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| El Veraz. | San Juan, Puerto Rico |
El Papel de las Fuerzas Armadas en Cuba

Por Eusebio Mujal-León y Joshua W. Busby

Es difícil clasificar el régimen cubano actual -una dictadura personalista y carismática, con una combinación peculiar de elementos nacionalistas-castrenses, igualitaristas y de comunismo residual- dentro de las categorías políticas tradicionales.

Aunque el régimen ha pasado por distintas fases, siempre ha habido una constante dialéctica: la presencia de Fidel Castro como figura dominante. De hecho, con frecuencia, la propia continuidad del fundador del régimen ha oscurecido la transición entre diversas fases políticas y los auténticos cambios que han producido en otras instituciones del Estado.

Por ejemplo, ha habido momentos, como el periodo 1975-1985, en los que parecía que las instituciones del régimen estaban consolidándose enormemente. Sin embargo, las revoluciones de 1989-1990 en Europa Oriental y Central, así como la posterior desintegración de la Unión Soviética, sembraron la confusión entre las instituciones cubanas y establecieron un nuevo equilibrio entre ellas.

Tales acontecimientos dieron aún más relieve a la figura de Castro, convirtiéndolo en un punto de referencia política aún mayor. En consecuencia, el fundador del régimen se encontró en una situación sin parangón, en la que se enfrentaba al doble desafío de refundar dicho régimen y de recuperar el equilibrio entre sus principales instituciones, especialmente entre el Partido Comunista y las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR).

Notas del Editor: Creo que en este aspecto el estudio carece de realismo. La caída del comunismo lejos de darle aún mayor relieve a Castro dentro de las Fuerzas Armadas, lo despretigió enormemente.

La Unión Sovietica, era el mayor punto de referencia ideologica para los miembros de las Fuerzas Armadas, al esta caer, se creo una crisis ideólogica irreversible que afectó enormemente al gobierno y la credibilidad de Castro desde luego. Dentro de las Fuerzas Armadas se decia: - Pero tu no hablabas de la eterna Union Sovietica, pero tu no hablabas de la invensible Union Sovietica. Castro quedó para el pueblo cubano y para las fuerzas armadas en particular, como el peor habla porqueria de la historia de Cuba.

Es que ya desde antes antes de la caída de la Union Sovietica, dentro de las Fuerzas Armadas, por ejemplo los aires de la Perestroika de Gorbachov calaron profundamente. Eran evidentes las comparaciones que hacian los oficiales entre las similitudes historicas de los procesos comunistas en Europa del Este, la Unión Sovietica y Cuba. Y desde luego Castro y su Regimen siempre perdian en esas comparaciones.

Muestra de esto, fueron los procesos judiciales y disciplinarios emprendidos contra los miembros de las fuerzas armadas, simpatizantes de la perestroika y por consiguiente críticos de la realidad cubana.

Se acrecentó entonces, una especie de terror y paranoidismo entre los miembros de las fuerzas armadas y surgió una especie de mutismo político dentro de las instituciones militares, eso a pesar de que por ejemplo semanalmente antes de la caída de la Unión Soviética, los oficiales y soldados recibian clases de Preparación Marxista y al caer la URSS fueron sustituida por clases de Preparación Patriótica. Los oficiales acudian por obligación y no por convencimiento.

Castro no logró encontrar nunca más, un sustituto ideológico que levantara el espiritu de la mitica revolucionaria dentro de las fuerzas armadas.

Evidentemente esta investigación no indagó con respecto a esto, con ex miembros de las fuerzas armadas que se encuentran en el exilio, que vivieron esa epoca como soldados y oficiales y mucho menos investigó dentro de Cuba (cosa que se puede hacer con familiares de militares en activo)

El papel del ejército cubano en la transición: nuestra perspectiva

Según la definición clásica, el Estado es la entidad que cuenta con el monopolio del legítimo uso de la fuerza y para tal fin se dota de dos manifestaciones institucionales principales, el ejército y las fuerzas de seguridad internas, que garantizan la paz, tanto exterior como interior. A veces, como ocurre en Cuba, ambas responsabilidades confluyen en gran medida en una única red de seguridad global. En virtud de tal situación, esas instituciones pueden ejercer un control considerable sobre el ámbito político, principalmente cuando el régimen es más vulnerable a las amenazas externas o internas.

