Por
Dagoberto Valdez
Los recientes acontecimientos en Cuba, y no solo los cambios en
los cargos gubernamentales, sino también el debate entre
Eliécer Ávila y Ricardo Alarcón, las expresiones
públicas de los estudiantes universitarios en Santiago,
y otros signos de que “algo se mueve en Cuba”, traen
a mi mente esa polémica diatriba entre lo que resulta clave
para Cuba en este momento.
Unos
dicen que la palabra de orden es estabilidad. Valga la redundancia.
Otros replican que no es estabilidad, sino libertad lo que Cuba
necesita en estos cruciales momentos de su historia.
Por otra parte, la inmensa mayoría de las personas que
conozco a lo largo y ancho de nuestra Isla expresan como su mayor
temor ante posibles cambios, la violencia y el desorden que algunos
llegan a llamar, incluso, caos de ingobernabilidad o indisciplina
social crónica. Todo cambio tiene riesgos y ninguno viene
precedido de seguridades sino de una gran incertidumbre. Y la
incertidumbre es la madre del miedo.
¿Qué pasará? ¿Qué vendrá
después? ¿Cuánto tiempo llevarán los
cambios? Podría llegar a afirmar que una de las señales
del daño antropológico subyacente en los cubanos
es esa excesiva necesidad de seguridad y dependencia que raya
en la rutina de la muerte cívica. Pero cada vez hay más
gente que despierta de ese letargo y cuando despiertan dan tumbos
buscando la luz, la puerta, la orientación.
Todos o casi todos deseamos la libertad pero con una faja de seguridades.
Creo que ningún momento mejor para compartir con los cubanos
de dentro y de fuera, una experiencia vivida y una convicción
personal: La libertad es riesgo. Siempre. De lo contrario, no
es libertad verdadera. La libertad es duda, porque puede elegir
entre varias opciones, de lo contrario no es libertad. La libertad
trae inseguridad mientras que la obediencia ciega es llevada del
narigón.
Que nadie nos engañe con libertades “seguras”. Ese es,
precisamente, el sello que identifica el ser libre: tener la posibilidad
de liberación de las amarras del abrigo del muelle infantil
de las dependencias cotidianas y es el riesgo de navegar en el
mar adentro de la existencia personal y social. Y también
es vivir los desafíos de ser libres para elegir nuestro
proyecto, para servir a los otros, para escoger y entregarnos
a un ideal o a una persona o comunidad. La auténtica libertad
desinstala a quien la ejercita. La pone a caminar en el filo de
la navaja del tener que decidir. Y ese filo de las decisiones
sencillas o trascendentes en nuestra vida nunca es seguro. Si
queremos libertad hagámonos conscientes de que con ella
viene convoyada la duda y la inseguridad.
Cuba no será nunca plenamente libre si los cubanos y cubanas
no queremos ningún grado de inseguridad, ni de riesgo,
no seremos libres
ni tendremos libertades de verdad, si no nos desinstalamos de
nuestra adicción a los pesebres sociales: amarga comida
en el nido que nos viene dada desde arriba y desde fuera. Pesebre
y libertad son irreconciliables. La libertad, como alimento de
la adultez cívica, hay que salir a lucharla en el monte,
en la corriente de los ríos, en las mareas que suben y
bajan. Y ¿quién ha conocido monte seguro, o río
sin crecidas, o mar sin fondo?
No llego a comprender cómo se puede pedir libertad sin
riesgo, sin cambio y sin incertidumbres en cada esquina de la
vida. ¿No será una trampa del poder asegurado que
desea así asegurarnos las amarras de la existencia para
utilizarnos en el acarreo de sus insaciables ambiciones de seguridad?
Hay un termómetro para medir las libertades en cualquier
parte del mundo. Comparto el instrumento y que cada cual mida
la temperatura propia y del cuerpo social donde vive.
