Por
Eusebio Mujal-León y Joshua W. Busby
Es
difícil clasificar el régimen cubano actual -una
dictadura personalista y carismática, con una combinación
peculiar de elementos nacionalistas-castrenses, igualitaristas
y de comunismo residual- dentro de las categorías políticas
tradicionales.
Aunque el régimen ha pasado por distintas fases, siempre
ha habido una constante dialéctica: la presencia de Fidel
Castro como figura dominante. De hecho, con frecuencia, la propia
continuidad del fundador del régimen ha oscurecido la
transición entre diversas fases políticas y los
auténticos cambios que han producido en otras instituciones
del Estado.
Por
ejemplo, ha habido momentos, como el periodo 1975-1985, en los
que parecía que las instituciones del régimen
estaban consolidándose enormemente. Sin embargo, las
revoluciones de 1989-1990 en Europa Oriental y Central, así
como la posterior desintegración de la Unión Soviética,
sembraron la confusión entre las instituciones cubanas
y establecieron un nuevo equilibrio entre ellas.
Tales
acontecimientos dieron aún más relieve a la figura
de Castro, convirtiéndolo en un punto de referencia política
aún mayor. En consecuencia, el fundador del régimen
se encontró en una situación sin parangón,
en la que se enfrentaba al doble desafío de refundar
dicho régimen y de recuperar el equilibrio entre sus
principales instituciones, especialmente entre el Partido Comunista
y las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR).
Notas
del Editor: Creo que en este aspecto el estudio carece de realismo.
La caída del comunismo lejos de darle aún mayor
relieve a Castro dentro de las Fuerzas Armadas, lo despretigió
enormemente.
La
Unión Sovietica, era el mayor punto de referencia ideologica
para los miembros de las Fuerzas Armadas, al esta caer, se creo
una crisis ideólogica irreversible que afectó
enormemente al gobierno y la credibilidad de Castro desde luego.
Dentro de las Fuerzas Armadas se decia: - Pero tu no hablabas
de la eterna Union Sovietica, pero tu no hablabas de la invensible
Union Sovietica. Castro quedó para el pueblo cubano y
para las fuerzas armadas en particular, como el peor habla porqueria
de la historia de Cuba.
Es
que ya desde antes antes de la caída de la Union Sovietica,
dentro de las Fuerzas Armadas, por ejemplo los aires de la Perestroika
de Gorbachov calaron profundamente. Eran evidentes las comparaciones
que hacian los oficiales entre las similitudes historicas de
los procesos comunistas en Europa del Este, la Unión
Sovietica y Cuba. Y desde luego Castro y su Regimen siempre
perdian en esas comparaciones.
Muestra
de esto, fueron los procesos judiciales y disciplinarios emprendidos
contra los miembros de las fuerzas armadas, simpatizantes de
la perestroika y por consiguiente críticos de la realidad
cubana.
Se
acrecentó entonces, una especie de terror y paranoidismo
entre los miembros de las fuerzas armadas y surgió una
especie de mutismo político dentro de las instituciones
militares, eso a pesar de que por ejemplo semanalmente antes
de la caída de la Unión Soviética, los
oficiales y soldados recibian clases de Preparación Marxista
y al caer la URSS fueron sustituida por clases de Preparación
Patriótica. Los oficiales acudian por obligación
y no por convencimiento.
Castro
no logró encontrar nunca más, un sustituto ideológico
que levantara el espiritu de la mitica revolucionaria dentro
de las fuerzas armadas.
Evidentemente
esta investigación no indagó con respecto a esto,
con ex miembros de las fuerzas armadas que se encuentran en
el exilio, que vivieron esa epoca como soldados y oficiales
y mucho menos investigó dentro de Cuba (cosa que se puede
hacer con familiares de militares en activo)
El
papel del ejército cubano en la transición: nuestra
perspectiva
Según la definición clásica, el Estado
es la entidad que cuenta con el monopolio del legítimo
uso de la fuerza y para tal fin se dota de dos manifestaciones
institucionales principales, el ejército y las fuerzas
de seguridad internas, que garantizan la paz, tanto exterior
como interior. A veces, como ocurre en Cuba, ambas responsabilidades
confluyen en gran medida en una única red de seguridad
global. En virtud de tal situación, esas instituciones
pueden ejercer un control considerable sobre el ámbito
político, principalmente cuando el régimen es
más vulnerable a las amenazas externas o internas.