En ocasiones, los regímenes se enfrentan a “momentos de transición”: situaciones de crisis en las que el orden existente puede verse derrocado desde dentro (bien por las élites o por los ciudadanos) o invadido desde fuera. La primera posibilidad comporta la existencia de amenazas internas, mientras que la segunda se basa sobre todo en peligros exteriores. En esos momentos de transición, un régimen puede (1) lograr resistirse al cambio, (2) ser derribado y reconstituirse de forma autoritaria, o (3) transformarse y comenzar una transición a la democracia.

Cuba se enfrentó a una crisis interna a comienzos de los años noventa, con el derrumbamiento económico producido por el fin de las ayudas soviéticas. A pesar de la gravedad de la situación, el régimen consiguió superar la presión realizando cambios menores en sus políticas, aunque no por ello menos significativos. ¿Por qué?

Aunque analizar los motivos por los que no cayó el régimen excede los propósitos de esta introducción, sí apuntaremos las principales razones de su pervivencia.

En primer lugar, la dolarización de la economía y el margen que se concedió a la iniciativa privada bastaron para impulsar la producción de alimentos y el autoempleo, y socavar el malestar social.

En segundo lugar, las nuevas oportunidades de bisnes concedidas a los militares cubanos hicieron que el orden vigente se ganara la lealtad de importantes sectores castrenses. Finalmente, las purgas y la fusión del aparato de seguridad, junto al hecho de que las fuerzas armadas se hicieran cargo de él a finales de los ochenta, acabaron con una amenaza interna para el régimen.

Notas del Editor: En parte es así, pero en general no.

Analicemos en la concreta un poco cómo eran las condiciones para los miembros de las Fuerzas Armadas antes de la caída del campo socialista.

Primeramente los miembros de las fuerzas armadas vivían en una especie de urna de cristal, algo así, como un oasis de bonanzas comunistas en comparación a la situación económica que pasaba Cuba incluso en esa etapa antes de la caída del campo socialista, tanto en lo político como en lo económico, de espalda a la realidad de la inmensa mayoría del pueblo cubano.

Incluso muchos optaron por seguir dentro de las fuerzas armadas y no irse a la vida civil por los privilegios y el autoengaño ideológico al que eran sometidos. Irse de las fuerzas armadas significaba para muchos encontrarse con la realidad del cubano de a pie, la falta de comida, la falta de ropa, etc.

Por ejemplo en esa etapa, antes que cayera la Unión Sovietica, gozaban de villas turísticas, exclusivas para los miembros de las fuerzas armadas y sus familiares. Casas en Guanabo, Santa Maria, Varadero, Topes de Collantes y muchos otros lugares de la geografía nacional.

Naturalmente como es sabido, estas casas eran para la plebe de las fuerzas armadas, los mandos intermedios, Coroneles, Tenientes Coroneles, Mayores, Capitanes, Tenientes y Sargentos.

Pero no se piense usted que eran algo del otro mundo, lo que pasa es que en un país de ciegos... el tuerto es Rey.

Tenían desayuno, almuerzo, comida, playa, cerveza, ron y mucho dominó. Ah... todo eso pagado del bolsillo de los militares, no de gratis. Tenían desde luego la ventaja que una botella de ron por ejemplo, costaba más barato que en la calle.

Hay que mencionar tambien la Casa de los miembros del Ministerio del Interior, ¨El Cristino¨ ubicada en Miramar. Las inmoralidades que se veian alli solo se veian en un Garito antes del 1959. Oficiales viejos y decrepitos con jineteras rojas que eran menores de edad.

Pero veamos cómo vivían los Patricios.

Los Generales tenían por ejemplo la famosa Casa de los Generales... con exquisiteces culinarias que no tenía ningún hotel Meliá de Cuba.

La Casa de los Generales tenía más de 120 platos diferentes, para que los Generales y sus familiares vieran las bondades de la mal llamada revolución.

