posible. ¿Qué te parece?
ELLA. ¡Tremendo culipandeo!
ÉL. También en la vida de todos los días hay quienes se pasan la vida culipandeando así. (Se aleja de Ella.) He llegado a la conclusión que la vida no es más que un sucio culipandeo.
ELLA. (Entra.) Todos los culipandeos son sucios.
ÉL. ¡Crees que una batalla se puede ganar con menos efectivos y material bélico que el enemigo!
ELLA. Con valor y heroísmo.
ÉL. No se te puede negar razón. Me veo obligado a reconocer que quien ha invadido mi territorio es un efectivo material bélico muy inteligente y sagaz. ¿Qué le parece si nos tomamos un té a lo azerbaidzhano, para quitarnos el cansancio?
ELLA. ¡Magnifique!
ÉL. ¿Cómo lo prefieres, con limón rebanado o con gotas de gulabá?
ELLA. ¿Gulabá...?
ÉL. ¡Licor de rosa!
ELLA. Con gulabá entonces.
ÉL. En tazas. No tengo cuencos ni armud, su vasija correspondiente.
ELLA. Da igual.
ÉL. No. No da igual. No sabe lo mismo, pero...
ELLA. A falta de pan, casabe.
ÉL. ¡Aquí traigo el té!
ELLA. ¡Qué rapido lo hizo!
ÉL. Estaba casi hecho. Y ahora las gotas de...
ELLA. (Sensual.) ¡Gulabá!
ÉL. Te encanta la palabrita.
ELLA. Me encanta todo lo que sea inusual. La inusualidad es mi debilidad cogénita.
ÉL. ¿Dulce...?
ELLA. Inu... sual...
ÉL. ¿Inusual?
ELLA. Ni dulce, ni amargo, ni menos dulce, ni menos amargo, ni más dulce, ni más amargo.
ÉL. A su inusualidad es muy difícil encontrarle su exacta inusualidad.
ELLA. Como suelen ser realmente las inusualidades.
ÉL. ¿No te gusta el té?
ELLA. Me estriñe.
ÉL. No es más que un problema psicofísico. ¡Tome el té! Sin complejos. Un momento. (Enciende la grabadora.)
ELLA. Mi abuela decía que ésa era música de muerto.
ÉL. Su abuela es una estúpida. Luis XIV desayunaba y cenaba con esa música. Lalande se complacía en proporcionarle a través de la música una excelente digestión. ¡Ah, desayuno-concierto, cenas-conciertos!
ELLA. ¡Qué té más delicioso!
ÉL. Le debo los bizcochos y las nueces. La cocina tradicional de este pueblo de la Transcaucacia es riquísima. Aprendí de los azerbaidzhanos a comer mucho y bien. Es regla muy rigurosa en cualquier rincón de este país "a la hora de cocinar no te apresures y a la hora de sentarte a la mesa relajarte y olvidar todas las preocupaciones de este mundo". ¿No has comido pescado relleno de frutas y nueces?
ELLA. ¡Debe ser muy exquisito!
ÉL. ¡Es! ¡Exquisito! Cuando consiga las nueces y las frutas te voy a invitar, y, por supuesto, el pescado.
ELLA. En la pescadería por donde yo vivo hay jurel.
ÉL. Jurel, no es pescado.
ELLA. ¿No...? Pues hasta ahora me lo han vendido como pescado. (Él se aleja y apaga la grabadora.) ¿Sabes lo que en mi casa hacen con el jurel? Lo exprimen tanto que le sacan caldo para la sopa y para el arroz amarillo y con las masas hacen enchilado que, con un poco de imaginación y buenas intenciones, sabe a enchilado de langosta. Y si queda un poco de enchilado hacemos croquetas. ¿Qué te parece?
ÉL. (Sentado en un sillón.) ¿No te das cuenta que todavía no está solucionado el problema de los alimentos, que en un país como el nuestro en vías de desarrollo y considerando que vivimos en el último cuarto del siglo xx, no nos alimentamos satisfactoriamente, que al respecto se ha tenido que comprar anualmente grandes cantidades de granos y otros alimentos en el extranjero, que consumimos en comida los recursos que podrían ser utilizados en el mercado mundial de manera más racional en adquirir artículos necesarios para acelerar el desarrollo de la economía nacional? ¿Comprendes?
ELLA. Pero si yo no tengo problemas con el jurel, ni con los chícharos. No tienes que darme tanto teque para suscribirme al chícharo. Suscrita estoy y lo como hasta en frituras.
ÉL. Estoy hablando en serio.
ELLA. Científicamente en serio. ¿No has comido nunca fritura de chícharo, no a lo azerbaidzhano, por supuesto, sino a lo cubaidchano.
ÉL. (La coge violentamente por los hombros.) ¿A qué has venido? ¿Por qué estás aquí? ¿Quién te envió?
ELLA. ¡Calma! Mi abuela me decía: "cuando te vayas a casar busca a un hombre de buena salud y abundancia de bienes", y si esto no era posible, que me conformara con abundancia de bienes.
ÉL. ¿Qué tiene que ver tu abuela y todo eso con tu presencia en mi casa?
ELLA. Como el de abundancia de bienes no aparece todavía, me dije: déjame ponerme para las cosas y aplicarme el principio: "El trabajo es la condición básica y fundamental de toda la vida humana". Le hablé a Janitzia, ella me dio su dirección para que usted me resolviera un trabajo y aquí estoy de cuerpo presente.
ÉL. ¿Janitzia...? ¿Y quién es Janitzia...?
ELLA. ¿Janitzia...? ¡Janitzia! ¿No se recuerda? La amante de... ¡Ay, la estoy dechavando de nuevo! La amante no. La amiga íntima de un amigo suyo que, si mal no recuerdo, era bilingüe de la cultura cotidiana de los procesos etnoculturales. ¿Ya se acuerda?
ÉL. ¡Ah, sí, sí, sí! Janitzia es...
ELLA. Un complemento directo. Tan directo que Janitzia es como yo. Yo soy como Janitzia. ¿Tienes coche? Perdón... carro.
ÉL. ¡Ya salió lo del carro! No acabo de entender por qué tanta preocupación por un automóvil.
ELLA. Ay, mi niño, por un candoroso principio social. En el siglo XIX el hombre que viajaba en ferrocarril era moralmente superior al hombre que andaba a caballo y en el siglo XX es moralmente superior el que viaje en máquina que el que viaje en ómnibus. ¿Es rojo?
ÉL. Me duelen los ovarios.
ELLA. ¿Cómo que los ovarios?
ÉL. ¿A ti no te han dolido nunca?
ELLA. A mí... es natural, pero a ti... En todo caso te dolerían los... Por favor, no me traumatices más de lo que estoy. Ya yo no sé lo que está pasando en el mundo. Nadie quiere ser lo que es. Ser o no ser se ha convertido en el nervio hipogloso de la humanidad. ¿Eres unisexual, o bisexual o...?
ÉL. Hermafrodita.
ELLA. Dices cada cosa.
ÉL. ¿Es malo ser hermafrodita?
ELLA. No es malo ser cualquier cosa. El hombre contemporáneo se debate filosóficamente entre su realización o su no realización.
ÉL. ¿Sí?
ELLA. Seguramente tienes un mal concepto de nosotras las mujeres.
ÉL. Menos que el que tenían los antiguos griegos, que se hubieran caído de espalda si alguien les hubiese dicho que al cabo de dos milenios las mujeres lanzarían la jabalina y el disco y participarían en los Juegos Olímpicos.
ELLA. Tienes los pies sucios.
ÉL. Me los lavo al levantarme, cuando me pongo los zapatos para salir, cuando regreso, cuando vuelvo a salir, cuando vuelvo a regresar y cuando me acuesto, y si por la noche me levanto para el baño, también me los lavo.
ELLA. Algo así hacía Poncio Pilatos, pero con las manos. La psiquiatría moderna dice que el frecuente lavado de un órgano o de alguna otra parte del cuerpo es una especie de complejo de culpa.
ÉL. Yo no tengo ningún complejo de culpa.
ELLA. ¿Cuántas veces te has casado?
ÉL. Cinco.
ELLA. ¿Y no te han condecorado?
ÉL. ¿Por qué? Desde que el mundo es mundo el hombre ha vivido casándose y descasándose.
