Jorge Edwards fue enviado en 1970 por el gobierno chileno a La
Habana en misión especial para reinstaurar las suspendidas
relaciones diplomáticas entre ambos países.
Tres meses bastó para que fuera declarado por Fidel Castro
“persona non grata” por su apoyo a los intelectuales disidentes
del régimen. De esta controvertida experiencia, surgió
el libro Persona non grata, publicado en 1971. En 1990 ganó
el Premio Comillas de la editorial Tusquets por su manuscrito
sobre la vida de Pablo Neruda, titulado Adiós, poeta. En
1994, Jorge Edwards recibió el Premio Nacional de Literatura
en reconocimiento a su larga trayectoria y su aporte a las letras
chilenas.
Y en el año 2000 recibió el Premio Cervantes. Ese
mismo año, el presidente Ricardo
Lagos lo condecoró con la Orden al mérito de Gabriela
Mistral.
Periodista: ¿Podría resumir el epílogo que
ha hecho para la nueva edición de “Persona non grata”?
Jorge Edwards: “Persona non grata” ha tenido
muchas ediciones, ya ni sé cuantas. Cada cierto tiempo
se reimprime. Yo he hecho muchas veces un prólogo nuevo.
A comienzos del 2006, hice un epílogo que remplaza al original
que tenía mucho que ver con situaciones chilenas, con la
embajada de Chile en Francia con Neruda.
Reemplacé ese epílogo por otro que es un comentario
de la situación latinoamericana de hoy, mirada desde la
perspectiva de Cuba y de la influencia de Cuba; que naturalmente
ha decaído, ha cambiado y ha tomado otros caracteres, pero
han surgido, de todos modos en América latina, unos pequeños
“Fideles”, del estilo de Hugo Chávez y compañía.
Es un análisis de ese fenómeno, que a mí
me parece un fenómeno bastante anacrónico, teóricamente
débil (no tiene una base ideológica como la que
pudo tener la revolución cubana en sus comienzos), fenómeno
pseudo marxista y bastante populista, con caracteres incluso cercanos
al peronismo y al nacionalismo latinoamericano. Por ejemplo, hay
curiosas citas y alusiones a la experiencia militar de Velasco
Alvarado en Perú. Eso lo ha dicho alguna vez Hugo Chávez.
Es un análisis de esta situación.
Yo no creo que ese fenómeno sea tan asustador como lo ven
algunos, porque creo que va a pasar y que está empezando
a pasar, a pesar del triunfo de Correa en Ecuador. Porque Correa
en Ecuador se desmarca bastante, en el fondo, de Chávez,
a
pesar de que declara toda su amistad con él. Dice que el
Ecuador no va a estar influido ni por Bush, ni por Hugo Chávez.
Mi análisis llega hasta la elección de Bachelet
y los primeros días de su gobierno en Chile, no alcanza
a tocar lo de Ecuador ni la reelección de Lula.
P: ¿Coincide en que se simplifican las corrientes
de izquierda en América latina, donde hay muchísimos
matices?
J. E.: Es que el fondo del castrismo, y que se
repite en Hugo Chávez, es la idea de la confrontación
permanente, de la provocación y de la división.
Ese fondo está en Marx; es el tema de la lucha de clases,
la guerra interna de la sociedad, etc.
La idea que ha tenido la izquierda latinoamericana, muy extrema
en realidad, ha sido que esa lucha de clases hay que agudizarla,
hay que provocarla. Eso existió en todos los comienzos
del fidelismo e incluso existió en la Unidad Popular chilena
y es una de las razones de su fracaso. La idea contraria es la
idea de la concertación, de la colaboración, del
consenso social. Y esa segunda idea, completamente opuesta, es
la que finalmente ha predominado en Chile, en la izquierda chilena,
con muy raras excepciones. Y es lo que ha permitido que Chile
tenga un desarrollo bastante interesante. La otra idea se basa
en que si no hay un enemigo, hay que inventarlo. En alguna medida,
el izquierdismo extremo latinoamericano ha usado a Estados Unidos
como el enemigo ideal, el enemigo que hay que tener. Y eso yo
creo que es un error profundo. Un error moral, político
y filosófico. Nosotros tenemos que construir sociedades
que sean de consenso, de colaboración, para tratar de salir
del subdesarrollo en que estamos, en gran parte por esa actitud.
