Por
Dora Amador
Enviado
por Cuba Católica
El
aborto, la eutanasia, la pena de muerte, la clonación humana
y la responsabilidad política de los católicos son
los temas que se están tratando este fin de semana –del
24 al 26 de octubre– en la Conferencia del Respeto a la Vida que
se celebra en el Airport Hilton de Ft. Lauderdale. Los educadores,
agentes de pastoral, médicos y enfermeras, mujeres que
se han hecho abortos, científicos, religiosos y laicos
de las siete diócesis de la Florida han ido preparados
para tres intensos días de trabajo bajo el lema Enséñanos
la sabiduría del amor.
A
lo largo y ancho del país se puede ver todos los años
a miles de católicos que marchan pacíficamente por
las ciudades con carteles en defensa de la vida. En Washington,
hace unas semanas, frente al Capitolio, un grupo de mujeres portaban
impresionantes letreros: “Me arrepiento de haberme hecho un aborto”,
decían. Estas y muchas otras actividades que se han estado
llevando a cabo nos indican que, a pesar de que queda mucho por
hacer para elevar la conciencia ciudadana hacia una cultura de
la vida; a pesar de que la prensa insiste en ignorar la ética
que fundamenta nuestra lucha; a pesar del enorme poder de los
defensores de la cultura de la muerte, nuestras voces se escuchan,
las semillas, aunque lentas, germinan. Por ejemplo, el pasado
2 de octubre la Cámara de Representantes aprobó
por una gran mayoría –281 a favor, 142 en contra– la prohibición
del llamado aborto de nacimiento parcial.
Todo
esto –congresos, protestas pacíficas, portar carteles,
legislación a favor y en contra, revocación y enmienda
de leyes por insistencia ciudadana– debe consolarnos, por muy
frustrados que estemos Porque nos expresamos libremente, luchamos
frontalmente y el gobierno no nos condena a largos años
de presidio.
En
este mes del Respeto a la Vida, quiero hablar de Cuba, el país
con el más alto índice de abortos en toda América,
incluyendo a los Estados Unidos, y del doctor Oscar Elías
Biscet, condenado a un largo y horrendo presidio político
por su defensa de los derechos humanos. Biscet ha estado en la
cárcel más de 20 veces; una de ellas cumplió
una condena de tres años por protestar pacíficamente
contra el aborto y la pena de muerte. En marzo de este año
fue sentenciado, junto a otros 74 disidentes –periodistas independientes
y promotores del Proyecto Varela, que pide la democracia del país–
a 25 años de cárcel.
El
doctor Biscet, nacido en La Habana en 1961, ejerció su
profesión en el hospital Hijas de Galicia hasta 1998, cuando
fue despedido y, después de una golpiza por agentes de
la Seguridad del Estado, le prohibieron ejercer de nuevo la medicina.
Ya desde 1997, el médico católico había creado
la Fundación Lawton de Derechos Humanos junto a otros activistas
en defensa de la vida y contra el aborto, la eutanasia y la pena
de muerte. En 1998 terminó un estudio investigativo al
que tituló Rivanol: Un método para destruir la vida.
En este trabajo denuncia “la masacre de miles de seres humanos
inocentes que [mueren en los hospitales de Cuba]… sin haber visto
la luz, y otros contemplaron por breves segundos ese resplandor
sintiendo a cada instante cómo escapaba la vida ante la
inhumana negativa de prestación de auxilio”. El autor se
refiere principalmente al método generalizado de hacer
abortos en Cuba por medio de la interrupción tardía
del embarazo, que consiste en administrar a la embarazada, a través
de una sonda que penetra en el cuello del útero, una sustancia
llamada Rivanol, la cual produce contracciones intensas y provoca
la expulsión del niño fuera del claustro materno.
Muchas veces, nace vivo y llorando.
“En
testimonios grabados –cita el estudio de Biscet–, las madres narran
cómo sus hijos nacieron vivos, y en la forma que se les
privó de la vida. Por ejemplo, les cortaron el cordón
umbilical y los dejaron que se desangraran hasta perder la vida,
y a otros los envolvieron vivos en un papel cartucho hasta la
asfixia… Estos procedimientos abortivos, que califican como crímenes,
se multiplican en todos los hospitales maternos de Cuba”. En abril
de 1998, después de la visita del Papa, Biscet hizo público
su estudio sobre el aborto. En junio de ese mismo año acusó
al sistema de salud de Cuba de cometer “un genocidio”.
“Oscar
comienza en el movimiento pro vida”, dice la esposa de Biscet,
Elsa Morejón, “a partir de la visita a Cuba de Juan Pablo
II [en enero de 1998]. A partir de las misas que se dieron, y
de las predicaciones que se hicieron en las plazas de Cuba sobre
el derecho a la vida”.
Las
cifras del aborto en Cuba son espeluznantes: 6 de cada 10 embarazos
terminan en aborto.
En
una entrevista que le hizo Raúl Rivero (poeta cubano condenado
también a 20 años de presidio por pedir y ejercer
la libertad de expresión) en abril de 2000, Biscet le dice
a Rivero que es la fe lo que le da la fuerza para salir a la calle
a encarar la atmósfera hostil en la batalla contra la pena
de muerte, el aborto y el inmovilismo.
“Allí
[en su fe] seguramente, halló la voz que le dijo varias
veces: ‘Dios te ama’, al policía que lo quemaba con un
cigarro”, escribe Rivero. “Muchos de sus amigos y seguidores creen
que en esos prados remotos tuvo que encontrar la voluntad y el
valor para cruzar las manos a la espalda mientras alguien lo golpeaba
hasta hacerle saltar dos dientes”. Biscet, dice Rivero en su crónica,
cree que “la resistencia pacífica es un plan de Dios”.
Oscar
Elías Biscet, declarado preso de conciencia por Amnistía
Internacional, a quien le niegan tener una Biblia en su celda
de máxima seguridad, necesita el apoyo del Movimiento Pro
Vida de los Estados Unidos y del mundo. Que su nombre y su lucha,
que su fe y su amor, sean un constante recordatorio, para los
que se yerguen en defensa de los derechos humanos, de que el primer
derecho de toda persona es el derecho a nacer.
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