Por
Eduardo Cancio González
A
lo largo de mi vida he escuchado, no sin cierto asombro,
tanto a mi madre como mi tío, contar historias sobre
mi abuelo. Sin dudas, un asturiano sui géneris llegado
a Cuba en las primeras décadas del siglo pasado.
Y se cuentan, entre las más hermosas , aquella referida
a la ayuda que por años envió a sus familiares
de la aldea, en su España natal. Eran épocas
realmente difíciles, donde una dictadura consolidaba
su poder, erigiendo un régimen absolutamente tiránico
sobre las cenizas de una país devastado por la guerra
civil. Y cuentan, que en más de una ocasión
el abuelo dejaba a la familia con lo puesto, enviando todo
aquello que fuera realmente útil para paliar tan
grave situación.
En
1998, durante una visita a España, pude constatar
el agradecimiento eterno de primos, hermanos y sobrinos
que no olvidaban el magnifico gesto, aún en la venerabilidad
de las canas que ya peinan los más. Guardaban incluso,
con gran celo, una vieja máquina de coser, que a
fuerza de interminables costuras había provisto el
pan para muchos de ellos. Siempre primó el espíritu
de familia y pude recoger muchísimas muestras de
cariño y solidaridad, resultado, sin duda alguna,
de la semilla sembrada 60 años atrás.
Nunca,
en las tertulias de familia, he escuchado que el abuelo
hubiese condicionado su ayuda a la situación política
surgida con el franquismo. Mi abuelo supo deslindar muy
bien sus prioridades. Si bien era verdad que la ayuda enviada
por cientos de emigrantes inyectaban las arcas de la dictadura,
no era menos cierto que la ecuación se resumía
a poner la familia por delante de veleidades políticas.
Así, se consolidó un sentimiento de familia,
que aún en la penuria que impone este tipo de régimen,
supo mantenerse unida y fue, a no dudarlo , elemento fundamental
en el consenso logrado durante la transición española.
El ataque sistemático, por parte de la dictadura
castrista al embrión de la sociedad, es decir la
familia, ha permitido generar una polarización extrema
que ha creado divisiones dentro y fuera de Cuba. La agobiante
politización que sufre nuestro país y la explotación
excesiva y oportunista del diferendo Cuba-EUA, de ambos
lados, han venido haciendo el resto. Hoy el tema del embargo
vuelve, como tantas veces a la palestra pública,
y más allá de la discusión de su mantenimiento
o no, se da otra vuelta de tuerca
con cierto tufillo electoral, y excelente pretexto, para
un régimen que ahoga anhelos de libertad en un discurso
cínicamente nacionalista.
Vuelve a plantearse entonces el recuerdo del abuelo. Y la
ecuación hoy es tan simple como entonces. Es verdad
que 5 dólares que se envíen a Cuba resucitan
la marchita economía, pero no es menos que mi familia
puede desayunar con leche por espacio de un mes. Asi de
simple es la disyuntiva. Comprendo, que en la acción
de enviar dinero se conjugan humanidad e indignación,
pero sigue pesando en mi conciencia el desayuno de los míos.
Muchos compatriotas abogan por medidas más drásticas
que provoquen una situación tal que desborde al pueblo
para la calle, cual revolución antimachadista de
los años treinta. Por qué apostamos al pellejo
ajeno? Por qué brindamos tan duras recetas desde
la comodidad y la seguridad? Si yo no tuve el valor de enfrentar
la situación en Cuba, y Dios mediante salí
de ese infierno, debo tener al menos la decencia de no exigir
el sacrificio de los que se quedaron y no han tenido tal
fortuna. Hoy se necesita más de una entrepierna para
enfrentar la represión.
Es así de simple. Por que no nos sentamos a pensar
en cubano de una vez y buscamos entre todos otras alternativas
que refresquen el manido tema del embargo que tanto divide.
Como vamos a cautivar al pueblo para la Cuba del mañana,
si a sus ojos, y desayuno en juego, somos
parte del maquiavelismo que los atormenta? Por que no somos
capaces de articular otra estrategia más nuestra
y dejamos a una lado el afán de protagonismo que
nos divide?
Por
que no renovamos el mensaje para cautivar al joven exilio,
en vez de escudarnos en su supuesto desinterés? Por
que no ponemos las canas al servicio del músculo?
Por qué no dejamos de estimular la tesis de los extremos,
donde es apátrida quién lucha por la libertad
de Cuba y comunista quién difiere del embargo? Confieso
que las necesarias respuestas no son fáciles de encontrar,
pero estoy convencido de que somos víctimas, aún
en la libertad que disfrutamos. Corremos el riesgo, con
tanta división, de perder credibilidad para la construcción
del futuro. No será lícito entonces quejarnos,
si el caos que puede venir se salda con una autoridad provisional
extranjera ante nuestra incapacidad para salir adelante.
De modo que vuelvo al abuelo, a su humanidad por encima
de su vanidad. No puedo, bajo ningún concepto abandonar
a mi familia, que en este justo momento quizás, camina
monte abajo en busca del palo de leña que les permita
encender el fogón para mitigar su hambre. Y por encima
de todo, no sustraerles el ápice de esperanza que
representan los 5 dólares que les envío.
Por que al final, el ultimo bistec será siempre de
Fidel Castro.
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