Por
José García Domínguez
En
1959, Cuba ocupaba el tercer lugar por nivel de vida entre todos
los países
de América Latina, sólo por detrás de Uruguay
y Chile. Hoy,
el salario medio de un cubano, 9,4 dólares,
llega justo para comprar un kilo de carne —8´65 dólares—.
Los jubilados pueden conseguir cuatro filetes al mes, eso sí,
a condición de que estén dispuestos a invertir
en ellos el importe íntegro de su pensión de cuatro
dólares.
En
1959, el número estimado de
prostitutas en La Habana era de 11.500; hoy, por vergüenza,
nadie quiere repetir el cálculo. Pero la culpa es del bloqueo.
La mitad de los edificios de la capital serían declarados
en ruinas si
se siguieran los parámetros que fijan los manuales de arquitectura;
en todas las viviendas de la ciudad hay grifos,
pero sólo algunas —menos de la mitad—
disponen de servicio de agua corriente todos los días,
las otras no. Si sus dueños quieren alquilar una de sus
habitaciones a algún turista, deben pagar un impuesto de
250 dólares; los que tratan de eludirlo, se enfrentan a
una multa de 1.800 dólares. Si alguien pretende poner unas
mesas y unas sillas para ofrecer bebida o comida a esos visitantes,
tiene que disponer antes de los 850 dólares en efectivo
del impuesto que le exigirá el Estado para concederle la
licencia. Ya se sabe, el bloqueo.
Si
se tienen dólares, en la Isla se puede comprar cualquier
cosa que se desee. Pero los empleados del Estado cobran en pesos,
no en dólares. Y el noventa y ocho por ciento de los cubanos
que viven en la Isla son empleados del Estado. Sólo las
empresas extranjeras pagan a sus empleados en dólares,
pero el Gobierno confisca sus nóminas. Cada fin de mes,
esos trabajadores reciben el equivalente en pesos. Al cambio oficial.
En las tiendas del Estado se puede comprar cualquier cosa con
dólares, pero el Estado cierra casi todas las vías
para que la población pueda disponer de dólares.
Casi
todas. Y fuera de esas tiendas, no se puede encontrar
casi nada. Es la economía política del Estado jinetero:
convertir al Gobierno en el mayor proxeneta de un país.
Pero es por el bloqueo.
Castro
necesita dólares para combatir el bloqueo. Da igual de
dónde salgan. Tres cuartas partes de la deuda externa han
vencido, y no se ha pagado. Por eso permite que los gusanos envíen
millones cada año desde Estados Unidos a los familiares
que él tiene secuestrados. Pero necesita más. Otro
antiimperialista, Chávez, le regaló hace poco (en
teoría, tiene que pagar dentro de veinte años) dos
mil quinientos millones de dólares en petróleo,
y él lo ha revendido en el mercado internacional de contrabando.
Pero no es suficiente. Por eso dejó de pagar la parte del
crudo que sí le cobra su amigo. Cuando lo supo el director
general de Petróleo de Venezuela quiso dejarlo sin suministro;
cuando lo supo Chávez, dejó sin empleo al director
general de Petróleo de Venezuela. Las cartillas de racionamiento
de la población ya sólo dan para una semana. De
cada cien habitantes, veinte
han conseguido huir; los otros no. Hace dos semanas, tres negros
quisieron marcharse
y Castro los mató. El bloqueo.
Porque
la miseria material y moral en la que está hundida Cuba
no tiene nada que ver con el socialismo. Como tampoco la ideología
socialista tuvo relación alguna con la miseria material
y
moral que enfangó a la Europa que quedó atrapada
tras el Muro de Berlín. Igual que ni uno sólo de
los cadáveres de los cien millones de trabajadores que
fueron asesinados por los regímenes socialistas puede proyectar
la menor sombra de duda sobre la superioridad ética del
socialismo. Y mucho menos los de esos tres negros. Por eso Saramago
puede criticar a Castro sin dejar de tener un alto concepto de
sí mismo. Por eso la parte decente de los intelectuales
de la izquierda española se atreve, incluso, a susurrar
Abajo Castro; pero nunca podría gritar Abajo el comunismo.
Porque la culpa puede ser de Castro. Y si no fuera de Castro,
sería del Partido. Y si no fuera del Partido, sería
de Stalin. Y si no fuera de Stalin, sería de Lenin. Y si
no fuera de Lenin, sería de las condiciones objetivas.
O del bloqueo. Pero nunca del socialismo.
Para
nuestra izquierda, los datos económicos de todas las experiencias
socialistas no tienen ninguna importancia. No prueban nada. Los
campos de concentración y los cadáveres, tampoco.
De hecho, para la izquierda la realidad no importa. Los actos
son prescindibles, contextualizables, irrelevantes. Lo único
que importa son las intenciones.
Ibarretxe
y Arzalluz se pueden abrazar ahora a los comunistas cubanos porque
son de los que creen que si se entra en una librería se
está obligado a comprar. Y por eso aún no se han
enterado de que Marx publicó y aplaudió en la revista
que dirigía, la Neue Rheinische Zeitung, un artículo
de Engels en el que proponía que se exterminase a los vascos,
entre otras minorías culturales europeas. Los lectores
cándidos de El País y Le Monde Diplomatique podrán
acabar sus días creyendo que el embargo económico
que decretó Estados Unidos contra la dictadura cubana es
cualquier cosa menos lo que es: la determinación de Norteamérica
de no comprar ni vender nada a ese régimen.
Pero
los políticos y los intelectuales de la izquierda conocen
perfectamente la realidad de Cuba. La han conocido siempre. Y,
pese a eso, no les importará volver a dejarse fotografiar
cientos de veces, como en las manifestaciones a favor de Sadam
Husein, sonriendo ante la efigie de Ernesto Guevara.
Lo harán porque Guevara era puro y despreciaba el dinero.
Lo despreciaba tanto que prefirió seguir siendo toda su
vida un analfabeto económico y no estudiar los rudimentos
más elementales de esa ciencia lúgubre. Su ignorancia
llevó al desastre al Banco de Cuba cuando lo presidió.
Pero era tan puro que, al fundar el primer campo de concentración
de la Isla, no discriminó jamás entre blancos y
negros a la hora de llenarlo de inquilinos. Murió joven
y quería crear al hombre nuevo. Lo quería sinceramente.
Puede que fuese un idiota moral, pero sus intenciones eran buenas.
Mató a muchos, y también él hubiera asesinado
a aquellos tres negros que querían marcharse. Pero creía
sinceramente en la causa. Y para los progresistas eso es lo que
importa, lo único que importa. Ese es su bloqueo, de la
izquierda; el único que ha padecido y seguirá padeciendo
Cuba.
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