P: Treinta y tres años desde que se publicó
su libro “Persona non grata”. ¿Cuánto tiene que
ver el papel de los países de América latina, especialmente
las democracias que surgieron después de las dictaduras,
en que Cuba no inicie una transición a la democracia y
se respeten allí los derechos humanos?
J. E.: Yo creo que nosotros con respecto a la
democracia somos débiles. Tenemos una especie de complejo.
Nos parece que la democracia es el mal menor. Y yo creo que ese
es un error muy profundo. Creo que nuestra ideología debería
estar basada en
los grandes principios, en los principios que vienen del siglo
XVIII ilustrado francés y europeo. En el fondo, aquí,
en esto, se refleja nuestra debilidad en el desarrollo intelectual
moderno, porque España y América latina tuvieron
una ilustración débil, un romanticismo llorón,
que no tiene el fondo del gran romanticismo europeo y tiene una
modernidad bastante precaria. Esa es la verdad de las cosas. Entonces
nosotros somos demasiado tolerantes frente a las tonterías
que nos lanzan desde Cuba o desde Venezuela. Somos demasiado condescendientes,
no tenemos una firmeza sólida frente a esos problemas.
Y creo que ahí somos responsables prácticamente
todos -por lo menos los gobiernos se caracterizan por esa condescendencia-
y que es un error, porque nos afecta a todos nosotros. Llegado
el momento, en nuestra política interna, surgen manifestaciones
que son aberrantes y que derivan de esa falta de claridad. Por
ejemplo, en Chile, hay una cierta simpatía por los estudiantes
encapuchados que tiran piedras a la policía y una cierta
antipatía de principio con la fuerza policial que guarda
el orden. Siempre esto se manifiesta en las declaraciones políticas
de la izquierda, la centro-izquierda, etc. Los otros días,
un grupo de esos encapuchados, entró en una biblioteca
de la Universidad. ¡Sacó más de mil volúmenes
y los quemó en la calle! Entonces, cómo podemos
tener simpatía por eso. Eso es netamente fascista.
Eso lo hicieron los nazis en Alemania y lo han hecho estos encapuchados
ahora en Chile. Seguro que esos encapuchados son castristas. Si
usted les pregunta van a decir que son castristas, que son admiradores
de Hugo Chávez, etc. Entre los volúmenes quemados,
estaba la biblioteca particular de tres grandes intelectuales
chilenos: Ricardo Latcham, que fue un gran crítico literario;
Mariano Latorre, un novelista de la época del criollismo;
y Mario Góngora, un historiador muy notable, una de las
personas que han pensado con más claridad en el siglo XX
chileno. Esos fueron los libros que quemaron estos chicos, estos
encapuchados, pseudo estudiantes. Así que nosotros tenemos
mucho que recorrer todavía. Tenemos que ser muy claros
y mucho más firmes en estas cosas. Un amigo mío
me dijo el otro día: “tu eres cada vez más de derecha”
y yo le contesté:
“¿entonces los encapuchados que tiran piedras y que queman
libros me vas a decir que son de izquierda?”. Se quedó
callado.
P: También da la sensación, por lo menos
uno lo nota aquí en la Argentina, que el tema de los derechos
humanos se politiza bastante. Entonces, algunos de los que critican
al régimen cubano no criticaban las dictaduras militares
y los que sufrieron violaciones a los derechos humanos (en este
país tenemos un premio Nóbel de la Paz, como es
Pérez Esquivel) aparecen en una tribuna al lado de Fidel
Castro. ¿Por qué no hay una honesta defensa de los
derechos humanos?
J. E.: Eso suele pasar en la Argentina y no entiendo
porqué. Lo que sí es muy clásico es esta
defensa unilateral de los derechos humanos. Estos son válidos
para un lado o
para el otro según la definición política
de la persona. Entonces, para el premio Nóbel
argentino, los derechos humanos hay que defenderlos en Chile pero
no en Cuba. Yo he defendido los derechos humanos en Chile y en
Cuba. Y eso es lo difícil, lo importante y lo interesante.
