Por
Oscar
González
–
¿Y tú desde cuándo estás en esta onda?
–Qué
importa eso, tú no vas a casarte conmigo, además,
prefiero no acordarme.
–Solo
quiero saber.
–
¿Para qué? ¡No seas chismoso!
–Cuéntame.
–Si
te digo lo vas a escribir y yo no vivo de eso.
–Oye,
tú eres literatura, además sería bueno para...
–Sensibilizar,
yo no quiero lástima.
–Pero
la das y seguro te gustaría ser comprendida.
–Allá
tú si piensas eso; ¡yo me entiendo!
–
¿Desde cuándo no vas a la playa?
–Voy
a esperar un tiempo.
–No
hay suficientes...
–Sí,
pero quiero que se olviden de mi cara por un tiempo, la última
vez tuve que... ("Aquel policía fue un perro").
–Sigue,
¿qué te ocurrió?
–Nada,
ya te estaba contando.
–Bueno,
pero ahora vistes elegante, con mucho.
–Algo
da este negocio.
–La
ropa para mí no es importante, me gusta vestirme con swing,
pero sencillo, sin tanto brillo, no me...
–Tú
también te disfrazas.
–Sí,
y no me mires as¡, tú también quisieras vestir
bien, como el hijo de..., a todos nos gusta.
–Me
gusta como visto ("Aunque no me vendría mal otro jeans").
–Te
engañas, ni tú te lo crees. Eso de la sencillez
está bien para millonarios, para artistas, pero tú,
claro: como escribes versos y cuentos, te escudas con eso, pero
la verdad es que tú también te escondes.
–Pero
no me vendo, me gusta la verdad, la sencillez. Hay cosas más
importantes dentro del hombre, lo que pasa es que el mundo está
lleno de topos.
–Te
pusiste bravo, deja eso ya.
–No
estoy bravo es..., yo intentaba defenderme, pero no de ti, de
verdad...
(“¡De verdad que eres raro, mi hijo! A veces creo que te
gusta estar triste; aunque viviendo en esta casa que debe ser
tan vieja como el central, llena de retratos, libros y ese maldito
olor a jazmines que entra por la ventana y me recuerda los velorios,
es difícil no tener los ojos que tienes.”)
–Oye,
no tienes miedo coger el...
–Me
cuido, además no son tan...
–Los
haces ponerse preservativos...
–Bueno,
algunos se cuidan ellos mismos. ¡Como tú!
–No
lo hice por ti, lo hago así con todas, es mejor para todos.
–¿Te
enfermaste alguna vez?
–De...,
una vez cuando estaba en el Pre.
–Es
terrible, una amiga mía está recluida en el hospital
de La Habana. Se la llevaron como a un regalo, dentro de una bolsa
de nylon.
–Muchos
no lo harían contigo, eres un riesgo ("Y yo soy un
suicida").
–Sé
cuidarme, aunque, tú sabes como es eso... ("Bah, no
sabes nada. Diana siempre estuvo en su casa, fue su esposo quien
vino enfermo de Angola").
–Si
me vieran contigo, van a...
–Te
daría pena, ¿no?
–No,
claro que no, algunos pensarán que ando en lo mismo, pero
eso no me preocupa.
–Y
entonces, ¿qué?
–Cuando
los marginados se unen, están menos solos, pero cada vez
más lejos de los otros.
–Te
importan mucho los demás.
–Mira,
es algo complicado; a ti la ropa. Los seres humanos siempre somos
vanidosos, yo quisiera que todos o la mayoría me conocieran
por lo que escribo. Que dijeran: ese que va ahí es...,
escribió tal poema, o me encanta cómo escribe...,
es tan... ("Ser famoso, m'ija, no jinetera").
–
¿Eso es vanidad?
–Es
mi vanidad, es feo sentirla mucho, pero no lo niego.
–Pero
un poquito no ("Todo el mundo lo es"). Tú me
gustabas desde hace tiempo.
–
¿Sí?
–Antes
yo salía al parque y me daba rabia.
