Por
Ciro
Existen
serios indicios de que la nación cubana se aproxima a una
crisis determinante para su futuro. Luego de más de año
y medio de sustitución ejecutiva del dictador enfermo,
la situación económica, política y social
continúa deteriorándose y los problemas vitales
y urgentes de la población están tan presentes como
antes de ese evento.
La inquietud y desasosiego aumentan por días cuando surgen
otros problemas que también se siguen acumulando y que
repercuten directamente en las necesidades vitales de la sufrida
población. El hecho más revelador de esta situación
ante la opinión pública mundial lo constituye el
creciente y alarmante número de fugas furtivas del país,
alcanzando cuotas nunca antes vistas.
El grupo gobernante sustituto en el poder permanece encasillado
en la misma visión esquemática y engañosa
de la realidad que el anterior mandamás. Al contrario de
aliviar la presión social y económica de la excesiva
ingerencia estatal en la vida y relaciones sociales de la ciudadanía,
ha fortalecido su arbitraria ejecución de funciones centralizadas.
Entretanto, argumentando falta de recursos y la necesidad de analizar
con detalle, continua obviando o dando largas a las soluciones
urgentes.
Por recientes medidas de orden económico que refuerzan
medidas de intrusión del más rancio y viejo corte,
queda muy claro que tiene como punto de mira para el futuro mantener
e incluso incrementar más su control arbitrario. Para ello,
continua la práctica del anterior dictador en funciones,
que utiliza como método de gobierno el secretismo y la
ausencia de transparencia, el acecho y la sorpresa.
En este sentido, se anuncian de sopetón medidas que en
la práctica hacen más insostenible aún la
existencia diaria de todos, incluidos los estamentos sociales
mejor beneficiados. Se ve como sigue la constante encerrona legal
e inesperada con leyes que perjudican y dificultan cada vez más
la vida de los cubanos.
Los ciudadanos son compulsados brutalmente mediante la represión
física y mental, con sanciones desproporcionadas a “delitos”
que no tipifican como tales en ninguna otra parte del mundo. Tanto
en las oficinas del Gobierno, con la Asamblea Nacional como apéndice
obediente y unánime aprobador, se legislan a escondidas
y en secreto leyes que en nada ayudan a solventar las crecientes
necesidades reales, ya en muchos casos rayanas con la supervivencia
miserable de la población.
Pese al discurso oficial aperturista, se hace todo lo contrario,
y ante la crisis social que se avecina el Estado parece seguir
apostando por el método de ordeno-obedece, y las llamadas
a la disciplina, al castigo y la prisión preventiva como
si la ciudadanía fuera un hato de cautivos a los que sólo
hay que castigar más o menos hasta que se calmen y olviden
sus perentorias necesidades.
La distorsión de la realidad y la cruel deformación
que ha provocado esta práctica de ausencia de transparencia
y progreso real de la nación han lacerado la honradez y
el espíritu de respeto a la legalidad en la ciudadanía
en general. La población toda acepta como natural y hasta
con admiración el éxito económico que conlleva
la violación de las leyes.
Por la subterránea gestión económica exitosa
que esto representa, se hacen admirables la prostitución,
la compra-venta de productos malversados, el soborno y la venta
de influencias. El robo, el hurto y la estafa son elementos funcionales
dominantes en las relaciones no sólo entre Estado-Ciudadano,
sino entre los miembros de la sociedad.
Como resultado de este descarnado retroceso de los sentimientos
y los valores morales y familiares, algo muy típico en
una población penal, el encanallamiento, la violencia y
la degradación se vuelven algo muy corriente, siendo aceptados
con tremebunda naturalidad e indiferencia.
Como resultante, es evidente que la ciudadanía actúa
cada vez más al margen de la estrecha vía en la
que la han confinado por muchísimas leyes absurdas. Las
personas delinquen en un intento de sobrevivir y sacar beneficios,
lo que en otra sociedad normal lograrían honestamente,
amparados por un sistema legal equitativo para todos.
Todo esto proviene y lo agrava el maltrato institucionalizado
por las leyes y la práctica del modo de gobierno emanado
del Estado. La cúspide de este proceso degradante se alcanza
con el ignominioso apartheid del nacional no sólo con la
clase gobernante sino también en relación con el
extranjero, teniendo como factor importantísimo, aunque
no muy visible, la esterilización y exclusión del
concepto del derecho en el ánimo de cada cubano, no importa
cuál sea su nivel social. Nadie tiene derechos inamoviblemente
establecidos y por tanto nadie piensa en términos legales.
