Por
Gustavo Sierra
El
babalao, el santero, abre sus manos de largos dedos negros y deja
caer los caracoles. Los observa un rato mientras aspira un enorme
puro. Mueve la cabeza en desaprobación. Los agarra y los
vuelve a tirar. Larga más humo y niega con la cabeza. "No,
nada claro. Los orishas (santos) no dicen nada de la salud de
Fidel. Los caracoles caen cruzados. Eso es sólo incertidumbre",
dice el babalao Rowaldo. Ni la tradicional religión afrocubana
Regla de Ocha o Santería, practicada por buena parte de
la población, logra aquí en Cuba saber lo que realmente
sucede con el hombre que dirigió los destinos de la isla
en los últimos 48 años. Fidel Castro sigue siendo
en su invierno lo que fue desde la primavera revolucionaria de
1959 cuando derrocó a la dictadura de Batista y tomó
el poder en La Habana junto a sus míticos guerrilleros
barbudos: un gran misterio más allá de que sus kilométricos
discursos fueran escuchados en todo el mundo por casi medio siglo.
Hoy, siete meses después de haber dejado el poder y nombrado
a su hermano Raúl como sucesor, Fidel Castro permanece
postrado en un apartamento especialmente acondicionado del Palacio
de Gobierno y cobijado por un enorme manto de silencio tejido
por él mismo cuando decretó que su salud era "una
cuestión de Estado". Para despejar rumores apareció
dos veces en video cuando fue visitado por el presidente venezolano
Hugo Chávez. Y hace diez días Castro llamó
a Caracas durante la emisión del programa de radio de Chávez.
Dijo que estaba "very well" y que se sentía mucho
más fuerte. Aunque pidió "paciencia" a
sus compatriotas para afrontar la situación.
"Sí, es así. Fidel marcha muy bien. Cada día
se ve cómo ha sido capaz de perseverar en su tratamiento
y en el camino de la recuperación, con mucha disciplina,
mucho esfuerzo y resultados muy satisfactorios", es la explicación
oficial que da a Clarín Ricardo Alarcón, el presidente
de la Asamblea Popular (Parlamento) y virtual portavoz de la revolución
en los últimos diez años. Y ésa es la misma
percepción que se tiene en los círculos independientes
más o menos bien informados de La Habana. "El comandante
va pa''lante", dice Reynaldo, un ex funcionario gubernamental
que todavía conserva buenos amigos cerca del Palacio de
Gobierno, utilizando la forma de hablar de los guajiros (campesinos).
"Salió de su estado grave tras las tres intervenciones
quirúrgicas que se le hicieron por el cuadro de inflamación
extrema del intestino grueso o diverticulosis, y la gravísima
infección que lo atacó. Pero aseguran que quedó
muy débil", es el informe que un diplomático
europeo envió a su cancillería.
Fidel no sólo parece haber probado que su sangre gallega
lo mantiene estable sino que no puede con su genio y desde hace
unos días tiene conectado al lado de su cama un teléfono
con el que llama a sus ministros y, como siempre, a horas inconvenientes.
"Tiene el teléfono al lado y lo usa bastante",
dijo Raúl a los periodistas cuando apareció de sorpresa
en la Feria del Libro de La Habana. "Por suerte a mí
no me llama mucho, pero a Lage (el vicepresidente, Carlos) y a
Felipe (el canciller Pérez Roque) los llama bastante",
agregó con sorna.
En las calles de La Habana Vieja y en el Malecón, la enfermedad
de Fidel ya dejó de ser tema de conversación. Hay
una cierta indiferencia, pero también expectativa de cambios.
"Acá no pasó nada. Todo sigue igual. Nosotros
no vimos ningún cambio", me dice Yolanda Matachana,
una geóloga que carga gasolina a casi un dólar el
litro en una estación de servicio frente al hotel Nacional.
"Fidel o Raúl son iguales. Pero la gente está
cansada y esto no puede seguir siempre así. ¡Va a
tener que cambiar! No me preguntes cuándo, porque lo venimos
esperando desde hace 50 años. Pero va a tener que cambiar",
comenta Raydel Abaláez mientras cruza la calle 23 para
irse a tomar un helado en la mítica Coppelia. "El
propio Raúl dio a entender que tenía unos tres años
de gracia para hacer los cambios. Yo creo que no le van a dar
tanto, tal vez uno o dos años. Después, si no se
abre, esto se cae", es el análisis de Sigfredo, un
técnico informático que encuentro en un café
moderno del Centro de Negocios del barrio acomodado de Miramar.