–
¿Qué cosa, el aburrimiento?
–Tú,
todos mis vestidos eran de lástex: era de las guachas del
pueblo, nunca nos hacían caso. Arais me evitaba. Ahora
en tiempo de pruebas fingía quererme mucho, pero los sábados
huía; si acaso me hacía una seña. Hubo veces
que me sentía muy fea, más baja que una enana y
en los ojos de los otros había burla. Se reían de
mis zapatos. Lloré muchas veces, a mí también
me gustaban los tenis, mucho, pero mima siempre decía que
eran caros ("Y era verdad, para ella sí...").
–Cuando
estaba terminando el Pre tuve un pitusa. El primero. En esa época
todo cambió, todas las muchachas estaban a mi alcance.
Tenía más amigos. Hasta creo que fui popular en
la escuela. Le di un queme al pantalón, luego se rompió
y fue el derrumbe, pero ya sabía quién era quién.
Empecé a crecer por dentro. Ahora sé que solo lo
que nos duele nos enseña... ("¡Será mía
esta frase!").
–Hace
un rato, cuando dijiste que me vendía, hablaste como la
vieja.
–Tu
mamá, ¿ella no acepta como eres?
–Al
principio lo negaba, me escondía, se estaba defendiendo.
Aún quiere reivindicarme, a ella le importan mucho los
otros.
–Pero
ella lo hace por prejuicios.
–De
cualquier manera uno debe aprender que contar con los otros es
una pérdida de tiempo ("Mi familia tiene zapatos gracias
a mi culo").
–Sí,
hace tiempo me daba pena ser yo, pero me di cuenta de que si no
soy yo mismo; seré uno más de los otros perdidos,
–El
resto solo se fija cuando eres diferente. ¡Mira yo!
–Por
eso las personas necesitan tanta ropa y objetos. ¿A ti
ya no te basta con la ropa que tienes?
–No
es solo la ropa, ahora, ya no hay burla. Todos sienten envidia,
algunos hasta buscan mi amistad. Envidiar trapos es malo. Recuerdo
mi caso, aunque algunas me miran mal.
–Moralistas...
–Dirán
que no dan el culo por ropa, tendrán otra forma, pero hay
más.
–Diversión.
–Y
esperanza, te evades de tantos líos. ¡Tal vez pueda
viajar a otro país! Conocí a una que tuvo suerte,
quizá yo pueda...
–Saltar
del carrusel, pero, ¿no te gustaría casarte?
–
¿Me lo estás proponiendo...?
–No,
es que...
–Bromeaba,
señor periodista, no tienes que ponerte colorado.
–En
serio, ¿no te gustaría?
–Como
tú preguntas, chico.
–
¿Te gustaría o no?
–Hace
tiempo creí que ya era la hora, pero no sirvió.
Ahora me alegro, ahora sé que hay otras cosas y quiero
vivir antes. Tú no sé, pero yo me iré del
pueblo.
–Por
culpa de los otros te vas a ir.
–Tal
vez me muera aquí, pero no voy a envejecer igual que mi
madre.
–A
veces creo que andaré con la cabeza brillante o llena de
canas, caminando por las mismas calles, diciendo aún que
me voy, por el parque ("París es el lugar perfecto
para morirse recordando el aire dulce de la zafra y el rostro
agrio de este pueblo"); ya no aguantó más,
y todavía entonces me estaré quejando que estoy
solo. Pero aún tendré ese miedo visceral de estar
sentado leyendo algo, mientras alguien que solo prefiero recordar
como era, veinte y tantos años atrás, desnuda bajo
mis labios me exige ausente de sonrisas, ahora desde una cocina
y me ata con solo saber que existe dentro de mi casa. Después
de todo es natural hacer una familia y sustituirse con los hijos.
A esa altura de la vida quizás uno descubra que el amor
es solo una cruel estrategia de la naturaleza para preservar la
especie; por eso me da miedo constituir una familia. Me haría
falta responsabilidad, y esa se paga con libertad. También
dicen que es triste rendirse y estar solo ("Solo, todavía
en la oficina, encorvado de tantos números y jefes").