No se piense usted estimado lector que esos 120 platos diferentes se refieran a huevo frito, tortilla, huevo hervido... No...

Estamos refiriéndonos Bistec de Caguama, Ancas de Rana, lechón, caviar, bistec de res, Carne de caballo, carnero, conejo, pollos, langosta, camarones, etc. Todo eso, en exquisitos platos de 120 modalidades diferentes. Bebidas, de todas las marcas, Champán, vinos de la mejor cosecha.

Todo esto a precios de antes de la mal llamada revolución.

¿Como era la vida en los Estados Mayores?

Bueno esa división clasista por jerarquia, se patentizaban también en los diferentes tipos de fuerzas armadas.

Había un comedor “sirvase usted”, para la Plebe, donde ofrecían casi todos los días, pollo en diferentes modalidades y pescado.

Pero para los Coroneles, Tenientes Coroneles, tenían otro comedor donde la comida era muy diferente y era servida por camareros.

Sin embargo, el General en jefe a cargo de cada tipo de fuerza armada, cuando me refiero a tipo de fuerzas armadas, me refiero a la Fuerza Aérea, Marina de Guerra, Fuerzas Armadas, comía el solo en un pequeño local, para el cual no se podía pasar sin permiso en ningún momento.

Ya estamos imaginando lo rico que comía ese General a escondidas.

Esta forma de actuar de los generales, eran imitadas por los Ministros en diferentes Ministerios. Así se comportaba el Ministro de Finanzas, el de Deporte... en fin, todos comían a escondidas de la mayoría.

Llegó entonces la caída del campo socialista. La crisis económica naturalmente afectó a todos los tipos de fuerzas armadas.

¿Qué hizo entonces el gobierno en el caso de las fuerzas armadas?

Un alto miembro de FAR, en aquel entonces me dijo en privado: - Lo que nos viene pa encima no es de amigo, vamos a tener que clavar la quijada en la parte de atrás de la puerta de la casa, porque encima que no podemos hablar tampoco vamos a poder comer.

Fueron desmovilizados o despedidos miles y miles de miembros de la Plebe de las fuerzas armadas. Hubo una gran reducción de las fuerzas armadas.

La crisis se hizo evidente, se acabaron las 3 comidas, a veces solo una comida con huevo hervido arroz y frijoles.

A modo de ejemplo, me contaba un Teniente Coronel, miembro de las fuerzas armadas, que un 13 de Agosto en que estaba en el restaurante de la Casa Central de la FAR (que era solo para miembros de las fuerzas armadas), mientras comía su ¨pizza de boniato¨ junto con su familia (todo un lujo para el hambre que pasaba la población) … de pronto hizo su aparición una comitiva para cantar el Feliz Cumpleaño del Comandante, traían un pequeño carrito de aluminio y encima un pequeño cake o torta muy bien decorada con merengue.

Me dice el hombre entonces: - Chico yo vi que se llevaron el cake y me dije, ni un pedacito nos vamos a comer y después me enteré que era un caldero boca abajo, decorado con merengue porque no había harina.

Naturalmente me morí de risa.

Y para terminar, de la dolarización solo se beneficiaron algunos Generales, a algunos lo pusieron al frente de firmas de capital mixto.

En el caso de Gaviota, atendida por las fuerzas armadas, por ejemplo es la que peor servicio ofrece en el turismo.

Los pocos empleados que tienen, ofrecen un pésimo servicio y roban a las dos manos, sin contar que por ejemplo usted acude a cualquier turoperador de gaviota e invariablemente los encontrará durmiendo.

Qué decir de las tiendas atendidas por las fuerzas armadas, como es el caso de las TRD donde trabajan familiares y miembros de las fuerzas armadas.

Los peores productos que no se compran en ninguna parte del mundo, se venden en esas tiendas. Estas tiendas en su mayor parte son atendidas, como promedio por unas 10 personas. Lo que significa que la gran mayoría dentro de las fuerzas armadas no goza de los privilegios de la dolarización.