En ocasiones, los regímenes se enfrentan a “momentos
de transición”: situaciones de crisis en las que el orden
existente puede verse derrocado desde dentro (bien por las élites
o por los ciudadanos) o invadido desde fuera. La primera posibilidad
comporta la existencia de amenazas internas, mientras que la
segunda se basa sobre todo en peligros exteriores. En esos momentos
de transición, un régimen puede (1) lograr resistirse
al cambio, (2) ser derribado y reconstituirse de forma autoritaria,
o (3) transformarse y comenzar una transición a la democracia.
Cuba se enfrentó a una crisis interna a comienzos de
los años noventa, con el derrumbamiento económico
producido por el fin de las ayudas soviéticas. A pesar
de la gravedad de la situación, el régimen consiguió
superar la presión realizando cambios menores en sus
políticas, aunque no por ello menos significativos. ¿Por
qué?
Aunque
analizar los motivos por los que no cayó el régimen
excede los propósitos de esta introducción, sí
apuntaremos las principales razones de su pervivencia.
En
primer lugar, la dolarización de la economía y
el margen que se concedió a la iniciativa privada bastaron
para impulsar la producción de alimentos y el autoempleo,
y socavar el malestar social.
En
segundo lugar, las nuevas oportunidades de bisnes concedidas
a los militares cubanos hicieron que el orden vigente se ganara
la lealtad de importantes sectores castrenses. Finalmente, las
purgas y la fusión del aparato de seguridad, junto al
hecho de que las fuerzas armadas se hicieran cargo de él
a finales de los ochenta, acabaron con una amenaza interna para
el régimen.
Notas
del Editor: En parte es así, pero en general no.
Analicemos en la concreta un poco cómo eran las condiciones
para los miembros de las Fuerzas Armadas antes de la caída
del campo socialista.
Primeramente
los miembros de las fuerzas armadas vivían en una especie
de urna de cristal, algo así, como un oasis de bonanzas
comunistas en comparación a la situación económica
que pasaba Cuba incluso en esa etapa antes de la caída
del campo socialista, tanto en lo político como en lo
económico, de espalda a la realidad de la inmensa mayoría
del pueblo cubano.
Incluso
muchos optaron por seguir dentro de las fuerzas armadas y no
irse a la vida civil por los privilegios y el autoengaño
ideológico al que eran sometidos. Irse de las fuerzas
armadas significaba para muchos encontrarse con la realidad
del cubano de a pie, la falta de comida, la falta de ropa, etc.
Por
ejemplo en esa etapa, antes que cayera la Unión Sovietica,
gozaban de villas turísticas, exclusivas para los miembros
de las fuerzas armadas y sus familiares. Casas en Guanabo, Santa
Maria, Varadero, Topes de Collantes y muchos otros lugares de
la geografía nacional.
Naturalmente
como es sabido, estas casas eran para la plebe de las fuerzas
armadas, los mandos intermedios, Coroneles, Tenientes Coroneles,
Mayores, Capitanes, Tenientes y Sargentos.
Pero
no se piense usted que eran algo del otro mundo, lo que pasa
es que en un país de ciegos... el tuerto es Rey.
Tenían
desayuno, almuerzo, comida, playa, cerveza, ron y mucho dominó.
Ah... todo eso pagado del bolsillo de los militares, no de gratis.
Tenían desde luego la ventaja que una botella de ron
por ejemplo, costaba más barato que en la calle.
Hay
que mencionar tambien la Casa de los miembros del Ministerio
del Interior, ¨El Cristino¨ ubicada en Miramar. Las
inmoralidades que se veian alli solo se veian en un Garito antes
del 1959. Oficiales viejos y decrepitos con jineteras rojas
que eran menores de edad.
Pero
veamos cómo vivían los Patricios.
Los
Generales tenían por ejemplo la famosa Casa de los Generales...
con exquisiteces culinarias que no tenía ningún
hotel Meliá de Cuba.
La
Casa de los Generales tenía más de 120 platos
diferentes, para que los Generales y sus familiares vieran las
bondades de la mal llamada revolución.
