Por
Gabriel C. Salvia
Mientras en la tarde del 10 de diciembre de 2006 moría
en Santiago de Chile el dictador chileno Augusto Pinochet, en
La Habana seguía internado con diagnóstico secreto
el dictador cubano Fidel Castro.
Ambos
dictadores, además de tener en común la violación
a los derechos humanos, comparten entre sus seguidores la idea
de que el fin justifica los medios. En los dos casos se desprecian
las libertades democráticas fundamentales, cuya represión
representa para sus defensores un “detalle menor” ante algo mucho
más importante como “combatir al comunismo y garantizar
las libertades económicas” en el caso de Pinochet o “combatir
al imperialismo y asegurar los derechos sociales” en el caso de
Fidel Castro. Así, los extremos se tocan y utilizando la
misma lógica los termina uniendo su desprecio por los derechos
fundamentales.
El caso de la “lógica pinochetista” Además de ser
una de las tantas dictaduras militares de América Latina
que llegó al poder a través de un golpe de estado
para “evitar el comunismo”, el caso del “pinochetismo” es el ejemplo
emblemático de la implementación de reformas económicas
de mercado bajo la supresión de libertades civiles y políticas,
y por tal motivo se lo ha calificado de “fascismo de mercado”.
Por eso, el “pinochetismo” es más que una dictadura y representa
el atajo de la derecha anti-democrática para promover políticas
de mercado. Así, el pragmatismo del “pinochetismo” puede
verse actualmente en China o Singapur, por lo cual algunos referentes
del “fascismo de mercado” llegan a sentenciar que “en China hay
más libertad que en Francia”, pues para ellos la libertad
se circunscribe a lo económico.
También el “pinochetismo” encierra la teoría de
que las reformas de mercado requieren de mano dura, o sea de una
dictadura, pues su implementación es dificultosa en una
democracia donde los grupos afectados ejercen una presión
muy grande para mantener sus privilegios y evitar así privatizaciones
o desregulaciones de su sector.
Curiosamente, la “lógica pinochetista” es también
aplicada en la actualidad por los gobiernos “progresistas” de
América Latina en su política exterior con China.
Efectivamente, los gobiernos de la Concertación chilena,
de Kirchner en la Argentina y de Lula en Brasil, priorizan el
intercambio comercial con la dictadura China sin mostrar ningún
tipo de consideración por la violación de los Derechos
Humanos en el gigante asiático.
La “lógica pinochetista” aplicada a Cuba Aunque nadie se
atrevería a justificar las atrocidades del nacionalsocialismo
de Hitler en Alemania, ya sea argumentando que la construcción
de autopistas garantizó el “pleno empleo” o que sus diabólicos
experimentos produjeron en algunos casos a avances en la medicina,
en el caso de la defensa de la revolución cubana de Fidel
Castro se utiliza una lógica similar a la del “pinochetismo”.
Para los defensores del castrismo la supresión de las libertades
civiles y políticas, más las económicas y
sindicales, son cuestiones secundarias que se justifican por algo
más importante para el Estado como garantizar los derechos
sociales y –como toda dictadura- agregarle el componente orwelliano
de la amenaza externa. Este es el lugar común en la defensa
o justificación de la larga dictadura de los hermanos Castro,
al cual apelan desde los fanáticos castristas; pasando
por los periodistas, artistas y deportistas frívolos; y
las personas más desinformadas que simplemente repiten
desde su comodidad las frases hechas de la propaganda cubana.
Lo cierto es que muchos de quienes viven en Cuba apelan a cualquier
recurso para salir de su país, arriesgando incluso sus
propias vidas, lo cual evidencia que prefieren la libertad y la
incertidumbre económica de las democracias en lugar de
la represión y los “logros de la revolución”. Igualmente,
está claro que quienes desde América Latina emigran
buscando un destino en el cual tengan una mejor calidad de vida,
en estos casos no es precisamente a Cuba adonde se van a radicar.
En ambos casos, el “voto con los pies” es un dato por demás
elocuente frente a los resultados de la revolución cubana.
En definitiva, lo que demuestra la lógica del pinochetismo
y del castrismo es un desprecio hacia las libertades democráticas
fundamentales, donde el fin justifica los medios, y en ambos casos
se trata de vidas humanas. Eso sí, tanto la “lógica
pinochetista” de la derecha ultra-conservadora, como la misma
lógica de la izquierda fascista y anti-democrática
que defiende fanáticamente a la dictadura de los hermanos
Castro, son un reflejo de lo poco consolidados que están
los valores democráticos en América Latina. Y eso
es lo más preocupante de ambas dictaduras: el legado represivo
en que se basan sus políticas económicas o sociales
y que por derecha e izquierda encuentra a una gran cantidad de
seguidores que coinciden en su desprecio a los valoresdemocráticos
que representan un gran avance de la libertad y de la convivencia
política.