Los derechos no son sino los que van y vienen, concedidos o retirados
por la clase dominante muchas veces por elemental y cruel capricho
personal o de acuerdo a un interés específico del
Poder que en nada beneficia a los ciudadanos.
Una de las peores consecuencias de todo este desastre, porque
quizás represente el fin para el futuro de la nación,
se anida en la extinción de la nacionalidad isleña
cuando la población simplemente huye del país como
lo haría un prisionero de un campo de concentración.
Según datos recientes del Dto. de Estado de los Estados
Unidos, en diez años han arribado a su territorio alrededor
de 190, 000 cubanos.
Otras cifras revelan que en la actualidad se están yendo
de nuestro país alrededor de 100 personas diarias. Los
que se marchan son personas mayormente jóvenes, en edad
de producir y procrear la futura población de Cuba. Este
desangramiento no lo puede aguantar un país con sólo
11 millones de habitantes que para colmo, como resultado de la
creciente dureza e inestabilidad de la vida común, sufre
una crisis en la procreación y el estamento anciano de
la población que permanece en la isla va incrementándose.
Como respuesta a todo este creciente número de problemas,
por una parte las fuerzas gubernamentales dominantes parecen prepararse
incesantemente para lo que pueda suceder con medidas más
restrictivas y drásticas en contra de la sufrida población,
en una egoísta y aterrorizada actitud de salvar lo insalvable.
¿Qué nación esperan gobernar, si con esos
pasos se está deshaciendo antes sus ojos?
Por otro lado, la oposición de la isla está empeñada
trabajosamente en dos distintas acciones generales. Un sector
importante de la oposición ha emprendido y emprende instrumentar
diversos proyectos de movilización y diálogo que
despierten de la apatía y el fatalismo a la población
en general. Esto no logra cuajar de una manera importante, y a
veces quedan inexplicablemente detenidos y muertos, dejando excluidas
al creciente número de personas que querían sumarse
y a otras que lo firmaron y sufrieron el castigo gubernamental
por haberse atrevido a hacerlo.
Así ocurrió con el más destacado intento
de iniciativa verdaderamente popular en toda la historia de este
régimen tiránico: el Proyecto Varela. Aunque redactado
de un modo confuso y nada sencillo de entender para la ciudadanía
común, fue identificado por el pueblo como algo indiscutiblemente
ciudadano y popular, algo que respondía a sus verdaderos
intereses por el simple hecho de no provenir de las entrañas
del poder absoluto que rige la nación.
En lugar de apoyar irrestrictamente ese proyecto, otros grupos
opositores cometieron el craso error de permitir que sus diferencias
políticas y personales pesaran más que la elemental
percepción de que el Proyecto Varela, aunque no había
sido organizado por ellos, estaba siendo apoyado crecientemente
por el pueblo, y no sumaron sus fuerzas al mismo.
Para colmo, el Proyecto quedó repentinamente detenido.
Ni siquiera el totalmente veraz argumento de la feroz represión
emprendida por la policía política contra esta iniciativa
ciudadana puede justificar que un creciente número de personas
no se hayan podido sumar valientemente. Era muy importante que
a las 25,000 firmas presentadas ante la Asamblea Nacional, refrendando
el Proyecto, se sumaran a los siguientes meses 25,000, 50,000
y 100,000 más. Fue muy evidente que el pueblo deseaba hacerlo.
Mas en plena ola creciente de apoyo, el proyecto sencillamente
se detuvo.
Este fue un error catastrófico para el devenir histórico
de la nación. La oposición, conformada por personas
sacrificadas, corajudas y decididas a lograr un cambio nacional
a favor de la democracia y los derechos humanos, ven afectados
sus propósitos por el ácido de la desconfianza,
la sospecha, los vanos protagonismos y la falta de unión
ante la dictadura. La frustración que provocó la
muerte en vida del Proyecto Varela tuvo como resultado la apatía,
el derrotismo y la indiferencia de la víctima que va al
matadero. El pueblo quedó de nuevo abandonado y desorientado.