No
se piense usted estimado lector que esos 120 platos diferentes
se refieran a huevo frito, tortilla, huevo hervido... No...
Estamos
refiriéndonos Bistec de Caguama, Ancas de Rana, lechón,
caviar, bistec de res, Carne de caballo, carnero, conejo, pollos,
langosta, camarones, etc. Todo
eso, en exquisitos platos de 120 modalidades diferentes. Bebidas,
de todas las marcas, Champán, vinos de la mejor cosecha.
Todo
esto a precios de antes de la mal llamada revolución.
¿Como
era la vida en los Estados Mayores?
Bueno
esa división clasista por jerarquia, se patentizaban
también en los diferentes tipos de fuerzas armadas.
Había
un comedor “sirvase usted”, para la Plebe, donde ofrecían
casi todos los días, pollo en diferentes modalidades
y pescado.
Pero
para los Coroneles, Tenientes Coroneles, tenían otro
comedor donde la comida era muy diferente y era servida por
camareros.
Sin
embargo, el General en jefe a cargo de cada tipo de fuerza armada,
cuando me refiero a tipo de fuerzas armadas, me refiero a la
Fuerza Aérea, Marina de Guerra, Fuerzas Armadas, comía
el solo en un pequeño local, para el cual no se podía
pasar sin permiso en ningún momento.
Ya
estamos imaginando lo rico que comía ese General a escondidas.
Esta
forma de actuar de los generales, eran imitadas por los Ministros
en diferentes Ministerios. Así se comportaba el Ministro
de Finanzas, el de Deporte... en fin, todos comían a
escondidas de la mayoría.
Llegó
entonces la caída del campo socialista. La crisis económica
naturalmente afectó a todos los tipos de fuerzas armadas.
¿Qué
hizo entonces el gobierno en el caso de las fuerzas armadas?
Un
alto miembro de FAR, en aquel entonces me dijo en privado: -
Lo que nos viene pa encima no es de amigo, vamos a tener que
clavar la quijada en la parte de atrás de la puerta de
la casa, porque encima que no podemos hablar tampoco vamos a
poder comer.
Fueron
desmovilizados o despedidos miles y miles de miembros de la
Plebe de las fuerzas armadas. Hubo una gran reducción
de las fuerzas armadas.
La
crisis se hizo evidente, se acabaron las 3 comidas, a veces
solo una comida con huevo hervido arroz y frijoles.
A
modo de ejemplo, me contaba un Teniente Coronel, miembro de
las fuerzas armadas, que un 13 de Agosto en que estaba en el
restaurante de la Casa Central de la FAR (que era solo para
miembros de las fuerzas armadas), mientras comía su ¨pizza
de boniato¨ junto con su familia (todo un lujo para el hambre
que pasaba la población) … de pronto hizo su aparición
una comitiva para cantar el Feliz Cumpleaño del Comandante,
traían un pequeño carrito de aluminio y encima
un pequeño cake o torta muy bien decorada con merengue.
Me
dice el hombre entonces: - Chico yo vi que se llevaron el cake
y me dije, ni un pedacito nos vamos a comer y después
me enteré que era un caldero boca abajo, decorado con
merengue porque no había harina.
Naturalmente
me morí de risa.
Y
para terminar, de la dolarización solo se beneficiaron
algunos Generales, a algunos lo pusieron al frente de firmas
de capital mixto.
En
el caso de Gaviota, atendida por las fuerzas armadas, por ejemplo
es la que peor servicio ofrece en el turismo.
Los pocos empleados que tienen, ofrecen un pésimo servicio
y roban a las dos manos, sin contar que por ejemplo usted acude
a cualquier turoperador de gaviota e invariablemente los encontrará
durmiendo.
Qué
decir de las tiendas atendidas por las fuerzas armadas, como
es el caso de las TRD donde trabajan familiares y miembros de
las fuerzas armadas.
Los
peores productos que no se compran en ninguna parte del mundo,
se venden en esas tiendas. Estas
tiendas en su mayor parte son atendidas, como promedio por unas
10 personas. Lo que significa que la gran mayoría dentro
de las fuerzas armadas no goza de los privilegios de la dolarización.
Por
ejemplo, como mecanismo para estimular a los miembros de la
Plebe de las fuerzas armadas en la actualidad, a los más
destacados, no para todo el mundo se le ofrece una javita mensual
con detergente, jabón, medio pollo y media botella de
aceite.
