Iván
García
Las
leyes cubanas contra el proxenetismo se han endurecido.
Si te pillan, puedes pasar de 20 a 30 años en la
cárcel. Los chulos lo saben. Pero insisten. Porque
la mayor parte del turismo que visita la isla viene en
busca de sexo barato. Y porque el negocio da para vivir
con holgura.
José
Mesa, de 31 años, no encaja en el arquetipo de
un proxeneta. No es apuesto como Denzel Washington o esbelto
como Eddie Murphy. Es gordo como un hipopótamo.
Sus 250 libras y su prominente barriga se notarían
menos si midiera seis pies. Pero apenas alcanza un metro
y 75 centímetros. Mesa es un negro retinto nacido
en el barrio marginal de Jesús María, en
la parte vieja de la ciudad. En 1991 se graduó
de ingeniero civil, algo no común en una barriada
caracterizada por las deserciones escolares y la alta
tasa de delincuencia.
A
Mesa el salario de 280 pesos (14 dólares) apenas
le alcanzaba. Para colmo, a los tres años de estar
laborando se lió a puñetazos con su jefe
y fue expulsado del empleo. Pero la suerte, que nunca
le dio la espalda, vino a su encuentro. "Soy hijo
de Shangó. Como él, soy emprendedor y mujeriego".
El nuevo "empleo" lo encontró en el barrio:
la fiebre por los dólares había arrastrado
a muchas jóvenes de Jesús María a
ejercer la prostitución. Por un poco de divisas
(dólares estadounidenses), ropa o comida. "Soy
feo, pero seductor e inteligente. Hablo inglés
y portugués, entonces pensé: ¿por
qué no poner a trabajar para mí a siete
u ocho muchachas?
Sus
cálculos fueron superados. En un año tuvo
bajo su mando a trece jineteras (nombre que ahora se le
da a las prostitutas en Cuba). En la charada china ese
número es sinónimo de chulo y para algunos
es señal de infortunio. "Para mi no. No soy
abusador. Sólo les cobro el 20 por ciento de lo
que les paga el cliente. Todas quieren trabajar conmigo",
dice mientras sonríe dejando ver sus muelas de
oro.
Para
este proxeneta habanero su carta de triunfo es que sus
"niñas" -como él las llama- son
educadas y corteses, pues "a los hombres no les gustan
las mujeres provocativas, y les sugiero que dejen que
sean ellos los que inicien el cortejo". Mesa tiene
chicas para todos los gustos: negras, mulatas, trigueñas
y rubias. "Hasta una achinada. De todo. Delgadas
como modelos y entraditas en carne. Hay para escoger".
Es
un gran admirador de Alberto Yarini, un chulo de éxito
en La Habana de principios del siglo XX. "Quisiera
que al morir todas mis niñas vayan al entierro,
sin rencor, como le hicieron a Yarini". Mientras
espera la muerte, José disfruta los placeres de
la vida. Y con exceso. Diariamente se bebe una caja de
cervezas, se fuma dos cajetillas de Malboro y come opíparamente.
Además, una vez al día mantiene relaciones
sexuales con una de sus "niñas".
Mesa
reconoce que la policía le puso malo el negocio,
al desatar en 1998 una ofensiva contra la prostitución
en todos los lugares concurridos por turistas. Pero José
ha esquivado con argucia esos operativos (redadas policiacas).
"Anuncio a mis muchachas por Internet. Doy sus direcciones
particulares y la de los bares donde se pueden localizar".
Él mejor que nadie sabe que las leyes tienen sus
trampas. "Legalmente no cometo ningún delito.
Le doy dinero a mis niñas para que consuman, algo
que no está prohibido. Lo demás es fácil.
Piense en un bar atestado de extranjeros. Es difícil
que mujeres jóvenes, lindas y bien vestidas como
las mías pasen inadvertidas".
Algunas
de las protegidas de Mesa hoy viven en España,
Alemania o Suiza. Y no les va mal. "Se acuerdan de
mi. Me escriben, y a veces me mandan dinero. No soy malo".
Se lleva la mano al pecho y dice: "Bajo mi camisa
se esconde un noble corazón". Lo dice en tono
lagrimoso, tal vez porque es la cerveza número
diez que ha bebido.
A
José Mesa le importa un bledo la política
y si últimamente se ha interesado un poco ha sido
por el caso del balserito cubano. "Soy padre y creo
que Elián debe regresar. Aquí es donde está
su verdadera familia". Pero su devoción es
Shangó. "Ah, y el Papa. ¡Qué
hombre ese! ¡Qué discurso! Es un genio. Mira
lo que hizo ahora de ir a Tierra Santa y codearse con
los judíos, cristianos y musulmanes". La Iglesia
Católica, como el gobierno de Fidel Castro, es
contraria al proxenetismo y la prostitución. Él
lo sabe, mas no tiene cargo de conciencia. De acuerdo
a su peculiar manera de ver la vida, cree que está
ayudando al prójimo. |