Por
Sara Más
Con
una fuerte cultura patriarcal, que ha calado en mujeres y hombres,
Cuba ha sido por tradición un país difícil
para cualquier homosexual sin importar si son gays o lesbianas,
pero las mujeres definitivamente, son las peor vistas y tratadas.
Así
lo demuestra un sondeo de opinión realizado en varias ciudades
de la isla caribeña, fundamentalmente la capital.
Según
la investigación, pareciera existir una valoración
más objetiva de la homosexualidad si se compara con la
situación hace 10 años, aunque todavía es
alto el rechazo de la sociedad hacia los gays y, sobre todo, hacia
las lesbianas.
“No
son muy aceptadas, no es lo común, se ven grotescas. En
las mujeres todo debe ser delicado y las lesbianas casi siempre
tienen tendencias masculinas”, dijo un joven de 30 años.
A
juzgar por las respuestas, la percepción social de la homosexualidad
sigue condicionada a las mismas influencias patriarcales y homofóbicas
que predominan en la formación de costumbres y la vida
familiar en la isla, como sucede también en otros países
de América Latina.
ACEPTACIÓN
DE LEJITOS
“Yo
no tengo nada en contra de los homosexuales, pero tampoco quiero
ninguno en mi casa”, dijo tajante Magda Benítez, una mujer
de 44 años y madre de dos hijas.
Aunque
se define como “de avanzada para la media de este país”
y con amigos y amigas de “todos los tipos, edades y colores”,
ella tampoco puede sustraerse de una conducta común a muchas
personas en la isla caribeña: los prejuicios y el rechazo
hacia la homosexualidad.
La
tendencia a ver esta variante sexual como un defecto, estuvo presente
en casi todas las valoraciones de las 300 personas consultadas,
de las cuales poco más de la mitad eran mujeres. De ellas,
el 32 por ciento señala que el trato y amistad con las
lesbianas debe ser “a distancia”.
“A
veces es mejor ni mezclarse mucho, porque el cubano tiene la mente
muy rápida. Si te ven dos o tres veces visitando una casa
donde haya una lesbiana, enseguida te enganchan el cartelito”,
aseguró una mujer de 36 años.
Si
bien más de la mitad de las personas consultadas dijeron
que tratarían a los homosexuales de forma normal, casi
todas y sobre todo las mujeres, manifestaron su rechazo a las
homosexuales mujeres, a quienes llegan a tildar de “repulsivas”,
“intolerables”, “cochinas” y “repugnantes”.
Todo
parece indicar, además, que las lesbianas continúan
siendo la parte más oculta y marginada de la población
homosexual, estimada entre el cuatro y el seis por ciento
de los 11,2 millones de habitantes de la isla, según
cálculos considerados conservadores.
Para
ellas, la vida sigue transcurriendo muy calladamente, entre ambientes
privados, en un país donde no hay leyes que sancionen la
homosexualidad, ni legislaciones que la aprueben, reconozcan sus
uniones o derechos de cualquier índole.
Tampoco
existen espacios reconocidos de reunión ni organizaciones
donde se agrupen, al estilo de las agrupaciones de lesbianas que
proliferan por todo el mundo.
VALOR
PARA SALIR DEL CLOSET
“Que
yo sepa, no existen esos lugares públicos, marcados y conocidos.
Y cuando algunas van a los sitios de los gays, que sí son
más populares, siempre están en franca desventaja
numérica”, comentó una psicóloga de 23 años,
homosexual, quien pidió reserva de su identidad.
Especialistas
atribuyen este comportamiento a un posible mimetismo de los roles
tradicionales y del papel hogareño tomado de las relaciones
heterosexuales. También hay quienes lo asocian a una mayor
inhibición o miedo al rechazo, en una sociedad que suele
ser más severa a la hora de juzgar moralmente a las mujeres
y más aún a las lesbianas.
Aunque
pareciera haber menos prejuicios y cierta apertura respecto a
nueve años atrás, el sondeo arrojó que todavía
el 22 por ciento de las personas consultadas sigue considerando
la homosexualidad como una enfermedad, mientras el 55 cataloga
a gays y lesbianas como “personas con problemas”.
Sin
embargo, la percepción y reacción ante las preguntas
pareciera tomar diferentes matices cuando se aborda el problema
desde una perspectiva más cercana y personal.