Si supieran lo loco que están los militares, porque sus
familiares en el exterior se acuerden de ellos
Y
es que ya desde antes que Castro llegara al poder, en la propia
Sierra Maestra, subían las mulas con abastecimiento de
la tiendas más caras y mientras la tropa de campesinos
miserables e indigentes se moría de hambre, ellos no
dejaban que nadie se acercara a la Comandancia, porque a escondida,
los comandantes comían la mejor comida, pan con queso,
con guayaba, etc. Este sería el preludio de lo que seria
después Cuba, una elite o grupúsculo viviendo
como millonarios, mientras 12 millones viven como cerdos.
En
fin que esta investigacion realizada por estos investigadores,
que desde mi punto de vista, es mas especulación que
otra cosa, no se ajustan a la realidad. El mundo de las fuerzas
armadas en Cuba es mucho mas sencillo y sórdido.
De
esta experiencia podemos sacar varias lecciones para el futuro
de Cuba. En primer lugar, es muy probable que el próximo
momento de transición surja del interior, como respuesta
a una amenaza interna. Muy posiblemente, lo que alterará
el actual equilibrio de fuerzas dentro de la isla será
la muerte de Fidel Castro y la posterior crisis de sucesión,
aunque ésta se prolongue ligeramente. Aunque podría
haber una crisis interna, fruto del descontento creciente de
las masas, el régimen y su líder ya tienen la
experiencia de haberse enfrentado a ese tipo de problema durante
la depresión económica posterior al derrumbamiento
de la Unión Soviética y de sus aliados. Además,
durante más de cuarenta años la amenaza externa
no ha logrado desplazar al régimen y, a menos que la
isla sufra una profunda inestabilidad o que surja un peligro
inminente y directo para los EE.UU., no es probable que tal
amenaza alcance las dimensiones que pudo tener en el pasado.
En segundo lugar, creemos que las FAR, a pesar de su transformación,
seguirán ocupando un lugar sin parangón en el
ámbito político. La considerable legitimidad con
que cuenta el ejército entre el pueblo cubano, su gran
papel en la seguridad tanto interna como externa y en la economía,
así como sus menguadas pero aún respetadas capacidades
–sobre todo en lo tocante a la destrucción de la disidencia
interna- son elementos que indican la función crucial
que tendría en un momento de transición.
En el futuro, quizá la variable de mayor interés
respecto al ejército sea su grado de faccionalización.
Desde el juicio contra Arnaldo Ochoa de 1989, parece que el
ejército se ha comportado con relativa unidad en la defensa
del régimen y que, de este modo, refuerza colectivamente
el statu quo. Dicha unidad, si se mantiene frente a una crisis,
concedería al ejército el derecho de veto. Aunque
los resultados no están predeterminados, es probable
que un ejército unido, dado su interés en mantener
el régimen como está, fuera sobre todo una fuerza
conservadora y que bloqueara la transición hacia la democracia
o, incluso, hacia un capitalismo autoritario. Por el contrario,
la aparición de facciones condicionaría la posición
de los militares frente a los civiles, lo cual podría
hacer que algunos sectores castrenses tuvieran un papel más
activo en una transición hacia un nuevo régimen.
Si hay sectores del ejército que llegan a creer que un
sistema económico democrático o capitalista sería
mejor para su fortuna personal o nacional, podrían establecer
alianzas tácticas con nuevos líderes civiles para
llevar a cabo una transición que les apartara del orden
centralizado. Incluso en ese caso, no está claro qué
es lo que surgiría, ya que dicho cambio podría
adoptar contornos autoritarios o manifestaciones democráticas.
Además de las amenazas internas y de la constelación
de rasgos militares, hay un tercer ámbito que refuerza
el enorme papel que tendrían los militares cubanos en
una transición. Las características del régimen
–sobre todo el grado de faccionalización y su tipo- proporcionan
los parámetros en los que se enmarca la capacidad de
los civiles para realizar una acción conjunta. Estos
tienen más posibilidades de lograr sus objetivos cuando
están unidos. Por el contrario, hay pocas posibilidades
de que una esfera civil dividida en intereses enfrentados logre
tener mucho control sobre los actores, máxime todo frente
a un ejército unido.