El termómetro es que “seguridad y libertad son inversamente
proporcionales”. Pongamos algunos ejemplos: si en una casa
decidimos rodearnos de un máximo de seguridad, disminuiremos
al máximo la libertad de movimientos. A cada paso, tendremos
que detenernos, sacar un mazo de llaves, buscar la de esa reja,
abrirla, pasar, detenernos a cerrarla tras nosotros y así
hasta atravesar el sistema de seguridad, contando con algunas
alarmas para la puerta del portón y del carro, además
de tener que encerrar los perros que nos aseguran el patio. La
casa está muy segura, pero la convertimos en una prisión
invivible. Otro ejemplo,
en el otro extremo, solo para que nos entrenemos en tomarle el
pulso y la temperatura a los grados de libertad: Alguien decide
que la entrada a una tienda debe ser lo más libre posible
y para ello manda a descolgar las puertas, a quitar las vidrieras
de las paredes que dan al portal y a derrumbar la cerca perimetral.
Al terminar el día y retirarse a descansar… ¿qué
quedará dentro de la tienda?
Entonces, me dijo una vez un amigo: ¿Tengo que escoger
excluyentemente entre libertad y seguridad? ¿Esto significa
que renunciemos a un cierto grado de seguridad y estabilidad.
Estas son, quizás, buenas preguntas para estos tiempos
en Cuba. Propongo algunas soluciones a este dilema que, por lo
demás, considero falso. Creo yo.
No se trata de tener que escoger entre libertad o seguridad, o
entre estabilidad o libertad. Esto es otra trampa. El remedio
para la incertidumbre y la desestabilización que trae indisolublemente
unida la verdadera libertad no es más seguridad exterior
a las personas sino más responsabilidad en su interior.
No es una moral heterónoma, venida de “papás”
o “mamás” que nos impone leyes o prohibiciones
superadas por la vida misma y vigila represoramente su cumplimiento
externo, lo que necesitamos los cubanos y cubanas, sino una ética
autónoma y cotejada coherentemente con la verdad objetiva
y evaluada por una conciencia recta, informada y libre, único
vigía interno que cual otro “Pepito Grillo”,
nos entrena en la carrera de fondo de la responsabilidad personal
y social.
En efecto, quien garantiza la estabilidad de la libertad no es
la amarra al muelle de la represión venida de fuera o de
dentro de la persona, la familia o la nación, la libertad
solo puede estabilizarse sacando de a bordo de nuestras vidas,
y echando al mar tormentoso de los cambios, el ancla de la responsabilidad
libremente asumida y solidariamente compartida.
Podemos experimentarlo en lo pequeño. Trate de identificar
su miedo, ponga nombre a su incertidumbre y luego enfrente los
riesgos -¡que todo lo bueno, vale!- respondiéndose
a sí mismo que no hay ganancia sin costo. ¿Quién
dijo que podremos ser más libres sin tener que pagar por
esas cuotas de libertad? ¿Quién dijo que un país
puede ser verdaderamente libre sin ciudadanos libres? Nuestras
autopistas y carreteras nos lo enseñan todos los días
y especialmente las noches, los ganados siempre se escapan de
las cercas, porque no son conscientes de que su verdadero alimento
no está en el calor del asfalto sino en la húmeda
y mullida hierba de la sabana. Pueblo-en ganado será estable
mientras duren sanas las cercas que tendrán que ser siempre,
y cada vez, más altas y tupidas. Pueblo –comunidad
civil será más estable y seguro, mientras más
eduque y entrene a sus ciudadanos en la moderación de los
vientos de la libertad con las velas de la responsabilidad.
De esta forma las palabras claves se hacen excluyentes y Cuba
pierde. Las claves del punto cubano siempre son dos para poder
sonar y marcar el ritmo. Una sola clave no tiene cómo sonar.
Quizá este sea un buen debate para un país que entra
en una nueva etapa de reformas, reconstrucción y quizá
de mayores grados de libertad. No caigamos en la tentación
de contraponer a este ejercicio de soberanía el paternalista
freno de la seguridad y la estabilidad. Libertad sin estabilidad
es el caos de los electrones libres en las reacciones. Estabilidad
sin libertad es catalizar la muerte cívica. Es verdad que
sin estabilidad no se puede hacer nada para adelante, pero con
seguridades impuestas tampoco.
Una propuesta de solución de continuidad podría
ser articular la inalienable libertad y la indispensable estabilidad
con la única bisagra cívica que no excluye ninguno
de los dos miembros de esta difícil ecuación: esa
bisagra es la responsabilidad.
Las palabras claves excluyentes se pudieran, entonces, convertir
en una sugestiva oración compuesta:
¡Cuba: educa y cultiva la responsabilidad, para que puedas
tener mayor libertad y estabilidad! |