Por
Pedro Corso
La
renuncia de Fidel Castro a las posiciones de Presidente del Consejo
de Estado y Jefe de Gobierno generará en Cuba espacios
insospechados pero no de inmediato. Sería ingenuo pensar
que el cambio de manager, por importante que este haya sido, trocaría
las reglas fundamentales que se establecieron en la isla en 1959.
Cierto
que Cuba ha estado sometida por casi medio siglo a un totalitarismo
carismático y la desaparición de esa condición
tendrá sus consecuencias, pero el régimen está
estructurado sobre un andamiaje de intereses y complicidades en
el que Castro fue la pieza principal pero no la única.
La capacidad represiva del gobierno no disminuye por su ausencia
y las condiciones para que el ciudadano recobre su soberanía
personal no se generan de inmediato y menos si el régimen
continua asfixiando a la sociedad.
La
ausencia de Fidel, en caso de que sea extrema o total, pone en
falta su carisma, la habilidad para seducir partidarios y adversarios
y su innegable don para manipular situaciones. Se notará
la carencia de su talento político y su aguzado sentido
de la oportunidad, lo que evidentemente afectará al gobierno,
pero no es una decisión que implique por si misma poner
en juego la estabilidad de la dictadura.
Su
intervención estará presente mientras respire y
sea capaz de trasmitir una idea, pero evidentemente la gobernabilidad
debe propiciar infinidad de oportunidades para que esa influencia
vaya disminuyendo a una celeridad que le agudizara la amargura
de no haber podido gobernar hasta el último suspiro y el
postrero carajo.
La
decisión de Fidel Castro marca el fin de la Sucesión
y la reafirmación de que Cuba ha estado gobernada por décadas
por una aristocracia política con muchos visos dinásticos.
Los vástagos de la dirigencia gestan familias entre ellos
y los hijos de los líderes de primer nivel pueden a la
sombra de sus progenitores aspirar a ser Alto Ejecutivo de la
empresa que es el gobierno de Cuba.
Raul
Castro ha compartido el poder con Fidel todo este tiempo. Es corresponsable
de lo que ha ocurrido en la isla, tanto de los fracasos como de
los éxitos que algunos ciegos ven. Ha sido la sombra de
su hermano aun en el periodo que estuvo al frente de la Sucesión.
Durante ese mandato de poco más de año y medio no
tomó ninguna decisión clave, fue más de lo
mismo y la única diferencia apreciable fue su bajo perfil
tanto en instancias nacionales como extranjeras. Otra diferencia
fue su ausencia en la escena internacional. Contrario a lo que
se podía suponer, el hermano menor no ambicionaba montar
su propio show y lo que más parece gustarle es estar fuera
del escenario aunque con la batuta para dirigir la orquesta.
Por
otra parte es de creer que los Castro y algunos elegidos del alto
gobierno, conocen desde hace meses que el “Máximo” no podría
regresar al gobierno, pero que esperaron hacer pública
esa situación cuando se llegó al convencimiento
de que toda la maquinaria gubernamental estaba debidamente aceitada
con sus tornillos bien ajustados. Para ellos el Proceso de Sucesión
fue un éxito y aunque deben tener programadas algunas concesiones
están convencidos que ninguna de éstas va a afectar
la columna vertebral del sistema. La soberbia de la nomenclatura
descarta propias contradicciones y la emergencia de una corriente
de reivindicación de derechos que ponga en peligro el sistema.
La
dictadura unipersonal en Cuba termina con la renuncia del Comandante
a seguir dirigiendo los destinos del país, para iniciar
así una especie de Transición dentro del sistema,
no para cambios medulares, lo que tal vez fue el sueño
de Francisco Franco. Esto podría ser inmediato o a corto
plazo, pero se aprecia en la carta en la que Fidel Castro informaba
su alejamiento del poder por razones de salud, que hay una voluntad
de establecer en Cuba un gobierno colegiado con un eje central
que se supone sea Raúl Castro.
La
Sucesión ha terminado y se inicia un proceso de Transición
en la continuidad. No una Transición a la democracia. La
renuncia de Castro sirve para legitimar el control sobre el poder
central que sus partidarios ostentan desde hace varios meses.
El poder absoluto no puede permitirse una provisionalidad indefinida.
Eso quebranta la férrea jerarquización que ayuda
a conservar el control.
Cuba
esta en la ruta de la sovietización. Tengamos presentes
que el primer Heredero era un ferviente admirador de la Unión
Soviética. Los poderes del estado no estarán concentrados
en una sola persona. Varios serán los jerarcas que se habrán
de sostener teóricamente sobre un Partido Comunista a cuya
secretaria general Fidel Castro no ha renunciado todavía,
aunque sin descartar que lo haga en un eventual congreso del organismo
partidario o en cualquier momento, si razones ajenas a su voluntad
lo demandan.
No
se deben esperar concesiones voluntarias. Fidel Castro proclamó
que en Cuba no hay posibilidad de reformas sustanciales. La sombra
de su despotismo y los intereses de sus partidarios todavía
no permiten avizorar un futuro de libertad personal y democracia
para la isla.
Darán
migajas. Concederán perdones, pero la naturaleza del sistema
no habrá de cambiar. Este, como siempre ha sido, es un
momento para actuar y no para esperar.
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