El papel de los militares se ve reforzado por el tipo de régimen.
Cuando el poder se halla concentrado, como ocurre en los regímenes
totalitarios o sultanísticos, los demás actores
son débiles. Tal como muestran los testimonios históricos
en China, Polonia y Rumanía, en momentos de crisis, el
ejército tiene un papel capital a la hora de apagar las
protestas o de influir de manera determinante en el carácter
de la transición. Cuando el poder se halla menos centralizado,
una transición cuenta con más actores, con lo
que se reduce el posible papel del ejército.
En el caso de Cuba, que constituye un ejemplo de lo que hemos
llamado régimen carismático postotalitario, el
liderazgo está muy concentrado y el pluralismo muy limitado.
Aunque esto podría sugerir que los líderes castrenses
se someten a las élites políticas, los líderes
nominales del aparato político –Fidel y Raúl Castro-
se presentan como figuras militares. Con frecuencia, en el caso
cubano, ha resultado difícil diferenciar a las élites
políticas de las militares.4 Por el momento, la centralización
del poder en Fidel (y, en menor medida, en Raúl) conlleva
la práctica ausencia de rivales no castrenses, ya sea
en el gobierno o en la sociedad civil. En la etapa posterior
a Castro se producirá un flujo y una recomposición
de los intereses civiles, pero, por ahora, la debilidad de ese
tipo de contrapesos libra a la acción militar de un posible
condicionante.
En líneas generales, mientras Fidel goce de buena salud,
el ejército será su instrumento. No obstante,
dado que el impulso de la reforma económica bajo dirección
militar procede de Raúl -a pesar de las dudas de Fidel
(véase la contribución de Amuchástegui)-
puede que ya haya comenzado el proceso de distanciamiento entre
éste y el ejército. Aunque en la actualidad Fidel
puede enmudecer toda discrepancia, es muy posible que, a su
muerte, y a pesar de la capacidad clientelar de Raúl,
surjan este tipo de tensiones, y de forma mucho menos apagada.
Parte I: Los parientes comunistas de Cuba y el ejemplo de México
En la parte I, nuestros colaboradores - Andrew Michta, Michael
Radu y Mónica Serrano- plantean discusiones importantes
en torno a Polonia, Alemania de Este, Rumania y México.
La legitimidad aparece como un tema de relevancia en dos capítulos,
en la descripción sobre Polonia y Alemania del Este de
Michta y en el trabajo de Radu sobre Rumania. Michta, por ejemplo,
esgrime que los militares polacos mantuvieron su identidad nacional
de cara al imperialismo soviético, mientras que las fuerzas
armadas de Alemania del Este fueron expuestas a la injerencia
externa de los soviéticos. Dada su legitimidad, los militares
polacos jugaron el rol central de árbitro en el proceso
de transición, mientras que las fuerzas armadas alemanas
fueron prácticamente disueltas luego de la unificación.
Además, y a pesar de los problemas inaugurales del período
post-transición que desembocaron en serios conflictos
cívico-militares, las élites polacas eligieron
aceptar, en última instancia, los controles estándar
proporcionados por los civiles. Esto sucedió debido al
deseo polaco de transformarse en miembro de la Unión
Europea, status que conllevaba la aceptación de ciertas
normas estándar, inlcuyendo el control de las fuerzas
armadas por parte de ministros civiles.
Michael Radu propone un enfoque de tipo revisionista para dar
cuenta del colapso del régimen rumano. El autor sugiere
que dicho colapso no se produjo como consecuencia de una revolución,
sino más bien por decisiones tomadas por las fuerzas
armadas de eludir la represión de movimientos de protesta
espontáneos. Los militares eran altamente nacionalistas
y, junto con la Iglesia, era una de las dos instituciones más
respetadas en el país. En última instancia, ante
la opción de verse involucradas en la represión
de rumanos, las fuerzas armadas defeccionaron, por miedo a amenazar
la legitimidad de que gozaba la institución, difícil
conquista entre el público en general.