Y optó por ser mayoritariamente sumiso a las órdenes,
como recién lo vimos en los resultados de la última
votación nacional
Han surgido otros proyectos apoyados por grupos minoritarios,
aunque lentamente crecientes, que han tenido una visión
real de lo que nos espera como nación. Más ninguno
ha logrado repetir lo que lograra el Proyecto Varela para que
un sector importante y creciente de la masa del pueblo se sume
y exprese su inconformidad con la vida que lleva de una manera
organizada y decisiva. Además, no se puede negar que por
una razón de peso como el aumento de la represión
y la intolerancia, o por otra como puedan ser los oscuros intereses
personales, esos proyectos de participación ciudadana de
repente también se han quedado paralizados.
Otro grupo o sector de la oposición, también infructuosamente,
intenta activar al pueblo para organizarse en una resistencia
pasiva a las acciones draconianas del aparato estatal. Y otra
vez la muralla de apatía y un miedo con anchas bases reales
pero que a veces alcanza cotas desmesuradas de irracionalidad,
han logrado que no se haya progresado mucho por esta pacífica
vía de presión social para provocar un cambio general
en el país.
El caudillismo y el personalismo, al parecer unos males nacionales
muy arraigados en nuestra idiosincrasia. Han tenido su parte en
esta falta de éxito y van a la par de un aprendizaje instintivo,
y a todas luces mal enfocados, de un camino democrático
en el cual nadie en el país tiene experiencia práctica
alguna. Todo ello ha afectado la eficiencia y la capacidad de
movilización de las fuerzas que promoverían cambios
sustanciales dentro del forzoso inmovilismo que está provocando
la destrucción del entramado social en Cuba.
Ambas actitudes en contradicción, la del gobierno y la
de la oposición en general, parecen representar posiciones
atrincheradas, y ninguna de las dos ofrece iniciativas viables
e inmediatas de creciente apoyo popular para destrabar el mecanismo
nacional
Lamentablemente, el enfrentamiento de las fuerzas sociales conscientes
o latentes que quieren el cambio y el empecinamiento de las fuerzas
en el poder por conservarlo a como de lugar parecen ahogarse en
la misma peligrosa intransigencia. La nación no fluye hacia
ningún lado, como no sea la que se contempla en una propaganda
oficial que logra ahogar la realidad hasta para sus mismos gestores
o la que trabajosamente se conoce de proyectos renovadores de
cambio en el país, promovidos por la oposición política,
pero que tampoco logran sacar de la apatía a la mayoría
de la población. Y, lamentablemente hasta aun para aquellos
que no quieran verla, la realidad en la que vivimos se va deteriorando
peligrosamente a ojos vista. Y el país de todos, gobernantes
y gobernados, continua su declive hacia el caos.
Una situación como esta es imposible que se sostenga por
mucho tiempo. Hay signos en extremo alarmantes en la sociedad
que así lo indican. El ciudadano promedio común
considera como cosa natural violar la ley, CUALQUIER LEY. Y esa
forma de ver las cosas está tan metida dentro de él
que no importa mucho si dicha ley prevalece en un estado totalitario
o en una democracia. Además, y en grado superlativo, el
ciudadano promedio común siente que el Contrato Social,
es decir el acuerdo de los gobernados para tener un gobierno,
se ha roto hace mucho tiempo en Cuba.
Confundidas por el constante maltrato de leyes injustas, las personas
identifican al Estado, no importa cuál sea éste,
como una entidad depredadora y sinónimo de castigo, a la
que hay que evadir y expoliar cada vez que se pueda. Justo eso
mismo es lo primero que intentan los maltrechos cubanos que llegan
por cualquier vía a los Estados Unidos.
Una buena parte de ellos, pese a ser acogidos por un estado democrático,
abierto, inclusivo, que les ofrece ayuda y vías para encauzar
sus nuevas vidas, emprenden una idéntica mala práctica
que aprendieran para sobrevivir en el estado totalitario y explotador
donde crecieran: apoderarse furtiva e ilegalmente de bienes y
servicios y tratar de evadir las leyes.
Este comportamiento es un daño terrible que ha sufrido
el comportamiento civilizado en nuestro país, el que, sumado
a una histórica tradición nacional de violencia
e irrespeto por la voluntad de los demás, hacen del pueblo
acosado y envilecido un peligroso cóctel molotov.