ELLA. Cuando el hombre se casa y se descasa con tanta frecuencia es por anomalía congénita en la sexualidad.
ÉL. O porque quiere estar solo.
ELLA. ¿Te gusta la soledad?
ÉL. Para ordenar mis actos y disponer de mis posesiones según lo estime conveniente, sin pedir permiso ni depender de la voluntad de nadie.
ELLA. ¿Por eso no te has vuelto a casar?
ÉL. Por eso y porque no deseo que los demás muestren un amor conmigo mayor de lo que yo pueda darle. Odio la subordinación y sujeción en el amor.
ELLA. "El que deja una imagen suya en sus hijos sólo muere a medias".
ÉL. Los hijos, empiezan por amar a sus padres; pasado algún tiempo, los juzgan y rara vez los perdonan. Yo no tengo hijos.
ELLA. ¿Y por qué se ha casado cinco veces y no cuatro?
ÉL. Porque soy asimétrico. Es herencia de familia. Tengo una tía asimétrica.
ELLA. ¿Cómo una tía asimétrica?
ÉL. Tiene una nalga más alta que la otra. Y no es coja. Yo también soy asimétrico.
ELLA. ¿Tienes una nalga más alta que la otra?
ÉL. Un huevo, un testículo.
ELLA. ¿Como las lámparas que cuelgan en los hoteles?
ÉL.¡Me gustas mucho! ¿Sabes?
ELLA. ¡Confortable hábitat! Decorado con cierto buen gusto, pese a su carácter iconoclasta. Desde objetos y muebles japoneses hasta artesanía del Fondo de Bienes Culturales. Algo así como museable, ¿no? Coinciden armónicamente la sociedad de consumo con lo rústico y artesanal de nuestra voluntad empírica del subdesarrollado. A pesar de todo no está recargado. ¿Qué tal me integro?
ÉL. Una persona culta no atiborra su vida de objetos. Tiene las cosas imprescindibles, algunas predilectas, varias de confort y, eso es todo.
ELLA. ¿Y...eso es todo?
ÉL. La evolución de millones de años de la humanidad, se ha realizado para que el hombre contemporáneo goce de ciertos privilegios. Confiesa que te he desencantado.
ELLA. ¿Desencantado...?
ÉL. ...o desconcertado.
ELLA. ¿Desconcertado? ¿Por qué?
ÉL. Pensabas toparte con un vulgar y mediocre funcionario, ¿verdad?, un funcionario troglodita, "cheo", como dicen ustedes, y te encontraste con un funcionario con swing, sin slogan, ni consignas, ni lemas. Diste con un funcionario muy pulimentado.
ELLA. ¿Quién me abrió la puerta?
ÉL. Yo.
ELLA. Usted estaba bien lejos de ella cuando se abrió y yo entré.
ÉL. Por control remoto.
ELLA. ¿Y cuando se te rompa ese aparatico?
ÉL. Está previsto que no se rompa hasta el 2000.
ELLA. No siempre sucede lo que está previsto. Lo previsto tiene también sus imprevistos.
ÉL. ¿De qué te ríes?
ELLA. De la ficción. La vida es una ficción. Tú eres una ficción. Yo soy una ficción. Mi casa es una ficción. Está apuntalada por todas las partes menos por el sudeste. No sé, capricho de los apuntaladores. El caso es que hay cosas que son y son. Como hay cosas que uno tiene y nunca usa. Por ejemplo, en mi casa tenemos bidet y nunca lo usamos, está roto. Ducha de agua fría y caliente, pero nunca sube el agua, tampoco la usamos. Cocina de gas, sin gas. Teléfono, pero no está instalado. Refrigerador Silver Stone, pero está roto, y según el consolidado, no tiene arreglo y así sucesivamente...
ÉL. Ésa es una de las irremediables contradicciones del período de transición. No es fácil encontrar soluciones políticas ajustadas a la realidad.
ELLA. ¿Es lo usual o lo inusual?
ÉL. Lo usual.
ELLA. Lo inusual es encontrar soluciones políticas ajustadas a la realidad. (Pausa.) ¿Por qué le da a uno después que satisface sus necesidades más vitales?
ÉL. Por comer mierda. "El pobre no es el que tiene mucho sino el que desea más". ¿Qué tienes?
ELLA. El mal de la transición. Me siento como una especie de edificio de microbrigada, hecha con piezas superpuestas. (Transición, burlona, juguetona.) Mi amiga Usnavi, que se fue a vivir a París, casada con un comerciante francés, es actualmente una de las modelos de Ives Saint Laurent. ¡Quién iba a decir que esa negra de Coco Solo iba a ser inmemorial! Aunque me gustaría ser mejor modelo de Nina Ricci. (Modela.)
ÉL. Y a todas éstas no sé cómo te llamas...
ELLA. Suchel.
EL. ¿Suchel...? ¡Espérate, espérate! ¿Suchel?
ELLA. ¡Suchel! Como los cosméticos.
ÉL. Pero... ¿Cómo te pusieron ese nombre?
ELLA. Me pusieron no, fíjate. Me puse. Mi madre, que era profesora de Literatura y tenía un culillo seco con los griegos, me puso Tepsícore.
ÉL. ¿Tepsi...? (Estalla en una carcajada.)
ELLA. Como tú comprenderás, yo no me iba a quedar con ese nombre ridículo. Me fui para un Bufete Colectivo y, después de armar tremendo despelote porque no querían inscribirme, me puse Suchel García Rodríguez, para la oficialidad. Suchel, la jinetera solitaria. (Silencio.)
ÉL. ¿Y cuántos años tienes?
ELLA. Los mismos que Cleopatra cuando mató a Julio César.
ÉL. Pero que yo sepa Cleopatra no mató a Julio César.
ELLA. La que vivía en el solar de la esquina de mi casa, sí. Se puso a vivir con el negro viejo Julio César, para quedarse con el cuarto cuando él muriera. Dicen las malas lenguas que la negra Cleopatra lo mató de vehemencia senil, cuando le salió en cueros en pelota después que Julio César se había comido un plato de spaghettis. Pobre viejo, no pudo resistir los embates voluptuosos de aquella naturaleza desnuda y quedó ipso facto, en naturaleza muerta.
ÉL. ¿Y tú me vas a hacer lo mismo que a Julio César?
ELLA. ¿Tú tienes nevos seniles...? ¡Manchas pigmen-tarias!
ÉL. Que yo sepa... no.
ELLA. ¿Entonces...? Mi piel, como tú ves, no tiene la más mínima mancha. Excepto un lugar imprudente en un lunar del cuerpo recóndito y estratégico, poco asequible. Un lunar voluntarioso. Fue un fenómeno relativamente imprevisible.
ÉL. ¿El lunar?
ELLA. No, su nombre. Abrí la libretica de teléfonos y el primer nombre que salió a mi vista fue el suyo. ¡Tiffany! ¿Con doble f, verdad?
ÉL. Tiffany con doble f no es mi nombre.
ELLA. ¿Y con una sola f?
ÉL. Ni con doble, ni sin doble.
ELLA. No entiendo, entonces.
ÉL. ¿Qué es lo que no entiendes?
ELLA. Si usted no es el hombre a quien yo busco...
ÉL. Yo soy el hombre a quien tú buscas.
ELLA. Pero si usted no es Tiffany...
ÉL. ¿Y cómo apareció mi dirección al lado de Tiffany?
ELLA. ¡Ay, no sé! Fue ella quien lo escribió.
ÉL. ¿Ella? ¿Quién es ella?
ELLA. ¡Janitzia!
ÉL. ¿Janitzia? (Grita.) ¿Quién es Janitzia?
ELLA. No me irás a decir ahora que no conoces a Janitzia. (Inicia la salida.)
ÉL. (Autoritario.) Esa puerta se abrirá cuando yo quiera. Janitzia y yo hablamos sobre la diferencia del Art Nouveau, abstracto y estructural, de mis viajes a Escandinavia y Escocia, y como Tiffany, con doble f, es el maestro del cristal del Art Nouveau, y de las lámparas...
ELLA. ¿Testiculares?
ÉL. ¿Podré verlo?
ELLA. ¿Qué cosa?
ÉL. Ese lunar voluntarioso, surgido involuntariamente en un lugar del cuerpo muy estratégico y poco asequible.
ELLA. Es muy poco asequible.
ÉL. Soy intransigente en cuestiones de principios, irónico, a veces bondadoso cuando suelen ser amables conmigo... A pesar de mis años, soy jovial.
ELLA. ¿Qué vas a hacer?