Tal vez, la novedad de esta situación es que la gente se
anima a hablar y criticar abiertamente con la prensa extranjera.
Lo cierto es que la transición ha sido absolutamente ordenada
y en paz. Cuando salió el secretario privado de Fidel por
televisión a las nueve de la noche del 31 de julio del
año pasado a decir que Castro iba a ser operado y que entregaba
la presidencia provisional a su hermano Raúl, el ministro
de Defensa, no se registró lo que muchos predecían.
Nadie salió a la calle ni a protestar ni a vivar a Fidel.
No se vio ninguna manifestación de los disidentes así
como tampoco lágrimas en los ojos de los cubanos. "Fue
una larga noche. Estábamos todos pegados al televisor pero
nadie dijo una sola palabra más. Y como no vimos nada que
cambiara al otro día o a la otra semana nos fuimos acostumbrando.
Aquí hay que ''inventar'' todos los días para sobrevivir
mejor. Con el trabajo oficial no alcanza y hay que hacer muchas
otras cosas. Entonces, nos metimos en nuestras vidas y nos olvidamos
del asunto", explica Ortelio Albardas, un profesor universitario
que está en la puerta de su casa del barrio de Vedado reparando
un Chevrolet del 48 que tiene el motor de un Volga soviético
y la caja de cambio de un Chevy argentino.
La principal queja de los cubanos es la falta de transporte. La
crisis que sobrevino en Cuba en los noventa, tras la caída
de la Unión Soviética que le transfería más
de 4.000 millones de dólares al año, redujo la economía
en más de un 35%. No había combustible. Fidel mandó
comprar un millón de bicicletas a China. Y el ingenio de
los mecánicos cubanos inventó un tipo de autobús
que los habaneros bautizaron como "camellos": son dos
"jorobas" como cabinas de pasajeros remolcadas por un
cabezal de camión de carga pesada. Engendros de unos 25
metros de largo que logran transportar a unas 100 personas a la
vez. Pero son muy pocas unidades y pasan cada hora o cuando sea.
"Havana Time", dicen los habaneros. Las mujeres, cansadas
de esperar la "guagua" (autobús) se paran en
las esquinas de los semáforos y hacen "botella"
(dedo, autostop). Los hombres ni se gastan porque nadie los lleva.
Esto provoca un gran ausentismo e ineficiencia en el trabajo.
"Mira chico, aquí decimos que si Kafka hubiera sido
un escritor cubano sería considerado un autor costumbrista",
me dice Daymaris, una estudiante de literatura, mientras ríe
mostrando unos dientes blancos como la leche dentro de una cara
de chocolate.
La otra plaga de la revolución es la corrupción,
pero no la que vemos en otros países latinoamericanos donde
se utiliza el poder para enriquecerse, sino la que viene de la
mano de la necesidad y del paternalismo comunista. El trabajo
oficial tiene unos sueldos muy bajos. El promedio es de 330 pesos,
que equivalen a 16 dólares, y el salario mínimo
que gana un amplio sector de los trabajadores es de 225 pesos
o 12 dólares. Eso es lo que se paga por medio kilo de queso
gouda o una botella de vino en un supermercado de pesos convertibles.
"Lo que queda es robar y el único que tiene algo para
que le roben aquí es el Estado", me explica un veterano
periodista latinoamericano con más de 30 años en
la isla. Entonces, se "roban" unas horas al trabajo
para "inventar" algún otro negocio o se derivan
productos oficiales hacia el mercado negro. El diario Juventud
Rebelde informaba esta semana que el Ministerio de Comercio Interior
"dejó de ingresar en el 2006 más de 185 millones
de pesos por concepto de pérdidas y faltantes, cifra que
se suma a los 416,9 millones de años anteriores".
Agrega que se consignaron anormalidades en el 90% de las unidades
de comercio inspeccionadas. "Tenemos que acabar con el robo
y las irregularidades", dijo el ministro Marino Murillo Jorge.
La distorsión más grande proviene de la enorme desigualdad
que crea la convivencia de dos monedas en la economía.
