Por
Elena
Desde Cuba
Postal de Cuba
La tarde antes de la salida de mi papá del país,
estaba a la entrada del edificio donde él vivía,
con mi hermano que me agarraba fuertemente de la mano, como si
temiera que yo también fuera a dejarlo para siempre. El
revuelo comenzó a eso de las seis, papá, sus tres
hermanos y otros amigos iniciaron la bajada de aquella balsa enorme
desde la azotea. Cada uno estaba posicionado en uno de los balcones
y con ayuda de una polea y sogas empezaron a descender a “Caridad
del Cobre”.
En
más de una ocasión estuvo a punto de desplomarse,
pero finalmente, después de un esfuerzo casi titánico,
lograron colocar en la acera aquella “embarcación”
que arrancaría a papá de mi lado. Mis tías,
mi madrastra y las otras mujeres que se sumarían a la odisea
esperaban nerviosas.
Mis
manos sudaban frío, las piernas me temblaban y tenía
un nudo en la garganta que evitaba a toda costa convertirse en
llanto. No quería que mi papá me viera llorar, porque
de nada serviría sino para preocuparlo más en aquel
momento en el que ya no cabían las dudas o el arrepentimiento.
Aunque
aún hoy me pregunto, ¿qué habría sucedido
si hubiera empezado a llorar, a gritar o lo hubiera agarrado fuertemente?,
¿habría logrado detenerlo?, ¿me habría
llevado con él? O ¿habría conseguido que
abandonara su empeño y se quedara con Alejando y conmigo?
Sinceramente no lo sé, y creo que ya no tiene sentido preguntármelo;
sin embargo me duele pensar que lo más probable es que
se habría marchado igualmente.
En
la cuadra llegaron a aglomerarse muchas personas, alguna gente
conocida se acercó para despedirlos, otros eran gente del
barrio o simplemente personas desconocidas que deambulaban por
allí y no podían ser indiferentes a lo que sucedía.
Algunos
estaban emocionados y hasta los aplaudieron, otros tenían
caras tristes, mientras yo estaba como en otro mundo, sin saber
realmente qué hacer, qué decir o qué sentir.
Afortunadamente,
a diferencia de cuando los que se fueron por el Mariel, en el
94 no se repudió a los que se iban, había como un
espíritu de resignación colectiva flotando en los
senos de las familias y de la sociedad.
La situación de Cuba era caótica, así que
irse del país fue aceptado por el pueblo como una vía
de escape para aquellos que no encontraban otra alternativa. Era
una solución desesperada para huir de la condiciones tan
paupérrimas que abarcaban a casi la totalidad de la población.
Lo
que vino después no lo recuerdo con claridad, es un recuerdo
difuso como de algo de lo que a veces no estoy segura que sucedió
realmente. Deduzco que a fuerza de querer olvidarlo, acabé
por borrarlo casi por completo de mi memoria. Pero en el fondo
siempre queda algo, y estoy segura de que si me hipnotizaran recordaría
hasta el último detalle, porque todo está en mi
subconsciente, solo que me niego a sacarlo a flote…
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