A
Maria Luisa Ortega, de 44 años, casada y con una hija,
se le estremece el corazón de solo imaginarla de pareja
con otra mujer. “Nunca la abandonaría, ella es todo en
mi vida y por eso trataría de comprenderla y darle mi apoyo”,
asegura.
Los
criterios parecen no haber variado mucho, desde inicios de la
década de los años 90 del pasado siglo a la fecha,
respecto a la existencia o descubrimiento en casa de un hijo o
hija homosexual. El 84 por ciento de la muestra total confesó
que, pese a representar esto un gran disgusto, no rechazarían
a su descendencia, pero irían de inmediato en busca de
ayuda médica para intentar revertir el proceso.
Las
manifestaciones más radicales y severas se encontraron
en el interior del país, con expresiones que van del desengaño,
la frustración y la incomprensión, a los actos violentos:
desde “me produciría un shock”, “sería una gran
decepción”, “no sé lo que haría”, hasta “lo
mato” o “lo boto de la casa”.
¿QUÉ
ES LO CORRECTO?
Aunque
los tiempos actuales parecen traer más tolerancia y el
discurso institucional reconoce sus legítimos derechos,
no es menos cierto también que la vida de gays y lesbianas
transcurre generalmente fuera de lo admitido socialmente como
correcto.
Para
algunos, una prueba de que se viven nuevos tiempos es la aceptación
de personas homosexuales en cualquier carrera universitaria. “Se
les mide igual que a cualquiera y no por si le gusta alguien de
su mismo sexo”, dijo una estudiante de contabilidad de la Universidad
de La Habana.
Claro,
“a veces les cuesta más, tienen que esforzarse más
que otros estudiantes, porque aunque no haya un reglamento que
los rechace, los profesores y también los estudiantes tenemos
prejuicios, como mucha gente en este país”, reconoció
la joven.
Pero
la discriminación sigue existiendo bajo el manto de una
fuerte tradición machista y homofóbica, mucho más
difícil de variar por decreto o voluntad de las autoridades.
El rechazo abierto o solapado, la incomprensión, desaprobación,
las burlas o el desprecio, son algunas de sus expresiones cotidianas.
Como
resultado, la simulación, el ocultamiento y el sufrimiento,
signan la vida de no pocas personas homosexuales.
A
la hora de caracterizarlos, la mayoría de las personas
encuestadas describe a los gays como delicados, finos,
indiscretos, chismosos, exagerados en las relaciones sociales,
con desmedidos rasgos femeninos y a veces excedidos en los límites
y la confianza.
A
las lesbianas, las encuentran rudas, toscas en sus gestos,
poco femeninas, descuidadas en su apariencia personal y su figura,
más introvertidas y reservadas, aunque aclaran que “a unas
se les nota y a otras no”.
Por
la encuesta se infiere también que las generaciones más
jóvenes son más abiertos, comprensivos, ponen como
condición el respeto mutuo y ven la homosexualidad como
algo normal, de decisión personal, en la que influyen varios
factores.
No
obstante, sigue siendo alto el grupo que señala la persistencia
del rechazo social, frente al 24 por ciento admite que en los
últimos tiempos se nota un trato que “tiende a lo normal.”
NO
ESTAMOS LISTOS PARA ESO
Para
el 78 por ciento, el tratamiento de autoridades e instituciones
es ahora el adecuado. Lo significativo es que hace nueve años,
solo opinaba así el 43 por ciento.
“Todavía
los prejuicios que tenemos no permiten ver a los homosexuales
como a los demás. Menos a las lesbianas. La sociedad cubana
no está preparada para eso”, dijo una entrevistada de 42
años.
Más
de la mitad de la muestra actual considera que los tratarían
como personas normales, pero con ciertas diferencias: menos a
lesbianas que a gays.
“En
mi barrio hay dos mujeres que siempre están metidas en
broncas y escándalos por celos. Todo el mundo se entera
y son un mal ejemplo para los niños”, refiere un hombre
mayor de 35 años.
Otro
entrevistado, mayor de 50, cree que son “personas que sufren mucho
por el rechazo que encuentran a cada paso”. Según su experiencia,
no son felices, se ven obligadas a ocultar sus sentimientos y
terminan marginadas, “aunque sean muy buenas personas”.
“Por
suerte los tiempos van cambiando y se observa un poco más
de aceptación a la diferencia”, dice. “Pero aún
así, es un estigma que demorará muchas décadas
en dejar de ser un problema”.
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