ERNESTO
F. BETANCOURT
Esa
fue mi respuesta cuando comenté el retorno voluntario
de Eloy Gutiérrez Menoyo a Cuba. Lamentablemente,
solamente la primera parte de mi reacción fue recogida
en el reportaje, lo que me obliga a aclarar la segunda
parte, que considero esencial para evaluar el paso dado.
Eloy
es una figura insignificante en el panoramo histórico
cubano. Sus limitaciones intelectuales son conocidas de
todos los que lo han tratado. Durante la etapa insurreccional
no jugó un papel importante en nada y, cuando la
revolución llega al poder, también fue una
figura marginal, no ocupando posición alguna. Y,
si tuvo algún papel, fue el vergonzoso de chivato
durante la conspiración trujillista. Todo el que
en 1959 vio el programa televisado en que Fidel relató
cómo Eloy, después de haberse envuelto con
los agentes trujillistas, se le acercó para delatar
la conspiración, no puede menos que recelar de
Eloy en cualquier esfuerzo contra Fidel. Máxime
cuando recibió y cumplió fielmente instrucciones
de continuar adelante la conspiración para ver
quiénes caían en la trampa, lo que culminó
en una cita en una mansión donde Fidel era quien
les abría la puerta de la casa. Más de cien
personas cayeron presas a resultas del chivatazo de Eloy.
Su
conducta durante los 22 años de prisión
posterior, cuando fue capturado en una infiltración
frustrada, le acreditan como hombre valiente y eso debe
reconocerse. Pero, en ningún caso su actuación
justifica su desmedida ambición de protagonismo
histórico y, a los 68 años, es un poco tarde
para crearse una nueva imagen. Eloy es sencillamente irrelevante.
Ante
el fracaso de su vida, ya que no tiene medios visibles
de sostenimiento que no sean el cuento de Cambio Cubano,
y estando físicamente muy dañado por los
maltratos sufridos en la prisión, Eloy concibe
una última jugada. Venderle a Fidel su apoyo a
la campaña de descrédito de toda la disidencia
como un mero instrumento de los Estados Unidos a cambio
de que lo deje vivir en Cuba y hasta le subsidie una oficinita
a Cambio Cubano. Y eso es lo que ha hecho.
Todos
sabemos que en el aeropuerto José Martí
hay una fuerte presencia de Seguridad del Estado y que,
quienquiera proclame su intención de quedarse en
Cuba sin un acuerdo previo con el régimen tardaría
a lo más un par de horas en llegar a Villa Marista.
O, en el mejor de los casos, ser montado a la fuerza en
un avión de regreso a Miami.
Decir
que no va a Cuba a desestabilizar al régimen, pero
sí a abrir un espacio para el diálogo, es
una tontería que sólo refleja su limitada
capacidad intelectual. Fidel ha hecho claro que en Cuba,
bajo su régimen, sólo puede haber un monólogo.
Para ello, hasta hizo inmodificable la constitución
que proclama el partido único y el marxismo-leninismo
como sistemas que pretende imperen eternamente en Cuba.
En
las declaraciones iniciales de Eloy, publicadas en este
periódico el 8 de agosto, busqué una palabra
solidaria con las recientes víctimas de la represión
castrista entre la disidencia y sólo encontré
la insinuación mezquina de que eran instrumentos
de Estados Unidos.
Es
evidente que Eloy le ofrece de nuevo a Fidel, como hiciera
en su entrevista de 1995, actuar como el disidente oficialmente
tolerado. Esto le dará a Fidel una vía de
escape de la ola de críticas mundiales que le ha
ocasionado la brutal represión de la verdadera
disidencia. En momentos en que figuras legítimas
de la disidencia, como Martha Beatriz Roque, Raúl
Rivero, Oscar Espinosa Chepe y otros ven sus vidas en
peligro por las brutales condiciones de las cárceles
donde se encuentran, los corresponsales de las agencias
de noticias y la CNN dedican sus espacios a cubrir la
parodia de Eloy, con el beneplácito del régimen.
Al
momento de escribir estas líneas, no sabemos cuál
va a ser la decisión final de Fidel sobre Eloy
Gutiérrez Menoyo. En lo personal, tiene derecho
a vivir en Cuba y se lo deben respetar. En lo político,
hay que respetarle el derecho a sus opiniones y posición,
aunque discrepemos de ellas. Pero a lo que no tiene derecho
es a denigrar la de otros en aras de satisfacer sus ambiciones
de un protagonismo histórico que le queda muy ancho,
y mucho menos a mendigárselo a Fidel.
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