Por ejemplo, como mecanismo para estimular a los miembros de la Plebe de las fuerzas armadas en la actualidad, a los más destacados, no para todo el mundo se le ofrece una javita mensual con detergente, jabón, medio pollo y media botella de aceite.

Si supieran lo loco que están los militares, porque sus familiares en el exterior se acuerden de ellos

Y es que ya desde antes que Castro llegara al poder, en la propia Sierra Maestra, subían las mulas con abastecimiento de la tiendas más caras y mientras la tropa de campesinos miserables e indigentes se moría de hambre, ellos no dejaban que nadie se acercara a la Comandancia, porque a escondida, los comandantes comían la mejor comida, pan con queso, con guayaba, etc. Este sería el preludio de lo que seria después Cuba, una elite o grupúsculo viviendo como millonarios, mientras 12 millones viven como cerdos.

En fin que esta investigacion realizada por estos investigadores, que desde mi punto de vista, es mas especulación que otra cosa, no se ajustan a la realidad. El mundo de las fuerzas armadas en Cuba es mucho mas sencillo y sórdido.

De esta experiencia podemos sacar varias lecciones para el futuro de Cuba. En primer lugar, es muy probable que el próximo momento de transición surja del interior, como respuesta a una amenaza interna. Muy posiblemente, lo que alterará el actual equilibrio de fuerzas dentro de la isla será la muerte de Fidel Castro y la posterior crisis de sucesión, aunque ésta se prolongue ligeramente. Aunque podría haber una crisis interna, fruto del descontento creciente de las masas, el régimen y su líder ya tienen la experiencia de haberse enfrentado a ese tipo de problema durante la depresión económica posterior al derrumbamiento de la Unión Soviética y de sus aliados. Además, durante más de cuarenta años la amenaza externa no ha logrado desplazar al régimen y, a menos que la isla sufra una profunda inestabilidad o que surja un peligro inminente y directo para los EE.UU., no es probable que tal amenaza alcance las dimensiones que pudo tener en el pasado.

En segundo lugar, creemos que las FAR, a pesar de su transformación, seguirán ocupando un lugar sin parangón en el ámbito político. La considerable legitimidad con que cuenta el ejército entre el pueblo cubano, su gran papel en la seguridad tanto interna como externa y en la economía, así como sus menguadas pero aún respetadas capacidades –sobre todo en lo tocante a la destrucción de la disidencia interna- son elementos que indican la función crucial que tendría en un momento de transición.

En el futuro, quizá la variable de mayor interés respecto al ejército sea su grado de faccionalización. Desde el juicio contra Arnaldo Ochoa de 1989, parece que el ejército se ha comportado con relativa unidad en la defensa del régimen y que, de este modo, refuerza colectivamente el statu quo. Dicha unidad, si se mantiene frente a una crisis, concedería al ejército el derecho de veto. Aunque los resultados no están predeterminados, es probable que un ejército unido, dado su interés en mantener el régimen como está, fuera sobre todo una fuerza conservadora y que bloqueara la transición hacia la democracia o, incluso, hacia un capitalismo autoritario. Por el contrario, la aparición de facciones condicionaría la posición de los militares frente a los civiles, lo cual podría hacer que algunos sectores castrenses tuvieran un papel más activo en una transición hacia un nuevo régimen. Si hay sectores del ejército que llegan a creer que un sistema económico democrático o capitalista sería mejor para su fortuna personal o nacional, podrían establecer alianzas tácticas con nuevos líderes civiles para llevar a cabo una transición que les apartara del orden centralizado. Incluso en ese caso, no está claro qué es lo que surgiría, ya que dicho cambio podría adoptar contornos autoritarios o manifestaciones democráticas.

Además de las amenazas internas y de la constelación de rasgos militares, hay un tercer ámbito que refuerza el enorme papel que tendrían los militares cubanos en una transición. Las características del régimen –sobre todo el grado de faccionalización y su tipo- proporcionan los parámetros en los que se enmarca la capacidad de los civiles para realizar una acción conjunta. Estos tienen más posibilidades de lograr sus objetivos cuando están unidos. Por el contrario, hay pocas posibilidades de que una esfera civil dividida en intereses enfrentados logre tener mucho control sobre los actores, máxime todo frente a un ejército unido.

