Por
Oscar Espinosa Chepe
La experiencia enseña, en particular la cubana, que los
embargos y los obstáculos a las relaciones entre los
pueblos, lejos de facilitar los cambios hacia la democracia
y el respeto a los derechos humanos, contribuyen al establecimiento
de coartadas y aislamiento de los ciudadanos; elementos indispensables
en las estrategias del totalitarismo para implantar su dominio
absoluto por medio de la tergiversación de la realidad
y la creación de falsos enemigos externos, utilizables
para edificar un control total sobre la sociedad y justificar
la represión despiadada sobre los que se atrevan a disentir.
Como
consecuencia, las naciones democráticas que deseen contribuir
a la desaparición del totalitarismo deberían desarrollar
políticas dirigidas a fortalecer los vínculos
con los pueblos sometidos por gobiernos de esa índole.
Los contactos culturales, deportivos, científicos, académicos
y en todos los ámbitos posibles, incluyendo el turismo,
pueden influir muy positivamente en el camino hacia la libertad.
No es casual que durante muchos años las autoridades
cubanas bloquearon el turismo, a pesar de las reconocidas potencialidades
de la Isla para desarrollarlo, temerosas de las influencias
ideológicas foráneas. La reaparición de
esa actividad se debió a la debacle causada por la pérdida
de las subvenciones de la Unión Soviética y los
países afines, pero nada más aparecidas las subvenciones
de Venezuela resulta evidente el interés de, al menos,
paralizar el crecimiento de la industria sin humo y priorizar
la llegada de los visitantes a cayos o zonas sin fácil
contacto con la población local.
En
igual sentido podría hablarse del comercio, las inversiones
extranjeras y otras formas de colaboración, como la formación
de empresas mixtas con naciones de economía de mercado,
años atrás vistas por el régimen como un
peligro y hoy como un mal inevitable -dadas sus dificultades
actuales-, por crear vínculos y compromisos con supuestos
enemigos, portadores del virus de la democracia y el libre pensamiento.
Los lazos económicos, comerciales y financieros son forjados
mediante contactos personales, estableciéndose relaciones
que pueden terminar en el temido contagio y la adicción
por la libertad. El modelo ideal en la concepción totalitaria
sería aislar completamente a las poblaciones bajo control,
para así, privadas de información y absolutamente
manipuladas por el estado, puedan ser manejadas con facilidad.
De
lo anterior se deduce que los acuerdos con países democráticos
y de economía de mercado, además de ser suministradores
del necesario capital y tecnologías de punta, son fuentes
potenciales de democracia y libertad. Sin embargo, existe el
peligro de que en el contexto de las negociaciones para las
inversiones extranjeras y la creación de empresas mixtas
predominen tendencias mezquinas, que aprovechándose de
las situaciones internas de los países, terminen con
concesiones poco éticas en detrimento de los derechos
de los pueblos.
En
Cuba existen ejemplos de estos indeseados problemas que pueden
limitar considerablemente los efectos beneficiosos de los acuerdos
económicos como promotores de la democracia. En los hoteles
y otras instalaciones turísticas con la participación
de capital extranjero o bajo contrato de administración,
a los cubanos no se les permite el acceso, por lo que cooperan
con el apartheid existente.
Tampoco
las firmas extranjeras deberían aceptar los mecanismos
establecidos por el gobierno cubano para la contratación
de los trabajadores a través de una empresa estatal,
que impone preferencias políticas y cobra los salarios
en divisas, mientras paga a los nacionales en el depreciado
peso, que ni el propio estado acepta como medio de pago en la
mayoría de sus establecimientos comerciales. Este intermediario
rescinde los contratos arbitrariamente, sin derecho a reclamación
por parte de los empleados. A esas violaciones se suman la prohibición
de la libre sindicalización, el derecho a huelga y la
defensa de los legítimos intereses de los Negocios sí
trabajadores, que serían privados de los empleos ipso
facto si se atreven a reclamar. De esta forma se violan muchos
convenios adoptados en la Organización Internacional
del Trabajo (OIT), que el gobierno cubano ha suscrito.
Si
bien, como ha sido señalado, las inversiones y los convenios
de cooperación económica, incluidas las empresas
mixtas, pueden ser factores positivos para pueblos sometidos
a regímenes totalitarios, sin olvidar los beneficios
lógicos para las entidades que arriesgan su capital,
no es menos cierto que estas operaciones deben realizarse sobre
la base de principios éticos y en modo alguno representar
alianzas de facto con gobiernos totalitarios.
Cuando
próximamente la Unión Europea reexamine su posición
hacia el gobierno de Cuba, sería conveniente el análisis
de las inversiones y otros negocios, teniendo en cuenta esos
problemas y la posibilidad de que puedan establecerse ciertas
normas de conducta que, al mismo tiempo que tengan en cuenta
los beneficios lógicos para las empresas inversionistas,
también consideren principios éticos vigentes
en las legislaciones de los países miembros, así
como los acuerdos adoptados en materia laboral en la Organización
Internacional del Trabajo. El pretexto del respeto a las leyes
de países totalitarios, no es más que una coartada
para tratar de justificar lo injustificable, la violación
del derecho de los pueblos a la libertad y a su soberanía. |