Y aquí sale a relucir una frase histórica: “¡Mejor
que Batista, cualquier cosa!” Era un irresponsable e infantil
dicho popular de la Cuba de los años cincuenta del pasado
siglo, muy repetido por los irresponsables e infantiles cubanos
de aquella época. Mas “cualquier cosa” resultó ser
algo mucho peor que Batista.
Otra frase falsamente optimista, “¡Cuba está condenada
a ser democrática!” podría no pasar de ser un fruto
del mismo tipo de tonta ilusión de nuestros padres y abuelos,
otra vez dejándolo todo al azar. Y si algo es demostrable
en la Historia de la Humanidad es que ese logro de la civilización
y la ional.
búsqueda de la libertad, la democracia, es una criatura
frágil, necesitada de cuidados por un muy largo tiempo
para poder consolidarse y hacerse fuerte.
No hay muchas razones para creer que Cuba caerá por simple
desenvolvimiento natural, como la tan manida fruta madura de nuestra
historiografía, en las faldas de la democracia y el estado
de derecho. Muy al contrario, podría transformarse en algo
peor aun de lo que ya es. El primer grave indicio que sustenta
esta terrible perspectiva, la ingobernabilidad, está a
las puertas. Y puede acabar de disolver el concepto del Estado
en el alma del ciudadano común, al considerarlo como algo
inútil y dañino. Y entonces el país podría
caer en la más absoluta barbarie, como ocurre en Somalia.
Y si quizás para alguien este ejemplo parezca exótico
y lejano. Podríamos cambiarlo por el más cercano
de Haití. La barbarie permanente del hermano país,
ahora lentamente emergiendo del caos luego de casi dos siglos
de muerte, pobreza y destrucción, no se debió simplemente,
como muchos prejuiciados creen, a que fueran negros e ignorantes.
A pesar de que tuvo un buen comienzo como república independiente,
bastó una secuela de malos gobernantes y el expolio más
inaudito y abusivo de la población por una cúpula
inescrupulosa para malograr la nación a varias generaciones
de descendientes. Y todavía no hay nada definido en cuanto
al orden y a la normalización de la institucionalidad.
El caos se volvió algo integrado a su cultura.
Este malogrado ejemplo no significa la necesidad de un estado
fuerte para mantener “disciplinada” a la población de Cuba.
Con una aberrante práctica de medio siglo, ya sabemos lo
que eso produce. Pero sí necesitamos un orden armónico
de sociedad, donde prime el derecho por encima de las instituciones
y donde los derechos humanos sean fuente de la legislación.
Esto sólo se logra si el ciudadano no ve en el Estado un
engendro que lo acecha y castiga como si fuese un prisionero,
sino al contrario, que lo representa y considera, permitiéndole
organizarse de acuerdo a sus intereses, y sin temor mancomunarlos
con los de otros ciudadanos, e incluso frenando legalmente las
desmesuras del Estado cuando lo crea necesario y mediante el uso
de los mecanismos representativos, la transparencia de una prensa
libre, el multipartidismo y las elecciones periódicas y
supervisadas, pues es el pueblo quién debe fiscalizar al
gobierno y no al revés.
Pero todo esto tenemos que aprenderlo. Hace ya más de medio
siglo que no existen esas garantías para emprender el tortuoso
e inestable camino de construir una democracia. En ese sentido
somos más ignorantes de nuestros derechos que los mismos
cubanos que en los primeros años de esta infausta dictadura
eligieron festinadamente entregar su libertad.
Realmente, son pocas las posibilidades de que por arte de magia
se construya en el país una inmediata democracia. Nuestras
mayores oportunidades descansarían en la posibilidad de
una transición, no en un vuelco precipitado. La nación
y la población están demasiado debilitadas y enfermas
como para un cambio tan brusco.
Sin embargo, urgen cambios fundamentales de todo orden para que
nuestro pueblo empiece a adquirir un leve atisbo de esperanza
y fe en su futuro dentro de la isla. Mas por mucha buena voluntad
que en general tenga la oposición y el pueblo esperanzas
al secundarlo, el cambio no se puede lograr pacifica y gradualmente
sin la colaboración de los miembros más capaces
de la actual élite gobernante, los que no necesariamente
son los que más destacan en el actual santoral del Estado.
La tarea de todos sería preparar un clima de concordia
y tolerancia para dar esos pasos, garantizados constantemente
y de manera formal por las fuerzas de la oposición, y entendidos
y creídos por el pueblo y el gobierno.
