Por
Paloma Cervilla
A
treinta kilómetros de La Habana, el pequeño pueblo
de Bauta, «el más gusano de La Habana» por
no apoyar a Fidel Castro, padece la represión de un régimen
que, en su enloquecida carrera por silenciar todo lo que represente
una mínima disidencia, lo castiga con la ausencia de un
transporte público que le acerque a la capital.
Un
destartalado camión con más de treinta años,
al que se suben hacinados y en pie los habitantes de este minúsculo
pueblo, y a cuya entrada se han colocado vallas con consignas
tan intimidatorias como aquella que dice «En Bauta se combate
y se triunfa», es el símbolo, quizás insignificante
pero enormemente expresivo, de lo que ha sido y es capaz de hacer
el Gobierno comunista de Cuba por imponer un sistema en el que
hoy pocos cubanos creen.
Aunque es cierto que este sistema de miedo y represión
ha calado en la población, no es menos cierto que en Cuba
late ya hoy un deseo
de libertad y progreso, que sólo necesita una coyuntura
favorable para que se manifieste en toda su extensión.
Enfermedad de Fidel
Después de que Fidel Castro delegara el poder en su hermano
Raúl, la primera vez desde que llegó al poder en
1959, Cuba vive un «compás de espera silencioso»
a la espera de la evolución de la enfermedad del comandante
que, para los cubanos, se ha convertido en un «secreto de
Estado».
Al margen de lo que sucede en el interior de la residencia de
Fidel Castro, una inmensa finca con abundante vegetación
tropical que se extiende a unos 13 kilómetros de La Habana
entre Sibonei y Jaimanita, los cubanos ya se atreven a decir que
nos les importa quien gobierne el país en el futuro, que
sólo quieren desarrollo. «Ni Fidel, ni Raúl,
Cuba sólo quiere progreso», comentan algunos cubanos,
que se atreven a afirmar que «aquí hay mucha gente
que no está de acuerdo con esto y, si se llegan a abrir
las fronteras, aquí no queda nadie. Esto no es tan bonito
como lo pintan».
Tampoco Raúl Castro despierta el entusiasmo de la población,
conocido como «la china» y sobre el que pesan rumores
sobre una supuesta homosexualidad, algunos le adjudican un espíritu
«más guerrillero y militar» que su hermano
Fidel, por lo que también le llaman «el lobo».
La pobreza, el sueldo medio de un cubano es de unos 220 pesos
cubanos (diez dólares), «con esto nadie vive, sólo
humildemente»; la escasez de alimento y, sobre todo, la
ausencia de horizonte, ha hecho mella en la juventud. «Aquí
lo que hay que hacer es irse», aseguran, a la vez que reconocen
que su sueño es «tener un carro o una moto»
incluso llegan a más: «los americanos son los mejores
y a la gente le gustaría que vinieran».
La obsesión por tener un coche tiene su lógica,
ya que la aspiración de los cubanos es convertirse en taxista
o chofer y así poder cobrar en divisas extranjeras o en
pesos convertibles, lo que les permite poder comprar determinados
productos a los que no tienen acceso con los pesos cubanos, que
es la moneda en la que cobran sus sueldos.
En Cuba hay dos tipos de monedas: el peso cubano y el peso convertible,
éste último se impuso tras la retirada de la circulación
del dólar en julio de 2003. Un peso convertible equivale
a 24 pesos cubanos, que es la moneda nacional, y teniendo en cuenta
que la mayoría de los productos se adquieren con pesos
convertibles, pierden mucho dinero en el cambio. Como ejemplo
de lo que puede suponer una cesta de la compra, un pimiento vale
entre 5 y 10 pesos, un aguacate 15 y una cabeza de ajo hasta cinco.
«Estamos cansados de trabajar y no vemos fruto a nada»,
se lamentan los jóvenes quienes aseguran que «los
únicos que no tienen conciencia de que esto tiene que cambiar
son los combatientes». Este desánimo en las nuevas
generaciones también empieza a hacer mella entre las propias
familias de los militares del régimen. «Los hijos
de los militares cada vez creen menos en esto», apostillan.
Tampoco el dinero que dicen que llega de Venezuela, en forma de
petróleo, como compensación a la «Operación
milagro» (la llegada de enfermos venezolanos para curarse
en hospitales cubanos a cambio de petróleo y dinero), repercute
en la población. «¿Qué dinero?»,
se preguntan.
Sin embargo, esta ansia de libertad, que realmente existe entre
la juventud, no tiene su reflejo en las manifestaciones multitudinarias
que rodean la aparición del comandante, ni en las declaraciones
de algunos cubanos que, en numerosas ocasiones, aparecen en los
medios de comunicación. «La gente está obligada
a ir a esas manifestaciones, porque si no te echan del trabajo.
Cuando tienes un cargo importante, lo mejor es no meterse en nada»,
comentan, a la vez que recuerdan que «no te dan trabajo
si el Comité de Defensa de la Revolución no tiene
una buena opinión de ti». Estos comités vigilan
a todos y cada uno de los ciudadanos. De hecho, en cada «dos
o tres cuadras» existe uno de estos organismos. No hay metro
cuadrado de ciudad que escape de su control.
En barrios tan pobres como «La Lisa» o «Marianao»,
donde la pobreza llega a límites extremos, sobre pequeños
balconcitos destartalados cuelgan las famosas siglas «CDR»,
que tanto intimidan a la población. Pero tanto control
gubernamental no puede evitar que los cubanos busquen formulas
para conseguir mayores ingresos y salir de su pobreza. De hecho,
la economía sumergida tiene un gran peso en el conjunto
nacional y cada vez aumenta más, sobre todo desde que el
desmembramiento de la Unión Soviética dejó
a Cuba sin apoyo exterior. Un cubano lo expresa así: «Me
acosté tomando leche y me levanté desayunando cereales».
Por las carreteras del país queda algún que otro
recuerdo de este apoyo soviético, en forma de camión
destartalado claramente identificado por el humo negro que desprende
en su lenta travesía.
El robo de comida en los hoteles por parte de los trabajadores
cubanos, la picaresca para poder arañar en cualquier sitio
unas cuantas divisas, en definitiva un sistema de corrupción
que llega incluso al círculo más cercano a Fidel
Castro.
Hijos de algunos altos cargos del régimen han encontrado
en el negocio de la noche una fórmula para poder tener
ingresos extras, con el amparo que les da la cercanía al
poder.
La decisión de Fidel Castro de cerrar las discotecas ha
tenido como principal consecuencia la puesta en marcha de un sistema
de diversión que está permitiendo el enriquecimiento
ilícito de los hijos del régimen.
Conocidos en la noche cubana como «El potro» (hijo
del comandante Almeida) y el «hijo de Pancho» (hijo
de uno de los guardias personales de Fidel), estos dos jóvenes
se mueven impunemente en la noche cubana organizando
las denominadas «fiestas house», prohibidas por el
sistema hace seis meses. Alquilan casas pagando entre 200 y 300
dólares y cobran una entrada de cinco dólares, llegando
a reunir a más de 300 personas.
La noche en Cuba
Mientras los hijos del régimen se mueven en este ambiente
de corrupción nocturna, el cubano medio, la gran parte
de la población, se reúne en el Malecón alrededor
de una botella de ron casero, a un dólar la botella. Pero
cada vez son menos, la falta de recursos económicos, la
imposibilidad de tener automóvil y las restricciones del
régimen también están terminando con la noche
de la ciudad.
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