El papel de los militares se ve reforzado por el tipo de régimen. Cuando el poder se halla concentrado, como ocurre en los regímenes totalitarios o sultanísticos, los demás actores son débiles. Tal como muestran los testimonios históricos en China, Polonia y Rumanía, en momentos de crisis, el ejército tiene un papel capital a la hora de apagar las protestas o de influir de manera determinante en el carácter de la transición. Cuando el poder se halla menos centralizado, una transición cuenta con más actores, con lo que se reduce el posible papel del ejército.

En el caso de Cuba, que constituye un ejemplo de lo que hemos llamado régimen carismático postotalitario, el liderazgo está muy concentrado y el pluralismo muy limitado. Aunque esto podría sugerir que los líderes castrenses se someten a las élites políticas, los líderes nominales del aparato político –Fidel y Raúl Castro- se presentan como figuras militares. Con frecuencia, en el caso cubano, ha resultado difícil diferenciar a las élites políticas de las militares.4 Por el momento, la centralización del poder en Fidel (y, en menor medida, en Raúl) conlleva la práctica ausencia de rivales no castrenses, ya sea en el gobierno o en la sociedad civil. En la etapa posterior a Castro se producirá un flujo y una recomposición de los intereses civiles, pero, por ahora, la debilidad de ese tipo de contrapesos libra a la acción militar de un posible condicionante.

En líneas generales, mientras Fidel goce de buena salud, el ejército será su instrumento. No obstante, dado que el impulso de la reforma económica bajo dirección militar procede de Raúl -a pesar de las dudas de Fidel (véase la contribución de Amuchástegui)- puede que ya haya comenzado el proceso de distanciamiento entre éste y el ejército. Aunque en la actualidad Fidel puede enmudecer toda discrepancia, es muy posible que, a su muerte, y a pesar de la capacidad clientelar de Raúl, surjan este tipo de tensiones, y de forma mucho menos apagada.

Parte I: Los parientes comunistas de Cuba y el ejemplo de México

En la parte I, nuestros colaboradores - Andrew Michta, Michael Radu y Mónica Serrano- plantean discusiones importantes en torno a Polonia, Alemania de Este, Rumania y México. La legitimidad aparece como un tema de relevancia en dos capítulos, en la descripción sobre Polonia y Alemania del Este de Michta y en el trabajo de Radu sobre Rumania. Michta, por ejemplo, esgrime que los militares polacos mantuvieron su identidad nacional de cara al imperialismo soviético, mientras que las fuerzas armadas de Alemania del Este fueron expuestas a la injerencia externa de los soviéticos. Dada su legitimidad, los militares polacos jugaron el rol central de árbitro en el proceso de transición, mientras que las fuerzas armadas alemanas fueron prácticamente disueltas luego de la unificación. Además, y a pesar de los problemas inaugurales del período post-transición que desembocaron en serios conflictos cívico-militares, las élites polacas eligieron aceptar, en última instancia, los controles estándar proporcionados por los civiles. Esto sucedió debido al deseo polaco de transformarse en miembro de la Unión Europea, status que conllevaba la aceptación de ciertas normas estándar, inlcuyendo el control de las fuerzas armadas por parte de ministros civiles.

Michael Radu propone un enfoque de tipo revisionista para dar cuenta del colapso del régimen rumano. El autor sugiere que dicho colapso no se produjo como consecuencia de una revolución, sino más bien por decisiones tomadas por las fuerzas armadas de eludir la represión de movimientos de protesta espontáneos. Los militares eran altamente nacionalistas y, junto con la Iglesia, era una de las dos instituciones más respetadas en el país. En última instancia, ante la opción de verse involucradas en la represión de rumanos, las fuerzas armadas defeccionaron, por miedo a amenazar la legitimidad de que gozaba la institución, difícil conquista entre el público en general.

