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| El Veraz. | San Juan, Puerto Rico |
Cuba: La Sociedad del Padrastro

Por Lázaro Rosa.
Alberta, Canadá.

La alarmante deformación que han tenido muchos de nuestros valores ancestrales bajo el comunismo comienza, antes que nada, por la pérdida del afecto entre los propios miembros de las familias.

Al parecer muchos de los hermanos y hermanas que aún no han podido escapar de las desgracias que siguen dándose en nuestro país, sólo esperan, ahora impacientes, las llamadas desde Miami para saber cuánto (de remesas materiales) les van a enviar sus parientes más cercanos, o allegados, asentados en el sur de la Florida.

En estos momentos el interés no es tanto por conocer cómo le va, emocionalmente, a ese familiar miamense devenido en ciudadano estadounidense.

No me cabe la menor duda de que la sociedad cubana actual está casi en su totalidad ausente de muchos sentimientos afectivos. Han sido muy largos los años que hemos visto pasar desde que comenzara el conocido y emblemático adoctrinamiento de esos fieros soldados “revolucionarios” que nunca se han podido dar el lujo de echar una lágrima ni de mostrar blandenguerías emotivas hacia nadie.

Por obra y gracia de los regios Castros, a estas alturas de los tiempos, posiblemente sea Cuba la nación que más padrastros per cápita tenga en el mundo entero; desastroso.

Debo de reconocer que en mi país de nacimiento existen, se podría decir que cada año, dentro de las nuevas generaciones de cubanos, más divorcios que matrimonios.

El contexto familiar que apreciamos en La Habana, la misma que observamos en nuestros días, generalmente se ha tornado vil y dramático.

Y es que entre el envío de miles y miles de padres cubanos a misiones internacionalistas, de las cuales muchos de ellos nunca regresaron, y las cargas de desmoralizaciones de todo tipo que ha vivido la sociedad, unidas a las necesidades de sobrevivencia de unos jóvenes que se aferran ,con celos, hasta al bolsillo mediocre de un viejo y charlatán canadiense; en la isla, la palabra Papá, es un calificativo que está, en la práctica, en peligro de extinción.

Lancemos una mirada barométrica sobre la sociedad cubana en la actualidad para convencernos que, de alguna manera, casi no existe una indefensa criatura en la Cuba de hoy (ya sea un niño o una niña) que no tenga que vérselas a diario con las golpizas, los gritos soberbios o con el frío despecho y el desafecto de sus amargados padrastros.

Desde hace algunas décadas en nuestro país se ha estado asistiendo a un vacío casi total de los más elementales valores espirituales en la generalidad de las personas. Por ende, hemos notado además la profunda decadencia en que se encuentra el papel de las familias, el rol que éstas deben cumplir, por ser las mismas las células básicas que dan el principal sostén a los diferentes grupos culturales y humanos. Esto último hablando en su contexto universal.

Como es de suponerse una nación que se ha visto pisoteada tantos años por los desatinos de un gobierno ilegítimo ha llegado incluso a perder de vista hasta el comportamiento inadecuado de sus hijos, por el elevado grado de deterioro en que se encuentran en su seno las relaciones humanas.

Recordemos que las nuevas formaciones de cubanos (los utópicos hombres nuevos) han sido víctimas del discurso agresivo y violento de un fatal régimen ideológico para el que las ideas “revolucionarias” han tenido mucho más importancia siempre que los individuos en si mismos. De ahí entonces que al abuelo de los malvados, al viejo y moribundo tiranosaurio, le haya importado muy poco, para ser más exacto nada, el hecho de que La Habana de hoy sea la capital mundial de los padrastros y que en nuestra Cuba se haya llegado a perder el concepto original de la familia y su peso e importancia dentro de la sociedad.

Al mismo hombre que aún, arropándose en su enfermiza vejez, le ha dado por continuar con el adsurdo y desnaturalizado lema de convertir a Cuba en polvos antes de contribuir al saneamiento de la convevivencia con su vecino norteño, algo que conllevaría, más que nada, al bien y al reposo de un deteriorado y defraudado pueblo; que le podrá importar la deprimente realidad de los niños cubanos que prácticamente nacen, crecen y se desarrollan sintiendo el duro trauma de no conocer, ni de saber, quienes son, auténticamente; sus padres biológicos.

En realidad este es el nuevo hombre de la Cuba de hoy, el mismo que en su interior ,generalmente, esconde las penas y la visceral confusión de verse alejado del genuino amor y el afecto de un padre.

La sociedad cubana ha involucionado hasta llegar a la cultura deformada del padrastro, otro penoso legado que al parecer heredamos, profundamente, del régimen bicéfalo de los hermanos Castro.

Otra tarea urgentísima, sumamente difícil de reparar, para los gobiernos decentes y legítimos que logren izar en un futuro las banderas de nuestra invocada democracia.


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