Por
Gladis Núñez
El gobierno cubano pretende querer revivir los hoy casi moribundos
Comités de Defensa de la Revolución cuya presencia
activa hasta mediados de los ochenta garantizó la supervivencia
del régimen.
La explosión de dos bombas colocadas por "personas
desafectas al gobierno" en el acto masivo organizado para
recibir a Fidel Castro a su regreso de la Organización
de las Naciones Unidas (ONU), el 28 de septiembre de 1960, fue
pretexto para que Castro anunciara la creación de un sistema
de vigilancia colectiva revolucionaria basado en Comités
de Defensa de la Revolución (CDR), que se convirtieron
muy pronto en uno de los principales puntales del régimen,
simbolo sobre todo de division, de destruccion de la familia cubana.
En la práctica cada comité tenía a su cargo
la vigilancia de un área de una a dos cuadras de extensión
(cien a doscientos metros) con la obligación de informar
a la policía de todo movimiento sospechoso en su sector
y de llevar un control estricto de los residentes de cada vivienda,
dejando constancia de ello en un libro llamado "Registro
de Direcciones y Viviendas".
Desde
el inicio se estableció un sistema de guardias que las
mujeres cumplían de once de la noche a una de la madrugada
y los hombres en dos turnos de una a tres y de tres a cinco de
la madrugada. La gente aceptaba los cargos de dirección
en los comités por temor al que dirán y no por convicción.
Este sistema de vigilancia acarreó engorrosos procedimientos
burocráticos. Así, por ejemplo, si una persona llegaba
de visita a casa de un familiar o amigo desde otra provincia debía
traer consigo un permiso especial (Modelo R.D.*5), de lo contrario
el propietario de la vivienda era multado y el visitante debía
regresar a su lugar de origen.
Pero
la consecuencia más grave fue el clima de terror, temor
y delación que instauró.
Bastaba que una persona hiciera la más mínima crítica
o comentario sobre el régimen para que se la considerara
sospechosa y quedara privada de toda recomendación o apoyo
para trabajar o seguir estudios universitarios.
Si
alguien aspiraba a un trabajo que requería cierta "confiabilidad"
revolucionaria, deseaba estudiar en una escuela con el mismo requerimiento
o simplemente tenía un problema judicial, su destino dependía
de los informes que se establecieran sobre su conducta al cabo
de una investigación secreta realizada con la participación
del presidente del CDR y del encargado de la vigilancia del sector
en que residía.
Desde mediado de los 60 hasta casi finales de los 70, para atraer
a la población, en particular a los menores, se organizaban
actividades recreativas, como por ejemplo los "Planes de
la Calle" (se cerraba una cuadra al tráfico y se proponían
juegos y golosinas a los niños). Al cumplir 14 años,
los niños recibían una especie de "Bautizo
Revolucionario" (que reemplazaba el bautizo religioso, pues
el "Verdadero Revolucionario" no podía tener
creencia religiosa alguna) y se convertían en miembros
de los CDR, pagando como todos una cuota mensual de $0,50.
Se crearon también dentro de los comités círculos
de estudio político donde se adoctrinaba a los miembros
y se analizaban los discursos o declaraciones del Presidente Fidel
Castro. Al finalizar las reuniones, los miembros se comprometían
a cumplir con las orientaciones o las demandas del gobierno.
En 1980 cuando se produjo un éxodo masivo hacia Estados
Unidos por el puerto del Mariel, las actividades de los CDR tomaron
un cariz más agresivo. Se organizaron actos de repudio
público orientados e instigados por el gobierno contra
aquellos que manifestaban su deseo de partir del país.
Esas
personas eran víctimas de agresiones físicas (se
las apedreaba con lo que se tuviera más a mano) o de ofensas
verbales, y sus viviendas se convertían en blanco de pedradas
o de pintadas con injurias obscenas.
Es
necesario dejar constancia de que todos los actos organizados
por los CDR, como por todas las demás organizaciones, han
respondido siempre a directivas del gobierno, y de que aquellos
que se negaban a participar en esos actos de repudio eran excluidos
del CDR y de toda otra organización política en
la que militaran, así como de los centros de trabajo y
de estudio.
Pero esas mismas circunstancias hicieron que la gente se fuera
apartando de los comités. El éxodo del Mariel marcó
de hecho el inicio del fin de los CDR.
En
1985 sólo se seguía cobrando a los miembros la cuota
de $0,50, pero ya nadie hacía guardia ni cumplía
actividad alguna.
En la actualidad la actitud de la poblacion es mas desafiante,
nadie quiere aceptar cargos de dirección y los pocos que
aun se pliegan a ello lo hacen obligados por las circunstancias,
porque no quieren perder su trabajo o por el temor a comprometer
el futuro de sus hijos.
El
sistema de vigilancia y delación de los CDR que dejó
como secuelas el odio y la desunión sigue erigiendose como
una amenaza contra el pueblo cubano, aunque son pocos los que
se prestan para estos infames objetivos.
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