Él se desviste.

ÉL. ¡Qué estoy haciendo! ¡Mírame! ¡Que me mires te digo, coño! (Se queda en calzoncillos.) ¡Deslumbrante, con toda la riqueza cromática del trópico!
ELLA. ¡Vístete, anda! (No puede aguantar más, estalla en una carcajada.)
ÉL. ¿De qué te ríes? Acaba de decirlo para reírnos los dos.
ELLA. ¿Estamos solos?
ÉL. (Insinuándosele.) Solos.
ELLA. Puede venir alguien.
ÉL. Aquí nunca más vendrá alguien.
ELLA. ¿Por qué?
ÉL. No hay visitas programadas.
ELLA. ¿Y yo estaba programada?
ÉL. Como una fatídica premonición. Vamos a acostarnos, anda.
ELLA. No...
ÉL. Me agrada oír tu rechazo, me excita sobremanera.
ELLA. No me toques más.
ÉL. Te estoy auscultando.
ELLA. Ni que tú fueras el médico de la familia.
ÉL. ¿No te vas a acostar conmigo, entonces?
ELLA. Sí.

Él se precipita sobre ella.

ELLA. Pero sin hacer nada.
ÉL. ¿Cómo sin hacer nada?
ELLA. Nada, de nada.
ÉL. ¿Tú me ves cara de maricón, acaso?
ELLA. No seas tan acomplejado, mi vida. ¿No nos podemos acostar simple y llanamente por fraternidad y solidaridad humana?
ÉL. Y hacerte yo el cuento de la Cenicienta.
ELLA. Ah, sí, pero en su última versión que es más graciosa. Cenicienta no se casa con el príncipe, por las intrigas de la madrastra y las hermanastras que son agentes de la CIA. (Pausa.)
ÉL. (Vuelve a la realidad. Se viste. Transición.) Las ideas que van a cambiar la faz del mundo, como dice Nietzsche, avanzan a paso de paloma. (Para sí.) ¿A paso de paloma? ¿Y por qué no a paso de cangrejo? (Ríe, canta y baila.) Un pasito para alante, y dos pasitos para atrás.
ELLA. ¿Estás bravo conmigo?
ÉL. Na...
ELLA. ¿Te soy aburrida, cómica o divertida?
ÉL. Trato lo más posible de no emitir juicio subjetivo sobre los demás. Lo subjetivo es el exotismo del pensamiento. Es seductor, pero nos oculta lo esencial.
ELLA. ¿Tienes piscina térmica?
ÉL. Ni bañadera. ¿No te acuestas?
ELLA. Como todo el mundo.
ÉL. ¿Y por qué no te quieres acostar conmigo? Sexualmente soy extenso, intenso. ¡Infatigable! Nunca he tenido dificultades en la erección, y en la eyaculación. Nunca. Soy demoníaco, con impulsos imprevisibles.
ELLA. ¿Violento?
ÉL. El buen gusto prescinde de la violencia, de la piromancia y del terror. Puedes acostarte conmigo sin ningún problema. ¿O es que nada más te acuestas con extranjeros?
ELLA. Me recuerda a un profesor de Economía Política que yo tuve. Odiaba a los extranjeros.
ÉL. Yo fui profesor de Economía Política, pero no odio a los extranjeros.
ELLA. ¿Buen profesor?
ÉL. ¡Excelente!
ELLA. ¿Y por qué no siguió ejerciendo?
ÉL. En estos tiempos prevalecen las relaciones utilitarias sobre las emocionales.
ELLA. ¿Es más útil ser funcionario que ser profesor?
ÉL. Para la sociedad, sí.
ELLA. ¿Y para usted?
ÉL. ¡La sociedad y yo coincidimos!
ELLA. Entonces eres un hombre totalmente realizado.
ÉL. ¿Totalmente? Nada es totalmente. Soy un hombre parcialmente realizado. Más bien diría profesio-nalmente realizado. El hombre tiene que revestirse de asombrosas hazañas y hacer de la cotidianidad una epopeya para convertirse en héroe. Cuando niño estudié y me eduqué en un colegio protestante. Soñé con ser predicador; pastor de ovejas descarriadas. "Bienaventurados sean los que guardan sus mandamientos, para que su potencia sea en el árbol de la vida y que entren por las puertas en la ciudad", etc., etc., etc. Después crecí. Ya no quería ser predicador, ni pastor, sino héroe. ¡Héroe!
ELLA. ¡Y fuiste héroe! ¿No?
ÉL. Héroe común, como no suelen ser los héroes. Yo quería ser un héroe excepcional. Siempre soñé con ser excepcional. He llegado a la más patética conclusión que ni como profesor, ni como funcionario he sido excepcional. No me hagas caso; estoy enfermo.
ELLA. ¿Enfermo...?
ÉL. "La enfermedad está tan de moda que ya los sanos la tienen". (Se recupera.) Éstos no son tiempos para pensar. Entraste al laberinto de las soledades. Tú y yo podríamos ser una excepcionalidad.
ELLA. (Después de una leve pausa.) Si algunos de tus vecinos que me vio entrar aquí, tuviera que informar sobre nosotros, ¿qué tú crees que informaría?
ÉL. Una muchacha exótica entró muy temprano a la mañana y son las mil y quinientas y todavía está ahí. Lo que tiene ese tembo es mucho.
ELLA. ¿Y si fueras tú uno de esos vecinos?
ÉL. Que nos hemos pasado el tiempo comiendo mierda. ¿Por qué te preocupas por lo que piensan los demás? Los demás piensan de uno según su dosis de imaginación, según su dosis de inteligencia...
ELLA. (Interrumpiéndolo, con marcada intención.) ...según su dosis de intención, o según su dosis de hijoputansia.
