Por
Efrén Córdova
Una de las características más sobresalientes
y paradójicas de la revolución cubana es el poco
beneficio que de ella han derivado los trabajadores.
Castro
aludió desde el principio a injusticias pasadas e invocó
el interés de la clase trabajadora para dirigir a ellas
sus planes y promesas de bienestar.
El
primer año estuvo colmado de ofrecimientos y vaticinios,
a veces extravagantes, sobre el gran destino que aguardaba a
obreros y campesinos.
Algunas
ventajas de índole laboral se hicieron efectivas en 1959,
pero ya al año siguiente comenzaron a anunciarse
dificultades y estrecheces.
Sabedor
del cambio geopolítico que se avecinaba, del costo social
de la transición, y del impacto que seguramente tendrían
los otros objetivos de la revolución, Castro advertía
así al pueblo trabajador de los sacrificios que inevitablemente
ocurrirían en el futuro inmediato.
Y fue así en efecto que en noviembre de 1961 el XI Congreso
de la CTC fue testigo de la renuncia que hacían los trabajadores
de buen número de derechos adquiridos y unos meses después
se instauraba el sistema de racionamiento que tanto afectaría
las condiciones de vida.
El trabajador comenzó así desde temprano a experimentar
rigores, como consumidor y también como productor. Se
vivía entonces, sin embargo, una época de gran
euforia y Castro supo capitalizar ese estado de ánimo
para conducir la revolución a imprevistas etapas de colectivización.
Tan
vívidas habían sido las promesas y tan profundos
los sentimientos patrióticos que había despertado
la caída de Batista que el pueblo trabajador se dispuso
a aceptar sin protesta desvíos, retrocesos y rigores.
Aún más, los primeros 15 años de la revolución
están repletos de proezas laborales, nuevas renuncias
y grandes contribuciones de parte de los trabajadores.
No es posible ignorar, por otra parte, que algunos grupos pertenecientes
a los estratos más bajos de la sociedad habían
mejorado su suerte con respecto a la situación anterior.
Para gran número de ellos desapareció por algún
tiempo el fantasma del desempleo, aparentemente vencido por
lo que en otras oportunidades he llamado el “casi pleno desempleo
artificial”, es decir, el ardid de las plantillas infladas.
Otros encontraron alivio en el suministro gratuito de la atención
médica y las facilidades de la educación. Y no
faltaron los que abrigando sentimientos de odio o envidia
encontraban correcta la política cada vez más
clara de “igualar por lo bajo”.
Pasaron los años, sin embargo, y cuando en 1976 se adopta
la Constitución Socialista y se declara que el Estado
existe para realizar la voluntad de los trabajadores (artículo
9), ya era posible que éstos pudieran constatar varias
cosas: una, que en esa Ley Fundamental se habían institucionalizado
muy pocos derechos en su favor; dos, que su bienestar en términos
de ingresos y disponibilidades no había experimentado
una mejoría apreciable, y tres, que el régimen
seguía en cambio apelando a nuevos sacrificios y demandando
crecientes esfuerzos.
Apenas
seis artículos consagraban la Ley Fundamental al trabajo
y uno de ellos se dedicaba a imprimirle la máxima fuerza
al trabajo voluntario no renumerado en beneficio de la sociedad,
y otro a reforzar la disciplina en el trabajo. El código
del trabajo, tardíamente adoptado en 1984, procuraría
fortalecer aún más la disciplina laboral (a la
que se refieren 65 de los 308 artículos del código)
y a ratificar el poco interés de Castro en reconocer
derechos a los trabajadores.
Para
entonces las guerras de África y el fomento de la subversión
en América Latina habían hecho ver a muchos que
la cuestión del internacionalismo proletario y el
propósito de engrandecer la imagen de Castro eran objetivos
prioritarios de la revolución.
Que
éstos fines se estaban llevando a cabo a expensas del
trabajador puede fácilmente comprobarse examinando el
contenido y dirección de las condiciones en que se estaba
realizando el trabajo en Cuba.
Condiciones
de trabajo
Desde el primer momento se hizo claro que en las dos cuestiones
básicas del monte del salario y la fijación de
la jornada, el régimen laboral castrista no iba
a ser favorable para el trabajador.
Era
mucho el interés del régimen en fomentar la formación
de capitales y el incremento de la productividad del trabajo
para mermar eso fines estableciendo salarios elevados y grandes
períodos de descanso.
Ya desde sus primeras regulaciones se procuró por el
contrario reducir el abanico salarial estableciendo sólo
unas pocas categorías o grupos para los que fijaban las
escalas saláriales;
se trató al propio tiempo de achatar la pirámide
salarial estrechando la diferencia entre los salarios más
bajos y los más altos.
Se pensaba entonces que ello simplificaría la administración
de los salarios y rendiría culto al proyecto igualitario
que Castro tenía previsto para el país, Las escalas
salariales se fijaron además con la mayor austeridad,
lo que si de una parte permitía fortalecer los fondos
sociales destinados a satisfacer las necesidades comunes de
la sociedad, serviría de otra para aumentar los dineros
de que dispondría el Comandante en Jefe para financiar
su aparato de seguridad y sus aventuras exteriores.
A
éstos fines contribuiría además la eliminación
de los varios suplementos salariales que existían antes
de la revolución y que eran producto de la acción
reivindicativa del sindicalismo precastrista. Hasta el suplemento
que en todas partes se paga por las horas extraordinarias de
trabajo dejó de abonarse en la práctica; lo mismo
ocurrió a menudo con las vacaciones no disfrutadas.
