Por
Armando F. Valladares
Lo
más grave del viaje a la isla-cárcel del alto prelado
es la enigmática continuidad de la política de mano
extendida del Vaticano y de importantes figuras eclesiásticas
hacia la tiranía del Caribe, durante casi cuatro décadas,
continuidad enigmática que ineludiblemente llega al propio
pontificado de Benedicto XVI, del cual el cardenal Bertone es
secretario de Estado y fue a Cuba como su enviado
La
visita a Cuba comunista del cardenal Tarcisio Bertone, secretario
de Estado de la Santa Sede, entre el 21 y el 26 de febrero pp.,
provocó malestar e indignación entre los fieles
católicos de la isla y del destierro, por el espaldarazo
diplomático que su visita significó para el régimen
cubano, en una coyuntura política particularmente delicada.
Antes
de embarcar para Cuba, en declaraciones al periódico Avvenire,
órgano de episcopado italiano, el cardenal Bertone reconoció
que su viaje obedecía a una invitación del episcopado
de la isla, en el marco de las conmemoraciones por el 10o aniversario
del viaje de Juan Pablo II a Cuba; pero que también era
fruto de "una invitación, particularmente cálida,
de las autoridades civiles", o sea, de los actuales carceleros
comunistas. Añadió el jefe de la diplomacia vaticana,
de manera chocante, que "Cuba es la prueba de que el diálogo,
si es sincero, siempre da frutos", pareciendo olvidar la
advertencia evangélica de que un árbol malo jamás
puede tener buenos frutos (S. Mateo 7, 18). Y no perdió
la oportunidad de elogiar a monseñor Cesare Zacchi -nuncio
apostólico durante los primeros años de la revolución
comunista, tristemente célebre por su colaboración
con el régimen, quien llegó a referirse a Castro
como "un hombre con profundos valores cristianos"- quien,
según el cardenal Bertone, "tanto hizo", y "con
éxito", por incentivar las relaciones entre La Habana
y Roma (cf. Zenit, Febr. 19, 2008).
El
canciller Pérez Roque, que lo aguardaba en el aeropuerto
junto con autoridades eclesiásticas y comunistas, dijo
cínicamente que recibía al alto eclesiástico
con "respeto y hospitalidad", y que esa visita era la
expresión de las "excelentes" relaciones entre
el régimen y el Vaticano.
Se
comprende que la prensa comunista haya dado cierta notoriedad
a su estadía en Cuba, en particular, a su entrevista con
el nuevo dictador, Raúl Castro, increíblemente llena
de sonrisas y cordialidad, de acuerdo con las fotos divulgadas
por la prensa cubana. Castro, a pesar de ser junto con su hermano
uno de los mayores represores y torturadores del régimen,
durante medio siglo, recibió del enviado vaticano votos
de "éxitos" en una "misión"
que, según el cardenal, el nuevo dictador ejercerá
"al servicio de su país". No faltaron, de parte
del cardenal Bertone, enfáticas declaraciones contra el
embargo norteamericano, pareciendo olvidar que la causa del problema
es el implacable embargo interno del régimen comunista
contra el pueblo cubano. Este viaje a Cuba y esta entrevista con
el dictador de turno se produjeron diez años después
del viaje de Juan Pablo II, que tantas esperanzas de libertad
para Cuba suscitara en el mundo entero. En realidad, a juzgar
sus propias confesiones a algunos periodistas, el enviado papal
salió de la entrevista con los labios y el corazón
tiznados por concesiones, los oídos llenos de promesas,
y las manos vacías: ''Todo comienza siempre con promesas,
pero esperamos una apertura, puesto que nada es imposible'' (cf.
Isabel Sánchez, AFP; El Nuevo Herald, Miami, Febr. 27,
2008).
No
fueron suficientes sus tímidas alusiones a los presos de
la isla, efectuadas al pie del avión que lo condujo a Roma,
para atenuar el sabor amargo que dejó su estadía
en Cuba, especialmente, en los presos políticos y sus familiares.