La primera, el peso cubano , que se cotiza a unas 25 unidades
por dólar, es en la que perciben los sueldos los trabajadores,
incluidos los del sector privado que deben contratarse a través
de una empresa estatal. Esta moneda sólo sirve para comprar
los artículos de necesidades básicas en los mercados
de frutas y verduras, y unos pocos elementos más. Todo
el resto de la economía se maneja en pesos convertibles
o CUC, que se cotiza a 1,20 dólar la unidad. Esto pone
los precios en esta moneda al nivel del euro y más elevados
que en el continente americano. "Fue inevitable. Necesitábamos
obtener una parte de las divisas circulantes, que ya estaban,
no las inventamos nosotros, y tuvimos que crear el CUC. Luego,
con la normalización de la economía se fue revalorizando
ese peso convertible, así como el peso cubano, y llegamos
a esta situación. Con la tributación que hace el
CUC tenemos más dinero para ayudar al que necesite. Pero
comenzaron a aparecer algunas diferencias sociales entre los que
tienen acceso al CUC y los que no. Es algo que estamos estudiando
y se revisará si fuera necesario", admite Alfredo
Jam Massó, director de Macroeconomía del Ministerio
de Economía y Planificación.
Pero esta distorsión no impidió a Cuba tener, según
cifras oficiales, este año un crecimiento espectacular
de la economía, del 12,5% que se suma a un 11,8% del año
pasado. Es el porcentaje más elevado de América
latina aunque algunos economistas independientes ponen en duda
la cifra. "En 2005 la producción de electricidad bajó
un 4%, ¿cómo se puede explicar que creció
la economía sin electricidad?", se pregunta Oscar
Espinosa Chepe, un economista socialdemócrata y disidente
que acaba de salir de la cárcel.
Otro problema es el déficit de un millón seiscientas
mil viviendas en un país de 11,3 millones de habitantes.
Entro a la casa de Amparo Pino en la calle Infanta de Centro Habana.
Es un departamento de dos plantas ubicado dentro de un edificio
de seis pisos y muy malas condiciones. En la planta baja, un living
amplio con cocina y baño, vive Amparo con su hija y dos
nietos. Todos duermen en el living. Arriba, tiene una habitación
grande, otra más pequeña y un baño completo
donde vive su hijo casado con su mujer y dos niños y otro
hijo soltero. Pero la habitación grande la tienen que despejar
cada dos por tres para alquilarla a extranjeros. "Es la única
manera de hacerme de unos pesos convertibles", dice Amparo
mientras tomamos un café y ella intenta poner en marcha
un viejo lavarropas soviético de marca Aurika.
Claro que sobre todo esto perduran las conquistas de la revolución.
Hay excelentes sistemas de Educación y Salud gratis para
toda la población. "En realidad nos sobran médicos
y profesores y en este momento se han convertido en un gran producto
de exportación, más de 20.000 médicos trabajan
en Venezuela y muchos más están en Bolivia, Nicaragua
y varios países africanos", asegura un funcionario
de prensa del gobierno. El nivel de alfabetización supera
el 90%. La expectativa de vida pasó de menos de 60 años
antes de la revolución a los 80 actuales, prácticamente
idéntica a la de Estados Unidos. Y los excelentes programas
de vacunación erradicaron totalmente de la isla polio,
difteria, meningitis y paperas. Este año hubo un rebrote
del dengue y se movilizó a miles de estudiantes para alertar
a la población y trabajar en brigadas de exterminación
del mosquito. Hay 700.000 estudiantes universitarios. La población,
en general, está bien educada y articulada para argumentar
cualquier concepto. Además de tener un buen humor, una
enorme amabilidad y gran solidaridad.
Los cubanos combaten las faltas de libertades con imaginación.
Hay una enorme red de antenas y receptores de televisión
satelital que en forma clandestina se extiende por todos los edificios
de la isla. Juan Miguel, un taxista, me lleva al barrio negro
de Alomar y me presenta a su primo Yasel que regentea un servicio
clandestino de cable en el edificio de 10 pisos donde vive. "Mira,
chico, nos hicimos una antena con un colega y nos conseguimos
un transmisor de Direct TV. Y empezamos a largar cable. El que
lo quiere tiene que pagarnos 10 pesos (12 dólares) por
mes", cuenta Yasel mientras me muestra la antena camuflada
detrás de un tanque de agua. Yasel también es una
especie de director de programación. El es quien determina
qué canal ver. "Voy cambiando. A la mañana
pongo los muñequitos (dibujos animados), a la tarde las
telenovelas que no puedo olvidarme porque las vecinas me prenden
candela (fuego) a la casa y a la noche algún partido de
pelota (béisbol) o una película. Pero nada de política,
sólo el noticiero de Miami a veces", explica Yasel,
un negro enorme de ojos brillantes. El diario Granma calificó
estas actividades de "piratas" y anunció unas
grandes redadas contra las antenas satelitales porque dice que
permiten la entrada de "propaganda subversiva" de Televisión
Martí, una emisora subvencionada por Washington para emitir
propaganda contra el gobierno cubano.
