Por Lázaro Rosa.
Alberta, Canadá.
El
mayor, el más generalizado entre todos los prejuicios del
cubano es ese enquistado criterio de que aunque el mundo esté
ardiendo, aunque existan sobrados motivos para entristecerse y
gritar, hay que mantenerse, contra viento y marea, con una forzada
sonrisa en el rostro.
Quizás
esto tenga mucha relación con una frase muy difundida en
toda la isla que tiene, a propósito, ciertos atisbos de
vulgaridad, me refiero a la ya célebre expresión:
no cojas lucha con nada “asere”…
Ello es una muestra del grado de insensibilidad al que ha llegado
el cubano común, además de su fatídica costumbre
de asumir el engaño en la mayoría de las situaciones
creyendo que con semejante actitud acrecienta su picardía
y por ello podrá lograr todos sus objetivos, muchas veces
no claros.
Cierta señora
de aquí de Alberta, Canadá, que recientemente visitó
La Habana me comentó a su regreso lo conmovida
que se había sentido al ver a mis compatriotas
tan sonrientes y “felices” en medio de tantas penurias y padecimientos
extremos. Sin perder tiempo le dije que todo eso eran puras apariencias,
que se trataba de una “hábil” estrategia de protección
personal que formaba parte de la sobrevivencia cotidiana en la
isla.
Mis conciudadanos, le expresé, creen que logran confundir
a todos cuando muestran el lado picaresco de sus rostros, a
la vez que por dentro
sienten el deseo de largarse volando del país o gritar,
llorar, por sus miles de decepciones y frustraciones que casi
siempre prefieren callarse.
Se trata de una, entre las muchísimas deformaciones cívicas
que han invadido a la nación durante estos últimos
cincuenta años del llamado “socialismo real”.
Y es que ese proceso histórico al que todavía algunos
llaman revolución no ha sido otra cosa que una gran contradicción
en si misma, porque se apoya en las falacias más audaces
e inescrupulosas y, también, en sus constantes dramas.
En este caso quizás estemos ante la más perfecta
y genial obra maestra de ciencia ficción que se haya escrito
en todos los tiempos.
Yo sigo sosteniendo de manera persistente que los pies del Castrismo
son de arena. Cuando muera su principal icono esto saldrá
a relucir de forma inevitable. Se trató en sus inicios
de un mito
alucinante que desde hace mucho tiempo se ha esfumado de la conciencia
real de sus más sinceros seguidores.
No debemos confundir los caprichos de un dictador con la genuina
comprensión de sus acciones por parte de quienes, hasta
hoy, aparentan entenderlo.
Es tan contradictorio y cerrado este proceso que hasta los mismos
elementos de su más férrea oposición militan,
oportunistamente, dentro de las filas de su único y oficial
partido, el comunista. Si se diera en Cuba la más mínima
fisura de apertura, los opositores más recalcitrantes a
la dictadura comenzarían a salir desde las mismas entrañas
de su propio partido gobernante. Vivir para ver.
Recuerdo el meritorio papel que desempeñó en la
descomposición de la Unión Soviética un personaje
tan célebre y reformista
como lo fuera el desaparecido Boris Nikoláyevich Yeltsin,
emergido, nada menos, desde el propio seno del Buró Político
del PCUS cuando era una de sus figuras más representativas.
De la misma manera ocurrió en todos los países excomunistas
de la Europa Oriental, donde los principales reformistas igualmente
salieron de las altas estructuras de mando del poder totalitario.
La infamia no puede hacer otra cosa que generar infamias e infames.
La Habana de hoy se asemeja a una ciudad recién bombardeada
y salida de la Segunda Guerra Mundial. Parece que los días
de la Sierra Maestra bajaron de las montañas orientales
del país para aferrarse tercamente a sus calles, concretando
con ello las visiones más degeneradas que puedan ser concebidas
por cualquier mirada de auténtica óptica realista.
Recientemente en una visita a la Ciudad de Panamá el escritor
cubano Miguel Barnet (además actual presidente de la UNEAC
) planteó durante una entrevista,
con el más escalofriante descaro, que en Cuba los ciudadanos
tienen permiso para viajar a donde quieran.
Según las palabras del pregonero Barnet él ha podido
visitar sin ningún tropiezo más de 47 países
del mundo. Esto es lo que yo llamo tocar fondo con el cinismo
y me pregunto:
¿Cómo se puede estar haciendo todo el tiempo lo
incorrecto, mentir a careta quitada, para defender, supuestamente,
una causa correcta?. Vaya paradoja!.
Debe
recordársele al autor de la novela Biografía de
un Cimarrón que una de las causas por la que fuera destituido
de su cargo el anterior ministro cubano de educación, Dr
Luis Ignacio Gómez Gutiérrez fue, a decir del propio
Raúl Castro, que este funcionario (Luis Ignacio) viajaba
constantemente al extranjero. Todo esto a pesar de que el cesado
ministro realizaba sus viajes como funcionario y representante
del régimen.
Para nadie en la isla ha sido nunca un secreto que una de las
maneras que ha tenido el gobierno comunista de premiar a sus más
serviles y convencidos partidarios es otorgándole a los
mismos viajes al exterior. Al parecer el señor Barnet,
en su condición de actual presidente de la UNEAC, ha olvidado
esta vieja y abusiva práctica.
Los que secundan las mentiras obviamente terminan valiéndose
de ellas y usándolas como su salvavidas para ascender a
puestos y cargos distintivos dentro de todo contexto de inmoralidad.
Es incomprensible que si se pretende construir un camino donde,
supuestamente, los sanos ideales han sido sus premisas de primer
orden, como creer entonces que los mismos vayan a tener sólidas
bases cuando los que
los representan
miran hacia la luz y luego, con dos dedos de las
manos entrecruzados a sus espaldas, plantean, sin la menor
perturbación, que han sido testigos de la oscuridad más
plena y absoluta. Con esto estoy sólo poniendo un ejemplo.
Vaya paradoja!.
La experiencia mundial no se cansa de recordarnos que los sistemas
ideológicos y doctrinales terminan defenestrados, enlodados,
por sus propias manías. No por gusto durante el siglo pasado
algunos de los personajes más siniestros de la historia
tuvieron que ver con los excesos y maquinaciones del experimento
socialista. Voy a mencionar solamente cuatro nombres muy conocidos:
Laurenti Beria, José Stalin, Pol Pot con sus Jemeres Rojos
y Nicolae Ceausescu. Entre muchos otros asesinos no menos repulsivos.
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