Por
Álvaro Vargas Llosa
Raúl
Castro ha matado toda esperanza de que en Cuba se inicie pronto
una transición hacia el Estado de Derecho y la economía
de mercado.
Los nombramientos que ha realizado, así como su primer
discurso como Presidente y su conversación televisada con
el venezolano Hugo Chávez ese mismo día indican
que el objetivo primordial del sucesor es la auto preservación
aun si comprende la necesidad de resucitar el moribundo estado
comunista.
Los nombramientos de Raúl apuntan a consolidar
a la vieja guardia, comenzando por el Primer Vicepresidente,
José Ramón Machado Ventura, un “aparatchik” intensamente
leal del partido, e incluye a generales como Julio Casas, hasta
hace poco su lugarteniente en el Ministerio Defensa y ahora uno
de los cinco Vicepresidentes del Consejo de Estado. La edad promedio
de los 31 miembros del Consejo de Estado es de 70 años,
los mismos que tiene el Presidente de la Asamblea Popular. La
generación más joven, cuyos nombres habían
sido ingenuamente mentados como posibles reemplazantes de Fidel
Castro ñentre ellos, los del canciller Felipe Pérez
Roque y Carlos Lage, el administrador de la economía de
la islaó ha sido humillantemente ninguneada.
Raúl Castro ha pasado las últimas décadas
rodeado de viejos generales vinculados a él políticamente.
Les ha otorgado poder militar y económico: los militares
cubanos controlan muchas de las industrias manejadas por el Estado
en áreas como la agricultura y el turismo, que generan
algunos ingresos.
Ellos
mismos serán la columna vertebral del gobierno de Raúl
Castro. Si esto no fuese suficiente prueba de continuidad, allí
está el discurso de media hora de Castro (se agradece la
parquedad) ante la Asamblea Popular el domingo pasado. En él,
aseguró a sus compatriotas, sin ambages, que consultará
a Fidel Castro, cuya “capacidad analítica” se encuentra
“intacta”, cada decisión importante en las cuestiones de
Estado: es decir, la defensa nacional, la política exterior
y la economía. “Fidel es Fidel”, les recordó a todos
con ominosa tautología, lo que significa no sólo
que sus decisiones tendrán la legitimidad que emana del
asentimiento del reciente jubilado sino, fundamentalmente, que
nada cambiará de modo dramático.
Esta
es una obvia señal para los militares y la burocracia de
que cualquier intento de apartarse de la ortodoxia será
visto en el futuro como una traición explícita de
Fidel Castro, el Columnista en Jefe, y su Revolución. Por
lo demás, la declaración sería suficiente
para justificar el derrocamiento del propio Raúl si se
aventurase a emprender una reforma audaz.
Castro prometió cambios económicos, por supuesto,
admitiendo que muchos de los servicios que la gente recibe gratis
no son sostenibles y dando la impresión de que eliminará
ciertos organismos del Estado. Esto no equivale al “modelo chino”
que muchos observadores pronostican para Cuba. Aparte del hecho
de que Fidel Castro, quien seguirá teniendo la última
palabra, ha rechazado mil veces la vía china, existe un
precedente que indica cuáles son los límites de
un eventual empeño reformista por parte de la vieja guardia.
Los
hermanos Castro abrieron tímidamente la economía
en los años 90, permitiendo a los cubanos abrir pequeños
negocios e invitando al capital extranjero a asociarse a las empresas
estatales de la isla. Tan pronto hubo signos de que la descentralización
económica podía crear ciertos bolsones de poder
que no respondiesen directamente al Máximo Líder,
los Castro dieron atrás en muchas áreas.
Raúl Castro ha manejado las fuerzas armadas más
eficientemente de lo que Fidel ha manejado el resto del país.
No sorprende, pues, que quiera que la economía nacional
sea dirigida como su ejército. Pero no logro entender cómo
podría pasar de allí a la conversión al capitalismo
“estilo chino” y mucho menos a la democracia, como muchos observadores
lo vienen anunciando.
En
el vertiginoso mundo global de nuestros días, si Cuba fuese
a abrir su economía en un grado comparable al de China,
el gobierno cubano se arriesgaría a perder el control del
proceso muy rápidamente. Raúl quiere garantizar
la continuidad de la Revolución haciéndola más
eficiente, no modificar su naturaleza volviéndose capitalista.
A esto se debe que, a pesar de su poco entusiasmo y acaso celos
por la interferencia del Presidente venezolano en los asuntos
cubanos, Raúl conversara con Hugo Chávez el día
de su “asunción” al cargo. El mensaje fue claro: la alianza
continuará.
¿Podría ser que el nuevo Presidente sencillamente
no tenga otra opción que moverse con cautela mientras su
hermano esté vivo? Es posible, pero ¿dónde
está la evidencia de que Raúl Castro, a los 76 años,
miembro del Partido Comunista desde 1953 y todavía instalado
bajo la sombra de su hermano, es el Gorbachev cubano? Hasta ahora,
todo indica que esa cháchara sólo puede ser atribuida
a los buenos deseos.
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