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| El Veraz. | San Juan, Puerto Rico |
Mi Experiencia en Cuba

Por Pili Peña

Cuando uno piensa en Cuba se le agolpan en la mente imágenes maravillosas de playas exóticas, canciones nostálgicas y gente bailando a ritmo de son y salsa.

Pero nada que ver con la realidad. El mes que pasé allí, en La Habana, me ha servido para conocer una realidad dura y triste, donde se lucha por sobrevivir cada día, privados de las cosas más elementales (medicinas, alimentos…) y, sobre todo, de un valor tan grande como es la libertad.

¿Cómo es posible que un país tan rico en recursos naturales, con una población preparada y un atractivo turístico sin comparación, pueda sostenerse así? La Cuba que “nos venden” y que se conoce, si se viaja simplemente como turista, no tiene nada que ver con lo que yo he contemplado y vivido.

Fui a colaborar con las Hermanas de M.ª Inmaculada en el asilo para ancianas que tienen en un barrio humilde de La Habana. Este asilo es un oasis en medio del caos de la ciudad, no sólo por lo bien cuidado que está, sino porque es punto de referencia y de ayuda para muchas personas de la zona: se imparten cursos de informática, catequesis, hay un comedor para los más necesitados, se reparte ropa y medicinas… en fin, están para todo, porque para estas Hermanas no existen horarios, ni descansos, sino muchas necesidades que atender.

Mi tarea consistía en bañar a las ancianas todas las mañanas, algunas muy impedidas. Al principio fue un poco duro, pero cada día que pasaba lo iba disfrutando más porque me imaginaba que ese frágil cuerpo al que lavaba, secaba, perfumaba… era el del mismo Jesús, que me devolvía, además, una sonrisa de agradecimiento.

Servir los desayunos, el almuerzo, hacerles ejercicio de fisioterapia… ocupaban el resto de la mañana, junto con ratos en la lavandería tendiendo esas inmensas coladas o en la cocina donde siempre eran bien recibidas unas manos para pelar boniatos, abrir latas o fregar el suelo.

Una vez a la semana una Hermana iba a llevar la comunión a los enfermos o visitarlos simplemente aunque no fueran católicos. “Esto no importa; también nos esperan y nos necesitan”, decía la hermana Bienvenida. Desplegaba su purificador, sacaba su Virgen de la Caridad y su vela, y así, con nuestro pequeño altar, de casa en casa, para llevarles a Jesús, su Palabra y su Cuerpo, su esperanza y un puñado de caramelos, un jabón o unas aspirinas. Eran momentos deliciosos.

También lo fueron los pasados con las personas que venían al comedor externo. Dentro de la pobreza en la que vive la población aún están los que tienen menos todavía, y así una comida al día estaba asegurada. Llegaban con su sonrisa desplegada y sus recipientes para, en signo de máxima solidaridad, llevarles el almuerzo a otros que ni siquiera podían llegar por su propio pie. Todos los días dando gracias a Dios por las Hermanas, por nosotros, felices… ¡Cuánto que aprender!

Pobreza y contraste

Visitar sus casas también era tarea nuestra, y fue una de las experiencias más dolorosas porque se te caía el alma a los pies al ver las condiciones tan lamentables en las que viven. La Hermanas quieren arreglar sus casas si consiguen alguna ayuda. Humedades, techos que se caen y por donde les entra el agua a mares, sin luz, colchones destrozados (el que tenía), sin retrete algunas viviendas… fueron las necesidades más importantes que se detectaron. ¿Cómo se puede vivir así?

Y es que la situación del país no permite lujos. Todos los edificios están viejos y sucios porque el Gobierno no los restaura y el paso del tiempo no perdona. Y aunque algunos tengan los dólares suficientes para arreglar su casa, la mayoría de las veces no se encuentran los materiales para hacerlo.

La gente normal mal vive con 250 pesos al mes, unos 10 dólares. El Gobierno “facilita” los alimentos a través de la libreta de racionamiento, y cada mes pueden comprar en pesos cubanos lo que dicha libreta les proporciona: A veces media libra de pollo, una libra de arroz, frijoles, café, 8 huevos, azúcar, pan, una pastilla de jabón para el cuerpo un mes y para lavar al mes siguiente y poco más.

Hacía seis meses que no recibían pescado, y pasta de dientes faltaba con frecuencia. A los siete años se le quita la leche a los niños y el yogur a los nueve; la compota y el tomate a los seis. Fuera de esto, algunas verduras y frutas se pueden comprar en pesos, pero lo demás se compra en las “shopping” (tiendas de dólares), donde una manzana, por ejemplo, cuesta un dólar y una pastilla de jabón 1,50… Imposible.

No hay hambre radical en Cuba como en Etiopía, pero sí una desnutrición enorme; sin proteínas, tomando por las mañanas un agua con azúcar como desayuno… ¿cómo se puede crecer? Como ellos dicen, “en Cuba sólo vive el que tiene FE” (familiares en el extranjero).

Lo triste es que en este país, que vive por y para el turismo, en los hoteles y restaurantes lujosos no falta de nada. Y es ese contraste lo que duele. Cuando paseaba por las zonas turísticas me parecía estar en otro país: todo tan limpio, lujoso, con playas paradisíacas, plagadas de turistas ajenos a la realidad que no les dejan descubrir.

Las estanterías de las farmacias, vacías. Las Hermanas, al principio, podían vender medicinas que recibían de ONGd’s; después se les prohibió.

Toda la ayuda humanitaria se “perdía” en las aduanas o el gobierno cubano las acababa vendiendo en las tiendas de dólares en lugar de repartirlo al pueblo.

A pesar de que el Gobierno presume de tener un índice de alfabetización elevadísimo, cada año se quedan sin matricular muchos chavales en las escuelas y universidades. Desde pequeñitos reciben una educación marcada por las ideas revolucionarias, tienen una asignatura muy importante llamada Preparación Militar…

Falta de libertad

Pero más que la carencia de cosas materiales, lo que más les duele es la falta de libertad.

En un país donde todo es del Gobierno, no se puede tener nada, ni aspirar a nada. Si tienes una vaca es del Estado, o un huerto, o un puestecito ambulante; mucha gente no trabaja porque, para lo que se les paga, prefieren buscarse la vida de otra manera.

Cada manzana de casas está controlada por un Comité de Defensa de la Revolución que conoce a cada persona, lo que hace, a qué se dedica… teléfonos pinchados, la correspondencia se viola sin ningún problema, no pueden hablar con turistas, no pueden entrar en hoteles ni restaurantes, ¡no pueden salir del país!

Entonces uno comprende que no tengan ilusión ni aspiraciones, que gasten las horas del día viendo la TV o en la calle soñando con salir del país algún día.

La visita del Papa, aún se recuerda con muchísima ilusión. A nivel de Iglesia, poco a poco va cambiando algo. Se consiguió que el día 25 de Diciembre, Navidad, se considere festivo, que la gente pueda ir por la calle con una cruz por fuera de la camisa o poder acercarse a las iglesias libremente sin sentirse vigilado y amenazado. Pero queda mucho camino por recorrer.

Fidel Castro se comprometió a abolir la pena de muerte, solucionar la situación de los presos políticos… Todavía no lo ha hecho.

A pesar de esta situación te encuentras con muchas personas que confían y esperan que las cosas cambien, no sueñan con huir, sueñan con un día en el que recuperen la libertad, los valores tan dañados, construir algo bonito, un futuro para sus hijos…

Y, mientras, el Señor les cuida y les regala a este grupito de monjas tan maravillosas que me han enseñado lo que es dar la vida por Amor.

Que Dios las bendiga.


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