ÉL. También. También según su dosis de hijoputansia.
ELLA. Antes de venir para acá terminé de leer un libro de lo más interesante y revelador.
ÉL. ¿De lo más interesante y revelador? ¡Qué interesante!
ELLA. Un libro sobre la inquisición: "Los inquisidores enturbian la idea e impulsan a todos a convertirse en inquisitivos para beneficio de ellos mismos. Porque son los propios inquisidores los que crean a los herejes y no sólo por lo que imaginan donde no existe sino también porque reprimen con tal violencia la corrupción herética...
ÉL. (La interrumpe.) ...que al hacerlo impulsan a muchos a mezclarse en ella por odio a quienes los reprimen". Te ha dejado muy impresionada esa cita.
ELLA. Más de lo que tú imaginas.
ÉL. ¿Por qué? Ya las jineteras no son herejes. Son folclóricas, color local, necesarias para el turismo internacional.
ELLA. Estoy hablando en serio.
ÉL. (Cambiando la voz.) ¡Demasiado en serio! Demasiado en serio, y no quiero calentarme la cabeza con cosas demasiado serias. Por eso he dejado de pensar hace mucho tiempo.
ELLA. No pensar, ¿eh? No pensar en lo demás. ¡Qué fácil!
ÉL. Todo ser humano tiene su código para enfrentarse a la vida y vivir. El mío es como el lema del Art Noveau: "Yo creo en todo lo que es hermoso y agradable, y si es necesario, útil".
ELLA. Por eso vives así.
ÉL. ¿Así cómo?
ELLA. Alejado del mundo.
ÉL. Beethoven se separó de los hombres por su sordera. Si no se hubiese separado, no hubiera podido componer la Novena sinfonía.
ELLA. ¿Y qué sinfonía vas a componer?
ÉL. La de la soledad. Esa es mi Novena sinfonía. (Pausa.) ¿Sabes qué es un acorde disonante? (Grita estentóreamente.) Un acorde que contiene una o varias notas extrañas al acorde perfecto. Tú y yo somos acordes disonantes: los inestables, los hirientes, los dolorosos, los equivocados. Disonancias que no engranan en el sistema tonal de nuestra sociedad. Estamos encerrados en ese hábitat, por la satisfacción de un escape. Y... ¿quién tiene la llave del armario de los venenos? ¡El más hábil, el más astuto y el más grande de los magos! (Saca la pistola de un bául y se la pone en la sien.)
ELLA. (Asustada.) Ya, ya. Coño yaaa. (Él reacciona, deja de apuntar.) ¿Ése es el ejemplo que le vas a dar a las nuevas generaciones?
ÉL. ¿Acaso el suicidio en Madame Bovary, no fue la mejor propaganda contra el suicidio? (Guarda la pistola y saca una botella.) ¡Coñac!
ELLA. ¿Y eso qué tiene adentro?
ÉL. ¡Ginseng!
ELLA. ¿Ginseng?
ÉL. ¡Paradisíaco! Capaz de trastornar. ¡Ginseng!
ELLA. ¿Para satisfacer tu necesidad de evasión?
ÉL. Para enfrentarnos a las voluptuosidades de lo maravilloso desconocido.
ELLA. Ya empiezo a conocer tus vicios.
ÉL. Mis pequeñas manías, carísima Suchel. Mis pequeñas manías.
ELLA. Un disfraz.
ÉL. Un disfraz y un viejo estilo más aparente que real. Dicen que los grandes espíritus se encuentran. Y...¿por qué no también los espíritus mezquinos cuando toman el camino en sentido inverso? ¿Nos hemos encontrado, por azar o con propósito deliberado, Suchel?
ELLA. Y yo que creí que tú estabas bien de la cabeza.
ÉL. Soy aparentemente lógico. Coherente y práctico, pero en mi casa, ¡my home!, me gustan las locuras flameantes que me transportan al centro del placer.
ELLA. ¡Tienes que renovar tu lenguaje, mi vida! ¡Te gusta el despelote!
ÉL. El riesgo. Caminar en la cuerda floja no es un riesgo, es una necesidad.
ELLA. Para el equilibrista es una necesidad pero para el que no lo es, es un riesgo.
ÉL. ¿Y qué es la vida sin riesgo? Aburrimiento, decadencia, la renunciación a encontrarnos con las verdades profundas de nuestros pensamientos.
ELLA. (Coge la copa.) El que no se arriesga, ni pierde, ni gana. (Bebe.)
ÉL. (Estalla en una carcajada triunfal.) ¡Vivan nuestros instintos y nuestros impulsos!
ELLA. ¡Viva!
ÉL. ¡Abajo la decadencia del Imperio de la austeridad y la pureza (con marcada intención) y la represión!
ELLA. ¡Abajo!

Él la mira.

ELLA. (Evasiva.) Eres demasiado intransigente en tus juicios.
ÉL. No siempre.
ELLA. ¿En quién confías?
ÉL. ¡En mí!
ELLA. ¿En quién no confias demasiado?
ÉL. En aquellos que se llaman amigos.
ELLA. ¿En quién no confias en lo absoluto?
ÉL. En mis subordinados. (Silencio.) ¡Propongo un brindis... a lo georgiano! Pero el último será "¡por todo lo sagrado!". (Levanta la copa para brindar. Ella lo imita.) ¡Porque en el día de mi angustia llegaste y libraste mi alma de su aflicción! (Él bebe. Ella sin ser vista, arroja despectivamente el trago detrás de su espalda.) ¡Porque ...suceda lo que suceda... no niegues nunca que he existido!

Ella repite la acción anterior.

