Por
Pilar Rahola
Lo
bueno de esto.... es lo malo que se esta poniendo...
Y sin embargo soy optimista. Quizás porque no hay mal que
cien años dure; o por el amor a esa tierra, donde casualmente
nació mi padre, a pesar de su centenaria herencia ampurdanesa;
o porque la biología juega en contra de Fidel, y muerto
Fidel, muerta la rabia.
Por
muchos motivos, la Cuba que el domingo instauró a Raúl
Castro como heredero plenipotenciario del santo grial del mesías
Fidel ha iniciado una marcha atrás, tan inevitable como
esperanzadora.
Decían los principales opositores a la dictadura que es
muy difícil imaginar una democracia en Cuba, con Fidel
tutelando el régimen. Aunque algunos signos podrían
albergar la idea de una tímida transformación, Castro
es el padre militar y político, el mito histórico,
el comisario de todas las decisiones y, con él, nada se
moverá realmente.
Lo
dejó muy claro Raúl Castro en su discurso de investidura:
no es reforma, es continuidad. Por cierto, no deja de maravillarme
lo mucho que se parecen las dictaduras entre ellas, tal como explicaba
Joan B. Culla, en el programa de Bassas, en Catalunya Ràdio:
las proclamas de Raúl Castro, asegurando fidelidad al líder
y continuismo férreo, eran calcadas de las que dijo Carrero
Blanco en 1973, cuando Franco lo instauró en la presidencia.
Dios los cría... Al tiempo, tiempo, pues, en estos tiempos
revueltos donde fenecen algunos de los mitos más inamovibles
del siglo XX.
Y
mientras el tiempo permite madurar un proceso que inevitablemente
llegará, sobre todo porque los cubanos están al
límite de su paciencia, hoy es el momento de hacer una
reflexión crítica sobre este largo período
de la historia.
De
entrada, las muchas mentiras que, durante años, contaminaron
el discurso de izquierdas, un discurso que, mientras nos enseñaba
a luchar contra las dictaduras de derechas, proyectaba una tierna
mirada sobre sus propias dictaduras. A pesar de las muchas pruebas
de la crueldad de la tiranía, del millón largo de
cubanos exiliados, de las cárceles repletas de disidentes
políticos, a pesar de la represión sufrida, cantada,
gritada por demasiadas gargantas, Cuba fue perdonada durante décadas,
"entendida", según expresión clásica
de la progresía, y sus disidentes sufrieron todo tipo de
campañas de desprestigio.
De
la misma forma que nos enseñaban, en las universidades
del antifranquismo, a despreciar los libros de Alexander Solzhenitsin,
donde narraba las crueldades del gulag soviético, porque
"era un agente de la CIA", luchadores por la libertad
de Cuba, como Carlos Alberto Montaner, padecían el mismo
tipo de desprestigio. Lo importante era negar la crueldad de la
tiranía, aunque ello significara despreciar hasta la crueldad
el dolor de sus víctimas. Cuba ha sido una pesada asignatura
pendiente de la izquierda durante décadas, tantas, que
alguna izquierda aún profesa patéticos tics de filia
castrista. Recordemos si no, la reciente decisión del Ayuntamiento
de Badalona de dar 18.700 euros al Casal de Cuba para poner una
estatua del Che, en el mismo barrio donde escatima, desde hace
años, cien metros de alcantarilla que evitarían
la endémica inundación de la calle Australia. ¿Se
imaginan a ese mismo ayuntamiento dando subvenciones para la dictadura
chilena? Pero Cuba siempre ha gozado de la doble moral de la izquierda
dogmática.
Por
supuesto, si el régimen no cambia, esos mismos gurús
del dogma de fe sacarán el espantajo del yanqui malo, culpable
de la situación. Al respecto, primero: no hay bloqueo,
sino embargo.
Segundo:
durante décadas Cuba defendió los agresivos intereses
soviéticos en la región. Y tercero, y fundamental:
el futuro de Cuba no lo marcará Washington, haga lo que
haga, sino la propia sociedad cubana, en tensión permanente
con la dureza del régimen. Por ello soy optimista. Porque
ni la peor de las dictaduras sobrevive más allá
de su propio tiempo. ¿Durará mucho el castrismo?
Puede que aún dure, pero será lo que dure su agonía.
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