Si
bien esta perspectiva puede no coincidir con la de aquellos
que prefieren recordar la caída de Ceaucescu asociándola
a un movimiento liderado por la sociedad civil5, Radu enfatiza
que la protesta nunca hubiera tomado tanta significación
de no haber mediado decisiones conscientes por parte de miembros
de las fuerzas armadas. Radu reconstruye el episodio en que
“revolucionarios” ingresaron en la sede del Ministerio de Defensa
y preguntaron al Ministro Stãnculescu si se unía
a la revolución, a lo cual éste respondió
“Si no lo hiciera, ustedes no hubieran llegado hasta esta oficina!
Hubieron sido abaleados en la puerta.” Esta noción de
transición liderada por la élite es un eje recurrente
en los trabajos de nuestros colaboradores y, en cierto sentido,
nuestro argumento parte de la premisa implícita de que
las relaciones intra élites guían el juego de
la transición. Asimismo, Radu establece importantes puntos
para diferenciar el caso rumano del caso cubano, enfatizando
sobre la falta de legitimidad de Ceaucescu en relación
a los hermanos Castro, y subrayando puntos de similitud –en
términos de la estructura de mando militar, el adoctrinamiento
nacionalista de las fuerzas armadas y la presencia del dictador,
entre otros factores citados.
Mientras que el tema de la legitimidad es relevante para retratar
los casos Comunistas, el grado de faccionalismo es el que afecta
decisivamente la capacidad de los militares para dictar los
tiempos y el margen de la liberalización. Mónica
Serrano relata el proceso de subordinación de los militares
mexicanos con posterioridad a la revolución de 1910,
en la que las élites civiles socializaron gradualmente
a los líderes de las fuerzas armadas en función
de transformarlas en guardianas de la revolución, pero
conservando un ethos profesional separado. Mientras que Cuba
ha oscilado entre la movilización popular y la institucionalización
a lo largo de su historia, México fue capaz de alcanzar
un orden mucho más institucionalizado cuyo equilibrio
de poderes interno se desplazó de los militares a las
élites civiles. A pesar de orígenes revolucionarios
similares y el régimen hegemónico del PRI, México
gozó de relaciones cívico-militares estables con
dominio de los civiles.
A diferencia de las fuerzas armadas cubanas, los militares mexicanos,
con una larga tradición de no intervencionismo y aislacionismo,
nunca disfrutaron los beneficios del prestigio otorgado por
jugar un rol en combates externos o por su intervención
en la economía. Además, los militares mexicanos
nunca tuvieron el rol central en la economía o en la
reestructuración que, en cambio, detentaron los militares
en Cuba. Las élites civiles han gozado del control, y
como máximo, el rol de las fuerzas armadas mexicanas
se ha direccionado a la represión de la protesta social
en Chiapas. El cambio político en los ’90, durante el
cual los militares permanecieron en su coraza aislacionista,
expuso a las fuerzas armadas mexicanas a un mayor escrutinio
por motivos de abusos de derechos humanos. Como resultado, Serrano
argumenta que el declive de la hegemonía del PRI tornó
las relaciones cívico-militares más inseguras.
La autora concluye señalando que el desarrollo de un
pluralismo y de múltiples líderes puede acabar
con el dominio de los civiles anterior, y llevar a una mayor
politización en lugar de implicar un control objetivo.
Parte II: El papel del ejército cubano en la transición
Los cuatro capítulos sobre las fuerzas armadas cubanas
generan un grado de acuerdo considerable en torno a la idea
de que los militares tienen y continuarán jugando un
rol esencial en cualquier transición o continuidad del
régimen. Tres de los cuatro capítulos sobre los
militares cubanos –elaborados por Frank Mora, Domingo Amuchástegui
y la contribución de Juan Carlos Espinosa y Robert Harding-
presentan variaciones matizadas en torno a la participación
de los militares en actividades económicas y en la administración
de empresas estatales. Mientras que los tres primeros anticipan
un mayor nivel de experimentación económica, el
último capítulo realizado por Josep Mª Colomer
encuentra severas restricciones en el proceso, limitando por
lo tanto los escenarios de transición potenciales del
régimen a un escenario de colapso de cara al disenso
interno.