El
procastrismo del cardenal Bertone ya había quedado de manifiesto
en su anterior viaje a Cuba, en octubre de 2005, cuando, siendo
aún arzobispo de Génova, tuvo una larga entrevista
con Fidel Castro, después de la cual tejió loas
a la "notable lucidez" del tirano, expresó su
convicción de que en él "ha crecido el respeto
por la religión" y el "aprecio por la Iglesia",
rematando, contra todas las evidencias, que en la isla-cárcel
"la apertura ya es total" (cf. Armando Valladares, "Cardenal
Bertone-Cuba: el Pastor ‘bendice’ al Lobo", Oct. 25, 2005).
En
realidad, lo más grave del viaje a Cuba de tan alto prelado
es la enigmática continuidad de la política de mano
extendida del Vaticano y de importantes figuras eclesiásticas
de diversos países hacia la tiranía del Caribe,
durante casi cuatro décadas, que se remonta a los años
en que monseñor Zacchi, ahora ensalzado por el cardenal
Bertone, era nuncio en Cuba; y a la época en que monseñor
Agostino Casaroli, entonces secretario del Consejo para los Asuntos
Públicos de la Iglesia, afirmó en visita a Cuba,
en 1974, que los católicos de la isla eran felices. Enigmática
continuidad que pasa por tantos lamentables episodios protagonizados
por numerosos cardenales y altos eclesiásticos de diversos
países, que han peregrinado a Cuba comunista, hechos que
he tenido ocasión de abordar en artículos anteriores.
Enigmática continuidad que pasa por Juan Pablo II cuando
el 8 de enero de 2005, al recibir las cartas credenciales del
nuevo embajador de Cuba ante la Santa Sede, hizo un increíble
reconocimiento a diversas "metas" supuestamente alcanzadas
por la revolución comunista en materia de "atención
sanitaria", "instrucción" y "cultura",
a través de las cuales se realizaría la "promoción
humana integral", incluyendo el "crecimiento armónico
del cuerpo y del espíritu"; algo que colocó
a los católicos cubanos en una encrucijada espiritual sin
precedentes (cf. Armando Valladares, "Juan Pablo II, Cuba
y un dilema de conciencia", Enero 15, 2005 y "Cardenal
Sodano y Fidel Castro: el Pastor sale en auxilio del lobo",
Mayo 11, 2003). Continuidad enigmática que ineludiblemente
llega al propio pontificado de Benedicto XVI, del cual el cardenal
Bertone es secretario de Estado y fue a Cuba como su enviado.
En
el extenso mensaje de Benedicto XVI, llevado por el cardenal Bertone,
su alusión al drama de los católicos cubanos no
podía ser más decepcionante: "En ocasiones,
algunas comunidades cristianas se ven abrumadas por las dificultades,
por la escasez de recursos, la indiferencia o incluso el recelo,
que pueden inducir al desánimo". ¿A eso se
reducirá, según la visión papal, el exterminio
sistemático de los católicos cubanos, que incluye
el asesinato físico en el "paredón" de
fusilamiento de jóvenes mártires cuyas últimas
palabras fueron "¡Viva Cristo Rey! ¡Abajo el
comunismo!", y el asesinato espiritual de generaciones enteras?
Mi
sospecha, con relación al futuro de Cuba, es que se prepara,
con apoyos eclesiásticos del más alto nivel, un
castrismo sin Castro que intentaría salvar los supuestos
"logros" y "metas" del comunismo cubano en
materia social, en particular, la educación y la salud,
que en realidad han sido y continúan siendo dos instrumentos
implacables de control de las conciencias y de extinción
de la fe de niños, jóvenes y adultos.
No
es la primera vez que me veo en la obligación de conciencia
de publicar comentarios críticos, aunque invariablemente
filiales, respetuosos y documentados, sobre las relaciones diplomáticas
de altas figuras de la Iglesia con el Estado comunista. Son comentarios
efectuados por el imperativo de conciencia de un fiel católico,
cubano y preso político durante 22 años, que tuvo
su fe vivificada al oír los gritos de esos jóvenes
que murieron fusilados, cuyas últimas palabras fueron de
fe en la Iglesia y de repudio a un sistema que, para usar la expresión
del entonces cardenal Ratzinger, prefecto de la Congregación
para la Doctrina de la Fe, es una "vergüenza de nuestro
tiempo".
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