–
¡Oye!, es verdad que tienes una trova, qué discurso
para decir que tienes miedo a hacerte viejo.
–
¿Tú no? ("Juventud, divino tesoro, será
verdad que te has ido para nunca más volver. Pobre Darío").
–Yo
también, pero qué se le va hacer, tú crees
que alguien se casará conmigo sabiendo lo que fui, cuando
tenga deseos de tener un hijo lo tendré, y voy a tratar
de darle todo lo que pueda. El hombre, lo más seguro es
que lo encuentre más tarde, quizás hasta mucho mayor
que yo. Los viejos, con el pretexto de aprovechar lo que les queda
se deshacen de orgullo y buscan compañía; mientras
tanto seguiré respirando sin coger mucha lucha, o si todavía
estás solo, vengo a buscarte.
–No
te burles, tú lo dices todo muy fácil, pero...
–¡Tú
quieres que me eche a llorar! Sé que es triste. Tal vez
alguna noche me den ganas de explotar, o vuelva a sentirme menos
que las otras mujeres, porque ya tienen hijos y un marido para
todo. Hay rutinas que son grandes para la gente, pero yo tal vez
demore en tenerlas y alguna noche no tenga ni una camisa o un
calzoncillo para oler, y extrañe. Uno lucha y lucha, y
al final hay algunas cosas que solo son para los otros.
–Sí,
a veces paso tiempos largos sin acostarme con una mujer que me
inspire, que sea distinta, no es a todas las que siento deseos
de ver otra vez, o de decirle te quiero. Y tengo amigos que les
sobran las mujeres interesantes y las dejan ir.
–Pero
a todas les haces una poesía.
–
¿Quién te dijo eso? ("Una poesía...
así dicen los instructores de Cultura").
–No
recuerdo quién fue, pero me lo dijeron y fue una mujer.
–Poemas
que son puros ejercicios; algunos salen solos ("Las mujeres
fueron hechas para el chisme. Quizás hasta me creen maricón,
putas...").
–A
mí me harás una.
–
("...pero esta sabe que no. ¿Qué?... ah").
Tal vez, eres una experiencia nueva para mí.
–Porque
me acuesto con muchos y luego trato de olvidar sus rostros, a
veces descubro sus caras en la pacotilla que me dieron.
–Para
un hombre sería más fácil, ¿no?
–Lo
mismo, eso depende de uno, lo que pasa es que sigo siendo la guajirita
que al final no podrá lograrlo todo.
–Te
sientes mal a veces.
–Cuando
empecé, fue, no sé... ("Siento asco de todo").
No es fácil. Muchos creen que todo es un vacilón,
pero a veces jode mucho, aunque a nadie le interesa, solo a mí,
si es viejo, gordo o si tiene mal aliento, porque abrazar a uno
no es tirarse un regalo perfumado, ¿es? Igual que no tuve
muchas alegrías cuando todavía estudiaba. A veces
ni sé si siento placer. En tragos me sale todo mejor. Lo
que tengo no ha sido barato..., si alguien te publicara lo que
escribes a cambio de tu cuerpo, ¿también te acostarías,
fueras puto?
("Vaya
muchacha esta, sí que piensa y dice...")
–
("Jum... lo pasmé). ¿Dime...?
–Bueno,
tal vez no somos tan diferentes.
–Yo
creo que no..., cada cual fabrica su sueño con lo que tiene.
¿Quién juzga? Todos nacemos para algo. Así
decía mi abuelo.
–Eso
parece poesía.
–Si
tú lo dices. Mira, para mí están los de arriba
que son los que tú sabes, los del medio son los que tienen
familia allá y los otros, y los del fondo somos putas y
putas.
–Poetas
y escritores, una pandilla de locos tratando de hacerse escaleras.
–Ahora
les gusto más a los hombres, yo los disfruto. Ellos son
los que me dan lástima, recupero parte de lo que perdí
cuando no...
