Por
Carlos Alberto Montaner
Los primeros síntomas del gobierno de Raúl Castro
no son alentadores. El diciembre pasado una turba organizada por
la policía política y el partido comunista apaleó
en las calles de La Habana a una minúscula manifestación
de ciudadanos pacíficos que pretendían conmemorar
el Día de los Derechos Humanos establecido por la ONU.
Uno de los energúmenos del operativo policial, al que hay
que agradecerle su franqueza ideológica, gritaba ''abajo
los derechos humanos''. Nada nuevo: desde hace varias décadas
vienen haciéndolo. El pogromo, aprendido de los nazis,
es una de las estrategias para mantenerse en el poder: castigan
a los que se atreven a protestar y, de paso, aterrorizan a la
sociedad.
Pero,
para entender la conducta de Raúl Castro, aún más
elocuente que ese hecho monstruoso fue un inocente guateque infantil
al que asistió pacientemente. El niño Elián
--el balserito salvado y devuelto a Cuba-- cumplió año
y allá fue Raúl a celebrar la ocasión escoltado
por guardias, pasteles y croquetas. ¿Por qué acudió
Rául Castro a esa fiestecilla insignificante y llevó
las cámaras de la televisión a que dieran cuenta
de ello? Por algo tan sencillo como patético: Raúl
está tratando de hacer las cosas que hacía Fidel.
No sólo lo está sustituyendo en sus cargos. También
intenta imitar su comportamiento. Psicológicamente, no
es Raúl el que gobierna con sus ideas y sus juicios propios.
Es un artista del karaoke. Trata de ser su hermano. Se ha pegado
unas barbas postizas y quiere ser Fidel bis.
¿Oportunismo?
¿Inseguridad? ¿Cálculo político? Todo
eso junto. Pero es triste que esté copiando lo peor de
su hermano. Durante casi medio siglo Fidel gobernó mediante
el bochinche. Creaba conflictos artificiales, sacaba las gentes
a las calles a desfilar en medio de unas estridentes protestas,
y confiaba en que esas ceremonias de ira colectiva, orquestadas
por el aparato de propaganda, galvanizaban a la sociedad tras
su liderazgo. La revolución era esa gritería desagradable.
El
caso de Elián es perfecto para entender esta estrategia.
Una docena de personas intenta escapar de Cuba en una balsa. Entre
ellas está una muchacha divorciada y su hijito de cuatro
o cinco años. La acompaña su nuevo compañero.
La balsa se vuelca. El niño y otras dos personas sobreviven
milagrosamente. Unos tíos del niño, radicados en
Miami, amorosamente, se hacen cargo de la criatura. El padre del
niño, que en un primer momento estaba encantado con la
acogida dada a Elián por parte de sus familiares exiliados
--gente laboriosa y decente--, es presionado por las autoridades
cubanas y reclama su custodia.
Ante
este episodio, que no es más que un típico conflicto
legal por la patria potestad sobre un menor, semejante a miles
que se ventilan en los tribunales todos los días, Fidel
Castro monta una operación publicitaria y durante un año
la prensa local (y buena parte de la internacional) se dedica
a examinar el problema. El país se está cayendo
a pedazos, la productividad está por los suelos, hay graves
problemas de nutrición, las cárceles están
llenas de presos políticos y las calles inundadas de jóvenes
prostitutas que se venden a los turistas para poder comer, pero
Fidel ha convertido ''el caso Elián'' en el foco de atención.
Ha creado el bochinche y saca las manifestaciones a las calles.
Decenas de miles de cubanos desfilan bajo un sol asesino para
pedir que les devuelvan a Elián. Mientras eso sucede, docenas
de balseros de todas las edades continúan ahogándose
en el estrecho de la Florida sin siquiera merecer el mínimo
homenaje de una escueta mención periodística. Los
castristas y los papanatas aseguran que Fidel es un genio de la
política. Mientras tanto, Cuba se hunde en la idiotez y
la miseria.
El
modo fidelista de gobernar es ése: la algarabía,
la incapacidad para organizar las prioridades, el gesto para la
galería, la demagogia boba que esconde los problemas debajo
de una montaña de consignas mitineras. Raúl quiere
seguir tras esa huella. ¿Podrá hacerlo? A Fidel
ese estilo bochinchero le resultaba natural. Es lo que comenzó
a hacer en sus lejanos días universitarios, en la década
de los cuarenta, y jamás superó su etapa adolescente.
Se transformó en Peter Pan con barba y pistola. Ese uniforme
a Raúl le queda mal. Se le ve que es de utilería.
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