Hay que cambiar la perspectiva suspicaz, temerosa y vengativa
que prima en la población hablando una y otra vez, incansablemente,
de perdón, de paz, de amnistía, de mirar al futuro.
Y esto hay que hacerlo a pesar de la actitud despectiva del gobierno
cubano por estas ideas, a pesar de que a hermanos nuestros se
les siga reprimiendo y torturando por sus ideas.
Una buena parte de los miembros de la cúpula gobernante
sufren en la intimidad de sus pensamientos ese mismo síndrome
de desilusión y falta de credibilidad en el futuro de nuestro
país que ellos mismos se encargaron de inculcar en el pueblo
durante años. Son las víctimas de su propia propaganda.
Por eso mismo hay que empezar a hablar formal y seriamente de
darles una salida, de ofrecer y dar garantías y tratar
de volver parte real de las posibilidades una amnistía
general.
Es necesario un clima de distensión para lograr los cambios
pacíficos, para destrabar el inmovilismo. El odio y el
rencor de años deben ser anulados a nombre del futuro para
todos. Es algo duro de hacer cuando la represión es continua
y en más de un corazón anida el recuerdo lacerante
de las crueldades sufridas y la venganza.
En cierta ocasión, Nelson Mandela dijo: “Debemos perdonar
para ser libres”.
Y era muy duro lanzar esa consigna. Sudáfrica posee una
absoluta mayoría negra, pobre e ignorante y ante un cambio
radical del férreo orden social era muy posible la debacle
de la minoría blanca dominante. El ejemplo latente de Rhodesia-Zimbawe
aún está presente para negar cualquier cambio en
ese sentido.
La transición sudafricana hacia la democracia demostró
lo profético y sabio de las palabras de Mandela, que había
sido un terrorista. Muchos anunciaron una matanza increíble
de blancos y la destrucción de la economía de ese
estado africano. Nada de eso ocurrió. La nación
africana no fracasó en su proceso de fin del apartheid
y entrada en la democracia, incluyendo a todos sus ciudadanos,
blancos y negros, en un mismo proyecto de país. Se perdonaron
las humillaciones y la discriminación, el aislamiento y
el desprecio, los prejuicios y temores. Todos, la minoría
blanca y la mayoría negra, miraron más hacia el
futuro que al oprobioso pasado. No olvidaron, pero perdonaron.
En la antigua Europa socialista ocurrió lo mismo. Cayó
el régimen totalitario en todos esos países y no
ocurrieron matanzas de comunistas, ni los antiguos personeros
del régimen destruido quedaron segregados de la sociedad.
Por ser parte de nuestro origen nacional, nos es muy cercana la
transición española hacia la democracia. A la muerte
del Caudillo en 1976, el precedente barbárico de las guerras
civiles que asolaron España desde el siglo XIX auguraba
otro horrendo momento para el pueblo español. Anhelaba
cambios democráticos frente a un estado monolíticamente
franquista, repleto de recelo ante las transformaciones radicales
de la sociedad hispana.
Sin embargo, los españoles todos, de ambos bandos, supieron
manejar ese delicado momento con una actitud serena de concordia
y con la mirada más allá de sus latentes conflictos
y heridas personales, y hoy, treinta años después,
gozan de un país democrático y próspero.
Pese a una guerra civil que le costó 1 millón de
muertos a ambos bandos, pese al rencor, ocio y miedo que quedara
entre vencedores y vencidos al finalizar la guerra civil, los
criminales y asesinos de ambos bandos aún vivos, treinta
años después todo se supo perdonar.
En nuestro país también ocurrió algo parecido,
con la diferencia agravante de que pasó luego de una salvaje
contienda bélica por librarnos del coloniaje español.
Una vez concluida la guerra de 1895-98, ningún soldado
peninsular fue asesinado en retaliación. Se dirá
que por la presencia del ejército norteamericano en Cuba.
Pero sus tropas no pasaban de los 20, 000 hombres. De haber decidido
los ex-contendientes cobrarse viejas cuentas, qué hubieran
podido hacer las tropas norteamericanas frente a alrededor de
50,000 guerrilleros que lucharon a favor de España, y la
misma cantidad de criollos Voluntarios enfrentados a 25,000 o
35,000 ex-mambises?
