Carlos Alberto Montaner
Madrid.-
Se dice que ustedes, las jineteras, forman un inmenso
ejército de acaso 100.000 jóvenes mujeres
que cambian sexo por dólares. Se dice que operan
por las noches en todas las ciudades cubanas donde hay
extranjeros, y por el día se repliegan a sus casas,
donde los familiares, incluso algunos esposos y compañeros
sentimentales, no ignoran la forma en que sus mujeres
se ganan la vida, o la muerte, si tienen la mala suerte
de contraer sida como resultado de contactos sexuales
con viajeros enfermos.
Cuba,
no hay duda, se ha convertido en un destino frecuente
para el turismo sexual. Es verdad que no es el único
país del mundo, pero la fama, la mala fama de la
Isla en ese terreno, ya es universal. La ironía
es que al inicio de la revolución se decía
que el comunismo había librado a Cuba de ser el
prostíbulo de los norteamericanos, pero
el cálculo que entonces se hacía señalaba
un total de 10.000 prostitutas en todo el país,
y ahora se supone que el número es mucho más
alto: se dice, insisto, que la cifra ronda las 100.000
mujeres.
Pero
a Fidel Castro esa inmensa tragedia no parece afectarlo.
Más de una vez, con cierto cinismo, ha declarado
que las jineteras cubanas gozan de la especial distinción
de ser las prostitutas más educadas del mundo.
Y es cierto: las hay maestras y médicas, abogadas
y dentistas, técnicas industriales y estudiantes
de biología. Las hay alumnas de bachillerato, que
apenas tienen 14 o 15 años, y las hay funcionarias
de algún ministerio que ya pasan de los treinta.
Y Fidel Castro tiene razón: en ninguna parte del
mundo las prostitutas están tan educadas como en
Cuba. Sólo que esa observación no mitiga
el problema, sino lo agrava, no exculpa a la revolución,
sino la incrimina de una manera terrible, porque si algo
se sabe con toda precisión es que a la prostitución
no se llega como consecuencia de una decisión tomada
libremente, sino como resultado de una situación
en la que no hay mejores opciones.
A
casi ninguna mujer le gusta irse a la cama con un desconocido.
Es muy difícil de creer que esas muchachitas abrazadas
con europeos calvos y barrigones, con canadienses o latinoamericanos
que podían ser sus abuelos, o con cubanos del exterior,
viejos pero adinerados, que viajan a la Isla en busca
de sexo, se entregan por deseo, por amor o por disfrutar
de aventuras. Lo hacen, como todas las prostitutas del
mundo, por necesidad. Lo hacen para llevarles alimentos
o ciertas comodidades a sus familiares. Lo hacen para
tener ellas mismas una existencia materialmente digna,
aunque terminen emocionalmente destrozadas.
Castro
tiene razón: lo que diferencia a las jineteras
de las prostitutas del resto del planeta es, precisamente,
que las cubanas, en efecto, están educadas. Uno
no ve en Madrid, París o Buenos Aires a médicas
o abogadas que ejerzan la prostitución. Jamás
aparece en el periódico la detención de
una prostituta experta en computación, estudiante
de arquitectura o profesora de Física. En todas
partes las prostitutas siempre son pobres mujeres con
un nivel muy bajo de educación, frecuentemente
de origen campesino y carentes de apoyo familiar. Eso
sólo ocurre en Cuba. ¿Por qué? Porque
la educación que les proporciona el comunismo no
les sirve para nada. No mejora la calidad de sus vidas.
No les permite soñar con un futuro mejor.
Estamos
ante un sistema de producción absurdo. Un sistema
que penaliza la creación de riquezas y favorece
el parasitismo laboral y la promoción no de los
mejores, sino de los que más aplauden y repiten
consignas. Por eso, cuando las jineteras consiguen radicarse
fuera de Cuba no continúan ejerciendo la prostitución,
sino retoman sus estudios o comienzan a trabajar normalmente
en empresas convencionales como secretarias, maestras,
ejecutivas o en donde obtengan un salario razonable que
les permita llevar una vida digna, lejos del infiernillo
moral y material que dejaron en la Isla.
La
coartada del régimen es que el jineterismo cubano
es una consecuencia de las tentaciones capitalistas que
trae el turismo, actividad que el país se ve obligado
a aceptar para aliviar la crisis económica. Pero
esa es una descarada falsedad. Mallorca es una isla española
por la que pasan veinte millones de turistas todos los
años, y es, simultáneamente, uno de los
lugares de España más ricos y con menor
índice de prostitución y enfermedades venéreas.
Lo que provoca la prostitución en Cuba es la estúpida
organización económica y social introducida
por los comunistas, culpable de que los jóvenes
padezcan una vida miserable y carezcan de esperanzas e
ilusiones. Y ese fenómeno sólo va a cambiar
cuando el sistema impuesto por los Castro sea sustituido
por la humana racionalidad que acompaña a la democracia
y por la eficiencia que trae la economía de mercado.
Hasta que eso no suceda, tendremos que soportar esta tragedia
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