En gran medida, las cuatro contribuciones en el volúmen
sobre las fuerzas armadas cubanas están de acuerdo con
nuestra valoración respecto al papel capital que tiene
el ejército en la actualidad y el que seguirá
teniendo en cualquier posible transición o continuidad
del régimen. Dos de los tres capítulos sobre el
ejército cubano –el de Domingo Amuchástegui y
el de Juan Carlos Espinosa y Robert Harding- presentan ligeras
variaciones respecto a la participación de ese cuerpo
en las actividades económicas y en la administración
de las empresas estatales. Mientras que estos dos primeros trabajos
prevén la existencia de un grado de experimentación
económica algo mayor, el último, el de Josep Mª
Colomer, cree que, al final, el proceso será notablemente
restringido, con lo que se limitarán los posibles escenarios
de transición del régimen y sólo quedará
uno, el de derrumbamiento frente a la disidencia interna.
A diferencia de muchos autores, en su trabajo, Domingo Amuchástegui
retrotrae los experimentos del ejército con técnicas
de modernización a mediados de los años ochenta,
y no a principios de los noventa. Para este autor, las relaciones
entre Cuba y la Unión Soviética ya eran espinosas
a finales de los setenta y, a principios de los ochenta, Castro
ya tenía sus dudas sobre el hecho de que Cuba pudiera
seguir dependiendo de la URSS. Por su legitimidad, fiabilidad
y mejores medios de gestión (según los criterios
cubanos), al ejército cubano, las Fuerzas Armadas Revolucionarias,
se le encomendó la misión especial de implantar
el Sistema de Perfeccionamiento Empresarial (EPE). En un esfuerzo
por reemplazar la economía centralizada de antaño
por estructuras de gestión más eficientes (que,
no obstante, siguieran dentro del marco de la propiedad estatal),
los dirigentes cubanos promulgaron medidas reformistas que reproducían
el mercado: entre otras, sistemas de contabilidad basados en
la búsqueda de beneficios, cambios estructurales que
permitieran el establecimiento de empresas con participación
extranjera, y formas de racionalización del personal.
Aunque Amuchástegui reconoce que hay pocas compañías
estatales que hayan superado todas las fases del EPE, su retrato
es optimista en cuanto al resultado de dichas políticas,
que obrarán en beneficio del mantenimiento del régimen
y proporcionarán bases sólidas para su continuidad.
De hecho, a pesar de la crisis de la década de los noventa,
el autor sugiere que ahora el ejército está más
cohesionado que antes.
Frank Mora trabaja sobre el proceso del EPE y describe el rol
central jugado por Raúl Castro. Mora denomina este proceso
“raulismo”, siendo que Raúl Castro, por largo tiempo
a cargo de las fuerzas armadas y nombrado sucesor de su hermano,
ha intentado crear un coto leal para la era post Fidel Castro.
Mora concluye que Raúl Castro puede haber logrado consolidar
su poder capitalizando las purgas de fines de los 1980’s y premiando
a los miembros de las fuerzas armadas con ministerios codiciados,
a cargo de la economía cubana desde mediados de los 1990’s.
Con “raulistas” firmes en ministerios a cargo de sectores estratégicos
de la economía, como el azúcar, los transportes,
la aviación y el turismo, la clásica imagen del
soldado cívico cubano, el hombre militar políticamente
comprometido, se ha visto transformado en un soldado tecnócrata.
Equipado con las teorías de negocios modernas de Drucker,
los militares se convirtieron en administradores y custodios
de la economía cubana, dado que han intentado desenterrar
al país de su peor crisis desde la Depresión.
Mora esgrime que la reasignación de los militares a cumplir
un rol más activo en la esfera económica les ha
otorgado un poder renovado y ha reforzado el hecho que Raúl
Castro y los militares dominarán la escena política
en los próximos años. Mora argumenta que un apartamiento
de los militares de la política es altamente improbable
en el corto y en el mediano plazo, también anticipa que
éstos ejercerán su capacidad de mando a través
de continuos esfuerzos por reestructurar el estado, aunque sin
promover grandes cambios en función de evitar la apertura
política.
Juan Carlos Espinosa y Robert Harding ofrecen más datos
sobre el papel económico del ejército cubano,
pero no tienen mucha fe en la capacidad de las fuerzas armadas
para hacer algo que no sea alargar la vida del régimen
mediante formas de gestión ligeramente mejores de las
empresas estatales. Ambos señalan que el ejército
cubano ha ido más allá del soldado civil y del
tecnócrata-soldado, para llegar al empresario-soldado.
