Por
Víctor Llano
Durante
muchos años el mayor éxito de la tiranía
comunista cubana consistió en engañar a millones
de incautos, haciéndoles creer que antes de 1959 únicamente
los ricos podían disfrutar del sistema sanitario y que
sólo gracias a la revolución se habían cubierto
las necesidades de todos. Por fortuna -aunque tarde- son ya muy
pocos los que creen semejante patraña. El régimen
de Fidel Castro -que ha destruido todo lo que se podía
destruir en una isla que un día fue rica y próspera-
no puede ofrecer a los ciudadanos ni una simple aspirina. Las
medicinas que existen en el país están reservadas
para aquellos que cuentan con dólares para adquirirlas.
El todavía líder de la robolución prometió
hace pocos meses que su gobierno iba a producir fármacos
suficientes para atender la demanda nacional, sin embargo, en
las treinta y siete farmacias que permanecen abiertas en la provincia
de Santiago de Cuba, sólo pueden adquirirse hierbas para
dolencias estomacales. La salud de los cubanos depende de los
pocos dólares que les envían los exiliados, de las
propinas de los turistas, de la Iglesia Católica, o de
la caridad internacional. En la isla de los hermanos Castro faltan
analgésicos, antibióticos, reactivos para análisis,
vitaminas..., todo lo que en abundancia existía en Cuba
en 1959. El propio Estado se ha visto obligado a realizar un censo
para conocer el número de niños que sufren de baja
estatura y bajo peso por causa de una desnutrición que
se acerca a parámetros que ya no son recuperables. ¿Puede
considerarse "un logro" que sean los pacientes los que
tengan que llevar los medicamentos, las sábanas y las toallas
a los hospitales?
Antes
de que triunfara la robolucion, el Ministerio de Salubridad -por
medio de sus redes de hospitales y casas de socorro- atendía
gratuitamente, o por una cuota mínima, a todos los que
necesitaban de sus servicios, mientras que las casas de socorro
cubrían las urgencias las veinticuatro horas del día.
En 1958 existían en Cuba numerosas Sociedades Mutualistas
que, por una cuota mensual de 2,75 dólares, cubrían
las necesidades de sus socios desde su nacimiento hasta su muerte.
Entre estas entidades se encontraban La "Quinta Covadonga",
el "Sanatorio Hijas de Galicia", la "Quinta Canaria"
y "La Benéfica", todas ellas expropiadas por
un régimen que comprendió muy pronto que si quería
perpetuarse en el poder debía destruir todo vestigio de
sociedad civil.
Cuando
el dictador Fulgencio Batista huyó de la isla, Cuba, con
6.600.000 habitantes, contaba con más del doble de profesionales
sanitarios que el resto de los países caribeños.
El número de médicos había pasado de 3.100
en 1948, a 6.421 en 1957, en pocos años se habían
construido 36 clínicas y las plazas hospitalarias llegaban
a 35.000. Según los anuarios estadísticos de la
época, la tasa de mortalidad infantil en Cuba era de 32/1.000,
la más baja de Iberoamérica. Aunque Castro lo niegue,
antes de que él se hiciera con el poder, en Cuba morían
menos niños que en España, Italia, Grecia o Portugal.
Es cierto que existían desigualdades entre las zonas rurales
y las urbanas, pero nunca tantas como las que sufren hoy los cubanos.
A pesar de los muchos conflictos políticos, en 1958 la
sanidad cubana era una de las mejores del mundo; sin embargo,
después de cuarenta y siete años de tiranía,
los cubanos, lejos de poder confiar en la sanidad oficial, sobreviven
gracias a las medicinas que les llegan del extranjero, o a la
"moneda enemiga" que sus familiares les envían
desde el exilio y que les permite acceder a las "diplofarmacias"
y adquirir lo que su gobierno no es capaz de ofrecerles. Los enfermos
que no cuentan con nadie que desde fuera del país les ayude,
sólo pueden esperar que alguna ONG internacional les auxilie,
mientras que los altos cargos del régimen viajan a Europa
para someterse a la más simple operación quirúrgica.
A
pesar de los supuestos "logros" que ha alcanzado su
sistema sanitario, el régimen comunista no ha dudado en
confinar a los enfermos de SIDA. Por cada niño que nace
en Cuba se realizan dos o más abortos. Son las propias
madres las que en los hospitales han de proteger al hijo que están
gestando. Para la tiranía castrista resulta mucho más
cómodo y más barato que mueran antes de nacer. Los
ginecólogos que se niegan a practicar abortos pueden ser
expulsados del trabajo y, aquellos que se esfuerzan en que nazcan
niños que tienen escasas posibilidades de sobrevivir, son
expedientados por poner en peligro las cifras de mortalidad infantil.
En la última década han aumentado de manera significativa
las enfermedades infectocontagiosas por la falta de higiene, la
proliferación de las aguas estancadas, el mal estado de
los alimentos y la carencia de insecticidas. De lo único
que puede presumir la tiranía de los hermanos Castro es
de esclavizar a miles de médicos cubanos en África
o en Venezuela. |