ELLA. (Con fingido mareo de borracha.) Please, Serguei, jarachó, vamos al último, por todo lo sagrado...
ÉL. No, el último no... me gustaría... Me gustaría ver tu cuerpo desnudo, envuelto en velos de gasa, enlazado con serpientes y hacer el amor a lo Art Nouveau.
ELLA. O en una silla Luis XVI, ¡como María Antonieta de Austria! ¿Nunca lo has hecho en silla?
ÉL. Nunca he tenido la debilidad de sentirme una María Antonieta de Austria ni ninguna María Antonieta.
ELLA. Se ve. Segura estoy que por ti baja Luis XV. Eres de los que proclaman a voz en cuello: "¡Después de mí que venga el diluvio!", que es como decir: "¡Comí yo, comió el mundo entero!".
ÉL. Sabes mucho de Historia.
ELLA. (Aclaratorio.) De monarquía. Las monarquías, además de tener sus aberraciones simbólicas, tienen sus concesiones y elegancias.
ÉL. ¡El palo de la silla Luis XVI!
ELLA. ¡En honor a María Antonieta de Austria, mi espíritu protector!
ÉL. Tú estás loca.
ELLA. De envidia. ¿Qué diferencia hay entre esa jinetera aristócrata y yo, jinetera subdesarrollada? (Transición.) Podría ser mejor de lo que soy, pero en esta época lo que anda en quiebra es la voluntad de mejoración.
ÉL. ¡Ah, déjate de boberías! El hombre suele partir de premisas lógicas y realistas, remontarse a verdaderas locuras, a la fantasía y a los molinos de vientos como Paménides, Colón, don Quijote, Napoleón...
ELLA. (Después de un leve silencio.) ¿Qué es para ti un planteo lógico y realista?
ÉL. Lo que es A es A.
ELLA. ¿Y por qué lo lógico tiene que ser A es A?
ÉL. Porque lo lógico no es A es B.
ELLA. ¿Y por qué no es lógico A es B?
ÉL. Porque no es lógico.
ELLA. No me convences.
ÉL. Ése es tu problema.
ELLA. ¿Y no puede ser A es B?
ÉL. (Gritando.) ¡No!
ELLA. ¿Pero por qué?
ÉL. Porque la razón es universal y como la razón es universal, pues A es A para todos, y como lo válido para todos es la verdad, entonces lo individual es falso. ¡Falso! ¿Entiendes? ¡Fal-so!
ELLA. Es decir. A es B, es lo individual, por tanto: A es B, es lo falso. Pero lo que yo quiero que tú entiendas es que A es B, existe.
ÉL. A es B, no existe.
ELLA. ¿Por qué no existe? ¿No existe lo individual?
ÉL. (Despectivo.) Ah, no sé, no sé. La vida es tan complicada. (Se aparta.)
ELLA. (Lo sigue.) ¿No crees que somos nosotros los que la complicamos imponiéndole planteos lógicos y realistas que no hacen más que empequeñecernos cada vez más?
ÉL. (Después de un breve silencio.) Creo que nos hemos visto antes.
ELLA. (Evasiva.) ¡NO!
ÉL. ¿NO? En el fondo de ese No hay un Sí. ¡Sí!
ELLA. (Irónica.) Sí. En la Feria Comercial de Leipzig, Polonia, en las repúblicas ex soviéticas del Báltico, o en los países enemigos, quiero decir, antagónicos, París, Londres, Italia, etcétera, etcétera.
ÉL. Nos hemos visto antes.
ELLA. ¿Nos hemos acostado alguna vez?
ÉL. En tu modo de vivir y en tu afán de querer comunicarte con gente como yo pudiste haberme visto antes.
ELLA. Pude, pero no te vi. Nunca te vi. ¿Okey?
ÉL. ¿Y por qué tu cara me resulta familiar, entonces?
ELLA. (Siempre evasiva.) Todos los negros se parecen. Todos los chinos se parecen. Todos los indios se parecen, como todas las jineteras nos parecemos. He llegado a la conclusión que todos los discriminados nos parecemos. Es la homogeneidad del marginalismo.
ÉL. ¿No te da vergüenza llamarte jinetera?
ELLA. ¿Sabes lo que es una jinetera? ¿Sabes o prefieres ignorarlo?
ÉL. ¿Qué es una jinetera, jinetera?
ELLA. Es una mujer codiciada que desafía todas las normas y los preceptos, las leyes civiles y las convenciones sociales, para vivir siempre en enredos, malentendidos, peligros mortales, que aspira a casarse con un extranjero. Un extranjero rico, si es millonario mucho mejor, que entre y salga cuando le plazca. Vivir con él en Suiza, Japón o Singapur. Suchel de Shunman, Suchel de Springster. Es mejor el subdesarrollo desde lo alto, que vivirlo las veinticuatro horas del día.
ÉL. (Violento.) ¿Eso es lo que te enseñaron? ¿lo que aprendiste?
ELLA. (Se le enfrenta.) La educación mal dirigida o mal ingerida no sirve más que para hacer ignorantes, insensatos y devotos. A mí me dio por ser insensata. ¡Que se avergüence el amo, no yo!
ÉL. (Después que se controla. Le sobreviene la angustia.) Sí, yo tuve una alumna que se parecía mucho a ti. Era inteligente. ¡Muy inteligente! ¡Un prodigio extraño! Llena de aspiraciones y muy bella.
ELLA. Estabas enamorado de ella...
ÉL. Quizás, pero no... No sé... ¡Amo el talento y ella era talentosa! Era excepcional. Sin embargo... (Se interrumpe.)
ELLA. ¿Sin embargo qué?
ÉL. ...nunca pude acercarme a ella. Siempre distante. Jamás nos cruzamos dos palabras. ¿Qué se habrá hecho de esa infeliz?
ELLA. ¿Infeliz? ¿Por qué?
ÉL. La cortejaron, la asediaron, la persiguieron...
ELLA. ¿Quiénes? (No hay respuesta.) ¿Quiénes?
ÉL. ¿Quiénes son los únicos que pueden cortejar, asediar y perseguir el talento? ¡Los mediocres! Los mediocres no soportan el talento de los demás, acaban de raíz con todo el talento que pueda obstaculizar sus aspiraciones. Pero la virtud del hombre de talento es como el viento; los mediocres son como la hierba. La hierba debe inclinarse cuando el viento pasa.
ELLA. (Muy interesada.) ¿Qué pasó con tu alumna?
ÉL. (Como si saliera de una terrible pesadilla.) ¡Ah...! "En cada hombre vive un cazador. La civilización ha convertido la cacería de elemental búsqueda de alimentos en un hobby muy refinado...".
ELLA. (Angustiada.) ¿Qué pasó con ella?
ÉL. Fue víctima de severos acontecimientos coyunturales.
ELLA. ¿La depuraron?
ÉL. No hablemos de historias pasadas.
ELLA. (Insiste.) ¿La depuraron?
ÉL. (Angustiado.) ¡Por favor! ¡Por favor! ¿Qué tiene que ver ese espectro del pasado entre nosotros? No quiero hablar más del asunto, ¿me entiendes? ¡No quiero hablar más!
ELLA. (Imposible.) ¿Por qué? ¡Acaso Darwin no fue expulsado de la Universidad de Edimburgo...?
ÉL. ¡No es igual!
ELLA. ¿Por qué no es igual?
ÉL. (Fuera de sí.) Porque no es igual. No es igual. (Se mueve por todo el escenario como una fiera enjaulada.) "No debemos buscar los orígenes de nuestros vicios en el pasado". ¿Sabes dónde radican todos los vicios que padece la sociedad? ¡En nosotros mismos! ¿Entiendes? ¡En nosotros mismos: en mí, en ti, en aquél, en el otro, en el otro, en el otro...! ¿Me entiendes? En nosotros mismos. ¡En nosotros mismos! ¡Sal de mi casa, anda! ¡Que salgas de mi casa! ¿No oyes? (Ella con marcada indiferencia se pone a hojear una revista.) ¡Vete! Pero... (Le arrebata la revista.) ¿Qué coño te has creído tú?
ELLA. (Lo acorrala.) ¿Por qué me dejaste entrar? ¿Por qué no me dejaste ir? ¿Por qué hemos estado todo este tiempo tratando de comunicarnos y no nos comunicamos? Tienes miedo.
ÉL. (Despectivo.) ¿A ti?
ELLA. A la soledad.
ÉL. No me hagas reír.
ELLA. El miedo te corroe por dentro.
ÉL. ¿Y quién te dijo que yo estoy solo?
ELLA. Abriste tu bunker porque tenías necesidad de alguien, y me dejaste entrar para evitar la soledad y ponerme al servicio de tus defectos, de tus pasiones.
ÉL. (Cínico.) La vida carece de valor si no nos produce satisfacciones.
ELLA. Pero no, nene, yo no soy sumisa a tus pasiones y placeres, ni idólatra a toda esta mierda que te rodea, ni a tus valores ni costumbres.
ÉL. (Agotado en su propia impotencia.) ¿A qué viniste?
ELLA. (Calmada, irónica.) Pregúntaselo a la computadora.
ÉL. (Pueril.) La computadora dice que eres "trompeta".
ELLA. ¿Ah, sí...? ¿También esa hijoeputa entró en el brete?
ÉL. (Se sirve un trago.) Todo no es más que una absurda y aburridísima repetición: tedio, hastío, hastío, tedio. Sin sentido es la vida que vivimos, sin sentido es la muerte que morimos. (Bebe.) El hombre aspira, trabaja y se rectifica por su ilusión. Si la vida es miserable, resulta penoso soportarla; si es dichosa, horroriza perderla.
ELLA. Si alguien, sabiendo lo que tiene que hacer, no tiene con qué para hacerlo, que se joda.
ÉL. (Apura el trago. Ensimismado en sus pensamientos.) Algo se está muriendo, algo está muerto hace mucho tiempo.
ELLA. (Jodedora.) Chencha la gambá.
ÉL. (Sin salir de su estado.) Escapemos del reino de lo arbitrario y de la irregularidad y entremos en el mundo del espíritu. (Pone un casete.)
ELLA. ¡Bach!
ÉL. ¡Handel! Me gustaba Bach cuando creía en el contenido ético de su obra, pero después de saber su servilismo a la corte, dejé de admirarlo. ¡Escucha!
ELLA. (Después de escuchar.) ¿Por qué no pones a Los Van Van?
ÉL. ¡Mierda, mierda, mierda! ¡Vulgar recalcitrante! (Como una fiera.) Dentro del inmenso caudal de la herencia musical de la humanidad, te pongo la música de uno de los genios más sobresalientes, donde se encuentra la visión de un mundo de paz, justicia y dignidad humana, plasmada con una belleza musical imponente, ¡perfecta!, que desborda su propio marco histórico, y tú me vienes con... Los Van Van.
ELLA. Ellos no salen en De la gran escena pero... también son genios y desbordan los...
ÉL. ¡Cállate!
ELLA. Yo tengo derecho a oírlos y los voy a oír.
ÉL. (Empuñando una pistola.) ¡Si lo pones te mato!