Por ese compromiso por la paz y la concordia no hubo comerciante
hispano que sufriera atentado contra su vida o bienes. Se supo
perdonar y dejar en el pasado tres años de una guerra cruel,
inhumana y fratricida por ambas partes, y hacer progresar en poco
tiempo al país. Fuera de algún hecho de sangre aislado
y particular, no hubo una llamada a la venganza, no hubo ánimos
de represión económica o de sangre por parte del
bando vencedor.
Es hora de que todo nuestro país empiece a hablar de perdón,
de amnistía general. Es hora de que esos términos
pacíficos se impongan sobre los recelos, los odios, las
confrontaciones irreconciliables, las represiones y los deseos
vengativos por tantas injusticias pasadas. El llamado a la paz,
la concordia, el perdón y la amnistía permite empezar
desde cero a la nación. Y nos debe impulsar a eso no sólo
el destino de nuestras propias vidas sino la de nuestros hijos
y descendientes.
Todos, los que están en el bando represor, los opositores,
la mayoría apocada, los que se fueron por una causa u otra,
tienen hijos, ancianos, amigos y un país donde vivir decentemente,
sin temor al futuro. Debemos comenzar a pensar y expresarnos en
esos términos porque tenemos que salir de este inmovilismo,
de este empecinamiento de poder, de este callejón sin aparente
salida que tiene mucho de miedo como sostén ante lo que
sucederá con los inevitables cambios. Debemos familiarizarnos
con los conceptos de paz, concordia, amnistía y progreso,
hacerlos parte de nuestro lenguaje diario, darles el espacio necesario
para que dominen en nuestra perspectiva.
No importa que parezca ridículo que una minoría
aparentemente exigua de cubanos sea el promotor de estas ideas,
no importa que un principio los voceros del poder totalitario
expresen desdeño e intenten descalificar con burlón
desprecio el llamado al perdón nacional. Pero no nos dejemos
engañar. También son exiguas las fuerzas realmente
perversas que insisten en mantener esta situación, una
minoría que arrastra a un grupo mayor mediante el temor
y la ignorancia
Las diminutas fuerzas que puedan defender las ideas de la paz
y la concordia pronto descubrirán que estas se ocultan
latentes en la inmensa mayoría de la población,
incluidos muchos de los actuales represores. Es necesario abandonar
las posiciones intransigentes de confrontación y adoptar
esa propuesta de paz y de cambios pacíficos. Hay que abrir
una salida para la nación cubana.
De seguir por mucho más tiempo la presente situación
inmovilista, los males enunciados anteriormente y otros que surjan
por la mala fe, el miedo o la desconfianza traerán consigo
situaciones peores y quizás incontenibles, para nuestro
mal y el futuro de otros cubanos que vendrán.
La alta jerarquía de la iglesia católica cubana
no ha estado a la altura de su propio mensaje de paz y concordia
y progreso tan necesario a su grey. Muestran una prudencia insensible
y hasta adulona y obediente ante el dictado estatal. Influyen
con ese mensaje de distancia y silencio en muchos sacerdotes que
tienen contacto diario con los sufrimientos del pueblo cubano.
En muchos sacerdotes arde el deseo de hacer efectivo y consecuente
el mensaje divino de amor.
Otros cultos menores han sufrido la misma ingerencia y espionaje
oficial con el afán de impedir su influencia en la población.
Por eso mismo, al igual que los templos en la Polonia dominada
por el totalitarismo, los centros de culto de todas las religiones
deben ser el primer lugar donde se convoque a la paz, el perdón,
la amnistía y la transición hacia una nación
democrática. Este mensaje es pacífico, no está
reñido con los buenos propósitos de ninguna fe,
y no representa una tribuna política de ninguna índole.
Todos los cubanos, los de dentro y fuera del territorio nacional
debemos aprender a perdonar, a amnistiar y a progresar.
Cuba no está perdida aún. No tenemos por qué
volvernos una nación bárbara. El cubano tiene vocación
de modernidad, de paz, de prosperidad. Hablemos de perdón,
de amnistía, de concordia, constantemente, sin cansarnos
por desplantes y desprecios. Dejemos que esta idea vaya calando
en la población con su encanto irresistible y esperanzador,
y que también cale hondo en nosotros, los que comenzamos
a proponerla.
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