Militares en la reserva y en activo ocupan los rangos dirigentes
de una economía cubana que intenta modernizarse mediante
el proceso de perfeccionamiento empresarial, que puede convertir
el ejército en un cuerpo de defensores del régimen
o generar una nueva clase con preferencias distintas a las del
gobierno. Aunque el régimen podría desear inspirarse
en el modelo chino, Espinosa y Harding indican que su trayectoria
puede ser más similar a la de Nicaragua, dentro de lo
que denominan “piñata a cámara lenta” en la que
se produciría una privatización de hecho de las
posesiones del sistema político cubano. Sugieren que
la falta de derechos de propiedad claros puede impedir una transformación
eficiente de las estructuras y, al mismo tiempo, dar lugar a
nuevas desigualdades que, finalmente, resultarían dañinas
para la estabilidad social y generarían las contradicciones
que ponen en marcha los cambios de régimen.
Mientras que Espinosa y Harding se muestran un tanto equívocos
en lo tocante al papel de los militares en la reforma, el retrato
que hace Josep Mª Colomer del cambio de régimen
bajo la vigilancia del ejército es mucho menos optimista.
Colomer toma como punto de partida el hecho de que el ejército
cubano, por el control que ejerce tanto de la policía
como de los órganos de seguridad, está destinado
a tener un papel capital en futuros momentos de crisis. Sin
embargo, este autor considera que el sector más intransigente
del régimen es el que tiene las riendas, lo cual imposibilita
que a corto plazo se produzcan reformas comparables a las de
Europa del Este o incluso a las de China. Colomer indica que
el régimen también se ha propuesto evitar el riesgo
de que se produzcan sucesos como los de la Plaza de Tiananmen
o una situación como la de Rumanía, momentos que
tendrían que poner a prueba sus lealtades. En este argumento
se halla implícita la idea de que la represión
del sistema político cubano sería demasiado costosa,
en términos sociales, para la reputación del ejército
y para el conjunto de su legitimidad. Para Colomer, como no
hay facciones dentro de las élites cubanas y los reformistas
tienen poca influencia, no es factible que se produzcan ni “transacciones
desde arriba” (como en Rusia) ni una transición pactada
entre los moderados y los líderes de la oposición
(como en Polonia). Indica que el único escenario de transición
previsible es el del derrumbamiento: si se producen protestas
internas y presiones externas, los sectores más radicales
del régimen podrían ceder el poder para evitar
una guerra civil.
Conclusión
Hay buenas razones para pensar que el ejército cubano
será un interlocutor clave en cualquier transición
que se produzca en el país. Es probable que el próximo
momento de transición lo defina una amenaza interna,
bien como resultado de luchas intestinas dentro de la élite
dirigente o, de manera algo menos probable, por protestas masivas
desde la base. El ejército –dada su legitimidad, su enorme
papel en el sistema político y sus capacidades- sin duda
tendrá un papel esencial en la resolución de una
crisis de ese tipo. El elemento desconocido crucial es el grado
de unidad que caracterizará a las FAR después
de la muerte de Fidel. Este hecho dará un enorme impulso
a la cristalización de diversos grupos de intereses dentro
de la élite dirigente. Aunque el resultado sea incierto,
si podemos fiarnos de la historia de los cambios de régimen,
tendríamos que asistir a la aparición de un conflicto
entre facciones que preludiara o fuera la consecuencia de un
cambio de régimen. En esa coyuntura, todos esperamos
que el cambio dé un giro democrático.
Es evidente que la transición en Cuba post-Castro será
muy compleja y difícil – mucho más que las transiciones
en España y Chile, cuyos gobiernos autoritarios no arrasaron
toda la sociedad civil y sus instituciones. El problema principal
de la transición cubana no radica, a mi juicio, en definir
las grandes metas que quisiéramos alcanzar: Estado de
Derecho con democracia pluripartidista legitimada por el sufragio,
economía de mercado con un alto sentido de responsabilidad
social, y regeneración moral libre de odios y corrupciones.
El mayor problema estriba en cómo llegar o aproximarnos
a esas metas. ¿Cuál sería el puente más
apropiado, el marco constitucional que inspire más confianza
para efectuar el tránsito con concordia, justicia y libertad?