Ella pone el casete.

ÉL. (Impotente.) No lo hagas, Suchel. No lo hagas. ¡NO! (Suelta la pistola y se tapa los oídos.) ¡Me cago en Juan Formell!
ELLA. ¡Baila! (Coge la pistola y lo apunta.) ¡Baila!
ÉL. Yo no sé bailar.
ELLA. ¡Muévete, entonces! ¡Muévete!
ÉL. (Se mueve.) ¿Así...? Yo no sé bailar.
ELLA. ¡Así no! ¡Pareces una jicotea! Así. (Se mueve.) ¡Más rápido! ¡Más!
ÉL. No puedo más, me voy a reventar por dentro. (Cesa de moverse y cae de rodillas.)
ELLA. ¿Quién mandó a parar?
ÉL. Esa arma no está cargada.
ELLA. ¡Lo está!
ÉL. ¡Muéstramelo! Cuando se es injusto, tarde o temprano, la vida se te echa encima sin compasión. ¡Pelotón! ¡Atención! ¡Fuego! ¡Dispara! ¡Dispara!

Ella está a punto de disparar, se aterra, corre y apaga la grabadora, se mueve aterrada por toda la escena. Él da un prolongado aullido. Corre, pisotea el casete, pone a Handel.

ELLA. Pareces un lobo.
ÉL. El lobo feroz, y tú. ¡El ciervo!
ELLA. Prefiero ser ciervo y morir, que ser lobo.
ÉL. ¿Quién de nosotros no ha sido lobo alguna vez y ha tratado de devorar las meditaciones, las inquietudes, la creación y las aspiraciones de algún ciervo con tal de obtener un apetitoso botín?
ELLA. Algunos, no todos...
ÉL. Algunos no, todos.
ELLA. ¡Todos no!
ÉL. ¡Todos! ¡Todos! (Se toma un trago.)
ELLA. ¿Hasta cuándo te esconderás en esos tragos?
ÉL. Hasta que arda mi ira como fuego y queme a mis enemigos hasta el tuétano. ¿Sabes por qué Ícaro fracasó en su intento de ascensión?
ELLA. Por haber subido demasiado alto.
ÉL. Por haber tenido las alas demasiado frágiles. No solamente los funcionarios caen de las escaleras y mueren. También los artistas caen de las escaleras y mueren. Sólo que entre los dos hay una triste diferencia. Mientras que los funcionarios caen tratando de subir y mueren solos, apestados y abandonados hasta el más oscuro olvido, los artistas no. A los artistas sus amigos les consagran homenajes fúnebres o composiciones.
ELLA. (Después de un silencio.) Te tronaron, ¿verdad?
ÉL. ¿Tengo yo cara de tronado, acaso?
ELLA. ¡Apestas a tronado!
ÉL. ¿Y si te dijera que no lo estoy?
ELLA. Me sentiría muy aliviada.
ÉL. ¿Y si te dijera que lo estoy?
ELLA. Un dirigente o funcionario tronado, es siempre un factor de alto riesgo. Algo así como una sustancia tóxica de imprevisibles consecuencias. Pero hay algunos que como los virus desarrollan la capacidad de adaptarse a las condiciones desfavorables y se esconden esperando el momento en que su ataque pueda resultar impune.
ÉL. Conoces mucho de funcionarios tronados.
ELLA. De virus.
ÉL. Del árbol caído todo el mundo hace leña.
ELLA. ¿Te creíste árbol alguna vez, marabú?
ÉL. Pero soy feliz, coño. ¿Quién puede decirme que no soy feliz? ¿Sabes lo que es la felicidad? "La peregrinación del hombre en la búsqueda". ¡En la búsqueda y no en el logro está la felicidad del hombre!
ELLA. (Después de un silencio.) "Sólo la verdad es capaz de hacer a los hombres felices y mejores". Eso lo escribió él.
ÉL. ¿Quién él...?
ELLA. Mi amor desaparecido.
ÉL. ¿Murió?
ELLA. De esa enfermedad que la medicina moderna no puede curar.
ÉL. ¿SIDA?
ELLA. Peor. ¡La guerra!
ÉL. ¿Y no amaste otra vez? (Sarcástico.) ¡Cientos! ¡Cientos! ¡Cientos!
ELLA. ¡No! Amar no significa solamente compartir besos, caricias, sino también las ansias de dar lo mejor de uno: la ternura, la bondad, la pasión. No, no quise amar de nuevo. Amar no, coño. Con él conocí el orgasmo, el placer más insólito. Hacíamos el amor temblando como dos hojas de tilo mecidas por la brisa del atardecer. Con pétalos de rosa y albahaca morada cubríamos nuestra cama. ¿Nunca has hecho el amor bajo la lluvia? ¿La lluvia entrando por la ventana, empapando los cuerpos desnudos?
ÉL. ¿De qué telenovela es ese capítulo?
ELLA. Abril es el mes más cruel. Con el último día de abril partió a la guerra. Todos los últimos días de abril lo espero. Abro las ventanas de mi cuarto. A él y a la lluvia. Lo espero. No sé por cuánto tiempo. No importa. Lo esperaré siempre.
ÉL. ¿Por qué te acuestas con ellos y conmigo no...? ¿Son más variados, más complejos, se mueven mejor? ¿La tienen más grande?...
ELLA. Ya pocos creen en los dolores de los demás. Ni una sola idea romántica de redención me ofrecen.
ÉL. Te ofrezco la idea romántica que te va a redimir para toda la vida. ¡Darte una buena templada!

