Por
Sara Más
El
tema de la violencia intrafamiliar, y especialmente contra la
mujer, comenzó a investigarse en Cuba, de forma relevante,
a partir de los años 90.
Aunque
no hay estudios representativos ni estadísticas generales,
investigaciones de medicina legal reportan una comportamiento
homicida contra el sexo femenino, en el que 45 por ciento de las
mujeres murió a manos de su pareja y 52 por ciento de los
casos ocurrió en el hogar, en la capital cubana, entre
1990 y 1995.
En
general, los trabajos realizados hasta ahora reconocen la existencia
de la violencia contra la mujer en todas sus manifestaciones,
desde las más sutiles hasta la muerte, pero subrayan un
predominio del maltrato psicológico y verbal.
También
identifican que ellas suelen desempeñarse como agresoras
en menor medida, casi siempre como alternativa al maltrato que
padecen.
Este
fue un aspecto común encontrado por la criminalista Caridad
Navarrete, una de las primeras investigadoras del tema en la isla
caribeña, que estudió las historias de vida de 25
mujeres que cumplían sanción preventiva de libertad,
de las cuales 23 habían ultimado a sus esposos.
“La
mayoría lo hicieron en defensa propia, si puede decirse,
no en el momento mismo en que fueron agredidas, sino por la acumulación
de maltratos, y ésa fue la salida que encontraron”, comentó
la estudiosa.
Y
subrayó que “la mujer que ha cometido ese tipo de actos
criminales contra su compañero o esposo por lo general
ha sufrido violencia familiar y en las relaciones de pareja en
todas las formas posibles”.
Sin
dejar de ser válida como explicación psicológica
y criminalística, también estas actitudes develan
un asunto muy discutido y polémico, en tanto algunas personas
y especialistas consideran que la violencia como respuesta a la
violencia se erige en un nuevo mito que legitima y reproduce el
ciclo del maltrato.
La
revisión crítica de creencias, tratamientos y soluciones
que antes y ahora se dan al fenómeno alcanza también
a las casas de protección o refugios donde permanecen durante
un tiempo las mujeres violentadas.
Al
parecer, esas residencias encuentran defensores y detractores,
y hay quienes les reconocen ventajas y limitaciones.
Para
algunas personas se trata de un lugar útil para las mujeres
maltratadas en su proceso de autorreflexión, denuncia y
evasión de peligros reales y donde encuentran el apoyo
necesario para recomponer sus vidas.
“Pero
en esas casas las mujeres tienen que estar escondidas, huyen del
problema, y entonces se convierten en un nuevo espacio donde se
vuelve a victimizar a la mujer”, dijo en el encuentro de La Habana
la española Isabel Carrillo Flores, de la Universidad de
Vic.
Aunque
reconoce cierta evolución en su país en cuanto al
tratamiento legal y presentación de estos temas en los
medios de comunicación, Carrillo lamenta que todavía
en uno y otro campo “predominen expresiones llenas de prejuicios,
de sensacionalismos, y las mujeres sigan desprotegidas jurídicamente,
porque el tema se aborda con reformas parciales”.
La
clave, en su opinión, sigue estando en la educación,
en los modelos de dominación patriarcal que se trasmiten,
y en la escasa preparación sobre el tema que poseen los
profesionales jurídicos.
“Entre
los propios juristas no hay un entendimiento de los procesos psicológios
por los que transita la mujer maltratada”, sostiene.
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