A uno lo acusan de muchas cosas por hacer eso, pero hay que seguir.
P: ¿Cómo ve la discusión que se da
en la Unión Europea y porqué cree que están
tan lejos los países de América latina de siquiera
discutir algo como eso?
J. E.: La Unión Europea creo que estaba
en una posición correcta cuando empezó a abrirse
a la disidencia en Cuba y que después tuvo algún
retroceso en la materia. Pero, en fin, la visión europea
siempre es la visión humanista, en el fondo, la visión
ilustrada: es la visión de los derechos humanos en su sentido
clásico. Y entre nosotros, esa visión, como ya le
decía, es débil. Está confundida y es borrosa
por una especie de distancia geográfica, que también
es una distancia intelectual y hasta ética. Pero yo creo
que la línea que siguió en ese momento la Unión
Europea era buena.
P: ¿Cómo cree que pueden contribuir las
democracias de América latina en este momento preciso que
se da en Cuba?
J. E.: Creo que se acerca, evidentemente, una
transición, porque la revolución sin Fidel es otra
cosa; y es difícil de concebir incluso.
Es una revolución vieja con un líder viejo. El líder
va a desaparecer. No sé si mañana, pero sí
pasado mañana. Y las democracias latinoamericanas tienen
que estar pensando en ese tema y tienen que abordarlo bien, tienen
que hacerlo bien. Esa transición tiene que hacerse bien.
Si esa transición se hace, por ejemplo, en forma violenta,
con intervenciones armadas, con guerra civil, es un desastre.
Y nos va a afectar a todos, porque sería impensable que
un gran conflicto ahí no tenga consecuencias en México,
en Centroamérica, en Venezuela, en todos lados.
Así que hay que estar preparados y hay que hacer las cosas
bien. Y esto supone pensar con claridad y tener en cuenta los
grandes temas de los derechos humanos, de la democracia política,
etc.
P: Cuando uno tiene la posibilidad de hablar con diplomáticos,
con políticos y que uno los ve muy reacios a enfrentar
este tema, una de las cosas que les señala es que el día
de mañana van a tener que hablar con los demócratas
cubanos. Van a tener que hablar con Oswaldo Payá, con Vladimiro
Roca, con Marta Beatriz Roque, etc.
J. E.: Hay un fenómeno importante que
hay que tener en cuenta, que es que en el exilio cubano, que hace
algunos años era bastante duro y algo “pinochetista”, por
ejemplo, han surgido voces y han surgido movimientos democráticos
también. Entonces yo creo que la democracia cubana interna
que usted está nombrando, más el exilio democrático,
pueden hacer mucho.
Yo confío en eso. Conozco bastante a esa gente. Creo que
ahí se puede hacer una constelación, una unión
de fuerzas que tiene que ser fuertemente apoyada por la democracia
latinoamericana, en general, y por Estado Unidos también,
el Estados Unidos
P: ¿Usted cree que Michelle Bachelet puede ser
receptiva al pedido de la Dra. Hilda Molina del que ya pasaron
casi diez meses?
J. E.: Por supuesto que sí. Ese caso lo
conozco y es un caso muy dramático. Además ese caso
es típico de lo que ocurre en la dictadura cubana. Ese
es un caso que siempre me hace pensar con sorpresa en la complicidad
de algunos intelectuales con la Cuba de hoy, porque deja muy en
evidencia la situación cubana real. Así que yo creo
que deberíamos ser todos muy receptivos a eso. No sé
cuál será finalmente la actitud de Bachelet y del
gobierno chileno. Pero espero que así lo sea.
P: Finalmente, ¿querría enviarle un mensaje
a la gente que en Cuba lucha por los derechos humanos, como por
ejemplo a las Damas de Blanco?
J. E.: Hombre mire, yo siempre he sentido una
gran solidaridad y una gran simpatía humana y una admiración
para con la gente que lucha en el interior de Cuba por la democracia.
Porque ahí sí que la lucha es difícil y ahí
sí que es válida. Y ahí sí que tiene
un enorme sentido. Así que todo mi afecto, todo mi apoyo
y toda mi solidaridad están con ellos. |