Ella se rompe en una dolorosa carcajada. Va hasta su bolso, saca un preservativo, lo infla como un globo y se lo lanza a la cara.

ELLA. Tú y yo no nos vamos a acostar nunca. ¿Me entiendes? ¡Nunca!
ÉL. ¡El recontracoño de tu madre! ¿Por qué te acuestas con extranjeros? ¡Contesta! ¿Por qué te acuestas con extranjeros? PUTA.
ELLA. Puta no. Jinetera computarizada, que no es lo mismo.
ÉL. Puta. Eso es lo que tú eres.
ELLA. Supongamos que yo sea una mercancía que se vende no por su valor, sino según su precio de producción. ¿Por cuánto tú me comprarías?
ÉL. Ni por un centavo partido a la mitad.
ELLA. ¿Ves? Los extranjeros que tú dices me dan divisa convertible. Por eso, mi premisa es adaptarme a las nuevas circunstancias y convertirme en virtud de la demanda, en una inversión de exportación.
ÉL. ¡Puta desvergonzada!
ELLA. Ves. ¡A no es A solamente! A es B también, ¿entiendes? ¡A es B! Ésa es mi lógica. Así entiendo yo la vida. Estoy cansada de clichés ideológicos, de esquemas y consignas vacías, de moral puritana. El hombre tiene que vivir en otra dimensión, tiene que trascender sus limitaciones, la inmediatez de las cosas.
ÉL. ¿También lo aprendiste de los extranjeros?
ELLA. (Violenta.) ¡No, aquí, aquí! ¡Aquí!
ÉL. ¿Sabes a dónde te conducirá ese irracionalismo?
ELLA. ¡Me importa un carajo!
ÉL. Razón tenía un escritor amigo mío cuando decía que la mujer es una especie de viscoso protoplasma que adopta cualquier forma porque no tiene ninguna.
ELLA. (Enfrentándosele.) ¿Y ese mismo escritor amigo tuyo no te dijo que cuando todos los discípulos abandonaron a Cristo, con excepción de Juan, cuatro mujeres lo acompañaron hasta el final, entre ellas una puta, y que el traidor fue Judas, un hombre, y un hombre, Pedro, lo negó tres veces? (Angustiada.) Pides a tus superiores una explicación de tu problema, no te la dan porque no estás apta para entender tu problema. Estás apta para morir por tu problema y no estás apta para entender tu problema. ¿Cómo se entiende eso?
ÉL. Ah, ése es tu problema. Tú y yo no somos iguales.
ELLA. Están tan metidos en sus propios problemas que han olvidado que hay otros puntos de vista aparte del de ustedes.
ÉL. (Como un resorte.) ¿Ustedes quiénes?
ELLA. Tú y los funcionarios como tú; pero yo creo en el hombre, no en los santos, ni en los puros, sino en los hombres hombres... los que no tienen miedo a fallar, a equivocarse. (Pausa.) A ver, sabio que todo lo sabes, ¿qué pasó un día como hoy?
ÉL. (Evasivo.) Un día como hoy Alemania fascista...
ELLA. (Insistente.) ¿Qué pasó un día como hoy?
ÉL. Un día como hoy Moisés hirió a Salón, rey de los Amorreos, que habitaba en Herbón.
ELLA. Háblame de Sandra.
ÉL. ¿No es suficiente todo cuanto he dicho sobre ella?
ELLA. No, no es suficiente y tú lo sabes bien, lobo feroz.
ÉL. Sandra, al igual que Janitzia, no existe.
ELLA. ¡Sí existe!
ÉL. Todo ese cuento que tú aceptaste fue producto de una necesidad de ambos. Sandra, al igual que Janitzia, es producto de nuestro angustiado espíritu.
ELLA. (A la ofensiva.) ¿Qué hiciste por Sandra, por ese talento acorralado, pisoteado? ¿Eh, profesor, fiel a tus principios, con una mentalidad de estadista capaz de representar a nuestra sociedad, políticamente instruido, moralmente puro? ¿Qué hiciste por Sandra cuando pedía explicación? Tapar tus oídos y tu boca. Morder el silencio.
ÉL. (Furioso.) ¿Sabes por qué se le pone freno en la boca de los caballos? Para que obedezcan y sea gobernado todo su cuerpo. ¡Cállate!
ELLA. ¡No me voy a callar nada!
ÉL. (Coge la pistola.) Esta vez sí va a realizar su verdadera función.
ELLA. (Retadora.) Dispara si quieres, no me voy a callar. Durante muchos años he esperado este instante, este día.
ÉL. ¡Yo también, Sandra!
ELLA. ¿Y si lo sabías, por qué me dejaste llegar hasta aquí?
ÉL. ¡El juego! "El hombre sólo es verdaderamente hombre cuando juega. Sólo así es libre".
ELLA. ¿Te creíste que Sandra se había suicidado o se había ido como una vulgar resentida? Son otros los que se tienen que ir, señor omnipotente, amo que decidía sobre la vida de los demás y exigía pureza en un mundo donde no existen los santos, ni los puros.
ÉL. ¿Vienes a buscar la indemnización de los daños causados? Reconozco que soy culpable. (Le da la pistola.)
ELLA. (De un manotazo arroja la pistola.) Me cago en el coño de tu vida mierda. ¡Mírame! Nunca has tenido a Sandra tan cerca. Ahora la tienes y no quieres verla. ¡Mírame! ¡Coño! ¡Mírame! (Con violencia desnuda su torso.)

