Por
Julio María Sanguinetti
Fue presidente de Uruguay.
Llegamos
a mayo de 2008 y, como es natural, Francia hierve de conmemoraciones,
simposios académicos, exposiciones y debates en televisión
por los 40 años de su célebre revuelta. Son esas
puestas en escena que nadie sabe hacer como los franceses para
que el mundo gire en torno de sus événements. Aun
mirado en la distancia, cuesta entender cómo aquel episodio
estudiantil, comenzado por unos pocos cientos de muchachos en
Nanterre, seguido luego de una huelga como tantas, provocara el
ruido de una explosión universal cuando no apareció
un partido revolucionario con un líder dispuesto a tomar
el poder ni, naturalmente, cayó De Gaulle o se derrumbó
su régimen. Sin embargo, aquellos episodios tuvieron ese
valor simbólico de la revelación, de hacer sonar
los clarines de un nuevo tiempo que no había comenzado
allí, ni por supuesto terminaría en París.
Los hechos en ocasiones tienen esa relevancia. La caída
de la Bastilla, una prisión ya sin importancia, hasta hoy
es celebrada como la consagración de la Revolución
Francesa.
También en América Latina, Mayo del 68 simbolizó
la llegada de una nueva era
Perfeccionar
la democracia y asegurar la libertad es lo más revolucionario
Una mirada desapasionada registra que esos años 60 mostraban
una Europa cómoda en su ascenso posterior a la Segunda
Guerra Mundial y embarcada en su construcción continental,
y unos Estados Unidos que al tiempo que consolidaban su poderío
vivían un fortísimo cambio de paradigmas sociales,
bastante anterior al de la sociedad francesa.
1959
se había inaugurado, el primer día del año,
con la llegada de Fidel Castro al poder en Cuba y pocos meses
después comenzaba una confrontación que ya no pudo
resolverse con una invasión como en los viejos tiempos:
la derrota de la bahía de Cochinos en 1961, con un Kennedy
aprisionado por el establishment, clausuraba ciertas modalidades
de la República Imperial pero alumbraba sobre una guerra
"fría" que en América Latina sería
caliente. El personaje de James Bond sería el símbolo
de ese tiempo de espionajes y atentados.
El
efluvio revolucionario cubano se extendía por el hemisferio
latinoamericano y el joven presidente norteamericano respondió
rooseveltianamente con la Alianza para el Progreso, estrategia
dirigida a financiar la modernización industrial y disminuir
el eco de los ensueños guerrilleros.
Fue
más elocuente el discurso que los hechos y los asesinatos
de John (1963) y Robert Kennedy (1968), más el de Martin
Luther King (1968), unidos a la progresiva intervención
militar en Vietnam, hundieron en un cono de sombra el liderazgo
de los Estados Unidos.
Por
debajo de los episodios políticos, los cambios sociales
eran tormentosos. La revolución hippie mostraba nuevas
pautas de comportamiento de una juventud que ya no aceptaba en
los Estados Unidos la vieja moral protestante, y que en Francia
se rebelaría contra la antigua familia católica
y su estructura educativa jerarquizada.
La
rebelión en los campus de Berkeley y Columbia proyectaba
al mundo universitario esa explosión liberadora, armada
con la bomba atómica de la píldora anticonceptiva,
cuya irrupción fue mucho más poderosa que la de
los "revolucionarios de anfiteatro" de que hablaba Raymond
Aron. A partir de allí la mujer desenganchó su sexualidad
de la maternidad, tuvo más libertad para trabajar, ganó
su independencia
económica y, en cada hogar, nada pudo ser como era.
El
cambio llegaba hasta la estética. El rock, con los Beatles
y los Rollings, globalizaba la juventud con música y hasta
vestimenta. En los Estados Unidos irrumpía el pop con Rauschesmberg,
Lichtenstein y Andy Warhol, y en Brasil Kubistchek, el 21 de abril
de 1960, declaraba inaugurada Brasilia, el nuevo Versalles del
siglo XX, la liturgia del Estado en su máxima expresión,
catedral del racionalismo arquitectónico que habían
diseñado el talento de Lucio Costa y del hoy centenario
Oscar Niemeyer. Desgraciadamente, cuatro años después
comenzaba allí la nueva oleada de golpes de Estado, cuando
el Ejército brasileño terminó con el populismo
de Joao Goulart y asumió la dictadura institucionalmente,
con un régimen que se nutría de una tecnocracia
desarrollista y rotaba cada cuatro años un general en el
poder, de modo ordenado y pacífico.
