Por
Jorge Hernández Fonseca
La
dictadura cubana, que se ha caracterizado en este medio siglo
de opresión por organizar campañas consistentes
contra la oposición interna --a la que descalificaba como
siendo “pagada por el oro yankee”-- asociándola al servicio
(el que paga manda) de un gobierno extranjero, ha iniciado un
inexplicable cambio de rumbo en las acusaciones a la oposición,
aduciendo ahora que el dinero proviene, no del gobierno norteamericano,
sino del exilio cubano.
Se
nota en la actual campaña de descrédito contra los
opositores pacíficos cubanos la puesta en escena de un
mismo procedimiento, con comparecencias televisivas difamatorias,
seguidas de la publicación de supuestas evidencias en la
prensa escrita, de determinados hechos que según la dictadura
probaría la tesis que la dictadura quiere enarbolar contra
la disidencia.
Sin
embargo, y aunque el procedimiento mecánico es similar,
la esencia de la campaña actual es diferente (en la práctica
cualitativamente diferente) a lo que hasta ahora venía
insistiendo consistentemente el gobierno cubano contra la oposición
dentro de la isla. Siempre se dijo que los opositores eran “asalariados
del gobierno de EUA”. Incluso la acusación de actuar pagado
por una “potencia extranjera” motivó largas condenas de
cárcel en la llamada Primavera Negra.
Ahora
se dice que el dinero proviene de “una organización del
exilio”, lo que cualitativamente cambia radicalmente el enfoque
de apoyo monetario a los luchadores cubanos por la democracia
dentro de Cuba. Según la campaña actual de los “nuevos”
hombres de Raúl al servicio de la difamación (se
ve que son nuevos, porque han fallado en su ‘innovación’)
es el exilio cubano el que realmente suministra fondos para la
disidencia, lo que no resulta en delito de ningún tipo,
siendo un diplomático norteamericano acusado solamente
de ser el “correo”.
Es
verdaderamente inexplicable que los servicios represivos de la
dictadura hayan echado por tierra un guión tan efectivo
como el que anteriormente enarbolaban. A pesar que todos los cubanos
saben la mentira implícita en las anteriores aseveraciones,
ahora es la propia dictadura la que se auto desmiente con una
versión más cercana a la realidad con el dinero.
Este procede de organizaciones privadas cubanas del exilio, para
apoyar la lucha democrática.
Este
cambio sólo puede tener dos explicaciones posibles. La
primera, directamente vinculada a lo que la dictadura nos tiene
acostumbrados, simple incompetencia; la segunda, un poco más
profunda, relacionada a posibles y sutiles cambios de enfoque
ejecutados a propósito por los altos mandos (esta menos
probable) o a “errores” individuales cometidos durante la elaboración
de la campaña, hechos a propósito, como manera de
‘ser más justos’ con la oposición interna.
Tratando
de desmeritar a los opositores, se vincula a la organización
cubana del exilio que financia a la oposición interna cubana,
a “sectores terroristas” de cubanos que apoyan a Posada Carriles,
y se enfilan los cañones contra Santiago Álvarez,
preso por las autoridades de EUA, precisamente por ayudar al luchador
cubano en desgracia dentro de los Estados Unidos.
Es
inexplicable la inconsistencia de las acusaciones actuales contra
la disidencia interna, que en realidad terminan ahora redimiendo
ante el mundo a los opositores cubanos, acusados antes de ser
“asalariados del imperio”. La dictadura, tratando de hacer más
graves las acusaciones, da el tratamiento de “terrorista” a la
organización sin fines de lucro de los cubanos del exilio
que envía dinero a la disidencia cubana, centrando el ataque
contra un hombre que las propias autoridades de EUA mantienen
preso, restando credibilidad a su supuesta sumisión al
imperio.
Cuba
ha errado el tiro. Espejándose tal vez en lo que sucede
dentro de Venezuela y Ecuador, acusadas ambas de apoyar a los
grupos terroristas de Colombia por los documentos revelados en
el computador de Raúl Reyes --confiscado por la tropas
colombianas-- pensaron que ahora la acusación de recibir
dinero de “terroristas” era más grave que recibirlo del
“imperio”.
Un
cambio cualitativo de las acusaciones de la dictadura cubana contra
la disidencia interna, tendrá consecuencias inmediatas
en la opinión pública internacional. Acusar a Santiago
Álvarez de “terrorista”, tratando de empañar el
apoyo financiero que brinda su organización a la oposición
política cubana, es como tratar de desvirtuar las fechorías
cometidas en Bolivia por Ché Guevara acusándolo
solamente de “terrorista”, y no de invadir un país extranjero
y hermano, con tropas cubanas pagadas y entrenadas por Castro
en Cuba. Ese fue su delito.
Es
inexplicable, para cualquier observador del panorama político
cubano, que la dictadura haya desaprovechado la oportunidad que
organizaciones opositoras cubanas de Miami dieron precisamente
debatiendo el apoyo financiero recientemente. Cuando trascendieron
las primeras informaciones sobre la nueva campaña de descrédito
contra la disidencia, casi se tenía la certidumbre de que
la dictadura tomaría como base el debate en el seno del
exilio. Pero no. Las huestes de Raúl ensayaron esta fallida
compaña asociada al dinero “terrorista”. Craso error.
Claro
que existe el peligro de que algunos de los opositores internos
sean presos, acusados de delitos imaginarios. Sin embargo, ya
no se podrá decir que fue el “imperio” quien los financió,
como se dijo mentirosamente en los juicios de la Primavera Negra.
Esto debilita la posición de la dictadura ante el mundo
y redime la disidencia, porque es deber de todo exilio, mundialmente
reconocido, el apoyar la oposición interna que lucha por
la democracia y la libertad de su país.
Estamos
en presencia de un indicador del grado de debilidad que ha comenzado
a generalizarse entre los nuevos (pero de edad avanzada) gobernantes
cubanos. Fallos de este tipo se pagan muy caros. Esperemos que
sean sintomáticos de tiempos más próximos
a la tolerancia, la libertad y el retorno de Cuba al redil moderno
y democrático de Nuestra América.
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