Si bien esta perspectiva puede no coincidir con la de aquellos que prefieren recordar la caída de Ceaucescu asociándola a un movimiento liderado por la sociedad civil5, Radu enfatiza que la protesta nunca hubiera tomado tanta significación de no haber mediado decisiones conscientes por parte de miembros de las fuerzas armadas. Radu reconstruye el episodio en que “revolucionarios” ingresaron en la sede del Ministerio de Defensa y preguntaron al Ministro Stãnculescu si se unía a la revolución, a lo cual éste respondió “Si no lo hiciera, ustedes no hubieran llegado hasta esta oficina! Hubieron sido abaleados en la puerta.” Esta noción de transición liderada por la élite es un eje recurrente en los trabajos de nuestros colaboradores y, en cierto sentido, nuestro argumento parte de la premisa implícita de que las relaciones intra élites guían el juego de la transición. Asimismo, Radu establece importantes puntos para diferenciar el caso rumano del caso cubano, enfatizando sobre la falta de legitimidad de Ceaucescu en relación a los hermanos Castro, y subrayando puntos de similitud –en términos de la estructura de mando militar, el adoctrinamiento nacionalista de las fuerzas armadas y la presencia del dictador, entre otros factores citados.

Mientras que el tema de la legitimidad es relevante para retratar los casos Comunistas, el grado de faccionalismo es el que afecta decisivamente la capacidad de los militares para dictar los tiempos y el margen de la liberalización. Mónica Serrano relata el proceso de subordinación de los militares mexicanos con posterioridad a la revolución de 1910, en la que las élites civiles socializaron gradualmente a los líderes de las fuerzas armadas en función de transformarlas en guardianas de la revolución, pero conservando un ethos profesional separado. Mientras que Cuba ha oscilado entre la movilización popular y la institucionalización a lo largo de su historia, México fue capaz de alcanzar un orden mucho más institucionalizado cuyo equilibrio de poderes interno se desplazó de los militares a las élites civiles. A pesar de orígenes revolucionarios similares y el régimen hegemónico del PRI, México gozó de relaciones cívico-militares estables con dominio de los civiles.

A diferencia de las fuerzas armadas cubanas, los militares mexicanos, con una larga tradición de no intervencionismo y aislacionismo, nunca disfrutaron los beneficios del prestigio otorgado por jugar un rol en combates externos o por su intervención en la economía. Además, los militares mexicanos nunca tuvieron el rol central en la economía o en la reestructuración que, en cambio, detentaron los militares en Cuba. Las élites civiles han gozado del control, y como máximo, el rol de las fuerzas armadas mexicanas se ha direccionado a la represión de la protesta social en Chiapas. El cambio político en los ’90, durante el cual los militares permanecieron en su coraza aislacionista, expuso a las fuerzas armadas mexicanas a un mayor escrutinio por motivos de abusos de derechos humanos. Como resultado, Serrano argumenta que el declive de la hegemonía del PRI tornó las relaciones cívico-militares más inseguras. La autora concluye señalando que el desarrollo de un pluralismo y de múltiples líderes puede acabar con el dominio de los civiles anterior, y llevar a una mayor politización en lugar de implicar un control objetivo.

Parte II: El papel del ejército cubano en la transición

Los cuatro capítulos sobre las fuerzas armadas cubanas generan un grado de acuerdo considerable en torno a la idea de que los militares tienen y continuarán jugando un rol esencial en cualquier transición o continuidad del régimen. Tres de los cuatro capítulos sobre los militares cubanos –elaborados por Frank Mora, Domingo Amuchástegui y la contribución de Juan Carlos Espinosa y Robert Harding- presentan variaciones matizadas en torno a la participación de los militares en actividades económicas y en la administración de empresas estatales. Mientras que los tres primeros anticipan un mayor nivel de experimentación económica, el último capítulo realizado por Josep Mª Colomer encuentra severas restricciones en el proceso, limitando por lo tanto los escenarios de transición potenciales del régimen a un escenario de colapso de cara al disenso interno.