Se
viviría así una doble tensión, entre izquierda
revolucionaria y reformismo democrático, ejército
y partidos políticos, en un vaivén que sabrá
de todos los ejemplos. Se viven exitosos intentos desarrollistas
como el de Frei en Chile o el de Rómulo Betancourt y sus
sucesores en Venezuela. Nacen en Colombia las guerrillas de las
FARC y el ELN, aun hoy dramáticamente vigentes.
Lo
que no ocurre, por desgracia, en la Argentina, que ve derrumbarse
el lúcido intento desarrollista de Frondizi y, luego de
un período de inestabilidad, irrumpir también una
dictadura militar que -bajo el pretexto de combatir la guerrilla-
instaura con Onganía un régimen de inspiración
franquista que al final sólo consolidará el errático
mito peronista.
El
Che Guevara fracasa en su intento revolucionario en Bolivia y
con ello el proyecto fidelista de hacer de los Andes una Sierra
Maestra. Torrijos en Panamá, Torres en Bolivia y Velasco
Alvarado en Perú, muestran otro signo de los cambios: son
militares de una izquierda nacionalista, no comunista pero independiente
de Estados Unidos, con suertes variadas en su gestión,
fracasos estrepitosos y éxitos tan resonantes como el tratado
que anuncia el fin pacífico de la dominación norteamericana
en el Canal que une los dos grandes océanos.
Detrás
de las guerrillas están Cuba, la Unión Soviética
y sus satélites, Regis Debray y Hebert Marcusse, testimonios
éstos del valor deletéreo que poseen las malas ideas.
Detrás de la mayoría de los golpes militares, la
complicidad o el silencio norteamericanos. En el medio, bombas
y botas cobran vidas humanas e instituciones. Aún esta
historia se narra en esquema binario de western comercial, con
buenos buenísimos de un lado y malos malísimos del
otro.
La
realidad fue mucho más compleja y envueltos en ese torbellino
se frustraron muchas vidas y expectativas. Sin embargo, nacieron
otras, como la personalidad literaria de Latinoamérica,
que adquirió una inédita presencia cultural. El
Premio Nobel concedido a Miguel Ángel Asturias, autor de
El Señor Presidente, consagró esa presencia honrando
a un escritor de la generación anterior, que con Jorge
Luis Borges y Alejo Carpentier, ya había alcanzado cumbres.
En esos 60, sin embargo, como un aluvión sin fronteras,
emergía una generación rutilante, que no tenía
precedente como conjunto: Octavio Paz, Gabriel García Márquez,
Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes, Juan Carlos Onetti, Roa Bastos,
Juan Rulfo, Cortázar, Guimaraes Rosa, Cabrera Infante y
varios etcéteras de parecido valor.
Eran
nuevos modos de escribir, revitalizados desde Europa por otro
modo de narrar en el cine, a través del talento creativo
de Fellini, la pureza descriptiva de Michelangelo Antonioni y
la búsqueda intelectual de directores franceses como Truffaut,
Resnais o Goddard.
El
hombre llega a la luna y Neil Armstrong le da rostro a la gran
aventura espacial; las imágenes de 2001: Una Odisea del
espacio de Stanley Kubrick ubican a los humanos en una nueva perspectiva.
Las ciudades latinoamericanas se llenan de un público que
ve ese cine y lee esos libros. Pero a la vez, crecen en ellas
favelas, villas miseria, que aglomeran una población pobre
que huye del campo y, amontonada, no saldrá más
del paisaje urbano.
En
Francia todavía no saben si el legado del 68 existe o si,
de existir, debería sobrevivir. En América Latina
la revolución socialista no vino. Las dictaduras militares,
sí, poblando la década posterior. Pero de ellas
se salió cuando la guerra fría dejó de alimentar
la violencia de unos y otros. De todo aquello han quedado recuerdos,
libros, gente que vive más años, ciudades más
modernas y la experiencia de que en la economía no basta
querer así como en la política no hay milagros.
Esas
aventuras nos han dejado la lección -no siempre seguida-
de que la lucha por perfeccionar cada día la democracia
y asegurarle libertad a la gente, es, todavía, la más
revolucionaria de las ideas.
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