Ambos están muy conmocionados, a punto del sollozo. Él, sin mirarla, la cubre.

ÉL. (Desesperado.) ¡Sandra no existe! ¡No existe! ¡Nunca Sandra existió! ¿Me entiendes? Nunca existió. (Se va recuperando.) Un día como hoy abandonó Sandra el aula. Yo seguí sus pasos. Una alumna que yo había encomendado para eso, me había informado de tus relaciones con extranjeros. Salí corriendo a verificar si era cierto o no que tú te acostabas con extranjeros. (Obsesionado.) Te vi entrar en el hotel, coger el elevador hasta el décimo piso. Otra alumna me señaló la habitación donde te veías con un tal...
ELLA. Henry.
ÉL. Norteamericano.
ELLA. Inglés.
ÉL. Da igual. En esencia es lo mismo. Te acostabas con un agente de la CIA, en potencia.
ELLA. Y yo le comunicaba secretos de Estado.
ÉL. ¿Sabes cómo se llama eso?
ELLA. Diversionismo ideológico. Pero, coño, ¿cuándo aprenderemos a ver la vida no a través del sexo, sino a través del intelecto? ¿Por qué nos preocupa más el cómo haces el sexo, con quién haces el sexo, en vez de si eres capaz o no de construir la vida?
ÉL. (Estalla.) ¿Cómo crees tú que se puede lograr el nivel de desarrollo técnico cultural de los trabajadores graduando putas que se acuestan con extranjeros? (Silencio. Transición.) La tarea fundamental de un profesor consiste en formar el carácter de la joven generación en un espíritu de conciencia comunista. (Silencio.)
ELLA. ¿Tú nunca te has acostado con extranjeras?
ÉL. ¿Cómo...? (Grita.) Eso es distinto. Eso es distinto.
ELLA. ¿Por qué es distinto? ¿Por qué tú puedes y yo no? ¿Quién de los dos demostró tener más problemas ideológicos? ¿Tú o yo? A ti te tronaron no a mí. Diste mítines de repudio y tiraste huevos. Huevos aunque asomase la cara de tu madre.
ÉL. ¡Vete al carajo!
ELLA. No, al carajo te vas tú. Lo que no sé a cuál de los carajos te vas a ir. Porque mientras que a mí me quedan varios carajos, a ti te quedan tres nada más. Primer carajo, irte del país; segundo carajo, hacer contrarrevolución, y tercer carajo, matarte. (Larga pausa. Bebe un trago casi mecánicamente.) Destruiste mi vida. Soñaba con ser alguien. Tenía talento, ¿no? ¿Sabes a dónde fui a parar cuando me depuraste? Pude matarme. ¿Te das cuenta? Pude matarme, pero pensé: "La vida no puede hacerme esa mierda. Alguien, que no sea yo, tiene que desenmascarar a ese farsante". Y tú subías, subías cada vez más, como la espuma, y cuando todo parecía suponer que eras un hombre de gran cohesión política, social e ideológica y moral, ¡cataplum! ¡Caíste estrepitosamente! ¿Eh? (Pausa.) No porque Dios mandó el diluvio y ordenó a Noé a seleccionar a los puros, la humanidad dejó de ser como es, ni porque quemó, con fuego y azufre, a Sodoma y Gomorra, la humanidad dejó de ser como es, ni porque en su último intento diera a su único hijo en holocausto, la humanidad dejó de ser como es. (Silencio profundo.)
ÉL. (Vencido.) No puedo quejarme de la vida. Pude ver las aguas del Rin, oír a Mozart en su país natal. La vida me ha dado una herencia más generosa que la que le ha tocado a muchos. ¡Que tire la primera piedra quien no haya participado en cosas que, a tono con los patrones éticos actuales, de ningún modo se pueden calificar de justas!
ELLA. ¿Si las circunstancias fueran las mismas que ayer... harías lo mismo?
ÉL. Los tiempos no se eligen ni las circunstancias tampoco, y el hombre debe vivir en concordancia con su tiempo y su circunstancia. Nadie puede rehuir su tiempo y su realidad. (Silencio.)
ELLA. Si las circunstancias forman al hombre, entonces habrá que humanizar las circunstancias. (Silencio. Recoge sus cosas y se dirige a la puerta de salida.)
ÉL. "La noche ha pasado, y ha llegado el día. Echemos, pues, las obras de las tinieblas y vistámonos las almas de luz. Andemos como de día, no en dichos y soluciones, no en pendencias y envidia". Falta el último trago.
ELLA. El último es para el que se muere.
ÉL. (Deambula por la escena; se sirve un trago. Brinda.) ¡Por todo lo sagrado! (No bebe; abandona el vaso.) Nadie quiere buscar al culpable porque sabe que perderá tiempo: "No tenemos la culpa, es por culpa de otros que no están aquí". Ya esto se acabó. (Silencio profundo.) ¡Qué silencio no apacible! (Se dirige a su butacón.) La utilidad de las nalgas sólo se conoce cuando llega la hora de sentarse. (Se sienta. Está muy envejecido, como si de repente le hubieran caído todos los años encima. Con otra voz, como si no fuera la suya.) ¿Sabes lo que le pasó a un camaleón que colocaron en un chal multicolor?
ELLA. (Desde su posición, junto a la puerta.) Cambió de muchos colores.
ÉL. (Con una amarga sonrisa.) Murió de cansancio. (Silencio.) ¿Qué vas a hacer?
ELLA. (Resuelta, con convicción.) Buscar a Sandra. (Sale resuelta y se interna entre los espectadores.)

La escena vuelve a adquirir esa penumbra enrarecida, lo envuelve.

ÉL. Solo. Inexorablemente solo, impasiblemente solo, irreversiblemente solo, insalvablemente solo. Solo. Nadie viene a verme. Yo era mil veces amado y mil veces querido por todos. Todos llegaban a mi casa más ligeros que águilas para vestirme de regocijo: ¡el necio y el sabio! ¡Aborrecibles! ¡Nunca. Nunca. Nunca! ¡Nunca sentí una mala mirada, ni un mal gesto, ni el desentono siquiera de una sonrisa! ¡Ah, el poder! ¡El poder! Me sustituyen y, ¿qué pasa? Uno cree que el mundo está de parte de uno y que el mundo se va a acabar y el mundo queda ahí. Ahí: ¡inexorable e inmutable! Nos cae encima el abandono, el anonimato. ¡El anonimato! Existe pero no existe. Te miran y no te ven. ¿Y ahora qué sucede? "Que queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley, que el mal está en mí". (Desde un apartamento vecino se escuchan por la radio las noticias de la mañana del Noticiero Nacional, que invaden la escena. Trata de hablar por encima de las noticias, inútilmente.) ¡La ingratitud! ¡La ingratitud! ¿Y qué es lo que hay que hacer para no alcanzar ese menosprecio? ¡No fallar! ¡No fallar! ¡No fallar nunca! ¡Nunca. Nunca. Nunca! ¡No fallar! ¡No equivocarse nunca! ¡No equivocarse nunca!

Con la presencia de una música popular, de la propia emisora radial, de NG la Banda: ¡Ataca Chicho!, sobreviene sobre Él un súbito APAGÓN.


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