–Los
mordía el brillo de tus trapos, tu perfume...
–Tú
también eres uno. Bajo la ducha sé que soy la misma
que antes ignoraban.
–¿...?
Claro, todos tenemos un precio; tú te vendes, yo te compro,
yo me vendo y tú me compras. Eso es la vida en verdad.
–Eres
buena gente, pero muy chismoso.
–Ya
lo sabía, toda la vida me lo han dicho, a veces pasé
malos ratos por ser tan noble, pero al final no me arrepentía.
Me gusta saber que la gente confía en mí. Hubo un
tiempo que creí que debía ser cura o pastor. Siempre
fui el consejero de mis amigos. Yo creo que tiene que ver con
que desde chiquito escuché con atención lo que decían
los viejos, me gusta aprender... ¿Por qué miras
tanto el crucifijo?
–
¿Tú crees en Dios?
–Yo
sí, pero mira, a mi manera, sin prohibirme nada. Dios es
libertad y hay que llevarlo dentro de uno, así uno sabe
qué hacer... ("Abuela María Antonia nunca fue
a una iglesia, y no sé si supo antes de morir que fue una
buena cristiana").
–Yo
respeto esas cosas, pero si Dios existiera, tendré que
pagar mis pecados. Yo estaría de parte de los otros (“También
me...”).
–
¡No! Estaría de tu parte, te perdonaría. La
vanidad es la que corrompe a los hombres. Cuando tú y yo
no ambicionemos cosas banales, entonces nos daremos cuenta de
todo.
–No
te entiendo mucho, pero me gusta oírte hablar, me siento...,
¡vaya, que tú me comprendes! Es bueno hablar. Tener
algo que decirse después de acostarse. Hay tipos que me
han hecho sentir mal, cuando acaban se quedan mudos, se visten
y se van, o se duermen, y a una se le hace un hueco en el pecho,
porque solo te usan para quitarse los deseos y una a veces quiere
oírles decir cualquier bobería. He estado con otros
que no, que les gusta que los acompañe..., ¡una mujer
no es una cerveza, coño!
–La
compañía siempre es mejor, la soledad no termina
junto al deseo. Uno puede ya no tener deseos y necesitar una caricia,
que te digan que no estás solo. Lo espiritual es lo que
más llena, lo que consuela. Por eso cuando uno tiene problemas
le hace falta cerca un amigo, alguien para confiar. Ahora mismo
me siento mejor que hace un rato. Ahora te conozco, o nos conocemos
mejor. Cuando dos personas admiten que están solas, en
ese mismo instante comienzan a hacerse compañía.
Por eso tenemos que vernos de nuevo.
–
¿Te gusté? ("Mira, muchacho, que tú
y yo no debemos enredarnos mucho").
–Te
disfruté, eres una buena historia ("¡La puta
y el poeta! Sería un escándalo municipal... ¡un
escándalo poético!").
–
¿Te publicarán?
–No
sé, no importa mucho.
–
¿Entonces para qué la escribirás?
–Tu
verdad no es solo tu nombre y algún día hará
falta toda la verdad del mundo, y este cuento va a servir. Por
ahora lo bueno es escribirlo bien.
–Será
también para los otros.
–Pero
mientras no lo entiendan, esta verdad será solo nuestra.
–
("¡Y te morirás de hambre con ella! ¿Para
qué carajo sirve la verdad si solo está en papeles?")
¡No vayas a encender la luz!
–
¿Pero por qué? ("¿Y qué recato
puede quedarle a esta?").
–¿...?
A lo mejor ni hay.
–
¿No? ("Una mujer desnuda en lo oscuro, tiene luz propia...
–Bueno...
("Que me vea, ¡pero coño!, no vayas a embullarte.
Tiene las manos tan suaves").
–Eres
una mujer diferente, pero te pareces mucho a las otras...
–Y
tú a los hombres, aunque no lo queramos para los demás
o para alguien. Tú y yo también somos los otros.
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