En gran medida, las cuatro contribuciones en el volúmen sobre las fuerzas armadas cubanas están de acuerdo con nuestra valoración respecto al papel capital que tiene el ejército en la actualidad y el que seguirá teniendo en cualquier posible transición o continuidad del régimen. Dos de los tres capítulos sobre el ejército cubano –el de Domingo Amuchástegui y el de Juan Carlos Espinosa y Robert Harding- presentan ligeras variaciones respecto a la participación de ese cuerpo en las actividades económicas y en la administración de las empresas estatales. Mientras que estos dos primeros trabajos prevén la existencia de un grado de experimentación económica algo mayor, el último, el de Josep Mª Colomer, cree que, al final, el proceso será notablemente restringido, con lo que se limitarán los posibles escenarios de transición del régimen y sólo quedará uno, el de derrumbamiento frente a la disidencia interna.

A diferencia de muchos autores, en su trabajo, Domingo Amuchástegui retrotrae los experimentos del ejército con técnicas de modernización a mediados de los años ochenta, y no a principios de los noventa. Para este autor, las relaciones entre Cuba y la Unión Soviética ya eran espinosas a finales de los setenta y, a principios de los ochenta, Castro ya tenía sus dudas sobre el hecho de que Cuba pudiera seguir dependiendo de la URSS. Por su legitimidad, fiabilidad y mejores medios de gestión (según los criterios cubanos), al ejército cubano, las Fuerzas Armadas Revolucionarias, se le encomendó la misión especial de implantar el Sistema de Perfeccionamiento Empresarial (EPE). En un esfuerzo por reemplazar la economía centralizada de antaño por estructuras de gestión más eficientes (que, no obstante, siguieran dentro del marco de la propiedad estatal), los dirigentes cubanos promulgaron medidas reformistas que reproducían el mercado: entre otras, sistemas de contabilidad basados en la búsqueda de beneficios, cambios estructurales que permitieran el establecimiento de empresas con participación extranjera, y formas de racionalización del personal. Aunque Amuchástegui reconoce que hay pocas compañías estatales que hayan superado todas las fases del EPE, su retrato es optimista en cuanto al resultado de dichas políticas, que obrarán en beneficio del mantenimiento del régimen y proporcionarán bases sólidas para su continuidad. De hecho, a pesar de la crisis de la década de los noventa, el autor sugiere que ahora el ejército está más cohesionado que antes.

Frank Mora trabaja sobre el proceso del EPE y describe el rol central jugado por Raúl Castro. Mora denomina este proceso “raulismo”, siendo que Raúl Castro, por largo tiempo a cargo de las fuerzas armadas y nombrado sucesor de su hermano, ha intentado crear un coto leal para la era post Fidel Castro. Mora concluye que Raúl Castro puede haber logrado consolidar su poder capitalizando las purgas de fines de los 1980’s y premiando a los miembros de las fuerzas armadas con ministerios codiciados, a cargo de la economía cubana desde mediados de los 1990’s. Con “raulistas” firmes en ministerios a cargo de sectores estratégicos de la economía, como el azúcar, los transportes, la aviación y el turismo, la clásica imagen del soldado cívico cubano, el hombre militar políticamente comprometido, se ha visto transformado en un soldado tecnócrata. Equipado con las teorías de negocios modernas de Drucker, los militares se convirtieron en administradores y custodios de la economía cubana, dado que han intentado desenterrar al país de su peor crisis desde la Depresión. Mora esgrime que la reasignación de los militares a cumplir un rol más activo en la esfera económica les ha otorgado un poder renovado y ha reforzado el hecho que Raúl Castro y los militares dominarán la escena política en los próximos años. Mora argumenta que un apartamiento de los militares de la política es altamente improbable en el corto y en el mediano plazo, también anticipa que éstos ejercerán su capacidad de mando a través de continuos esfuerzos por reestructurar el estado, aunque sin promover grandes cambios en función de evitar la apertura política.