A diferencia de cualquier tipo de dictaduras, en democracia las
políticas públicas con mayor o menor intervención
del Estado se aprueban por consenso y pueden ser modificadas a
través de los cambios de gobierno que se producen en las
elecciones libres y competitivas. Son políticas muchas
veces lentas, necesariamente graduales, cuyos logros económicos
y sociales se consolidan en el mediano y largo plazo con alternancia
en el poder. Entender esto es desarrollar una cultura democrática,
lo cual todavía representa un gran desafío para
el futuro de América Latina.
Pinochet, Castro y la “ceguera ideológica” A pesar de utilizar
las dictaduras de Pinochet y Castro la misma lógica represiva,
no han recibido la misma consideración de parte de la comunidad
democrática internacional. Efectivamente, mientras resulta
muy generalizado el rechazo internacional al dictador chileno
Augusto Pinochet, no sucede lo mismo con Fidel Castro, cuya dictadura
lleva casi medio siglo y como en las monarquías absolutas
el poder se traspasa hereditariamente.
Y precisamente, uno de los motivos que ha mantenido en pie a la
larga dictadura cubana es la complacencia internacional, en algunos
casos debido a la “ceguera ideológica” por la cual se condena
a un dictador de “derecha” como Pinochet, pero no se hace lo propio
y se trata de justificar lo injustificable ante un dictador como
Fidel Castro por la coincidencia con sus políticas “anti-imperialistas”.
Un ejemplo de lo anterior es el poco apoyo y la falta de solidaridad
internacional que tuvo el “Proyecto Varela”, una iniciativa similar
a la que en Chile permitió terminar con la dictadura de
Pinochet. Efectivamente, al igual que en Chile, la Constitución
cubana contenía un artículo que permitía
la convocatoria a un referéndum si se reunían como
mínimo diez mil firmas. Oswaldo Payá Sardiñas,
principal promotor del “Proyecto Varela”, reunió once mil
veinte firmas que presentó ante la Asamblea Nacional del
Poder Popular de Cuba pidiendo apertura política y económica.
Sin embargo, su iniciativa nunca fue considerada y la dictadura
cubana respondió con un simulacro de referéndum
convocado en cuatro días donde se modificaba el artículo
al que recurrió Oswaldo Payá y se declaraba “irreversible
a la revolución”. A su vez, la dictadura castrista lanzó
en marzo del 2003 una ola represiva contra opositores pacíficos,
principalmente dirigida a promotores del “Proyecto Varela”, los
cuales llegaron a recibir hasta veintiocho años de prisión.]
Cualquier tipo de dictadura es condenable, pero la complacencia
internacional hacia cierto tipo de dictaduras, como es el caso
de la de Fidel Castro en Cuba, demuestra que aún en los
países democráticos se mantiene un resabio autoritario
al avalar a este tipo de regímenes primitivos. Al respecto,
el periodista Robert Cox, un héroe en la defensa de los
derechos humanos en Argentina, se planteaba lo siguiente en el
prólogo del libro “Otra grieta en la pared”, de Fernando
Ruiz, publicado en el año 2003: “En mi trabajo para la
Sociedad Interamericana de Prensa, dos veces como presidente de
la Comisión de Libertad de Prensa y como presidente de
la Sociedad entre 2001 y 2002, he encontrado más similitudes
que diferencias entre gobiernos de la derecha llamados autoritarios
y regímenes totalitarios de la izquierda. Cuando estuve
en Cuba, reconocí las mismas técnicas de las fuerzas
de represión en contra de los disidentes que en el Chile
de Pinochet o en la Argentina de Videla.
Pero
hay una enorme diferencia de percepción. Los horrores cometidos
bajo Pinochet y Videla son universalmente reconocidos y condenados.
Pero la dictadura de cuarenta y cuatro años es celebrada
y Fidel Castro puede deleitarse con la admiración recibida
en Buenos Aires durante su estadía en ocasión de
la asunción del presidente argentino Néstor Kirchner.
Muchas veces me he preguntado por qué Castro no es abominado
como lo es Pinochet, teniendo, en mi opinión, muchísimo
en común. Aun aquellos que impulsan la causa de los derechos
humanos y se identifican con estas ideas ven al régimen
castrista desde una perspectiva distinta, desde otro punto de
vista”.
Una respuesta al planteo de Cox sería que la condena a
Pinochet y la complacencia con Castro demuestran la ausencia de
una honesta defensa de los derechos humanos
cuando ambos dictadores comparten la misma lógica represiva.
Lamentablemente, ejemplos de personas como Cox no abundan en América
Latina, porque en cada caso
son víctimas de lo que el periodista definió como
“ceguera ideológica”.
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