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| El Veraz. | San Juan, Puerto Rico |
Colores que marcan

Por Dalia Acosta

La imagen de una mujer blanca que pasea por una céntrica calle habanera tomada de la mano de un hombre negro se vuelve cada día más común en Cuba, pero las uniones interraciales todavía siguen siendo mal vistas por una sociedad que decretó "el fin" de la desigualdad racial hace casi medio siglo. .

Algunos amores, simplemente, no se declaran nunca. Otros exigen mucho coraje para mantenerse y enfrentar los estereotipos discriminatorios que marcan las diferencias en esta isla del Caribe a partir del color de la piel y están presentes tanto en la población blanca como en la negra o la mestiza.

“Me sentía todo el tiempo observada y rechazada. La gente nos veía pasar por la calle y nos seguía con la mirada. Algunos amigos empezaron a tratarme con frialdad o dejaron de salir conmigo, mi familia estuvo días sin hablarme y supe de gente que comentó que yo era una sucia”, cuenta Madelys Ríos, profesional de 38 años.

Los prejuicios que aún rodean al noviazgo, la unión consensual o al matrimonio entre hombres y mujeres negros o mestizos con personas blancas están considerados por especialistas como uno de los indicadores que con mayor nitidez muestra hasta qué punto persiste la discriminación racial en Cuba.

Amistad sí, familia no

Un estudio realizado a mediados de los años noventa, por especialistas del Departamento de Etnología del Centro de Antropología del Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente, encontró que sólo el 55,2 por ciento de 116 personas entrevistadas en tres barrios de Ciudad de La Habana consideraron “convenientes” las uniones interraciales.

Los matrimonios interraciales fueron desaprobados por el 68 por ciento de las personas blancas encuestadas, el 29,4 por ciento de las mestizas y el 25 por ciento de las negras. Como norma se defiende la amistad con personas de otra raza, pero no la formación de una familia.

Aunque el tamaño de la muestra no permite tomar los resultados obtenidos como concluyentes para una población de 11,2 millones de habitantes, el estudio es una referencia obligada en un país donde la información estadística es muy escasa y no se conoce el número de uniones entre personas de diferentes razas.

“Hay gente que cree que si una mujer negra se casa con un hombre blanco está mejorando la raza. A mí no me gustaría ver a mi nieta con un blanquito. Nosotros somos negros y estamos orgullosos de eso. Tenemos nuestra cultura, nuestros santos, nuestras costumbres”, dijo Josefa Martínez, una santera de 72 años.

De acuerdo con el investigador Juan Antonio Alvarado, el racismo, durante el período colonial, constituyó la ideología que sustentó al régimen esclavista impuesto por los blancos de origen hispano a los negros hispanos y su descendencia.

“Su permanencia después de la abolición de la esclavitud y posteriormente en la República neocolonial se expresó a través de un complejo de ideas y prácticas discriminatorias que garantizaron la explotación y segregación racial de los sectores no blancos de la población”, asegura.

La persistencia de la discriminación

El fin de la discriminación racial apareció entre los principales objetivos de la mal llamada Revolución, desde su triunfo en 1959. Pero la eliminación del racismo institucionalizado y de los mecanismos jurídicos que obstaculizaban el disfrute de los derechos por la población negra o mestiza no significó la erradicación del racismo.

Tampoco sucedió con la Constitución de la República, vigente desde 1976. Según el artículo 41 de la carta magna, “la discriminación por motivo de raza, color, sexo u origen nacional está proscrita y sancionada por la ley”.

“Se pensó ingenuamente que si se eliminaban las vías institucionales que propiciaban la práctica de la discriminación racial y se enfatizaba en la educación y en la convivencia cotidiana, automáticamente se podían barrer las raíces del racismo y de los prejuicios raciales”, opinó Jesús Guanche Pérez, autor de varios estudios sobre el tema.

Así, desaparecieron los lugares públicos vedados a la población negra y mestiza (playas, casinos, clubes, hoteles y otros), se abrió la posibilidad de acceder libre y gratuitamente a la enseñanza en todos los niveles, a los servicios de salud, deportivos y culturales y a puestos de trabajo y cargos de dirección.

Pero no se revolucionó una barrera “más profunda y diversa”que se reproduce y multiplica a nivel horizontal y que incluye elementos de la autoestima personal y complejos psicológicos heredados y transmitidos que, de alguna manera, condicionan la autoimagen que tienen las personas sobre la “supuesta pertenencia racial”, asegura Guanche.

Aún hoy, el habla popular cubana incluye frases como “tenía que ser negro” o “es tan bueno que parece blanco”.

La tendencia a no reconocer la persistencia del racismo a nivel social facilitó la aparición de títulos como “La discriminación racial en Cuba no volverá jamás”, artículo publicado por José F. Carneado en 1962, o “El problema racial en Cuba y su solución definitiva”, texto de Pedro Serviat, aparecido en 1986.

Acentuación de la desigualdad

A juicio de la investigadora María del Carmen Caño, “los nexos existentes entre el tema racial y su repercusión a nivel político ideológico” favorecieron la minimización del problema durante décadas. Tras la crisis económica de los años noventa, estima, la valoración del fenómeno se fue a los extremos.

Un aporte importante en el análisis de la cuestión racial en Cuba fue la publicación por la revista Temas, en 1996, de un dossier especial sobre etnia y raza. Nueve años debieron pasar para la aparición, en enero pasado, de un número especial de la revista La Gaceta de Cuba sobre “Nación, raza y cultura”.

La publicación de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) reconoció que, pese a los esfuerzos por erradicar la discriminación racial, la realidad ha demostrado que su “arraigo es de tal profundidad que no bastan procedimientos jurídicos o políticos”, ni unas décadas para hacerla desaparecer.

En la isla caribeña “la cuestión racial es ante todo la del racismo antinegro, la discriminación y los prejuicios contra los no blancos y la oposición a ellos”, asegura un ensayo del historiador Fernando Martínez Heredia, publicado en el número especial de La Gaceta de Cuba.

Especialistas locales reconocen, asimismo, la existencia de elementos de autodiscriminación entre la población negra y deformaciones en su identidad sociocultural, que se reproducen en el proceso de socialización de las relaciones raciales en la escuela, la familia y los medios de comunicación masiva.

María del Carmen Caño considera entre estas deformaciones la aceptación pasiva de la crítica a su cultura, “la deficiente autopercepción como grupo social y su participación, consciente o no, en la reproducción de estereotipos raciales, al intervenir como diseminador oral de estos”.

De acuerdo con la investigadora, “la crisis (iniciada en 1990) ha constituido un factor de reproducción de acentuación de las desigualdades sociales y, en consecuencia, de las raciales, dado los nexos históricos que han existido entre raza y clase”.

En Cuba no existen datos disponibles actualizados sobre la situación en que vive la población negra y mestiza cubana. De acuerdo con el Censo de Población y Viviendas de 1981, en la isla vivían en esa fecha 6,4 millones de personas blancas, 1,1 negras, 2,1 mestizas y unas 14.000 chinas.

Pero la información obtenida durante la encuesta nacional no fue totalmente fidedigna, según Guanche. La clasificación como blanco, negro, mestizo o blanco dependía de la apreciación que tenía el entrevistador del color de la piel del entrevistado, sin tener en cuenta antecedentes familiares.

La base real del racismo en Cuba “no es epitelial”sino “mucho más profunda” y está asociada a la división de la sociedad en clases, grupos y capas, a las relaciones de propiedad que condicionan la estructura y la jerarquía familiar, la psicología individual y social, y el desarrollo pleno de las capacidades, estima Guanche.


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