Por
Elena
Postal
de cuba
Desolación y desesperanza parecen ser las palabras que
mejor definen el panorama actual de Cuba. Dos palabras escritas
en los campos, en los pueblos, en las ciudades, palabras que se
traslucen en la gente, con sus rostros desamparados, atados a
una carga mayor de la que pueden soportar. Las miradas no mienten,
por mucho que intenten disimular la verdad que nos aplasta.
No
exagero cuando digo que la gente está literalmente desesperada,
nada de metáforas. Todas las ilusiones de los “más
creyentes” depositadas en los muy prometidos cambios económicos,
se han visto desvanecidas de la noche a la mañana, arrasadas
por los vientos huracanados de IKE y de Gustav. Las preocupaciones
de la población se acrecientan conforme pasan los días,
se teme lo peor, se teme incluso a la opción cero. Ahora
que lo analizo, que tiene esto de opción, una opción
es una elección entre varias alternativas y nosotros aquí
no tenemos ninguna. Iremos desmadrados al matadero de nuestras
ya pocas esperanzas. Las cortarán a trocitos una por una,
sin poner anestesia.
En
mi casa estamos realmente angustiados por el futuro nada alentador
que se nos avecina. Los precios de la comida suben como la espuma
y los alimentos se vuelven un bien demasiado escaso. Hace unos
minutos mi mamá llegó de hacer los “malabares de
la compra básica”. Trata de esconder su desasosiego, su
encabronamiento crónico contra el gobierno, me comenta
sin perder su compostura de madre heroica que la libra de cebollas
está a 20 pesos. Una mísera libra de cebollas cuesta
casi el cinco por ciento del salario de mi madre, y no estamos
hablando de la proteína, de la fibra, sino de una ¡CEBOLLA!
que sólo sirve para condimentar, pero que no le va a quitar
el hambre a nadie. Entonces mi padrastro intentando echar a bonche
los problemas para elevar los ánimos caídos, suelta
bromeando: “¿quien ha dicho que la cebolla es buena para
cocinar?, mi amorci, si a mi me encantan tus comidas a capela,
la cebolla es como el caviar: sólo un lujo de la sociedad
consumista”.
Mi
padrastro es otro que se ha vuelto un experto en sofocar sus berreos,
dice que sino le van a salir dos úlceras más, a
parte de la que ya tiene. Él gana su dinerito para nuestro
hogar boteando con su cheverolet, mejor conocido en la familia
como “el 4×4 calamidades”. A causa de la escandalosa subida
de la gasolina, creo que se verá obligado a darle una baja
temporal o quién sabe si permanente al chevi. El “4×4
calamidades” es de uso prácticamente exclusivo para explotación
con fines gananciales, no lo utilizamos para darnos paseos, así
que en ese sentido no me veré afectada, porque no renunciaré
a un privilegio que no suelo tener.
La
cadena de desastres vienen todas juntas, nadie se libra, aunque
hay quienes están peor que otros. Pienso ahora en los miles
de compatriotas que se han quedado desposeídos, sin techo
y que se ven confinados a albergues. Para ellos dirijo yo mis
plegarias, porque aunque en mi cuarto la filtración está
a punto de cuartear todo el techo tengo la alternativa de dormir
en el comedor, porque aunque la gasolina está cara, mi
padrastro puede cobrar los pasajes más caros, porque aunque
la cebolla cueste el cinco por ciento del salario de mi madre,
le queda otro 95 % para comprar la proteína. Puede que
existan salidas para este laberinto, puede que muchos de los percances
tengan soluciones, el verdadero problema está en ver como
salvarse de no quedarse atorado por el camino. Recemos por todos
esos que se sienten asfixiados y han quedado al amparo de una
burocracia lenta e ineficiente, que nunca cumple sus promesas,
puesto que se sienten impunes ante todos.
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