La disidencia dentro de la isla es muy poco conocida. Los dirigentes
son pocos y están dispersos, con diferencias entre ellos.
En marzo de 2003 surgió un grupo nuevo con características
similares a otros de derechos humanos en el mundo. Se llama Damas
de Blanco y fue formado por las esposas y madres de 75 disidentes
encarcelados. Algunos de ellos ya fueron liberados, pero quedan
59 presos y las señoras, vestidas de blanco y con gladiolos
y azucenas en la mano, marchan cada domingo por la Quinta Avenida
del barrio de Miramar tras asistir a misa en la iglesia de Santa
Rita. Tras las excarcelaciones, la Comisión Cubana de Derechos
Humanos informó que en 2006 hubo una disminución
de los presos políticos que pasaron de 333 a 283. Y Amnistía
Internacional reconoce a 67 prisioneros de conciencia. Entre el
2000 y el 2005 emigraron de alguna manera a EE.UU. o salieron
al exilio 140.600 cubanos. Hace 15 días les retiraron la
credencial de prensa a tres corresponsales extranjeros. "Nosotros
hemos sido muy reprimidas, amenazadas con ir a prisión.
Pero no vamos a detenernos hasta que haya salido el último
de nuestros familiares presos. Marchamos en silencio y a veces
cantamos o rezamos. Y con esto hemos conseguido el respeto de
muchos cubanos", me cuenta la periodista Miriam Leiva, una
de las fundadoras de las Damas de Blanco, mientras camina con
otras seis mujeres por la arbolada 5 Avenida observadas discretamente
por agentes estatales.
La mayoría de los observadores independientes que vi en
estos días en La Habana coinciden en que de un gobierno
de Raúl Castro se pueden esperar algunas reformas económicas
pero no una apertura política. Raúl tiene fama de
ser el ideólogo detrás de algunas de las reformas
de los noventa y hasta se lo denomina como "el Deng Xiaoping
cubano", en referencia al padre de la apertura capitalista
en China. "Para hacer reformas a la China hay que tener muchos
chinos y aquí no los tenemos", aclara Alarcón
en nuestra conversación. Y el segundo secretario de la
Dirección Nacional de la Juventud, Orlando Yero Travieso,
se me ríe en la cara cuando le planteo la posibilidad de
una apertura hacia el capitalismo. "La revolución
es la construcción de una utopía y nosotros creemos
firmemente en ella", me aclara Yero Travieso. Pero la realidad
indica que Raúl Castro es el "gerente general"
de un gran imperio económico. Las Fuerzas Armadas a su
cargo desde hace 48 años manejan 844 empresas que equivalen
al 30% del total de la economía de la isla, que van desde
la producción de azúcar hasta hoteles y de granjas
hasta fábricas de acero. Y de acuerdo a los empresarios
españoles que hacen negocios con los oficiales a cargo
de estas industrias "son los más serios y eficientes
del país". "Creo que por ahí hay que esperar
los cambios. Raúl quiere una economía más
eficiente, ya habló de luchar contra la corrupción
y va a ir lentamente ampliando el mercado interno", analiza
el periodista con 30 años de experiencia en la isla y conocimiento
profundo de los hombres en el poder. "El problema que tiene
ahora es un Fidel recuperado que le va a estar detrás como
lo hizo siempre. Habrá que ver si en estas circunstancias
se atreve o no a hacer las reformas mientras su hermano siga vivo",
agrega.
Regreso a ver al babalao Rowaldo. Otra santera me asegura que
"los caracoles siempre hablan, es imposible no sacar nada
de ellos". Me meto en un conventillo de La Habana Vieja con
decenas de piezas y chicos jugando entre gallinas. Rowaldo me
recibe con su metro ochenta terminado en un sombrero panameño
y todo vestido de blanco. Le pido que me diga qué va a
pasar en Cuba. Tiene los caracoles en una mano y el puro de casi
30 centímetros en la otra. Se sienta ante una mesa pequeña
y lanza una vez más los caracoles. Los observa detenidamente
por unos minutos y levanta la cabeza con sus ojos rojos. Larga
el humo del puro y dice "chico, definitivamente vienen cruzados...
Eso es sólo incertidumbre".
|