Aunque
de la rigidez del nuevo sistema salarial quedaron exceptuados
los que ocupaban puestos con salarios establecidos antes de
1959 (los salarios históricos) a los
que se les permitió seguir devengando por algún
tiempo esa retribución, dichos salarios fueron primero
congelados y luego desapareciendo gradualmente.
Hacia 1970 el salario mensual medio era de los 108 pesos,
muy inferior al nivel de los salarios históricos que
entonces aún existían.
A
la forma ávara como así se previeron los salarios
vino a sumarse el requerimiento constante que la dirigencia
revolucionaría ordenaría a los trabajadores
para que éstos realizaran mayores esfuerzos, ya sea prolongado
las horas normales de trabajo, ya sea por medio del trabajo
voluntario o de las grandes movilizaciones que constantemente
se hacían para las labores agrícolas y en particular
la zafra azucarera.
Esta
demanda asumía a veces carácter obsesivo de parte
de Castro y sus colaboradores; ella se dirigía no sólo
a la fuerza de trabajo masculina sino también a mujeres
y niños.
Todavía
en el año 1999, 4,400 estudiantes de centros de enseñanza
secundaria fueron movilizados para la zafra tabacalera de Pinar
del Río.
Al plus trabajo habría que añadir el favorecimiento
del trabajo nocturno, las constantes exhortaciones para el cumplimiento
de los planes y las normas y la forma exagerada como se ha llevado
a efecto la emulación socialista. No importaban las consecuencias
que el exceso de trabajo podía tener para la salud del
trabajador.
En el XVI Congreso de la CTC Castro fustigó a los que
se atrevieron a insinuar que las jornadas excesivas afectaban
a la salud calificándolos de gusanos, timoratos, y pseudo
revolucionarios. Toda esta trama de salarios bajos y jornadas
excesivas se trataba de justificar invocando el carácter
austero de la revolución, la necesidad de hacer sacrificios
para superar el bloqueo imperialista y la condición de
país subdesarrollado que tenía Cuba.
Nunca se mencionó ni siquiera la existencia de una agenda
oculta que consumía gran parte de la riqueza que producían
los trabajadores.
Sólo
con referencia al ¨trabajo voluntario¨ (lease
trabajo forzado) Castro probablemente percibió
más 2,000 millones de dólares.
Y
fue con respecto a ese ¨trabajo voluntario¨
que la Organización Internacional del Trabajo pidió
en 1993 la completa eliminación de sus aspectos
coercitivos.
A lo largo de los años las principales modificaciones
experimentadas en el sistema fueron las relativas al énfasis
que debía darse a los incentivos morales o materiales.
Aunque los dos terminaron coexistiendo vale la pena indicar
que hacia 1970 existían 26 medallas y órdenes
diferentes (héroes del trabajo, vanguardias
nacionales, vanguardias provinciales, trabajadores destacados
etc.).
Había
también deméritos que se hacían constar
en el expediente laboral. El propósito final que se perseguía
era obtener el máximo rendimiento posible combinando
estímulos con disciplina y castigo.
Estos
últimos elementos se fueron acentuando con el tiempo
y adquirieron su máxima expresión con la Ley de
Órgano de Justicia Laboral de Base (1992) y las que regulan
el trabajo en sectores especiales (la que concierne al turismo
por ejemplo incluye 22 obligaciones y 46 prohibiciones).
La situación antes descrita se deterioró aún
más durante el período de rectificación
de errores y tendencias negativas. A Castro no le agradó
la importancia que el Sistema de Dirección y Planificación
de la Economía había dado a los incentivos materiales
y a la descentralización de la gestión económica.
De
repente se dio cuenta también que había personal
sobrante en las empresas y aunque en un régimen totalitario
los errores sólo pueden ser cometidos por el poder supremo,
achacó también a los trabajadores los grandes
fallos que se observaban en la economía.
El
resultado fue un nuevo impulso a los incentivos morales, más
trabajo pseudovoluntario, mayor rigor en la
ejecución de los trabajos, reducción de personal
y aprovechamiento intensivo de la jornada.
Uno piensa a la luz de lo anterior que en Cuba debían
haberse producido huelgas y protestas, pero no ha sido
así.
Es
posible que frente a la naturaleza autoritaria del régimen
y su imponente aparato de seguridad muchos trabajadores hayan
optado por la resistencia pasiva y la disminución del
rendimiento.
Es posible también que otros se contenten con la garantía
del salario social y el casi pleno empleo artificial.
Sin embargo, el suministro de medicinas se ha deteriorado y
la educación no ha sido nunca enteramente gratuita dada
la cantidad de trabajos que se exige al estudiante, no obstante
lo cual siguen sin declararse huelgas ni se producen acciones
concertadas de protesta.
La explicación se halla en que al lado de la resistencia
pasiva, unos encuentran remedio en el cuentapropismo
y las actividades ilícitas y otros opten por el éxodo
interminable que desangra al país.
Cabe concluir esta parte diciendo que las únicas materias
en las que a mi
juicio se produjo un progreso tangible para los trabajadores
fueron la cobertura de la seguridad social y la licencia de
maternidad.
Las
relaciones laborales
El
cuadro de las relaciones colectivas de trabajo en Cuba puede
resumirse en una sola palabra: inmovilismo. |