Juan Carlos Espinosa y Robert Harding ofrecen más datos sobre el papel económico del ejército cubano, pero no tienen mucha fe en la capacidad de las fuerzas armadas para hacer algo que no sea alargar la vida del régimen mediante formas de gestión ligeramente mejores de las empresas estatales. Ambos señalan que el ejército cubano ha ido más allá del soldado civil y del tecnócrata-soldado, para llegar al empresario-soldado. Militares en la reserva y en activo ocupan los rangos dirigentes de una economía cubana que intenta modernizarse mediante el proceso de perfeccionamiento empresarial, que puede convertir el ejército en un cuerpo de defensores del régimen o generar una nueva clase con preferencias distintas a las del gobierno. Aunque el régimen podría desear inspirarse en el modelo chino, Espinosa y Harding indican que su trayectoria puede ser más similar a la de Nicaragua, dentro de lo que denominan “piñata a cámara lenta” en la que se produciría una privatización de hecho de las posesiones del sistema político cubano. Sugieren que la falta de derechos de propiedad claros puede impedir una transformación eficiente de las estructuras y, al mismo tiempo, dar lugar a nuevas desigualdades que, finalmente, resultarían dañinas para la estabilidad social y generarían las contradicciones que ponen en marcha los cambios de régimen.

Mientras que Espinosa y Harding se muestran un tanto equívocos en lo tocante al papel de los militares en la reforma, el retrato que hace Josep Mª Colomer del cambio de régimen bajo la vigilancia del ejército es mucho menos optimista. Colomer toma como punto de partida el hecho de que el ejército cubano, por el control que ejerce tanto de la policía como de los órganos de seguridad, está destinado a tener un papel capital en futuros momentos de crisis. Sin embargo, este autor considera que el sector más intransigente del régimen es el que tiene las riendas, lo cual imposibilita que a corto plazo se produzcan reformas comparables a las de Europa del Este o incluso a las de China. Colomer indica que el régimen también se ha propuesto evitar el riesgo de que se produzcan sucesos como los de la Plaza de Tiananmen o una situación como la de Rumanía, momentos que tendrían que poner a prueba sus lealtades. En este argumento se halla implícita la idea de que la represión del sistema político cubano sería demasiado costosa, en términos sociales, para la reputación del ejército y para el conjunto de su legitimidad. Para Colomer, como no hay facciones dentro de las élites cubanas y los reformistas tienen poca influencia, no es factible que se produzcan ni “transacciones desde arriba” (como en Rusia) ni una transición pactada entre los moderados y los líderes de la oposición (como en Polonia). Indica que el único escenario de transición previsible es el del derrumbamiento: si se producen protestas internas y presiones externas, los sectores más radicales del régimen podrían ceder el poder para evitar una guerra civil.

Conclusión

Hay buenas razones para pensar que el ejército cubano será un interlocutor clave en cualquier transición que se produzca en el país. Es probable que el próximo momento de transición lo defina una amenaza interna, bien como resultado de luchas intestinas dentro de la élite dirigente o, de manera algo menos probable, por protestas masivas desde la base. El ejército –dada su legitimidad, su enorme papel en el sistema político y sus capacidades- sin duda tendrá un papel esencial en la resolución de una crisis de ese tipo. El elemento desconocido crucial es el grado de unidad que caracterizará a las FAR después de la muerte de Fidel. Este hecho dará un enorme impulso a la cristalización de diversos grupos de intereses dentro de la élite dirigente. Aunque el resultado sea incierto, si podemos fiarnos de la historia de los cambios de régimen, tendríamos que asistir a la aparición de un conflicto entre facciones que preludiara o fuera la consecuencia de un cambio de régimen. En esa coyuntura, todos esperamos que el cambio dé un giro democrático.

Es evidente que la transición en Cuba post-Castro será muy compleja y difícil – mucho más que las transiciones en España y Chile, cuyos gobiernos autoritarios no arrasaron toda la sociedad civil y sus instituciones. El problema principal de la transición cubana no radica, a mi juicio, en definir las grandes metas que quisiéramos alcanzar: Estado de Derecho con democracia pluripartidista legitimada por el sufragio, economía de mercado con un alto sentido de responsabilidad social, y regeneración moral libre de odios y corrupciones. El mayor problema estriba en cómo llegar o aproximarnos a esas metas. ¿Cuál sería el puente más apropiado, el marco constitucional que inspire más confianza para efectuar el tránsito con concordia, justicia y libertad?


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