Por
Elías Amor
En
los últimos años, los economistas han prestado especial
atención a las condiciones que explican por qué
unos países, en el curso de una generación, superan
las trabas del subdesarrollo y se sitúan a la cabeza del
liderazgo mundial, en tanto otros se mantienen inmersos en el
círculo vicioso de la dependencia y el atraso.
Un
reciente estudio de la Comisión de Crecimiento y Desarrollo
del Banco Mundial, Growth report: strategies for sustained growth
and inclusive development, ha indagado sobre estas cuestiones,
aportando evidencias que vienen a complementar los esfuerzos que
se están realizando para tratar de comprender mejor qué
explica esas desigualdades.
Quizás
las dos primeras conclusiones parecen evidentes. No es fácil
conseguir un crecimiento elevado y sostenido para un país,
por mucho que los responsables de las políticas se empeñen
en ello; y tampoco resulta sencillo una mera traslación
de las experiencias de éxito de unos países a otros.
La
constatación de estas dos restricciones hace que el problema
parezca más complejo aún de lo que es, pero sus
repercusiones, en términos de bienestar y riqueza para
un amplio volumen de la población mundial, exigen prestar
la máxima atención y compromiso para tratar de promover,
de la manera más acertada posible, las condiciones de vida
y las oportunidades de desarrollo personal y social que se abren
para numerosas sociedades.
Experiencias
probadas
Analizando
las características del conjunto de 13 países que
han mostrado un mayor dinamismo en sus tasas de crecimiento, con
un componente de estabilidad y desarrollo equitativo, se obtienen
una serie de puntos en común:
-Sacaban
el máximo provecho de su posición en la economía
mundial.
-Mantenían
la estabilidad macroeconómica.
-Alcanzaban
niveles elevados de ahorro e inversión.
-Dejaban
la asignación de los recursos en manos de los mercados.
-Contaban
con gobiernos comprometidos, confiables y capaces.
Cuando
se observa estos puntos comunes de los países con más
éxito en la economía mundial, se llega a la conclusión
de por qué Cuba se encuentra tan lejos de estos indicadores
y, sobre todo, en qué medida el régimen comunista
será incapaz de conseguir que las condiciones de vida de
los cubanos mejoren.
En
repetidas ocasiones, se ha destacado cómo es imposible
que Cuba supere el "círculo vicioso" en que se
encuentra dentro de la economía mundial, como consecuencia
de su tradicional dependencia de subvenciones y donaciones procedentes
del exterior (primero soviéticas, después "bolivarianas"),
lo que impide que se desarrollen sectores fuertemente competitivos
que aporten recursos a la economía. En vez de sacar estas
conclusiones, el régimen se empeña en culpar al
embargo de EE UU, y así le va.
Si
algo caracteriza el manejo de la política económica
en Cuba es la absoluta falta de control macroeconómico.
No tanto por la ausencia de instrumentos para hacerlo, sino por
la complejidad de un sistema intervencionista y planificado que,
sin embargo, no es capaz de aplicar las normas occidentales macroeconómicas.
Ahí está la polémica reciente con CEPAL por
el cálculo del PIB de la economía cubana, el señoriaje
realizado con el déficit durante el período especial,
o la falta de capacidad del Banco Central para mantener sus políticas
y actuaciones en materia cambiaria.
Ahorro
e inversión. Justo lo que necesita la economía cubana
para reflotar el capital productivo y de infraestructuras del
país. ¿Por qué no se construyen viviendas,
transportes, edificios, vías de comunicación, telecomunicaciones,
energía? Porque no existe ahorro público para hacerlo.
La población se ha visto instalada en una dinámica
de gasto para hacer frente a un nivel de necesidades muy insatisfechas.
A ello se une la falta de confianza en el futuro, que impide cualquier
apuesta financiera a medio plazo.
Y
qué podemos decir de los mercados. A duras penas, el régimen
reconocerá la propiedad privada y el mercado como instrumentos
básicos de asignación, a pesar de la recomendación
del Banco Mundial. En vez de ello, recurre a fórmulas trasnochadas,
como la cesión de tierras a agricultores, que no van a
dar los resultados deseados en términos de productividad.
Nada
de nada
Es
hora de que los cubanos puedan volver de nuevo a desarrollar proyectos
personales de empresa, al margen del intervencionismo estalinista.
Además, el modelo de sector público debe orientarse
hacia la gestión privada; pero es difícil que estas
medidas se abran camino dentro de la ortodoxia comunista.
En
cuanto a un gobierno comprometido, confiable y capaz, nada de
nada. La calidad de la gestión administrativa y gubernamental
en Cuba es de las más bajas del planeta y la ineficiencia,
denunciada en numerosas ocasiones por Raúl Castro, va de
arriba hacia abajo y de abajo hacia arriba, sin que nadie pueda
mostrar resultados que animen a pensar lo contrario.
Son
los males de la burocracia estalinista en un siglo que no es el
suyo, y que, tarde o temprano, debe modernizarse y adaptarse a
los tiempos que corren.
Como
se observa a partir de este rápido diagnóstico,
Cuba, por desgracia, no cumple ninguno de los puntos comunes de
los países que han tenido éxito en sus procesos
de desarrollo y transformación, a juicio de los autores
del Banco Mundial. ¿Qué podemos esperar de todo
ello? Otro medio siglo más de atraso y de ausencia de estrategia
para salir de la crisis estructural castrista, más miseria
y escasez de bienes, menos expectativas en el futuro y ninguna
confianza en las posibilidades reales de la sociedad.
No
es el mejor escenario para una transición a la democracia.
Por mucho que se quiera presentar el modelo económico de
Raúl Castro como un éxito, y que los cambios (tener
móviles o tostadoras) son el futuro, la realidad que se
impone es bien diferente.
Con
estas acciones puntuales y poco conectadas entre sí, no
se avanzará muy lejos. Y lo peor de todo es que las autoridades
miran para otro lado. No parecen darse cuenta de que para que
la Isla salga de su atraso secular, la mejor solución es
que dimitan, se marchen a casa y que una nueva clase política
pase a dirigir el futuro del país.
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